Caminos de juventud
134. ¿Cómo se vive la
juventud cuando nos dejamos iluminar y transformar por el gran anuncio del
Evangelio? Es importante hacerse esta pregunta, porque la juventud, más que un
orgullo, es un regalo de Dios: «Ser joven es una gracia, una fortuna»[71].
Es un don que podemos malgastar inútilmente, o bien podemos recibirlo
agradecidos y vivirlo con plenitud.
135. Dios es el autor de la
juventud y Él obra en cada joven. La juventud es un tiempo bendito para el
joven y una bendición para la Iglesia y el mundo. Es una alegría, un canto de
esperanza y una bienaventuranza. Apreciar la juventud implica ver este tiempo
de la vida como un momento valioso y no como una etapa de paso donde la gente
joven se siente empujada hacia la edad adulta.
Tiempo de sueños y de elecciones
136. En la época de Jesús
la salida de la niñez era un paso sumamente esperado en la vida, que se
celebraba y se disfrutaba mucho. De ahí que Jesús, cuando devolvió la vida a
una «niña» (Mc 5,39), le hizo dar un paso más, la promovió y la
convirtió en «muchacha» (Mc 5,41). Al decirle «¡muchacha
levántate!» (talitá kum) al mismo tiempo la hizo más responsable de su
vida abriéndole las puertas a la juventud.
137. «La juventud, fase del
desarrollo de la personalidad, está marcada por sueños que van tomando cuerpo,
por relaciones que adquieren cada vez más consistencia y equilibrio, por
intentos y experimentaciones, por elecciones que construyen gradualmente un
proyecto de vida. En este período de la vida, los jóvenes están llamados a
proyectarse hacia adelante sin cortar con sus raíces, a construir autonomía,
pero no en solitario»[72].
138. El amor de Dios y
nuestra relación con Cristo vivo no nos privan de soñar, no nos exigen que
achiquemos nuestros horizontes. Al contrario, ese amor nos promueve, nos
estimula, nos lanza hacia una vida mejor y más bella.
La palabra “inquietud”
resume muchas de las búsquedas de los corazones de los jóvenes. Como decía
san Pablo VI, «precisamente en las
insatisfacciones que los atormentan […] hay un elemento de luz»[73].
La inquietud insatisfecha, junto con el asombro por lo nuevo que se presenta en
el horizonte, abre paso a la osadía que los mueve a asumirse a sí mismos, a
volverse responsables de una misión.
Esta sana inquietud que se despierta
especialmente en la juventud sigue siendo la característica de cualquier
corazón que se mantiene joven, disponible, abierto. La verdadera paz interior
convive con esa insatisfacción profunda. San Agustín decía: «Señor, nos creaste
para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en ti»[74].
139. Tiempo atrás un amigo
me preguntó qué veo yo cuando pienso en un joven. Mi respuesta fue que «veo un
chico o una chica que busca su propio camino, que quiere volar con los pies,
que se asoma al mundo y mira el horizonte con ojos llenos de esperanza, llenos
de futuro y también de ilusiones.
El joven camina con dos pies como los
adultos, pero a diferencia de los adultos, que los tienen paralelos, pone uno
delante del otro, dispuesto a irse, a partir. Siempre mirando hacia adelante.
Hablar de jóvenes significa hablar de promesas, y significa hablar de alegría.
Los jóvenes tienen tanta fuerza, son capaces de mirar con tanta esperanza. Un
joven es una promesa de vida que lleva incorporado un cierto grado de
tenacidad; tiene la suficiente locura para poderse autoengañar y la suficiente
capacidad para poder curarse de la desilusión que pueda derivar de ello»[75].
140. Algunos jóvenes quizás
rechazan esta etapa de la vida, porque quisieran seguir siendo niños, o desean
«una prolongación indefinida de la adolescencia y el aplazamiento de las
decisiones; el miedo a lo definitivo genera así una especie de parálisis en la
toma de decisiones.
La juventud, sin embargo, no puede ser un tiempo en
suspenso: es la edad de las decisiones y precisamente en esto consiste su
atractivo y su mayor cometido. Los jóvenes toman decisiones en el ámbito
profesional, social, político, y otras más radicales que darán una
configuración determinante a su existencia»[76].
También toman decisiones en lo que tiene que ver con el amor, en la elección de
la pareja y en la opción de tener los primeros hijos. Profundizaremos estos
temas en los últimos capítulos, referidos a la vocación de cada uno y a su
discernimiento.
141. Pero en contra de los
sueños que movilizan decisiones, siempre «existe la amenaza del lamento, de la
resignación. Esto lo dejamos para aquellos que siguen a la “diosa lamentación”
[…]. Es un engaño: te hace tomar la senda equivocada. Cuando todo parece
paralizado y estancado, cuando los problemas personales nos inquietan, los
malestares sociales no encuentran las debidas respuestas, no es bueno darse por
vencido.
El camino es Jesús: hacerle subir a nuestra barca y remar mar adentro
con Él. ¡Él es el Señor! Él cambia la perspectiva de la vida. La fe en Jesús
conduce a una esperanza que va más allá, a una certeza fundada no sólo en
nuestras cualidades y habilidades, sino en la Palabra de Dios, en la invitación
que viene de Él. Sin hacer demasiados cálculos humanos ni preocuparse por
verificar si la realidad que los rodea coincide con sus seguridades. Remen mar
adentro, salgan de ustedes mismos»[77].
142. Hay que perseverar en
el camino de los sueños. Para ello hay que estar atentos a una tentación que
suele jugarnos una mala pasada: la ansiedad. Puede ser una gran enemiga cuando
nos lleva a bajar los brazos porque descubrimos que los resultados no son
instantáneos. Los sueños más bellos se conquistan con esperanza, paciencia y
empeño, renunciando a las prisas.
Al mismo tiempo, no hay que detenerse por
inseguridad, no hay que tener miedo de apostar y de cometer errores. Sí hay que
tener miedo a vivir paralizados, como muertos en vida, convertidos en seres que
no viven porque no quieren arriesgar, porque no perseveran en sus empeños o
porque tienen temor a equivocarse. Aún si te equivocas siempre podrás levantar
la cabeza y volver a empezar, porque nadie tiene derecho a robarte la
esperanza.
143. Jóvenes, no renuncien
a lo mejor de su juventud, no observen la vida desde un balcón. No confundan la
felicidad con un diván ni vivan toda su vida detrás de una pantalla. Tampoco se
conviertan en el triste espectáculo de un vehículo abandonado. No sean autos
estacionados, mejor dejen brotar los sueños y tomen decisiones. Arriesguen,
aunque se equivoquen.
No sobrevivan con el alma anestesiada ni miren el mundo
como si fueran turistas. ¡Hagan lío! Echen fuera los miedos que los paralizan,
para que no se conviertan en jóvenes momificados. ¡Vivan! ¡Entréguense a lo
mejor de la vida! ¡Abran la puerta de la jaula y salgan a volar! Por favor, no
se jubilen antes de tiempo.
Las ganas de vivir y de experimentar
144. Esta proyección hacia
el futuro que se sueña, no significa que los jóvenes estén completamente
lanzados hacia adelante, porque al mismo tiempo hay en ellos un fuerte deseo de
vivir el presente, de aprovechar al máximo las posibilidades que esta vida les
regala. ¡Este mundo está repleto de belleza! ¿Cómo despreciar los regalos de
Dios?
145. Contrariamente a lo
que muchos piensan, el Señor no quiere debilitar estas ganas de vivir. Es sano
recordar lo que enseñaba un sabio del Antiguo Testamento: «Hijo, en la medida
de tus posibilidades trátate bien […]. No te prives de pasar un buen día» (Si 14,11.14).
El verdadero Dios, el que te ama, te quiere feliz. Por eso en la Biblia
encontramos también este consejo dirigido a los jóvenes: «Disfruta, joven, en
tu juventud, pásalo bien en tus años jóvenes […]. Aparta el mal humor de tu
pecho” (Qo 11,9-10). Porque es Dios quien «nos provee
espléndidamente de todo para que lo disfrutemos» (1 Tm 6,17).
146. ¿Cómo podrá ser
agradecido con Dios alguien que no es capaz de disfrutar de sus pequeños regalos
de cada día, alguien que no sabe detenerse ante las cosas simples y agradables
que encuentra a cada paso? Porque «nadie es peor del que se tortura a sí mismo»
(Si 14,6). No se trata de ser un insaciable que siempre está
obsesionado por más y más placeres. Al contrario, porque eso te impedirá vivir
el presente. La cuestión es saber abrir los ojos y detenerte para vivir
plenamente y con gratitud cada pequeño don de la vida.
147. Está claro que la
Palabra de Dios te invita a vivir el presente, no sólo a preparar el mañana:
«No se preocupen por el mañana; el mañana se preocupará de sí mismo; a cada día
le basta con lo suyo» (Mt 6,34). Pero esto no se refiere a
lanzarnos a un desenfreno irresponsable que nos deja vacíos y siempre
insatisfechos, sino a vivir el presente a lo grande, utilizando las energías
para cosas buenas, cultivando la fraternidad, siguiendo a Jesús y valorando
cada pequeña alegría de la vida como un regalo del amor de Dios.
148. En este sentido,
quiero recordar que el cardenal Francisco Javier Nguyên Van Thuân, cuando lo
encerraron en un campo de concentración, no quiso que sus días consistieran
sólo en esperar y esperar un futuro. Su opción fue «vivir el momento presente
colmándolo de amor»; y el modo como lo practicaba era: «Aprovecho las ocasiones
que se presentan cada día para realizar acciones ordinarias de manera
extraordinaria»[78].
Mientras luchas para dar forma a tus sueños, vive plenamente el hoy, entrégalo
todo y llena de amor cada momento. Porque es verdad que este día de tu juventud
puede ser el último, y entonces vale la pena vivirlo con todas las ganas y con
toda la profundidad posible.
149. Esto incluye también
los momentos duros, que deben ser vividos a fondo para llegar a aprender su
mensaje. Como enseñan los Obispos suizos: «Él está allí donde nosotros
pensábamos que nos había abandonado y que ya no había salvación alguna. Es una
paradoja, pero el sufrimiento, las tinieblas, se convirtieron, para muchos
cristianos [...] en lugares de encuentro con Dios»[79].
Además,
el deseo de vivir y de experimentar se refiere en especial a muchos jóvenes en
condición de discapacidad física, mental y sensorial. Incluso si no siempre
pueden hacer las mismas experiencias que sus compañeros, tienen recursos
sorprendentes e inimaginables que a veces superan a los comunes. El Señor Jesús
los llena con otros dones, que la comunidad está llamada a valorar, para que
puedan descubrir su plan de amor para cada uno de ellos.
Notas a pie de página:
[71] S. Pablo VI, Alocución para la beatificación de Nunzio Sulprizio (1
diciembre 1963): AAS 56 (1964), 28.
[78] Cinco panes y dos peces: un gozoso testimonio de fe desde el
sufrimiento en la cárcel, México 1999, 21.