DESARROLLO
Y MEDIO AMBIENTE
El
tema del desarrollo está también muy unido hoy a los deberes que nacen de la relación
del hombre con el ambiente natural. Éste es un don de Dios para
todos, y su uso representa para nosotros una responsabilidad para con los
pobres, las generaciones futuras y toda la humanidad.
Cuando
se considera la naturaleza, y en primer lugar al ser humano, fruto del azar o
del determinismo evolutivo, disminuye el sentido de la responsabilidad en las
conciencias. El creyente reconoce en la naturaleza el maravilloso resultado de
la intervención creadora de Dios, que el hombre puede utilizar responsablemente
para satisfacer sus legítimas necesidades —materiales e inmateriales—
respetando el equilibrio inherente a la creación misma. Si se desvanece esta
visión, se acaba por considerar la naturaleza como un tabú intocable o, al contrario,
por abusar de ella. Ambas posturas no son conformes con la visión cristiana de
la naturaleza, fruto de la creación de Dios.
La
naturaleza es expresión de un proyecto de amor y de verdad. Ella nos
precede y nos ha sido dada por Dios como ámbito de vida. Nos habla del Creador
(cf. Rm 1,20) y de su amor a la humanidad. Está destinada a encontrar la
«plenitud» en Cristo al final de los tiempos (cf. Ef 1,9-10; Col
1,19-20).
También
ella, por tanto, es una «vocación». La naturaleza está a nuestra disposición no
como un «montón de desechos esparcidos al azar», sino como un don del Creador
que ha diseñado sus estructuras intrínsecas para que el hombre descubra las
orientaciones que se deben seguir para «guardarla y cultivarla» (cf. Gn
2,15).
VISIONES
EQUIVOCADAS
Pero
se ha de subrayar que es contrario al verdadero desarrollo considerar la
naturaleza como más importante que la persona humana misma. Esta postura
conduce a actitudes neopaganas o de nuevo panteísmo: la salvación del hombre no
puede venir únicamente de la naturaleza, entendida en sentido puramente
naturalista.
Por
otra parte, también es necesario refutar la posición contraria, que mira a su
completa tecnificación, porque el ambiente natural no es sólo materia
disponible a nuestro gusto, sino obra admirable del Creador y que lleva en sí
una «gramática» que indica finalidad y criterios para un uso inteligente, no
instrumental y arbitrario.
Hoy,
muchos perjuicios al desarrollo provienen en realidad de estas maneras de
pensar distorsionadas. Reducir completamente la naturaleza a un conjunto de
simples datos fácticos acaba siendo fuente de violencia para con el ambiente,
provocando además conductas que no respetan la naturaleza del hombre mismo.
NATURALEZA
Y LEY MORAL
La
naturaleza, en cuanto se compone no sólo de materia, sino también de espíritu,
y por tanto rica de significados y fines trascendentes, tiene un carácter
normativo incluso para la cultura. El hombre interpreta y modela el ambiente
natural mediante la cultura, la cual es orientada a su vez por la libertad
responsable, atenta a los dictámenes de la ley moral.
Por
tanto, los proyectos para un desarrollo humano integral no pueden ignorar a las
generaciones sucesivas, sino que han de caracterizarse por la solidaridad y la justicia
intergeneracional, teniendo en cuenta múltiples aspectos, como el
ecológico, el jurídico, el económico, el político y el cultural.
RECURSOS
NATURALES Y ENERGÉTICOS
Hoy,
las cuestiones relacionadas con el cuidado y salvaguardia del ambiente han de
tener debidamente en cuenta los problemas energéticos. En efecto, el
acaparamiento por parte de algunos estados, grupos de poder y empresas de
recursos energéticos no renovables, es un grave obstáculo para el desarrollo de
los países pobres. Éstos no tienen medios económicos ni para acceder a las
fuentes energéticas no renovables ya existentes ni para financiar la búsqueda
de fuentes nuevas y alternativas.
La
acumulación de recursos naturales, que en muchos casos se encuentran
precisamente en países pobres, causa explotación y conflictos frecuentes entre
las naciones y en su interior. Dichos conflictos se producen con frecuencia
precisamente en el territorio de esos países, con graves consecuencias de
muertes, destrucción y mayor degradación aún. La comunidad internacional tiene
el deber imprescindible de encontrar los modos institucionales para ordenar el
aprovechamiento de los recursos no renovables, con la participación también de
los países pobres, y planificar así conjuntamente el futuro.
En
este sentido, hay también una urgente necesidad moral de una renovada
solidaridad, especialmente en las relaciones entre países en vías de
desarrollo y países altamente industrializados. Las sociedades tecnológicamente
avanzadas pueden y deben disminuir el propio gasto energético, bien porque las
actividades manufactureras evolucionan, bien porque entre sus ciudadanos se
difunde una mayor sensibilidad ecológica. Además, se debe añadir que hoy se
puede mejorar la eficacia energética y al mismo tiempo progresar en la búsqueda
de energías alternativas.
Pero
es también necesaria una redistribución planetaria de los recursos energéticos,
de manera que también los países que no los tienen puedan acceder a ellos. Su
destino no puede dejarse en manos del primero que llega o depender de la lógica
del más fuerte. Se trata de problemas relevantes que, para ser afrontados de
manera adecuada, requieren por parte de todos una responsable toma de
conciencia de las consecuencias que afectarán a las nuevas generaciones, y
sobre todo a los numerosos jóvenes que viven en los pueblos pobres, los cuales
«reclaman tener su parte activa en la construcción de un mundo mejor».
Esta
responsabilidad es global, porque no concierne sólo a la energía, sino a toda
la creación, para no dejarla a las nuevas generaciones empobrecida en sus
recursos. Es lícito que el hombre gobierne responsablemente la naturaleza
para custodiarla, hacerla productiva y cultivarla también con métodos nuevos y
tecnologías avanzadas, de modo que pueda acoger y alimentar dignamente a la
población que la habita. En nuestra tierra hay lugar para todos: en ella toda
la familia humana debe encontrar los recursos necesarios para vivir dignamente,
con la ayuda de la naturaleza misma, don de Dios a sus hijos, con el tesón del
propio trabajo y de la propia inventiva.
Pero
debemos considerar un deber muy grave el dejar la tierra a las nuevas
generaciones en un estado en el que puedan habitarla dignamente y seguir
cultivándola. Eso comporta «el compromiso de decidir juntos después de haber
ponderado responsablemente la vía a seguir, con el objetivo de fortalecer esa alianza
entre ser humano y medio ambiente que ha de ser reflejo del amor creador de
Dios, del cual procedemos y hacia el cual caminamos».
La
protección del entorno, de los recursos y del clima requiere que todos los
responsables internacionales actúen conjuntamente y demuestren prontitud para
obrar de buena fe, en el respeto de la ley y la solidaridad con las regiones
más débiles del planeta. Una de las mayores tareas de la economía es precisamente
el uso más eficaz de los recursos, no el abuso, teniendo siempre presente que
el concepto de eficiencia no es axiológicamente neutral.
NECESIDAD
DE CAMBIO EN LAS RELACIONES SOCIALES Y CON EL MEDIO AMBIENTE
El modo en que el hombre trata el ambiente
influye en la manera en que se trata a sí mismo, y viceversa. Esto exige
que la sociedad actual revise seriamente su estilo de vida que, en muchas
partes del mundo, tiende al hedonismo y al consumismo, despreocupándose de los
daños que de ello se derivan.
Es
necesario un cambio efectivo de mentalidad que nos lleve a adoptar nuevos
estilos de vida, «a tenor de los cuales la búsqueda de la verdad, de
la belleza y del bien, así como la comunión con los demás hombres para un
crecimiento común sean los elementos que determinen las opciones del consumo,
de los ahorros y de las inversiones». Cualquier menoscabo de la solidaridad y
del civismo produce daños ambientales, así como la degradación ambiental, a su
vez, provoca insatisfacción en las relaciones sociales.
La
naturaleza, especialmente en nuestra época, está tan integrada en la dinámica
social y culturales que prácticamente ya no constituye una variable
independiente. La desertización y el empobrecimiento productivo de algunas
áreas agrícolas son también fruto del empobrecimiento de sus habitantes y de su
atraso. Cuando se promueve el desarrollo económico y cultural de estas
poblaciones, se tutela también la naturaleza.
Además,
muchos recursos naturales quedan devastados con las guerras. La paz de los pueblos
y entre los pueblos permitiría también una mayor salvaguardia de la naturaleza.
El acaparamiento de los recursos, especialmente del agua, puede provocar graves
conflictos entre las poblaciones afectadas. Un acuerdo pacífico sobre el uso de
los recursos puede salvaguardar la naturaleza y, al mismo tiempo, el bienestar
de las sociedades interesadas.
LA IGLESIA RESPONSABLE ANTE LA CREACIÓN Y ANTE EL
HOMBRE
La
Iglesia tiene una responsabilidad respecto a la creación y la
debe hacer valer en público. Y, al hacerlo, no sólo debe defender la tierra, el
agua y el aire como dones de la creación que pertenecen a todos. Debe
proteger sobre todo al hombre contra la destrucción de sí mismo. Es necesario
que exista una especie de ecología del hombre bien entendida. En efecto, la
degradación de la naturaleza está estrechamente unida a la cultura que modela
la convivencia humana: cuando se respeta la «ecología humana» en la
sociedad, también la ecología ambiental se beneficia. Así como las virtudes
humanas están interrelacionadas, de modo que el debilitamiento de una pone en
peligro también a las otras, así también el sistema ecológico se apoya en un
proyecto que abarca tanto la sana convivencia social como la buena relación con
la naturaleza.
El
problema decisivo es la capacidad moral global de la sociedad. Si no se
respeta el derecho a la vida y a la muerte natural, si se hace artificial la
concepción, la gestación y el nacimiento del hombre, si se sacrifican embriones
humanos a la investigación, la conciencia común acaba perdiendo el concepto de
ecología humana y con ello de la ecología ambiental. Es una contradicción pedir
a las nuevas generaciones el respeto al ambiente natural, cuando la educación y
las leyes no las ayudan a respetarse a sí mismas.
El
libro de la naturaleza es uno e indivisible, tanto en lo que concierne a la
vida, la sexualidad, el matrimonio, la familia, las relaciones sociales, en una
palabra, el desarrollo humano integral. Los deberes que tenemos con el ambiente
están relacionados con los que tenemos para con la persona considerada en sí
misma y en su relación con los otros. No se pueden exigir unos y conculcar
otros. Es una grave antinomia de la mentalidad y de la praxis actual, que
envilece a la persona, trastorna el ambiente y daña a la sociedad.
La
verdad, y el amor que ella desvela, no se pueden producir, sólo se pueden
acoger. Su última fuente no es, ni puede ser, el hombre, sino Dios, o sea Aquel
que es Verdad y Amor. Este principio es muy importante para la sociedad y para
el desarrollo, en cuanto que ni la Verdad ni el Amor pueden ser sólo productos
humanos; la vocación misma al desarrollo de las personas y de los pueblos no se
fundamenta en una simple deliberación humana, sino que está inscrita en un
plano que nos precede y que para todos nosotros es un deber que ha de ser
acogido libremente. Lo que nos precede y constituye —el Amor y la Verdad
subsistentes— nos indica qué es el bien y en qué consiste nuestra felicidad. Nos
señala así el camino hacia el verdadero desarrollo.