viernes, 10 de mayo de 2024

TEMA 296. TRATADO DE LA VERDADERA DEVOCIÓN A LA SANTÍSIMA VIRGEN. TERCERA PARTE (8). LA PERFECTA CONSAGRACIÓN A JESUCRISTO. PUNTOS (226-242))

 

LA PERFECTA CONSAGRACIÓN A JESUCRISTO

 PRÁCTICAS PARTICULARES DE ESTA DEVOCIÓN

 PRACTICAS EXTERIORES (226)

Preparar y hacer la consagración (227)

Rezo de la coronilla (234)

Llevar cadenillas de hierro (236)

 

CAPÍTULO V

 PRÁCTICAS PARTICULARES DE ESTA DEVOCIÓN

 1. PRÁCTICAS EXTERIORES

 226 Aunque lo esencial de esta devoción consiste en lo interior, no por eso carece de prácticas exteriores, que no conviene descuidar: ¡Esto había que practicar y aquello no dejarlo! (Mt 23,23). Ya porque las prácticas exteriores, debidamente ejercitadas, ayudan a las interiores (167) , ya porque recuerdan al hombre –acostumbrado a guiarse por los sentidos– lo que ha hecho o debe hacer, ya porque son a propósito para edificar al prójimo que las ve, cosa que no hacen las prácticas interiores.

Por tanto, que ningún mundano ni crítico autosuficiente nos venga a decir que la verdadera devoción está en el corazón, que hay que evitar las exterioridades, ya que pueden ocultar la vanidad; que no hay que hacer alarde de la propia devoción, etc. Yo les respondo con mi Maestro: Alumbre también la luz de ustedes a los hombres: que vean el bien que hacen y glorifiquen al Padre del cielo (Mt 5,16). Lo cual no significa –como advierte San Gregorio– que debemos realizar nuestras buenas acciones y devociones exteriores para agradar a los hombres y ganarnos sus alabanzas –esto sería vanidad–, sino que, a veces, las realicemos delante de los hombres con el fin de agradar a Dios y glorificarle, sin preocuparnos por los desprecios o las alabanzas de las creaturas (168) .

Voy a proponer, en resumen, algunas prácticas exteriores, llamadas así no porque se hagan sin devoción interior, sino porque tienen algo externo que las distingue de las actitudes puramente interiores.

 

1. Preparar y hacer la consagración

227 Primera práctica. Quienes deseen abrazar esta devoción particular –no erigida aún en cofradía, aunque sería mucho de desear que lo fuera (169) – dedicarán –como he dicho en la primera parte de esta preparación al reinado de Jesucristo– doce días, por lo menos, a vaciarse del espíritu del mundo, contrario al de Jesucristo, y tres semanas en llenarse de Jesucristo por medio de la Santísima Virgen. Para ello podrán seguir este orden:

 

228 Durante la primera semana dedicarán todas sus oraciones y actos de piedad a pedir el conocimiento de sí mismos y la contrición de sus pecados, haciéndolo todo por espíritu de humildad. Podrán meditar, si quieren, lo dicho antes sobre nuestras malas inclinaciones (170) , y no considerarse durante los seis días de esta semana más que como caracoles, babosas, sapos, cerdos, serpientes, cabros; o meditar estos tres pensamientos de San Bernardo: “Piensa en lo que fuiste: un poco de barro; en lo que eres: un poco de estiércol; en lo que serás: pasto de gusano”. Rogarán a Nuestro Señor y al Espíritu Santo que los ilumine, diciendo: ¡Señor, que vea! (Lc 18,41); o: “¡Que yo te conozca!” (171) ; o también: ¡Ven, Espíritu Santo! Y dirán todos los días las letanías del Espíritu Santo y la oración señalada en la primera parte de esta obra. Recurrirán a la Santísima Virgen pidiéndole esta gracia, que debe ser el fundamento de las otras, y para ello dirán todos los días el himno Salve, Estrella del mar y las letanías de la Santísima Virgen.

 

229 Durante la segunda semana se dedicarán en todas sus oraciones y obras del día a conocer a la Santísima Virgen, pidiendo este conocimiento al Espíritu Santo. Podrán leer y meditar lo que al respecto hemos dicho (172) . Y rezarán con esta intención, como en la primera semana, las letanías del Espíritu Santo y el himno Salve, Estrella del mar y, además, el rosario o la tercera parte de él.

 

230 Dedicarán la tercera semana a conocer a Jesucristo. Para ello podrán leer y meditar lo que arriba hemos dicho y rezar la oración de San Agustín que se lee hacia el comienzo de la segunda parte (173). Podrán repetir una y mil veces cada día con el mismo santo: “¡Que yo te conozca, Señor!”, o bien: “¡Señor, sepa yo quién eres tú!” Rezarán, como en las semanas anteriores, las letanías del Espíritu Santo y el himno Salve, Estrella del mar, y añadirán todos los días las letanías del santo Nombre de Jesús.

 

231 Al concluir las tres semanas se confesarán y comulgarán con la intención de entregarse a Jesucristo, en calidad de esclavos de amor, por las manos de María. Y después de la comunión –que procurarán hacer según el método que expondré más tarde (174) – recitarán la fórmula de consagración, que también hallarán más adelante. Es conveniente que la escriban o hagan escribir, si no está impresa, y la firmen ese mismo día.

 

232 Conviene también que paguen en ese día algún tributo a Jesucristo y a su santísima Madre, ya como penitencia por su infidelidad al compromiso bautismal, ya para patentizar su total dependencia de Jesús y de María. Este tributo, naturalmente, dependerá de la devoción y capacidad de cada uno, como –por ejemplo– un ayuno, una mortificación, una limosna o un cirio. Pues, aun cuando sólo dieran, en homenaje, un alfiler, con tal que lo den de todo corazón, sería bastante para Jesús, que sólo atiende a la buena voluntad.

 

233 Al menos en cada aniversario, renovarán dicha consagración, observando las mismas prácticas durante tres semanas. Todos los meses y aun todos los días pueden renovar su entrega con estas pocas palabras: “Soy todo tuyo y cuanto tengo es tuyo, ¡oh mi amable Jesús!, por María, tu Madre santísima” (175) .

 

2. Rezo de la coronilla

 234 Segunda práctica. Rezarán todos los días de su vida -aunque sin considerarlo como obligación- la Coronilla de la Santísima Virgen, compuesta de tres padrenuestros y doce avemarías, para honrar los doce privilegios y grandezas de la Santísima Virgen. Esta práctica es muy antigua y tiene su fundamento en la Sagrada Escritura. San Juan vio una mujer coronada de doce estrellas, vestida del sol y con la luna bajo sus pies (ver Ap 12,1). Esta mujer –según los intérpretes– es María.

 

235 Sería prolijo enumerar las muchas maneras que hay de rezarla bien. El Espíritu Santo se las enseñará a quienes sean más fieles a esta devoción. Para recitarla con mayor sencillez será conveniente empezar así: “Dígnate aceptar mis alabanzas, Virgen Santísima. Dame fuerzas contra tus enemigos”. En seguida rezarás el Credo, un padrenuestro, cuatro avemarías y un gloria; todo ello tres veces. Al fin dirás: Bajo tu amparo...

 

3. Llevar cadenillas de hierro

 236 Tercera práctica. Es muy laudable, glorioso y útil para quienes se consagran como esclavos de Jesús en María llevar, como señal de su esclavitud de amor, alguna cadenilla de hierro bendecida con una fórmula propia que se ofrece más adelante (176) . Estas señales exteriores no son, en verdad, esenciales, y bien pueden suprimirse aun después de haber abrazado esta devoción. Sin embargo, no puedo menos de alabar en gran manera a quienes, una vez sacudidas las cadenas vergonzosas de la esclavitud del demonio –con que el pecado original y tal vez los pecados actuales los tenían atados–, se han sometido voluntariamente a la esclavitud de Jesucristo y se glorían, con San Pablo, de estar encadenados, por Jesucristo (ver Ef 3,1 y Flm 1.9), con cadenas mil veces más gloriosas y preciosas -aunque sean de hierro y sin brillo- que todos los collares de oro de los emperadores.

 

237 En otro tiempo no había nada más infamante que la cruz. Ahora este madero es lo más glorioso del cristianismo. Lo mismo decimos de los hierros de la esclavitud.

 Nada había entre los antiguos más ignominioso, ni lo hay entre los paganos. Pero entre los cristianos no hay nada más ilustre que estas cadenas de Jesucristo, porque ellas nos liberan y preservan de las ataduras infames del pecado y del demonio, nos ponen en libertad y nos ligan a Jesús y a María, no por violencia y a la fuerza, como presidiarios, sino por caridad y amor, como a hijos: Con correas de amor los atraía (Os 11,4) –dice el Señor por la boca de su profeta–. Estas cadenas de amor son, por consiguiente, fuertes como la muerte (Cant 8,6) y en cierto modo, más fuertes aún para quienes sean fieles en llevar hasta la muerte estas gloriosas preseas. Efectivamente, aunque la muerte destruya el cuerpo reduciéndolo a podredumbre, no destruirá las ataduras de esta esclavitud, que –siendo de hierro– no se disuelven fácilmente, y quizás en la resurrección de los cuerpos, en el gran juicio del último día, estas cadenas, que todavía rodearán sus huesos, constituirán parte de su gloria y se transformarán en cadenas de luz y de triunfo. ¡Dichosos, pues, mil veces los esclavos ilustres de Jesús en María, que llevan sus cadenas hasta el sepulcro!

 

238 Estas son las razones para llevar tales cadenillas: 1o Para recordar al cristiano los votos y promesas del Bautismo, la renovación perfecta que hizo de ellos por esta devoción y la estrecha obligación que ha contraído de permanecer fiel a ellos. Dado que el hombre, acostumbrado a gobernarse más por los sentidos que por la fe pura, olvida fácilmente sus obligaciones para con Dios si no tiene algún objeto que se las recuerde, estas cadenillas sirven admirablemente al cristiano para traerle a la memoria las cadenas del pecado y de la esclavitud del demonio –de las cuales lo libró el Bautismo– y de la servidumbre que en el Santo Bautismo prometió a Jesucristo y ratificó por la renovación de sus votos. Y una de las razones que explican por qué tan pocos cristianos piensan en los votos del Santo Bautismo viven un libertinaje propio de paganos –como si a nada se hubieran comprometido con Dios–, es que no llevan ninguna señal exterior que les recuerde todo esto.

 

239 2o Para mostrar que no nos avergonzamos de la esclavitud y servidumbre de Jesucristo y que renunciamos a la esclavitud funesta del mundo, del pecado y del demonio.

3o Para liberarnos y preservarnos de las cadenas del pecado y del infierno. Porque es preciso que llevemos las cadenas de la iniquidad o las del amor y de la salvación (177)

 

240 ¡Hermano carísimo! Rompamos las cadenas de los pecados y de los pecadores, del mundo y de los mundanos, del demonio y de sus secuaces. Arrojemos lejos de nosotros su yugo funesto: ¡Rompamos sus coyundas, sacudamos su yugo! (Sal 2,3). Mete los pies en su cepo –para usar el lenguaje del Espíritu Santo– y ofrece el cuello a su yugo (BenS 6,25). Inclinemos nuestros hombros y tomemos a cuestas la Sabiduría, que es Jesucristo: Arrima el hombro para cargar con ella y no te irrites con sus cadenas (BenS 6,26).

Toma nota de que el Espíritu Santo, antes de pronunciar estas palabras, prepara el alma a fin de que no rechace tan importante consejo, diciendo: Escucha, hijo mío, mi opinión y no rechaces mi consejo (BenS 6,26).

 

241 No lleves a mal, amigo, que me una al Espíritu Santo para darte el mismo consejo: Sus ataduras son una venda saludable (BenS 6,24). Como Jesucristo en la cruz debe atraerlo todo hacia Él (Jn 12,32), de grado o por fuerza, atraerá a los réprobos con las cadenas de sus pecados para encadenarlos, a manera de presidiarios y demonios, a su ira eterna y a su justicia vengadora; mientras atraerá -particularmente en estos últimos tiempos- a los predestinados con las cadenas de amor: Atraeré a todos hacia mí (Jn 12,32); Los atraeré con cadenas de amor (Os 11,4).

 

242 Estos esclavos de amor de Jesucristo o encadenados de Jesucristo (Ef 3,1) pueden llevar sus cadenas al cuello, en los brazos, en la cintura o en los pies. El P. Vicente Caraffa, séptimo superior general de la Compañía de Jesús -que murió en olor de santidad, en el año 1643-, llevaba, en señal de esclavitud, un aro de hierro en cada pie, y decía que su dolor era no poder arrastrar públicamente la cadena. La Madre Inés de Jesús, de quien hablamos antes (178) , llevaba una cadena a la cintura. Otros la han llevado al cuello, como penitencia por los collares de perlas que llevaron en el mundo, y otros, en los brazos, para acordarse, durante el trabajo manual, de que son esclavos de Jesucristo.

 

Notas a pie de página:

167 Ver SAN FRANCISCO DE SALES, Tratados Espirituales.

168 SAN GREGORIO MAGNO, Homilías.

169 A fines del siglo pasado (1899), MONS. DEHAMEL instituía en Ottawa (Canadá), la primera “Cofradía de María, Reina de los Corazones”. San Pío X (1913) daba el título de “Archicofradía” a la filial de Roma. En 1955, la Santa Sede aprobó también la rama de los “Sacerdotes de María”, que en Francia llegó a contar incluso con una floreciente Revista.

170 Ver VD 78-79.

171 SAN AGUSTÍN.

172 Ver VD 16-36; 83-89.

173 Ver VD 61-77.

174 VD 266-273.

175 Fórmula inspirada en SAN BUENAVENTURA.

177 Ver VD 68ss

178 Ver VD 170.