lunes, 3 de marzo de 2025

Tema 310 PLAN INTEGRAL DE FORMACIÓN PRIMER CURSO. TESIS 11 LA IGLESIA EN LA EDAD MEDIA (1)

 

TEMA 310. TESIS 11

LA IGLESIA EN LA EDAD MEDIA (1)

 

1La evangelización de los distintos reinos bárbaros supuso una nueva situación para la Iglesia, amenazada después por el Islam, 2mientras que la cristiandad medieval conocerá la ruptura entre Oriente y Occidente, el Imperio de Carlomagno, su disgregación, y la lucha de las investiduras ante la feudalización de la Iglesia; 3superado lo anterior hubo importantes acontecimientos en la vida de la Iglesia, gracias a nuevas formas de vida religiosa y a las universidades.

 

1.  la iglesia ante los Pueblos bárbaros y el islam

1.1 Irrupción y conversión de los pueblos bárbaros

1.2 El reino de los francos y el de los visigodos

1.3 La amenaza del Islam

2.  la formación De la Cristiandad medieval

2.1 La ruptura entre oriente y occidente

2.2 El imperio carolingio y el inicio de los estados pontificios

2.3 La lucha de las investiduras

3.  el apogeo De la Cristiandad medieval

3.1 Grandes acontecimientos de la Iglesia

3.2 Cluny y las nuevas formas de vida religiosa

3.3 Las universidades y la ciencia cristiana

 


r. García  Villoslada, Historia de la Iglesia Católica. II. Edad Media, Madrid (BAC) 20035.


1.              LA IGLESIA ANTE LOS PUEBLOS BÁRBAROS Y EL ISLAM

 

1.1              Irrupción y conversión de los pueblos bárbaros

La entrada de pueblos bárbaros en el área del Imperio Romano fue un largo proceso que se puede situar entre los siglos II y X. En ocasiones se trató de emigraciones más o menos pácificas, y en otros casos de auténticas invasiones; unos participaban ya antes de elementos de la cultura romana, y para otros era ajena. Varios emperadores romanos habían recurrido a pactos y acuerdos con diversas tribus germánicas.

 

La actitud de los cristianos ante los bárbaros fue muy variada. Los más iden- tificados con la cultura romana, como Jerónimo, Ambrosio o Prudencio com- partían el desprecio romano a los bárbaros y valoraban mucho al Imperio, sobre todo desde su conversión. Orosio advirtió que era una ocasión para llevarles a la verdadera fe y para superar algunos vicios de los romanos; Salviano de Marsella escribió en ese sentido ante los hechos consumados del derrumbamiento del Imperio en Occidente. La caída misma de Roma impresionó a san Agustín quien escribió la Ciudad de Dios como meditación sobre la providencia a partir de dicho suceso.

 

Entre los bárbaros, los Godos habían recibido el evangelio ya a principios del siglo IV, pero su conversión masiva se produjo en la segunda mitad de ese siglo, y al arrianismo. Los borgoñones hacia el siglo V, pero su contacto con los visigodos les pasó al arrianismo, al igual que sucedió con los Hérulos, quienes en el 476 destronaron al último emperador de occidente, Rómulo Augusto.

 

Los ostrogodos (godos orientales) invadieron Italia y tras una primera tolerancia res- pecto a los católicos posteriormente los atacaron, hasta que a mediados del siglo VI los bizantinos acabaron con ellos. Los lombardos, arrianos por su contacto con los visigodos, ocuparon el norte de Italia y a finales del siglo VI se hicieron católicos. Los vándalos también eran arrianos y supusieron un grave problema para la Iglesia en el norte de África durante los siglos V-VI

.

En las islas británicas la retirada de las legiones en el 410 permitió la invasión de los anglosajones que destruyeron el cristianismo por completo salvo en Gales. La evangelización de Irlanda fue realizada por san Patricio (escocés educado en Francia), en el siglo V, y la de Inglaterra por san Agustín, enviado a finales del siglo VI por san Gregorio Magno. Fue un proceso complejo, debido a la diversidad de reinos, con gran desarrollo de la vida monástica, pero finalmente se produjo y resultó decisiva para movimientos posteriores de evangelización. Escocia estaba habitada por los pictos, pueblo procedente de Noruega y su conversión comienza en el siglo V.

Las conversiones de estos pueblos dependían de la actitud que tomara el rey, al que seguían los notables, por eso con frecuencia pervivían costumbres de sus antiguas religiones que poco a poco se iban eliminando.

1.2              El reino de los francos y el de los visigodos

Los francos conquistaron las Galias tras la batalla de Soissons (486) y, aunque eran paganos, su rey Clodoveo estaba casado con la católica Clotilde, y sus hijos estaban bautizados. Su conversión llevó a la del conjunto de los francos y fue narrada por cronistas de la época como la de Constantino. En cualquier caso paralizó la expansión del arrianismo entre los pueblos germánicos y se evitó el conflicto entre los vencedores bárbaros y la población católica. El reino se esta- bilizó en la dinastía merovingia y la educación religioso-cristiana de la población franca llevó todavía bastante tiempo.

 

Los visigodos, después de haber tomado Roma en el 410 y tras diversos movimientos, se instalaron el sur de las Galias y en Hispania, donde se conside- raron independientes del Imperio. No obstante también entraron en Hispania suevos (primero paganos, luego arrianos y católicos desde el 563, asentados en el noroeste), vándalos (que pasaron a África) y alanos (que se diluyeron en las regiones del centro y levante).

 

Los visigodos toleraron inicialmente a los católicos, pero desde Teodorico (453-465) hubo un estado más o menos permanente de persecución, o al menos discriminación. Dicha persecución se acentuó con Leovigildo (569-586) quien, tras conseguir la unidad territorial de la península, quiso convertir a todos al arrianismo, a pesar de que su hijo Hermenegildo era católico. Tras morir Leovigildo le sucede Recaredo, que en el Concilio III de Toledo (589) se hizo católico y realizó la unificación religiosa de Hispania.

 

A pesar de las inestabilidades políticas que ocasionaba una monarquía electiva se dio un gran florecimiento de la Iglesia. Hubo multitud de concilios que, en el caso de los Toledanos, eran de los obispos de todo el reino y trataban también, (en un segundo momento de su celebración y a petición del rey) cuestiones que tenían repercusión civil. En esta época escribieron Leandro e Isidoro de Sevilla, Eugenio, Ildefonso y Julián de Toledo, Tajón de Zaragoza, etc, que recopilaron gran parte del saber antiguo y lo legaron a la Edad Media posterior (destacó sobre todo san Isidoro). La liturgia hispana y las codificaciones canónicas fueron realizaciones de una gran importancia para la vida de la Iglesia.

1.3              La amenaza del Islam

El cristianismo se había expandido en los primeros siglos no sólo en las regiones del Imperio romano, sino también en diversos lugares de Oriente. En Persia parece que llegó hacia el siglo III, al principio con paz y por la sospecha de que se trataba de aliados de los romanos; hubo persecuciones muy sangrientas en los siglos V y VI, y los cristianos de la región en gran medida pasaron al nestorianismo. En Armenia la evangelización llegó a principios del siglo IV e incluso el rey se convirtió, de modo que Armenia fue el primer estado cristiano, si bien en el 491 pasaron al monofisimo al rechazar el Concilio de Calcedonia. Georgia recibió el Evangelio a principios del siglo IV, al igual que Arabia del Sur y Abisinia. Muchas de estas Iglesias, como las del norte de Africa, Siria y Palestina, sufrieron los ataques de los musulmanes desde el siglo VII y en algunos lugares prácticamente hicieron desaparcer la fe cristiana.

 

Las sencillas doctrinas religiosas de Mahoma, con elementos judíos, cristianos y otros originarios de Arabia consiguieron unificar a las tribus guerreras del lugar y atacaron los imperios persa y bizantino. Disensiones internas en los territorios conquistados y la debilidad de dichos imperios explican su rápida expansión. En la primera mitad del siglo VII cayeron Siria, Palestina y Egipto, e incluso Constantinopla fue asediada dos veces.

 

En el norte de África las divisiones ocasionadas por el cisma donatista facilitaron la conquista, y la mayoría de los cristianos de origen bereber o púnico se pasaron al Islam. En Hispania también las disensiones internas facilitaron una rápida conquista desde el 711; en este caso subsistieron más comunidades cristianas, los mozárabes, pero también hubo numerosas apostasías. Se alternaron periodos de persecución y tolerancia hasta bien entrado el siglo XI y el proceso de expulsión y reconquista no terminó hasta el 1492.

 

2.              LA FORMACIÓN DE LA CRISTIANDAD MEDIEVAL

 

2.1              La ruptura entre oriente y occidente

La fundación de Constantinopla y su función en el imperio de Oriente hizo que su obispo fuera cada vez más importante y por el canon 3 de Constantinopla

(381) y 28 de Calcedonia (451) se convirtió en la cabeza de la Iglesia oriental, sin olvidar nunca que el Patriarca dependía en todo del emperador. La creciente independencia de los territorios gobernados por el Papa, que teóricamente dependían del emperador de Bizancio, y la coronación imperial de Carlomagno distanciaron más a Oriente de Roma. Por otra parte el patriarca de Constanti- nopla pretendía actuar como si fuera el Papa en Oriente. Las intervenciones de los Papas en la controversia iconoclasta a favor de la recta fe produjeron resenti- mientos en algunos y las costumbres

 

Por una compleja serie de circunstancias Focio, secretario de estado del emperador, llegó a ser Patriarca y con la excusa de que Roma interfería en los territorios búlgaros excomulgó al Papa Nicolás I en el 867. Lo más característico de esta ruptura es que se alegaron por primera vez motivos doctrinales (como la explicación sobre la procesión del Espíritu Santo del Padre y del Hijo, es decir, el añadido del Filioque al credo). Nuevas circunstancias políticas llevaron a la deposición de Focio y al fin del cisma, pero el planteamiento de la ruptura por motivos doctrinales ya quedaba establecido. Se superaron diferencias en cuestio- nes concretas pero no volvió a existir una auténtica concordia.

 

Los siglos posteriores de decadencia del papado y de hundimiento del imperio carolingio hicieron que las intervenciones de Roma prácticamente desaparecieran y algún apoyo esporádico de los Papas al emperador de oriente impidieron una renovación del cisma. Sin embargo con la elección del patriarca Miguel Cerulario, ambicioso y político, se renovaron las tensiones. Hubo una serie de acusaciones de tipo disciplinar y en realidad secundarias de los griegos a los latinos, que recibieron puntual contestación de Roma.

 

El emperador no quería romper la alianza con el Papa, y éste envió legados, entre ellos a Humberto de Silva Cándida, firme reformador pero poco diplomático. Situó de manera correcta las diferencias en el primado del Romano Pontífice, pero atacó los errores de los griegos; Cerulario decretó el cierre de las iglesias latinas en Constantinopla y Humberto le excomulgó en 1054, aunque, por la muerte del Papa, tal excomu- nión carecía ya de valor.

 

Otras iglesias orientales dependientes de Constantinopla también rompieron con Roma. Hubo conatos de unión en los Concilios de Lyon II (1274) y de Florencia (1439-1445), siempre por presiones del emperador de Bizancio, pero la división permaneció.

2.2              El imperio carolingio y el inicio de los estados pontificios

La decadencia de la dinastía merovingia hizo que fuera sustituida por su mayordomo de palacio, Pipino, a quien apoyó el Papa y de quien recibió ayuda contra los lombardos. El hijo de Pipino, Carlomagno, que ayudó al Papa León III frente a la nobleza romana, fue coronado por éste. El acto de coronación confería una dimensión sacral al imperio y una delimitación de las funciones de unos y otros: el Papa, elegido conforme a los cánones, juraría fidelidad (no vasallaje) al emperador, y éste debía ser consagrado y coronado por el Papa.

 

Carlomagno colaboró activamente en la educación religiosa de su imperio y contribuyó a la evangelización de pueblos bárbaros, a veces con métodos violentos que le reprocharon algunos fuerza de su padre el imperio tenía menor estabilidad y quedó repartido entre los tres nietos de Carlomagno.

 

A principios del siglo X la dinastía de Sajonia, también llamada de los Otones, trató de restaurar el imperio e intervino en diversos asuntos del pontificado. Los desórdenes en Roma habían dado lugar a una situación de fuerte decadencia en la segunda mitad del siglo IX y el siglo X. Una de las pocas excepciones fue el Papa Nicolás I.

 

El Papa tenía una cierta soberanía en la región de Italia central. El patrimonio de la sede de Pedro, distribuido en toda Italia y muy bien organizado, confería una especial fuerza al obispo de Roma. Gran cantidad de territorios eran titulari dad de la sede apostólica, aunque, nominalmente, dependieran del emperador de Bizancio. Ante las dificultades de contar con otra ayuda el Papa Esteban II (752- 757) pidió apoyo a Pipino, quien reestableció el orden y entregó toda una serie de territorios al Papa, con lo cual se podía hablar ya de unos estados pontificios. La negativa de Pipino de entregar tales territorios al emperador de Bizancio dejó clara la actitud de los francos; bajo Carlomagno todo esto quedó confirmado, aunque la última instancia en los asuntos jurídicos y administrativos de esos territorios correspondería al emperador.

2.3              La lucha de las investiduras y la reforma de la Iglesia

Las profundas relaciones entre lo religioso y lo secular resultaron ambiguas. Por una parte muchos señores feudales se encargaban de construir y mantener iglesias y clérigos, pero éstos quedaban sometidos a su señor y en la práctica sin poder ser controlados por el obispo.

Se consideraba que un oficio eclesiástico debía estar dotado de un beneficium, con el que, a veces, se especulaba, des- atendiendo el oficio. A un nivel superior obispos y abades quedaban asimilados a la nobleza, dando lugar a una serie de principados eclesiásticos que no eran hereditarios (pues debía nombrarse un nuevo obispo a la muerte del anterior). Esta situación hacía que pudiera prevalecer la función social frente a la pastoral del obispo, y dependieran más del emperador que del Papa.

 

En tal contexto se produce la lucha de las investiduras, pues el emperador considera que lo esencial en el obispo es recibir los derechos soberanos anejos al episcopado o a la abadía en cuestión (investidura) quedando el aspecto espiritual, como la ordenación, en un segundo plano: sólo se concedía después de haberse convertido en vasallo del emperador. En tales circunstancias se entiende el riesgo de simonía, la tendencia a la relajación del clero y la dificultad de una reforma eclesiástica.

 

San Gregorio VII (1073-1085) procedió con enorme energía a la reforma de la Iglesia para evitar tanto la simonía como el nicolaitismo, lo cual le llevó al enfrentamiento con el emperador y después de diversos acontecimientos, a morir en el destierro. Una cierta paz se alcanzó con el concordato de Worms (1122):

a)       la Iglesia concedería la investidura de báculo y anillo, que antes abusivamente otorgaba el emperador; b) se permitiría la libre elección por parte del clero; c) el emperador podría asistir a elecciones de obispos y abades, pero sin violencia ni simonía; d) los elegidos recibían los derechos soberanos del emperador por medio del cetro y cumplirían las leyes del imperio. En otros lugares hubo proble- mas análogos que tardaron en superarse.