TERCERA
PARTE
LA PERFECTA CONSAGRACIÓN A JESUCRISTO
CONTENIDOS
ESENCIALES DE LA CONSAGRACIÓN (120)
1.
CONSAGRACIÓN PERFECTA Y TOTAL (121-125)
2.
PERFECTA RENOVACIÓN DE LAS PROMESAS BAUTISMALES (126-130)
3.
RESPUESTA A ALGUNAS OBJECIONES (131-134)
LA
PERFECTA CONSAGRACIÓN A JESUCRISTO (88)
CAPÍTULO
I
120 La plenitud de nuestra
perfección consiste en asemejarnos, vivir unidos y consagrados a Jesucristo (89) . Por consiguiente, la más perfecta de todas las
devociones es, sin duda alguna, la que nos asemeja, une y consagra más
perfectamente a Jesucristo. Ahora bien, María es la creatura más semejante a
Jesucristo. Por consiguiente, la devoción que mejor nos consagra y hace
semejantes a Nuestro Señor es la devoción a su santísima Madre. Y cuanto más te
consagres a María, tanto más te unirás a Jesucristo.
La perfecta
consagración a Jesucristo es, por lo mismo, una perfecta y total consagración
de sí mismo a la Santísima Virgen. Esta es la devoción que yo enseño, y que
consiste -en otras palabras- en una perfecta renovación de los votos y promesas
bautismales (90) .
1.
CONSAGRACIÓN PERFECTA Y TOTAL
121 Consiste, pues, esta devoción,
en una entrega total a la Santísima Virgen, para pertenecer, por medio de Ella,
totalmente a Jesucristo. Hay que entregarle:
1. el
cuerpo con todos sus sentidos y miembros;
2. el
alma con todas sus facultades;
3. los
bienes exteriores -llamados de fortuna- presentes y futuros;
4. los
bienes interiores y espirituales, o sea, los méritos, virtudes y buenas obras
pasadas, presentes y futuras.
En dos
palabras: cuanto tenemos, o podamos tener en el futuro, en el orden de la
naturaleza, de la gracia y de la gloria, sin reserva alguna –ni de un céntimo,
ni de un cabello, ni de la menor obra buena–, y esto por toda la eternidad, y
sin esperar por nuestra ofrenda y servicio más recompensa que el honor de
pertenecer a Jesucristo por María y en María, aunque esta amable Señora no
fuera -como siempre lo es– la más generosa y agradecida de las creaturas.
122 Conviene advertir que en las
buenas obras que hacemos hay un doble valor: la satisfacción y el mérito, o
sea, el valor satisfactorio o impetratorio y el valor meritorio.
El
valor satisfactorio o impetratorio de una buena obra es la misma obra buena en
cuanto satisface por la pena debida por el pecado u obtiene alguna nueva
gracia. En cambio, el valor meritorio o mérito es la misma obra buena, en
cuanto merece la gracia y la gloria eterna.
Ahora
bien, en esta consagración de nosotros mismos a la Santísima Virgen le
entregamos todo el valor satisfactorio, impetratorio y meritorio. Es decir, las
satisfacciones y méritos de todas nuestras buenas obras. Le entregamos nuestros
méritos, gracias y virtudes, no para que los comunique a otros -porque nuestros
méritos, gracias y virtudes, estrictamente hablando, son incomunicables;
únicamente Jesucristo, haciéndose fiador nuestro ante el Padre, ha podido
comunicarnos sus méritos-, sino para que nos los conserve, aumente y
embellezca, como veremos más adelante (91) . Le
entregamos nuestras satisfacciones para que las comunique a quien mejor le plazca
y para mayor gloria de Dios.
123 De donde se deduce que:
1. por
esta devoción entregas a Jesucristo, de la manera más perfecta –puesto que lo
entregas por manos de María–, todo cuanto le puedes dar y mucho más que por las
demás devociones, por las cuales le entregas solamente parte de tu tiempo, de
tus buenas obras, satisfacciones y mortificaciones.
Por
esta consagración le entregas y consagras todo, hasta el derecho de disponer de
tus bienes interiores y satisfacciones que cada día puedes ganar por tus buenas
obras, lo cual no se hace ni siquiera en las órdenes o institutos religiosos.
En éstos se dan a Dios los bienes de fortuna por el voto de pobreza, los bienes
del cuerpo por el voto de castidad; la propia voluntad, por el voto de
obediencia, y algunas veces la libertad corporal, por el voto de clausura. Pero
no se entrega a Dios la libertad o el derecho de disponer de las buenas obras,
ni se despoja uno, cuanto es posible, de lo más precioso y caro que posee el
cristiano, a saber: los méritos y satisfacciones.
124 2. Una persona que se consagra y entrega
voluntariamente a Jesucristo por medio de María, no puede ya disponer del valor
de ninguna de sus buenas obras; todo lo bueno que padece, piensa, dice y hace
pertenece a María, quien puede disponer de ello según la voluntad y mayor
gloria de su Hijo.
Esta
entrega, sin embargo, no perjudica en nada a las obligaciones del estado
presente o futuro en que se encuentre la persona; por ejemplo, los compromisos
de un sacerdote, que, por su oficio u otro motivo cualquiera, debe aplicar el
valor satisfactorio e impetratorio de la Santa Misa a un particular. Porque no
se hace esta consagración sino según el orden establecido por Dios y los
deberes del propio estado.
125 3. Esta devoción nos consagra,
al mismo tiempo, a la Santísima Virgen y a Jesucristo. A la Santísima Virgen,
como al medio perfecto escogido por Jesucristo para unirse a nosotros, y a
nosotros con Él. A Nuestro Señor, como a nuestra meta final, a quien debemos
todo lo que somos, ya que es nuestro Dios y Redentor.
2.
PERFECTA RENOVACIÓN DE LAS PROMESAS BAUTISMALES
126 He dicho que esta devoción
puede muy bien definirse como una perfecta renovación de las promesas del Santo
Bautismo.
De
hecho, antes del Bautismo, todo cristiano era esclavo del demonio, a quien
pertenecía. Por su propia boca o las de sus padrinos, renunció en el Bautismo a
Satanás, a sus pompas y a sus obras, y eligió a Jesucristo como a su Dueño y
Señor, para depender de El en calidad de esclavo de amor. Es precisamente lo
que hacemos por la presente devoción: renunciar –la fórmula de consagración lo
dice expresamente– al demonio, al mundo, al pecado y a nosotros mismos y
consagrarnos totalmente a Jesucristo por manos de María. Pero hacemos algo más:
en el Bautismo hablamos ordinariamente por boca de otros –los padrinos– y nos
consagramos a Jesucristo por procurador. Mientras que en esta devoción nos
consagramos por nosotros mismos, voluntariamente y con conocimiento de causa.
En el
Santo Bautismo no nos consagramos explícitamente por manos de María ni
entregamos a Jesucristo el valor de nuestras buenas acciones. Y después de él
quedamos completamente libres para aplicar dicho valor a quien queramos o
conservarlo para nosotros. Por esta devoción, en cambio, nos consagramos
expresamente a Nuestro Señor por manos de María y le entregamos el valor de todas
nuestras buenas acciones.
127 “Los hombres hacen voto en el
Bautismo –dice Santo Tomás– de renunciar al diablo y a sus pompas”. Y “este
voto –había dicho San Agustín– es el mayor y más indispensable”. Lo mismo
afirman los canonistas: “El voto principal es el que hacemos en el Bautismo”.
Sin embargo, ¿quién cumple este voto tan importante? ¿Quién observa con
fidelidad las promesas del Santo Bautismo? ¿No traicionan casi todos los
cristianos la fe prometida a Jesucristo en el Bautismo? ¿De dónde proviene este
desconcierto universal? ¿No es, acaso, del olvido en que se vive de las
promesas y compromisos del Santo Bautismo y de que casi nadie ratifica por sí
mismo el contrato de alianza hecho con Dios por sus padrinos?
128 Es tan cierto esto, que el
concilio de Sens, convocado por orden de Ludovico Pío para poner remedio a los
desórdenes de los cristianos, juzgó que la causa principal de tanta corrupción
de las costumbres provenía del olvido e ignorancia en que vivían las gentes
acerca de los compromisos del Santo Bautismo, y no encontró remedio más eficaz
para combatir tamaño mal que excitar a los cristianos a renovar las promesas y
votos bautismales (92) .
129 Por su parte, el Catecismo del
concilio de Trento, fiel intérprete de las intenciones de este santo concilio,
exhorta a los párrocos a hacer lo mismo y a acostumbrar al pueblo fiel a
recordar y creer que los cristianos han sido consagrados a Jesucristo, Señor y
Redentor nuestro. Estas son sus palabras: “El párroco exhortará al pueblo fiel
para hacerle comprender que
nosotros, más que cualquier hombre, debemos ofrecernos y consagrarnos
eternamente como esclavos a Nuestro Señor y Redentor” (93)
.
130 Ahora bien, si los concilios,
los Padres y la misma experiencia nos demuestran que el mejor remedio contra
los desórdenes de los cristianos es hacerles recordar las obligaciones del
Bautismo y renovar las promesas que en él hicieron, ¿no será acaso razonable
hacerlo ahora de manera perfecta mediante esta devoción y consagración a
Nuestro Señor por medio de su amantísima Madre? (94) .
Digo de “manera perfecta” porque para consagrarnos a Jesucristo utilizamos el
más perfecto de todos los medios, que es la Santísima Virgen.
3.
RESPUESTA A ALGUNAS OBJECIONES
131 Alguien puede objetar que esta
devoción es nueva o sin importancia. No es nueva: los concilios, los Padres y
muchos autores antiguos y modernos hablan de dicha consagración a Jesucristo o
renovación de las promesas del PAPA PABLO VI invitaba a “dar al hecho de haber
recibido el Santo Bautismo toda su importancia” (Ver Ecclesiam suam, 6-8-1964).
La liturgia de la Vigilia Pascual nos ofrece también una fórmula concreta de
renovación de las promesas bautismales. Lo característico de Montfort es la
referencia a la Madre de Jesús y de la Iglesia y su ubicación en la historia de
la salvación. Santo Bautismo como de una práctica antigua aconsejada por ellos
a todos los cristianos. No es de poca importancia, puesto que la fuente
principal de todos los desórdenes, y, por consiguiente, de la condenación de
los cristianos, procede del olvido e indiferencia respecto de esta práctica.
132 Pudiera alguno decir que esta
devoción nos imposibilita para socorrer a las almas de nuestros parientes,
amigos y bienhechores, dado que nos hace entregar a Nuestro Señor, por manos de
la Santísima Virgen, el valor de todas nuestras buenas obras, oraciones,
mortificaciones y limosnas.
Le
respondo:
Primero,
que no es creíble que nuestros amigos, parientes y bienhechores salgan
perjudicados porque nos entreguemos y consagremos sin reserva al servicio de
Nuestro Señor y su santísima Madre. Suponerlo sería menoscabar el poder y
bondad de Jesús y de María, quienes sabrán ayudar a nuestros parientes, amigos
y bienhechores sea con nuestra módica renta espiritual, sea con otros medios.
Segundo,
que esta devoción no impide orar por los demás –vivos o difuntos–, aunque la
aplicación de nuestras buenas obras dependa de la voluntad de la Santísima
Virgen. Al contrario, nos llevará a rogar con mayor confianza. Sucede como a la
persona rica que hubiera cedido todos sus bienes a un gran príncipe para
honrarlo más: ella rogaría con mayor confianza a este príncipe que dé una
limosna a un amigo suyo que se la pide. El príncipe hasta se sentiría feliz de
encontrar la oportunidad de manifestar su gratitud a quien se ha despojado de
todo para honrarlo y se ha empobrecido para enriquecerlo. Lo mismo cabe decir
de Nuestro Señor y de la Santísima Virgen, que jamás se dejarán vencer en
gratitud (95) .
133 Otro objetará tal vez: “Si doy a
la Santísima Virgen todo el valor de mis acciones para que lo aplique a quien
Ella quiera, ¡quizá tenga yo que padecer largo tiempo en el purgatorio!”
Esta
objeción proviene del amor propio y de la ignorancia que tenemos respecto a la
generosidad divina y la de la Santísima Virgen. Y se destruye por sí sola. ¿Es
posible, acaso, que una persona ferviente y generosa que vela con mayor empeño
por los intereses de Dios que por los propios, da a Dios sin reserva cuanto
posee -de suerte que ya no puede dar más: Non plus ultra-, tiene como única
aspiración la gloria de Dios y el reinado de Jesucristo por medio de su
santísima Madre y se sacrifica totalmente para alcanzar este fin..., será
posible -repito- que persona tan noble y generosa sea más castigada en la otra
vida por haber sido en ésta más generosa y desinteresada que las otras? ¡Nada
de esto! El Señor y su Madre santísima -lo veremos en seguida- se mostrarán
generosísimos en este mundo y en el otro, en el orden de la naturaleza, de la
gracia y de la gloria, precisamente con esta persona.
134 Conviene ver ahora –con la mayor
brevedad– los motivos que hablan en favor de esta devoción, los admirables
efectos que produce en las almas fieles y sus principales prácticas.
Notas a pie de página:
88 Con grandes letras escribió el autor este título. Algunos lo han
creído tan importante que han querido darlo a toda la obra en lugar del de
Tratado de la Verdadera Devoción.
89 Ver VD 61-62.
90 La consagración que el P. DE MONTFORT propone como pertenencia
total a Jesús por María es una perfecta renovación de la consagración bautismal
(VD 126ss). 427
91 Ver VD 146ss.
92 En el No. 48 de la RMat, el PAPA JUAN PABLO II presenta a SAN
LUIS DE MONTFORT como Testigo y Maestro de espiritualidad mariana por la
renovación y vivencia en su consagración de las promesas bautismales. Es nota
recibida de la tradición de la “Escuela francesa de espiritualidad”. EL PAPA
CLEMENTE XI (junio 6 de 1706) había confirmado esta línea de apostolado
monfortiano y dado al P. DE MONTFORT el título de «Misionero apostólico». La
fórmula “clásica” de consagración que el P. DE MONTFORT nos propone (ver ASE
225) y las de sus “contratos de alianza” insisten en ello (ver Obras BAC 451,
623-626).
93 Ver VD 12.
94 El PAPA PÍO XII, al celebrar los 25 años de las apariciones de
Fátima consagró el mundo entero al Corazón Inmaculado de María (1942). Varias
naciones lo hicieron siguiendo su ejemplo. PABLO VI renovó más de una vez esa
consagración (Nov. 21 /64) e invitó a todos los cristianos a renovarla (ver
Signum Magnum, 13-5-1967; con ocasión del cincuentenario de Fátima). Y JUAN
PABLO II renueva constantemente la consagración total a María y la repite en
todos sus viajes misioneros.
95 Ver VD 171. 433