DERECHOS
Y DEBERES
«La
solidaridad universal, que es un hecho y un beneficio para todos, es también un
deber». En la actualidad, muchos pretenden pensar que no deben nada a nadie, si
no es a sí mismos. Piensan que sólo son titulares de derechos y con frecuencia
les cuesta madurar en su responsabilidad respecto al desarrollo integral propio
y ajeno. Por ello, es importante urgir una nueva reflexión sobre los deberes
que los derechos presuponen, y sin los cuales éstos se convierten en algo
arbitrario.
Hoy
se da una profunda contradicción. Mientras, por un lado, se reivindican
presuntos derechos, de carácter arbitrario y voluptuoso, con la pretensión de
que las estructuras públicas los reconozcan y promuevan, por otro, hay derechos
elementales y fundamentales que se ignoran y violan en gran parte de la
humanidad.
La
exacerbación de los derechos conduce al olvido de los deberes. Los deberes
delimitan los derechos porque remiten a un marco antropológico y ético en cuya
verdad se insertan también los derechos y así dejan de ser arbitrarios. Compartir
los deberes recíprocos moviliza mucho más que la mera reivindicación de
derechos.
CRECIMIENTO
DEMOGRAFICO
La
concepción de los derechos y de los deberes respecto al desarrollo, debe tener
también en cuenta los problemas relacionados con el crecimiento demográfico.
Es un aspecto muy importante del verdadero desarrollo, porque afecta a los
valores irrenunciables de la vida y de la familia.
No
es correcto considerar el aumento de población como la primera causa del
subdesarrollo, incluso desde el punto de vista económico: baste pensar, por un
lado, en la notable disminución de la mortalidad infantil y al aumento de la
edad media que se produce en los países económicamente desarrollados y, por
otra, en los signos de crisis que se perciben en la sociedades en las que se
constata una preocupante disminución de la natalidad.
Obviamente,
se ha de seguir prestando la debida atención a una procreación responsable que,
por lo demás, es una contribución efectiva al desarrollo humano integral. La
Iglesia, que se interesa por el verdadero desarrollo del hombre, exhorta a éste
a que respete los valores humanos también en el ejercicio de la sexualidad:
ésta no puede quedar reducida a un mero hecho hedonista y lúdico, del mismo
modo que la educación sexual no se puede limitar a una instrucción técnica, con
la única preocupación de proteger a los interesados de eventuales contagios o
del «riesgo» de procrear.
APERTURA
A LA VIDA
La
apertura moralmente responsable a la vida es una riqueza social y económica. Grandes
naciones han podido salir de la miseria gracias también al gran número y a la
capacidad de sus habitantes. Al contrario, naciones en un tiempo florecientes
pasan ahora por una fase de incertidumbre, y en algún caso de decadencia,
precisamente a causa del bajo índice de natalidad, un problema crucial para las
sociedades de mayor bienestar.
La
disminución de los nacimientos, a veces por debajo del llamado «índice de
reemplazo generacional», pone en crisis incluso a los sistemas de asistencia
social, aumenta los costes, merma la reserva del ahorro y, consiguientemente, los
recursos financieros necesarios para las inversiones, reduce la disponibilidad
de trabajadores cualificados y disminuye la reserva de «cerebros» a los que
recurrir para las necesidades de la nación.
Además,
las familias pequeñas, o muy pequeñas a veces, corren el riesgo de empobrecer
las relaciones sociales y de no asegurar formas eficaces de solidaridad. Son
situaciones que presentan síntomas de escasa confianza en el futuro y de fatiga
moral.
PROMOCIÓN
DE LA FAMILIA
Por
eso, se convierte en una necesidad social, e incluso económica, seguir
proponiendo a las nuevas generaciones la hermosura de la familia y del
matrimonio, su sintonía con las exigencias más profundas del corazón y de la
dignidad de la persona.
En
esta perspectiva, los estados están llamados a establecer políticas que
promuevan la centralidad y la integridad de la familia, fundada en el
matrimonio entre un hombre y una mujer, célula primordial y vital de la
sociedad, haciéndose cargo también de sus problemas económicos y fiscales, en
el respeto de su naturaleza relacional.
LA
ÉTICA EN LA ACTIVIDAD ECONÓMICA
Responder
a las exigencias morales más profundas de la persona tiene también importantes
efectos beneficiosos en el plano económico. En efecto, la economía tiene
necesidad de la ética para su correcto funcionamiento; no de una ética
cualquiera, sino de una ética amiga de la persona.
Hoy
se habla mucho de ética en el campo económico, bancario y empresarial. Surgen
centros de estudio y programas formativos de business ethics; se difunde
en el mundo desarrollado el sistema de certificaciones éticas, siguiendo la
línea del movimiento de ideas nacido en torno a la responsabilidad social de la
empresa.
Los
bancos proponen cuentas y fondos de inversión llamados «éticos». Se desarrolla
una «finanza ética», sobre todo mediante el microcrédito y, más en general, la
microfinanciación. Dichos procesos son apreciados y merecen un amplio apoyo.
Sus efectos positivos llegan incluso a las áreas menos desarrolladas de la
tierra.
Conviene,
sin embargo, elaborar un criterio de discernimiento válido, pues se nota un
cierto abuso del adjetivo «ético» que, usado de manera genérica, puede abarcar
también contenidos completamente distintos, hasta el punto de hacer pasar por
éticas decisiones y opciones contrarias a la justicia y al verdadero bien del
hombre.
ÉTICA
Y DOCTRINA SOCIAL
En
efecto, mucho depende del sistema moral de referencia. Sobre este aspecto, la
doctrina social de la Iglesia ofrece una aportación específica, que se funda en
la creación del hombre «a imagen de Dios» (Gn 1,27), algo que comporta
la inviolable dignidad de la persona humana, así como el valor trascendente de
las normas morales naturales.
Una
ética económica que prescinda de estos dos pilares correría el peligro de
perder inevitablemente su propio significado y prestarse así a ser
instrumentalizada; más concretamente, correría el riesgo de amoldarse a los
sistemas económico-financieros existentes, en vez de corregir sus disfunciones.
A este respecto, la doctrina social de la Iglesia habla con claridad,
recordando que la economía, en todas sus ramas, es un sector de la actividad
humana
INICIATIVAS
DE DESARROLLO
En
las iniciativas para el desarrollo debe quedar a salvo el principio de
la centralidad de la persona humana, que es quien debe asumirse en
primer lugar el deber del desarrollo. Lo que interesa principalmente es la
mejora de las condiciones de vida de las personas concretas.
Los programas de desarrollo, para poder
adaptarse a las situaciones concretas, han de ser flexibles; y las personas que
se beneficien deben implicarse directamente en su planificación y convertirse
en protagonistas de su realización. También es necesario aplicar los criterios
de progresión y acompañamiento —incluido el seguimiento de los resultados—, porque
no hay recetas universalmente válidas. Mucho depende de la gestión concreta de
las intervenciones. «Constructores de su propio desarrollo, los pueblos son los
primeros responsables de él. Pero no lo realizarán en el aislamiento».
COOPERACIÓN
INTERNACIONAL
La
cooperación internacional necesita personas que participen en el proceso
del desarrollo económico y humano, mediante la solidaridad de la presencia, el
acompañamiento, la formación y el respeto. Desde este punto de vista, los
propios organismos internacionales deberían preguntarse sobre la eficacia real
de sus aparatos burocráticos y administrativos, frecuentemente demasiado
costosos.
A
este respecto, cabría desear que los organismos internacionales y las
organizaciones no gubernamentales se esforzaran por una transparencia total,
informando a los donantes y a la opinión pública sobre la proporción de los
fondos recibidos que se destina a programas de cooperación, sobre el verdadero
contenido de dichos programas y, en fin, sobre la distribución de los gastos de
la institución misma.