Tema 304. Tesis 4 . Significado del término Evangelio,
historicidad, origen,composición y datación (1)
1Los
Evangelios Sinópticos, compuestos a partir de la catequesis primitiva, y de cuya historicidad no se puede dudar, nos
transmiten fielmente la vida y enseñanzas de
Jesús,
2aunque
las coincidencias, divergencias y dependencia mutua (problema sinóptico) puedan ser explicadas de diferentes maneras.
3Si bien muchos autores
niegan
las atribuciones tradicionales y situan su composición después del año 70, tales argumentos no se imponen
necesariamente.
1. los evangelios
y su historicidad
1. 1.1
El género evangelio
1 1.2 La composición de los Evangelios
1. 1.3 La historicidad de los Evangelios
2. el Problema sinóptico
2. 2.1 Planteamiento del problema
2. 2.2 Distintas propuestas de solución
3. autores y datación
de los sinópticos
3. 3.1 Las atribuciones tradicionales y su solidez
3. 3.2 Cuestión general de la datación
de los Sinópticos
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pontificia Comisión Bíblicaa, Sancta Mater Ecclesia (DS 4402-4407)
Respecto al problema sinóptico las diversas introducciones ofrecen muchas explicaciones, pero sugerimos, por su brevedad y por permanecer abierta a más posibilidades:
D.l. Dungan-J.S.Kloppenborg, «El problema sinóptico ¿Cómo se formaron nuestros evangelios?», en W.r.FarmEr (ed.) Comentario Bíblico Internacional, Estella (Verbo Divino) 1999, 1119-1127.
1. LOS EVANGELIOS Y SU HISTORICIDAD
El género evangelio
El término evangelio en griego significa literalmente buena noticia, y en
el NT se concreta como anuncio alegre por la venida del Reino de Dios (Mc
1,14), de la redención (Lc 2,10s), del cumplimiento de las promesas (Rm 1,1-3)
o la salvación eterna que nos ha concedido Cristo (Ef 1,13; 2 Tm 1,10). Ya en
los antiguos autores eclesiásticos significa la narración de los hechos y la
enseñanza de Jesucristo, es decir, el libro que contiene la buena noticia
(S.JuSTino Apologia 1,66), aunque también lo empleen como enseñanza contenida
en la predicación de Cristo (S.irEnEo Adversus Haereses 4,37,4).
La Iglesia ha reconocido sólo cuatro Evangelios, o mejor, cuatro libros de
un solo Evangelio. Proliferaron en los primeros siglos del Cristianismo
evangelios apócrifos, algunos del siglo II, que la Iglesia rechazó muy pronto.
Ya en los escasos textos que quedan de autores cristianos del siglo I
encontramos referencias a fragmentos de los Evangelios, en número creciente a
lo largo del siglo II.
El evangelio responde a una categoría del todo peculiar. Participa del Bios
o biografía helenística, pues presenta los hechos y palabras de un personaje,
de Jesús, pero no explica su desarrollo, psicología e influjo que sobre él
ejerció el ambiente. Tampoco es un mero memorial antiguo, como colección de
dichos de Jesús, como si fuera una antología de sentencias, aunque las
contenga. Tam- poco es una mera exposición doctrinal, ni una mera obra de
historia: contiene las enseñanzas de un maestro, al mismo tiempo que una serie
de sucesos sin atenerse escrupulosamente a la cronología y topología exacta. En
este sentido se parece más a la historiografía griega que a la actual, o que a
la romana (relacionada con la retórica y elocuencia). En cualquier caso sí es
historia en cuanto que el evangelista ni quiere inventar, ni engañar, ni
escribir un producto de su fantasía. Es ciertamente un testimonio de fe, pero
de una fe que parte de hechos verdaderos, de la vida, la muerte, la obra y el
mensaje de una persona, Jesús de Nazaret. El evangelista quiere situar al
lector ante Jesús para que crea en Jesús, como ha hecho el mismo evangelista.
La composición de los Evangelios
La instrucción Sancta Mater Ecclesia describe en tres pasos el itinerario
que siguen la vida y doctrina de Jesucristo hasta llegar a nosotros. En primer
lugar el Señor escoge a los discípulos que le siguen desde el principio y
vieron sus obras y palabras. Al exponer su doctrina Jesucristo se adaptó a las
formas de pensamiento y expresión usuales, para que sus enseñanzas quedaran
firmemente grabadas en los discípulos y pudieran comprender los milagros y
demás acontecimientos de su vida como hechos realizados para mover a la fe en
Él.
En segundo lugar, los Apóstoles anunciaban, ante todo, la muerte y resurrección del Señor, exponían su vida y sus palabras; de hecho la Resurrección
consolidó sus recuerdos con una especial claridad gracias al Espíritu Santo, y
comprendieron mejor tanto las palabras del Señor como las del AT. Predicaron a
Cristo para poder ser comprendidos por sus oyentes y, conforme a los usos de su
tiempo, empleaban narraciones, catequesis, himnos, doxologías, oraciones y
otras formas literarias semejantes que hallamos en los Evangelios.
En tercer lugar, hecha esta instrucción primitiva, tanto oralmente como por
escrito (pues en Lc 1,1 se habla de muchos que han tratado de ordenar la narración
de los hechos), los autores sagrados la consignaron en los Evangelios con un
método adecuado al propósito de cada uno. Teniendo en cuenta la situación de
las Iglesias y buscando que los lectores conocieran el fundamento de las
palabras que se les enseñaban (cf. Lc 1,4) seleccionaron de todo el material
que disponían lo que era más útil para su fin.
De este modo los diversos contextos, o el orden de los dichos y los hechos
se distinguen entre unos evangelistas y otros, pues aunque siempre mantienen el
sentido de los dichos y hechos del Señor, su expresión puede variar. Es preciso
además tener presente que el texto de los Evangelios de que disponemos no está
en la misma lengua en que fueron pronunciadas las palabras del Señor, lo cual
siempre puede dar lugar a algunas divergencias en la expresión.
La historicidad de los Evangelios
La Iglesia afirma con toda claridad que «los cuatro evangelios mencionados,
cuya historicidad afirma sin dudar, narran fielmente lo que Jesús, el Hijo de
Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó realmente para la eterna
salvación de los mismos hasta el día de la Ascensión» (DV 19).
Para explicar dicha historicidad hay que tener presente que la tradición,
que arranca desde Cristo hasta ser plasmada en los Evangelios, no es un
conjunto de recuerdos difusos que sigan la dinámica propia de tradiciones
populares en formas de parábolas, narraciones, etc, transmitidas y modificadas
por la comuni dad. En dicha tradición se puede detectar tales formas
literarias, pues eran las que se empleaban en la época, pero eso no quiere
decir que estén desconectadas de las enseñanzas y la vida de Jesucristo. No
podemos olvidar la fuerza de la memoria en la cultura de la época y el deseo de
los seguidores de Jesús de mantener lo mejor posible su vida y su mensaje: no
se trataba de narraciones folkloricas originadas en una comunidad más o menos
creativa, sino en hechos y dichos que procedían de Jesús.
Precisamente la instrucción Sancta Mater Ecclesia hacía referencia a la
utilidad que puede tener conocer las diversas formas de expresión o de los
modos de redacción y uso de esas formas en los Evangelios (cuestión siempre muy
hipo- tética); sin embargo advertía contra presupuestos que pueden hacer
inaceptable tal método. En concreto señalaba los siguientes peligros: a) partir
de la negación, por prejuicios filosóficos, de la existencia de un Dios
personal, del orden sobrenatural, de milagros y profecías, y por ello tratar de
desacreditar o dejar como material legendario lo que aparece en tal sentido en
los Evangelios; b) en relación con lo anterior, mantener que la fe no depende
de los acontecimientos históricos, como si fuera una decisión existencial según
el modo de Heidegger, tal como propuso Bultmann; c) negar el valor histórico de
los documentos de la Revelación; d) Negar el papel de los Apóstoles en la
comunidad primitiva como testigos de Cristo y negar su autoridad, de modo que
sería una comunidad creativa la que produjo los diversos materiales sobre
Cristo y su compilación en los Evangelios.
Para los que no quieren reconocer que lo que dicen los Evangelios es
verdadero e histórico, fue la comunidad la que dio lugar a toda una serie de
narraciones, leyendas, catequesis etc, remotamente basadas en el recuerdo de un
tal Jesús, del cual en realidad poco podríamos saber. Determinadas intenciones
teológicas, sociológicas, etc, determinaron la estructura actual de los
Evangelios. Como es fácil de advertir, todo esta construcción especulativa no
tiene más fin que negar la religión cristiana tal como la propuso el Señor y
transmitieron los Apóstoles en la Iglesia para proponer una Iglesia y una imagen
de Jesús alternativa, que, en general, es simplemente un reflejo de la
mentalidad de moda cuando escribe tal exegeta. Una cosa es que los hagiógrafos
emplearan los modos de expresión de la época, y subrayaran determinados
aspectos, y otra muy distinta es que construyeran unos relatos a base de
invenciones con propósitos determinados. En realidad es la comunidad la que
depende en su constitución de la enseñanza de Jesús que se plasma en los
Evangelios, y no viceversa.
Es lógico que quienes se oponen a la historicidad de los Evangelios traten
de establecer fechas de datación lo más tardías posible para que se pueda
desarrollar esa tradición folklórica y perderse el recuerdo de Jesús. Por otra
parte recurren a construcciones hipotéticas, como la fuente Q, que responden
siempre a propósitos concretos del exegeta (conscientes o inconscientes) a la
hora de interpretar la misma fe cristiana. Por ejemplo, dicha fuente, que sería
un escrito sólo de dichos de Jesús, estaría en el fundamento de una hipotética
comunidad a la que no importaría la muerte y resurrección del Señor, sino sólo
sus palabras, es decir, la reducción de la fe cristiana a moralismo, algo muy
propio de principios del siglo XIX.