sábado, 8 de enero de 2011

TEMA 26. LA GRACIA Y LAS VIRTUDES (I). LA FE Y LA ESPERANZA

EXPOSICIÓN:

LA GRACIA

La gracia es el favor o el auxilio gratuito que Dios nos da para responder a su llamada: llegar a ser hijos de Dios, hijos adoptivos, participantes de la naturaleza divina y de la vida eterna.

La libre iniciativa de Dios reclama la respuesta libre del hombre. Dios ha creado al hombre a su imagen y le ha otorgado, junto con la libertad, el don de poder conocer y amar. Sólo libremente entra el alma en la comunión del amor.

La gracia nos introduce en la intimidad de vida trinitaria: Por el bautismo el cristiano participa de la gracia de Cristo que lo hace hijo adoptivo y le permite decir a Dios "Padre", recibiendo el Espíritu Santo que le infunde la caridad.

La gracia del Espíritu Santo tiene el poder de "justificarnos", es decir, de lavarnos nuestros pecados y nos reconcilia con Dios, purifica nuestro corazón y le infunde la fe, la esperanza y la caridad.




LA FE (catecismo de la Iglesia Católica 153-168)

La fe es una virtud infundida por Dios en el alma de los fieles para hacerles capaces de actuar como hijos suyos y merecedores de la vida eterna.

Por la fe creemos en Dios y en todo lo que él nos ha dicho y revelado por Jesucristo y su Iglesia asistida por el Espíritu Santo. Es el asentimiento libre a toda verdad revelada, una adhesión personal. Creer sólo es posible por la gracia, pero no deja de ser un acto auténticamente humano. No es contrario ni a la libertad ni a la inteligencia del hombre adherirse a las verdades por Dios reveladas.

En la fe, la inteligencia y la voluntad del hombre colaboran con la gracia divina: "Creer es un acto del entendimiento que se adhiere a la verdad divina bajo el imperio de la voluntad movida por Dios mediante la gracia "(Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica 2-2).

La fe es un camino, el grano de mostaza crece y se hace un arbusto grande, así por la fe el creyente desea conocer mejor y trata de comprender mejor las verdades reveladas. La gracia de la fe abre "los ojos del corazón" para llegar a una comprensión más viva de los contenidos de la Revelación. "Creo para entender y entiendo para creer mejor" (San Agustín).




San Pablo a los Efesios (1,18)

Por eso, también yo, desde que he oído hablar de vuestra fe en el Señor Jesús, y de vuestro amor hacia todos los creyentes, no paro de dar gracias por vosotros, recordando en cuenta en mis oraciones, a fin de que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre glorioso, os dé el don de un espíritu de sabiduría que os revele el pleno conocimiento de él, a fin de que, iluminados interiormente, podáis comprender a qué esperanza os ha llamado, qué riqueza de gloria ofrece su herencia entre los santos, y como de incomparable es su potencia hacia nosotros, los creyentes, operando con esa fuerza poderosa que desplegó en Cristo, cuando le resucitó de entre muertos y le hizo sentarse a su derecha en el cielo.
Todo lo sometió bajo sus pies, y constituyó en el jefe supremo de la Iglesia, que es su cuerpo, la plenitud de aquel que llena por completo el universo.

La respuesta de la fe que el hombre da a Dios es un acto libre y voluntario. Nadie puede ser forzado a abrazar la fe en contra de su voluntad. Cristo invitó a la fe ya la conversión, no forzó. Dio testimonio de la verdad pero no quiso imponerla por la fuerza a los que se oponían.

La fe es un acto personal pero nadie cree para él solo. Nadie se ha dado la fe a sí mismo. La fe la ha recibido de los demás y la ha de transmitir a los demás. Nuestro amor a Jesús y a los demás hombres nos empuja a hablar de nuestra fe a los demás.

LA ESPERANZA

Es la virtud por la que deseamos el Reino y la vida eterna como nuestra felicidad, poniendo la confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos en el auxilio de la gracia del Espíritu Santo. La esperanza responde a la aspiración de felicidad puesta por Dios en el corazón del hombre; asume las esperanzas que inspiran las actividades humanas, las purifica para ordenarlas al Reino de los Cielos; protege del desaliento; sostiene en todo desamparo; ensancha el corazón con la espera de la felicidad eterna.

El impulso de la esperanza preserva del egoísmo y conduce a la bienaventuranza de la caridad. La esperanza es el ancla del alma, que nos da seguridad y firmeza y que nos protege en el "combate de la salvación". Jesús por las bienaventuranzas eleva nuestra esperanza en el Cielo. Por los méritos de su pasión, Dios nos guarda en "la esperanza que no engaña". En toda circunstancia, cada uno debe esperar, con la gracia de Dios, que perseverará hasta el fin, y conseguirá la joya del cielo por las buenas obras hechas con la gracia de Cristo.




PARA REFLEXIONAR: (párrafos extraídos de la encíclica Spes Salvi de Benedicto XVI)

A lo largo de su existencia, el hombre tiene muchas esperanzas, más grandes o más pequeñas, diferentes según los períodos de su vida. A veces puede parecer que una de estas esperanzas lo llena totalmente y que no necesita de ninguna otra. En la juventud puede ser la esperanza del amor grande y satisfactorio; la esperanza de cierta posición en la profesión, de uno u otro éxito determinante para el resto de su vida.

Sin embargo, cuando estas esperanzas se cumplen, se ve claramente que esto, en realidad, no lo era todo. Es claro que el hombre necesita una esperanza que vaya más allá. Es evidente que sólo puede contentarse con algo infinito, algo que será siempre más de lo que nunca podrá alcanzar.

Tal vez muchas personas rechazan hoy la fe simplemente porque la vida eterna no les parece algo deseable. De ninguna manera quieren la vida eterna, sino la presente y, por ello, la fe en la vida eterna les parece más bien un obstáculo.

Por un lado, no queremos morir, los que nos aman, sobre todo, no quieren que muramos. Por otro lado, tampoco podemos seguir existiendo ilimitadamente, y tampoco la tierra ha sido creada con esta perspectiva. Entonces, ¿qué es realmente lo que queremos? Esta paradoja de nuestra propia actitud suscita una pregunta más profunda: ¿qué es realmente la «vida»? ¿Y qué significa verdaderamente «eternidad»?.

En este sentido, es verdad que quien no conoce a Dios, aunque tenga múltiples esperanzas, en el fondo está sin esperanza, sin la gran esperanza que sostiene toda la vida (cf. Ef 2,12).

La verdadera, la gran esperanza del hombre que resiste a pesar de todas las desilusiones, sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y que nos sigue amando «hasta el extremo», «hasta el total cumplimiento» ( cf. Jn 13, 1; 19,30).

Quien ha sido tocado por el amor empieza a intuir lo que sería propiamente «vida». Empieza a intuir qué quiere decir la palabra esperanza que hemos encontrado en el rito del Bautismo: de la fe se espera la «vida eterna», la vida verdadera que, totalmente y sin amenazas, es sencillamente vida en toda su plenitud.

Jesús que dijo de sí mismo que había venido para que nosotros tengamos la vida y la tengamos en plenitud, en abundancia (cf. Jn 10,10), nos explicó también qué significa «vida»: «Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo>>.