PARA QUE DÉIS MÁS FRUTO
La formación de los fieles laicos
Madurar continuamente (57)
Descubrir y vivir la propia vocación y misión (58)
Una formación integral para vivir en la unidad (59)
Aspectos de la formación (60)
Madurar continuamente
57. La imagen evangélica de la vid y los sarmientos nos revela otro aspecto
fundamental de la vida y de la misión de los fieles laicos: La llamada
a crecer, a madurar continuamente, a dar siempre más fruto.
Como diligente viñador, el Padre cuida de su viña. La presencia solícita de
Dios es invocada ardientemente por Israel, que reza así: «¡Oh Dios Sebaot,
vuélvete ya, / desde los cielos mira y ve, / visita esta viña, cuídala, / a
ella, la que plantó tu diestra» (Sal 80, 15-16). El mismo Jesús
habla del trabajo del Padre: «Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el
viñador. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da
fruto, lo poda para que dé más fruto» (Jn 15, 1-2).
La vitalidad de los sarmientos está unida a su permanecer radicados en la
vid, que es Jesucristo: «El que permanece en mí como yo en él, ése da mucho
fruto, porque separados de mí no podéis hacer nada» (Jn 15, 5).
El hombre es interpelado en su libertad por la llamada de Dios a crecer, a
madurar, a dar fruto. No puede dejar de responder; no puede dejar de asumir su
personal responsabilidad. A esta responsabilidad, tremenda y enaltecedora,
aluden las palabras graves de Jesús: «Si alguno no permanece en mí, es arrojado
fuera, como el sarmiento, y se seca; luego lo recogen, lo echan al fuego y lo
queman» (Jn 15, 6).
En este diálogo entre Dios que llama y la persona interpelada en su responsabilidad se sitúa la posibilidad —es más, la necesidad— de una formación integral y permanente de los fieles laicos, a la que los Padres sinodales han reservado justamente una buena parte de su trabajo.
En concreto, después de
haber descrito la formación cristiana como «un continuo proceso personal de
maduración en la fe y de configuración con Cristo, según la voluntad del Padre,
con la guía del Espíritu Santo», han afirmado claramente que «la formación de
los fieles laicos se ha de colocar entre las prioridades de la diócesis y
se ha de incluir en los programas de acción pastoral de modo
que todos los esfuerzos de la comunidad (sacerdotes, laicos y religiosos)
concurran a este fin»[209].
Descubrir y vivir la propia vocación y misión
58. La formación de los fieles laicos tiene como objetivo fundamental el
descubrimiento cada vez más claro de la propia vocación y la disponibilidad siempre
mayor para vivirla en el cumplimiento de la propia misión.
Dios me llama y me envía como obrero a su viña; me llama y me envía a trabajar para el advenimiento
de su Reino en la historia. Esta vocación y misión personal define la dignidad
y la responsabilidad de cada fiel laico y constituye el punto de apoyo de toda
la obra formativa, ordenada al reconocimiento gozoso y agradecido de tal
dignidad y al desempeño fiel y generoso de tal responsabilidad.
En efecto, Dios ha pensado en nosotros desde la eternidad y nos ha amado
como personas únicas e irrepetibles, llamándonos a cada uno por nuestro nombre,
como el Buen Pastor que «a sus ovejas las llama a cada una por su nombre» (Jn 10,
3). Pero el eterno plan de Dios se nos revela a cada uno sólo a través del
desarrollo histórico de nuestra vida y de sus acontecimientos, y, por tanto,
sólo gradualmente: en cierto sentido, de día en día.
Y para descubrir la concreta voluntad del Señor sobre nuestra vida son
siempre indispensables la escucha pronta y dócil de la palabra de Dios y de la
Iglesia, la oración filial y constante, la referencia a una sabia y amorosa
dirección espiritual, la percepción en la fe de los dones y talentos recibidos
y al mismo tiempo de las diversas situaciones sociales e históricas en las que
se está inmerso.
En la vida de cada fiel laico hay además momentos particularmente
significativos y decisivos para discernir la llamada de Dios y para
acoger la misión que Él confía. Entre ellos están los momentos de la adolescencia y
de la juventud. Sin embargo, nadie puede olvidar que el Señor,
como el dueño con los obreros de la viña, llama —en el sentido de hacer
concreta y precisa su santa voluntad— a todas las horas de la
vida: por eso la vigilancia, como atención solícita a la voz de Dios, es una
actitud fundamental y permanente del discípulo.
De todos modos, no se trata sólo de saber lo que Dios
quiere de nosotros, de cada uno de nosotros en las diversas situaciones de la
vida. Es necesario hacer lo que Dios quiere: así como nos lo
recuerdan las palabras de María, la Madre de Jesús, dirigiéndose a los
sirvientes de Caná: «Haced lo que Él os diga» (Jn 2, 5). Y
para actuar con fidelidad a la voluntad de Dios hay que ser capaz y
hacerse cada vez más capaz. Desde luego, con la gracia del
Señor, que no falta nunca, como dice San León Magno: «¡Dará la fuerza quien ha
conferido la dignidad!»[210];
pero también con la libre y responsable colaboración de cada uno de nosotros.
Esta es la tarea maravillosa y esforzada que espera a todos los fieles
laicos, a todos los cristianos, sin pausa alguna: conocer cada vez más las
riquezas de la fe y del Bautismo y vivirlas en creciente plenitud. El apóstol
Pedro hablando del nacimento y crecimiento como de dos etapas de la vida
cristiana, nos exhorta: «Como niños recién nacidos, desead la leche espiritual
pura, a fin de que, por ella, crezcáis para la salvación» (1 P 2,
2).
Una formación integral para vivir en la unidad
59. En el descubrir y vivir la propia vocación y misión, los fieles laicos
han de ser formados para vivir aquella unidad con la que está
marcado su mismo ser de miembros de la Iglesia y de ciudadanos de la
sociedad humana.
En su existencia no puede haber dos vidas paralelas: por una parte, la
denominada vida «espiritual», con sus valores y exigencias; y por otra, la
denominada vida «secular», es decir, la vida de familia, del trabajo, de las
relaciones sociales, del compromiso político y de la cultura. El sarmiento
arraigado en la vid que es Cristo, da fruto en cada sector de su actividad y de
su existencia. En efecto, todos los distintos campos de la vida laical entran
en el designio de Dios, que los quiere como el «lugar histórico» del revelarse
y realizarse de la caridad de Jesucristo para gloria del Padre y servicio a los
hermanos. Toda actividad, toda situación, todo esfuerzo concreto —como por
ejemplo, la competencia profesional y la solidaridad en el trabajo, el amor y
la entrega a la familia y a la educación de los hijos, el servicio social y
político, la propuesta de la verdad en el ámbito de la cultura— son ocasiones
providenciales para un «continuo ejercicio de la fe, de la esperanza y de la
caridad»[211].
El Concilio Vaticano II ha invitado a todos los fieles laicos a esta unidad
de vida, denunciando con fuerza la gravedad de la fractura entre fe y
vida, entre Evangelio y cultura: «El Concilio exhorta a los cristianos,
ciudadanos de una y otra ciudad, a esforzarse por cumplir fielmente sus deberes
temporales, guiados siempre por el espíritu evangélico. Se equivocan los
cristianos que, sabiendo que no tenemos aquí ciudad permanente, pues buscamos
la futura, consideran por esto que pueden descuidar las tareas temporales, sin
darse cuenta de que la propia fe es un motivo que les obliga al más perfecto
cumplimiento de todas ellas según la vocación personal de cada uno (...). La
separación entre la fe y la vida diaria de muchos debe ser considerada como uno
de los más graves errores de nuestra época».[212] Por
eso he afirmado que una fe que no se hace cultura, es una fe «no plenamente
acogida, no enteramente pensada, no fielmente vivida»[213].
Aspectos de la formación
60. Dentro de esta síntesis de vida se sitúan los múltiples y coordinados
aspectos de la formación integral de los fieles laicos.
Sin duda la formación espiritual ha de ocupar un puesto
privilegiado en la vida de cada uno, llamado como está a crecer
ininterrumpidamente en la intimidad con Jesús, en la conformidad con la
voluntad del Padre, en la entrega a los hermanos en la caridad y en la
justicia. Escribe el Concilio: «Esta vida de íntima unión con Cristo se
alimenta en la Iglesia con las ayudas espirituales que son comunes a todos los
fieles, sobre todo con la participación activa en la sagrada liturgia; y los
laicos deben usar estas ayudas de manera que, mientras cumplen con rectitud los
mismos deberes del mundo en su ordinaria condición de vida, no separen de la
propia vida la unión con Cristo, sino que crezcan en ella desempeñando su
propia actividad de acuerdo con el querer divino»[214].
Se revela hoy cada vez más urgente la formación doctrinal de los fieles laicos, no sólo por el
natural dinamismo de profundización de su fe, sino también por la exigencia de
«dar razón de la esperanza» que hay en ellos, frente al mundo y sus graves y
complejos problemas. Se hacen así absolutamente necesarias una sistemática
acción de catequesis, que se graduará según las edades y las
diversas situaciones de vida, y una más decidida promoción cristiana de
la cultura, como respuesta a los eternos interrogantes que
agitan al hombre y a la sociedad de hoy.
En concreto, es absolutamente indispensable —sobre todo para los fieles
laicos comprometidos de diversos modos en el campo social y político— un
conocimiento más exacto de la doctrina social de la Iglesia, como
repetidamente los Padres sinodales han solicitado en sus intervenciones.
Hablando de la participación política de los fieles laicos, se han expresado
del siguiente modo: «Para que los laicos puedan realizar activamente este noble
propósito en la política (es decir, el propósito de hacer reconocer y estimar
los valores humanos y cristianos), no bastan las exhortaciones, sino que es
necesario ofrecerles la debida formación de la conciencia social, especialmente
en la doctrina social de la Iglesia, la cual contiene principios de reflexión,
criterios de juicio y directrices prácticas (cf. Congregación para la Doctrina
de la Fe, Instr. sobre libertad cristiana y liberación, 72). Tal doctrina ya
debe estar presente en la instrucción catequética general, en las reuniones
especializadas y en las escuelas y universidades. Esta doctrina social de la
Iglesia es, sin embargo, dinámica, es decir adaptada a las circunstancias de
los tiempos y lugares. Es un derecho y deber de los pastores proponer los
principios morales también sobre el orden social, y deber de todos los
cristianos dedicarse a la defensa de los derechos humanos; sin embargo, la
participación activa en los partidos políticos está reservada a los laicos»[215].
Finalmente, en el contexto de la formación integral y unitaria de los
fieles laicos es particularmente significativo, por su acción misionera y
apostólica, el crecimiento personal en los valores humanos. Precisamente
en este sentido el Concilio ha escrito: «(los laicos) tengan también muy en
cuenta la competencia profesional, el sentido de la familia y el sentido
cívico, y aquellas virtudes relativas a las relaciones sociales, es decir, la
probidad, el espíritu de justicia, la sinceridad, la cortesía, la fortaleza de
ánimo, sin las cuales ni siquiera puede haber verdadera vida cristiana»[216].
Los fieles laicos, al madurar la síntesis orgánica de su vida —que es a la
vez expresión de la unidad de su ser y condición para el eficaz cumplimiento de
su misión—, serán interiormente guiados y sostenidos por el Espíritu Santo,
como Espíritu de unidad y de plenitud de vida.
Notas a pie de página:
[209] Propositio 40.
[210] "Dabit virtutem, qui contulit dignitatem" (San León
Magno, Serm. II, 1: S. Ch. 200, 248).
[211] Conc. Ecum. Vat. II, Dec. sobre el apostolado de los laicos Apostolicam actuositatem, 4.
[212] Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. sobre la Iglesia en el mundo
actual Gaudium et spes, 43. Cf. también Dec. sobre la actividad
misionera de la Iglesia Ad gentes, 21; Pablo VI, Exh. Ap. Evangelii nuntiandi, 20: AAS 68 (1976) 19.
[213] Juan Pablo II, Discurso a los participantes al Congreso Nacional del
Movimiento Eclesial de Acción Cultural (M.E.I.C.) (16 Enero 1982), 2: Insegnamenti,
V, 1 (1982) 131; cf. también la Carta al Cardenal Agostino Casaroli, Secretario de
Estado, con la que se constituye el Pontificio Consejo para la Cultura (20 Mayo 1982): AAS 74
(1982) 685; Discurso a la Comunidad universitaria de Lovaina (20 Mayo
1985): Insegnamenti, VIII, 1 (1985) 1591.
[214] Conc. Ecum. Vat. II, Dec. sobre el apostolado de los laicos Apostolicam actuositatem, 4.
[215] Propositio 22. Cf también Juan Pablo II, Enc. Sollicitudo rei socialis, 41: AAS 80 (1988)
570-572.
[216] Conc. Ecum. Vat. II, Dec. sobre el apostolado de los laicos Apostolicam actuositatem, 4.
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