LA IGLESIA EN LA EDAD MEDIA
(1)
1La evangelización
de los distintos reinos bárbaros supuso una nueva situación para la Iglesia, amenazada
después por el Islam, 2mientras que la cristiandad medieval conocerá
la ruptura entre Oriente y Occidente, el Imperio de Carlomagno, su disgregación, y la lucha de las investiduras ante la feudalización de la Iglesia;
3superado lo anterior hubo importantes acontecimientos en la vida de la Iglesia, gracias a nuevas
formas de vida religiosa y a las universidades.
1. la iglesia ante los Pueblos bárbaros
y el islam
1.1
Irrupción y conversión
de los pueblos bárbaros
1.2
El reino de los francos
y el de los visigodos
1.3
La amenaza del Islam
2. la formación De la Cristiandad
medieval
2.1
La ruptura entre oriente y occidente
2.2
El imperio carolingio y el inicio
de los estados pontificios
2.3
La lucha de las investiduras
3. el apogeo De la Cristiandad medieval
3.1
Grandes acontecimientos de la Iglesia
3.2
Cluny y las nuevas formas de vida religiosa
3.3
Las universidades y la ciencia cristiana
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r. García Villoslada, Historia de la Iglesia Católica. II. Edad Media, Madrid (BAC) 20035.
1.
LA IGLESIA ANTE LOS PUEBLOS BÁRBAROS
Y EL ISLAM
1.1
Irrupción y conversión de los pueblos bárbaros
La entrada de pueblos bárbaros en el área del Imperio Romano
fue un largo proceso que
se puede situar entre los siglos II y X. En ocasiones se trató de emigraciones
más o menos pácificas, y en otros casos de auténticas invasiones; unos participaban ya antes
de elementos de la cultura
romana, y para otros era ajena. Varios
emperadores romanos habían recurrido a pactos y acuerdos con diversas tribus germánicas.
La actitud de
los cristianos ante los bárbaros fue muy variada. Los más iden- tificados con la cultura
romana, como Jerónimo, Ambrosio o Prudencio
com- partían el desprecio romano a los bárbaros y valoraban mucho al Imperio,
sobre todo desde su conversión.
Orosio advirtió que era una ocasión para llevarles a la verdadera fe y para superar algunos vicios de los romanos;
Salviano de Marsella escribió
en ese sentido ante los hechos consumados del derrumbamiento del Imperio
en Occidente. La caída misma de Roma impresionó a san Agustín quien escribió la Ciudad de Dios como meditación sobre la providencia a partir de dicho
suceso.
Entre los bárbaros, los Godos habían
recibido el evangelio ya a principios del siglo IV, pero su conversión
masiva se produjo en la segunda mitad de ese
siglo, y al arrianismo. Los borgoñones hacia el siglo V, pero su
contacto con los visigodos les pasó
al arrianismo, al igual que sucedió con los Hérulos, quienes en el 476 destronaron al último emperador
de occidente, Rómulo Augusto.
Los ostrogodos (godos orientales) invadieron
Italia y tras una primera tolerancia res- pecto
a los católicos posteriormente los atacaron, hasta que a mediados del siglo VI los bizantinos acabaron con ellos. Los lombardos, arrianos
por su contacto con los visigodos, ocuparon el norte de Italia y a
finales del siglo VI se hicieron católicos.
Los vándalos también eran arrianos y supusieron un grave problema para la Iglesia en el norte
de África durante
los siglos V-VI
.
En las islas británicas la retirada de las legiones
en el 410 permitió la invasión de los anglosajones que destruyeron el cristianismo por completo salvo en Gales.
La evangelización de Irlanda fue realizada por san Patricio
(escocés educado en Francia), en el siglo V, y la de
Inglaterra por san Agustín, enviado a finales
del siglo VI por san Gregorio
Magno. Fue un proceso complejo, debido a la diversidad de reinos, con gran desarrollo de la vida
monástica, pero finalmente se produjo
y resultó decisiva para movimientos posteriores de evangelización. Escocia estaba habitada por los
pictos, pueblo procedente de Noruega y su conversión comienza en el siglo V.
Las
conversiones de estos pueblos dependían de la actitud que tomara el rey, al que seguían los notables, por eso con
frecuencia pervivían costumbres de sus antiguas religiones que poco a poco se iban eliminando.
1.2
El reino de los francos y el de los visigodos
Los francos
conquistaron las Galias
tras la batalla
de Soissons (486) y, aunque
eran paganos, su rey Clodoveo estaba casado con la católica Clotilde, y
sus hijos estaban bautizados. Su conversión llevó a la del conjunto
de los francos y fue narrada
por cronistas de la época como la de Constantino. En cualquier caso paralizó
la expansión del arrianismo entre los pueblos germánicos y se evitó el conflicto entre los vencedores bárbaros y
la población católica. El reino se esta- bilizó en la dinastía
merovingia y la educación religioso-cristiana de la población franca llevó todavía
bastante tiempo.
Los visigodos, después de haber
tomado Roma en el 410 y tras diversos movimientos, se instalaron el sur de las Galias y en
Hispania, donde se conside- raron
independientes del Imperio. No obstante también entraron en Hispania suevos
(primero paganos, luego arrianos y católicos desde el 563, asentados en el noroeste), vándalos (que pasaron a
África) y alanos (que se diluyeron en las regiones
del centro y levante).
Los visigodos
toleraron inicialmente a los católicos, pero desde Teodorico (453-465) hubo un
estado más o menos permanente de persecución, o al menos discriminación. Dicha persecución se acentuó con Leovigildo (569-586) quien, tras conseguir la unidad
territorial de la península, quiso convertir
a todos al arrianismo, a pesar de que su hijo Hermenegildo era católico. Tras morir Leovigildo le sucede Recaredo, que en el Concilio III de Toledo
(589) se hizo católico y realizó la unificación religiosa de
Hispania.
A pesar de las inestabilidades políticas que ocasionaba una monarquía electiva
se dio un gran florecimiento de la Iglesia. Hubo multitud de concilios
que, en el caso de los Toledanos,
eran de los obispos de todo el reino y trataban también, (en un segundo momento de su celebración y a petición del rey)
cuestiones que tenían repercusión civil. En esta época escribieron Leandro e
Isidoro de Sevilla, Eugenio,
Ildefonso y Julián de Toledo, Tajón de Zaragoza, etc, que recopilaron gran
parte del saber antiguo y lo legaron a la Edad Media posterior (destacó sobre todo san Isidoro).
La liturgia hispana
y las codificaciones canónicas fueron
realizaciones de una gran importancia para la vida de la Iglesia.
1.3
La amenaza del Islam
El cristianismo se había expandido en los primeros siglos no sólo en las regiones del Imperio romano, sino también en diversos lugares de Oriente. En Persia parece que llegó hacia el siglo III, al principio con paz y por la sospecha de que se trataba de aliados de los romanos; hubo persecuciones muy sangrientas en los siglos V y VI, y los cristianos de la región en gran medida pasaron al nestorianismo. En Armenia la evangelización llegó a principios del siglo IV e incluso el rey se convirtió, de modo que Armenia fue el primer estado cristiano, si bien en el 491 pasaron al monofisimo al rechazar el Concilio de Calcedonia. Georgia recibió el Evangelio a principios del siglo IV, al igual que Arabia del Sur y Abisinia. Muchas de estas Iglesias, como las del norte de Africa, Siria y Palestina, sufrieron los ataques de los musulmanes desde el siglo VII y en algunos lugares prácticamente hicieron desaparcer la fe cristiana.
Las sencillas
doctrinas religiosas de Mahoma, con elementos judíos,
cristianos y otros originarios de Arabia consiguieron unificar a las tribus guerreras
del lugar y atacaron los imperios persa y
bizantino. Disensiones internas en los territorios conquistados y la debilidad de dichos imperios explican
su rápida expansión. En la primera
mitad del siglo VII cayeron
Siria, Palestina y Egipto, e incluso Constantinopla fue asediada dos veces.
En el norte de África las
divisiones ocasionadas por el cisma donatista facilitaron la conquista, y la mayoría
de los cristianos de origen bereber o
púnico se pasaron al Islam. En Hispania también las disensiones internas facilitaron una rápida conquista
desde el 711; en este caso subsistieron más comunidades cristianas, los mozárabes, pero también hubo numerosas
apostasías. Se alternaron periodos de persecución y tolerancia hasta bien entrado el siglo XI y el proceso de expulsión y reconquista no terminó hasta el 1492.
2.
LA FORMACIÓN
DE LA CRISTIANDAD MEDIEVAL
2.1
La ruptura entre oriente y occidente
La fundación de Constantinopla y su función
en el imperio de Oriente
hizo que su obispo fuera cada vez más
importante y por el canon 3 de Constantinopla
(381) y 28 de Calcedonia (451) se convirtió en la cabeza
de la Iglesia oriental, sin
olvidar nunca que el Patriarca dependía en todo del emperador. La creciente independencia de los territorios
gobernados por el Papa, que teóricamente dependían del emperador de Bizancio, y la coronación
imperial de Carlomagno distanciaron más a Oriente
de Roma. Por otra parte el patriarca
de Constanti- nopla
pretendía actuar como si fuera el Papa en Oriente. Las intervenciones de los Papas en la controversia iconoclasta a
favor de la recta fe produjeron resenti- mientos
en algunos y las costumbres
Por una compleja serie de
circunstancias Focio, secretario de estado del
emperador, llegó a ser Patriarca y con la excusa de que Roma interfería en los territorios búlgaros
excomulgó al Papa Nicolás I en el 867. Lo más característico de esta ruptura es que se alegaron por primera vez motivos
doctrinales (como la explicación
sobre la procesión del Espíritu Santo del Padre y del Hijo, es decir, el añadido del Filioque al credo). Nuevas circunstancias políticas llevaron a la deposición de Focio y al fin del cisma,
pero el planteamiento de la ruptura
por motivos doctrinales ya quedaba establecido. Se superaron diferencias en cuestio- nes concretas pero no volvió a existir una auténtica concordia.
Los siglos posteriores de
decadencia del papado y de hundimiento del imperio
carolingio hicieron que las intervenciones de Roma prácticamente desaparecieran
y algún apoyo esporádico de los Papas al emperador de oriente impidieron una renovación del cisma. Sin
embargo con la elección del patriarca Miguel
Cerulario, ambicioso y político, se renovaron las tensiones. Hubo una serie de acusaciones de tipo disciplinar y en realidad
secundarias de los griegos a los latinos, que recibieron
puntual contestación de Roma.
El emperador no quería romper
la alianza con el Papa, y éste envió legados,
entre ellos a Humberto de Silva Cándida, firme reformador
pero poco diplomático. Situó de manera correcta las diferencias en el primado del Romano
Pontífice, pero atacó los errores de los griegos; Cerulario decretó
el cierre de las iglesias
latinas en Constantinopla y Humberto le excomulgó en 1054, aunque, por la muerte del
Papa, tal excomu- nión carecía
ya de valor.
Otras iglesias
orientales dependientes de Constantinopla también rompieron con Roma. Hubo conatos
de unión en los Concilios de Lyon II (1274) y de Florencia (1439-1445), siempre
por presiones del emperador de Bizancio, pero la división
permaneció.
2.2
El imperio
carolingio y el inicio de los estados
pontificios
La decadencia de la dinastía
merovingia hizo que fuera sustituida por su mayordomo de palacio, Pipino, a quien apoyó el Papa
y de quien recibió ayuda contra los lombardos. El hijo de Pipino, Carlomagno, que ayudó al Papa León III frente
a la nobleza romana, fue coronado por éste. El acto de coronación confería
una dimensión sacral al imperio
y una delimitación de las funciones de unos y otros: el Papa,
elegido conforme a los cánones,
juraría fidelidad (no vasallaje) al emperador, y éste debía ser consagrado
y coronado por el Papa.
Carlomagno colaboró
activamente en la educación religiosa de su imperio y contribuyó a la
evangelización de pueblos bárbaros, a veces con métodos violentos que le reprocharon algunos fuerza
de su padre el imperio tenía menor estabilidad y quedó repartido entre los tres nietos de Carlomagno.
A principios del siglo X la dinastía
de Sajonia, también
llamada de los Otones, trató de restaurar el imperio e intervino
en diversos asuntos del pontificado. Los desórdenes
en Roma habían dado lugar a una situación de fuerte decadencia en la segunda mitad del siglo IX y el siglo
X. Una de las pocas excepciones fue el Papa Nicolás I.
El Papa tenía una cierta soberanía
en la región de Italia
central. El patrimonio de la sede de Pedro, distribuido en toda Italia
y muy bien organizado, confería
una especial fuerza al obispo de Roma.
Gran cantidad de territorios eran titulari dad
de la sede apostólica, aunque, nominalmente, dependieran del emperador de Bizancio. Ante las dificultades de contar con otra ayuda el Papa Esteban II (752- 757) pidió apoyo a Pipino, quien reestableció el orden y entregó toda una serie
de territorios al Papa, con lo cual se
podía hablar ya de unos estados pontificios.
La negativa de Pipino de entregar tales territorios al emperador de
Bizancio dejó clara la actitud de los francos;
bajo Carlomagno todo esto quedó
confirmado, aunque la última
instancia en los asuntos jurídicos y administrativos de esos territorios correspondería al emperador.
2.3
La lucha de las investiduras y la reforma de la Iglesia
Las profundas
relaciones entre lo religioso y lo secular resultaron ambiguas. Por una parte muchos
señores feudales se encargaban de construir y mantener iglesias
y clérigos, pero éstos quedaban sometidos a su señor y en la práctica sin poder ser controlados por el obispo.
Se consideraba que un oficio eclesiástico debía estar dotado de un beneficium,
con el que, a veces, se especulaba, des- atendiendo el oficio. A un nivel superior obispos y
abades quedaban asimilados a la nobleza, dando lugar a una serie de principados eclesiásticos que no eran hereditarios (pues debía nombrarse
un nuevo obispo
a la muerte del anterior). Esta situación hacía que
pudiera prevalecer la función social frente a la pastoral del obispo, y dependieran más del emperador que del Papa.
En tal contexto se produce la lucha de las investiduras, pues el emperador
considera que lo esencial
en el obispo es recibir
los derechos soberanos
anejos al episcopado o a la abadía en cuestión (investidura) quedando
el aspecto espiritual, como la ordenación, en un segundo plano: sólo se concedía
después de haberse convertido en vasallo del emperador. En tales circunstancias se entiende el riesgo de simonía, la tendencia a la relajación del clero y la dificultad de una reforma eclesiástica.
San Gregorio VII (1073-1085)
procedió con enorme energía a la reforma de la Iglesia para evitar tanto la simonía como el
nicolaitismo, lo cual le llevó al enfrentamiento con el emperador
y después de diversos acontecimientos, a morir en el destierro. Una cierta paz se alcanzó
con el concordato de Worms (1122):
a)
la Iglesia concedería la investidura de báculo y anillo, que antes abusivamente otorgaba el emperador; b) se permitiría la libre elección
por parte del clero; c) el emperador podría asistir a elecciones de obispos
y abades, pero sin violencia ni
simonía; d) los elegidos recibían los derechos soberanos del emperador por medio del cetro
y cumplirían las leyes del imperio. En otros lugares
hubo proble- mas análogos que tardaron
en superarse.