Tema 226. Capítulo 2. Un extraño camino
(3). Capítulo 3. Pensar y gestar un mundo abierto (1)
El prójimo sin fronteres (80-83)
La interpelación del forastero (84-86)
Capítulo 3. Pensar y gestar un mundo abierto (87)
Más allà (88-90)
El valor único del amor (91-94)
La creciente apertura del amor (95-96)
El prójimo sin fronteras
80. Jesús propuso esta
parábola para responder a una pregunta: ¿Quién es mi prójimo? La palabra
“prójimo” en la sociedad de la época de Jesús solía indicar al que es más
cercano, próximo. Se entendía que la ayuda debía dirigirse en primer lugar al
que pertenece al propio grupo, a la propia raza. Un samaritano, para algunos
judíos de aquella época, era considerado un ser despreciable, impuro, y por lo
tanto no se lo incluía dentro de los seres cercanos a quienes se debía ayudar.
El judío Jesús transforma completamente este planteamiento: no nos invita a
preguntarnos quiénes son los que están cerca de nosotros, sino a volvernos
nosotros cercanos, prójimos.
81. La propuesta es la de
hacerse presentes ante el que necesita ayuda, sin importar si es parte del
propio círculo de pertenencia. En este caso, el samaritano fue quien se
hizo prójimo del judío herido. Para volverse cercano y presente,
atravesó todas las barreras culturales e históricas. La conclusión de Jesús es
un pedido: «Tienes que ir y hacer lo mismo» (Lc 10,37). Es decir,
nos interpela a dejar de lado toda diferencia y, ante el sufrimiento, volvernos
cercanos a cualquiera. Entonces, ya no digo que tengo “prójimos” a quienes debo
ayudar, sino que me siento llamado a volverme yo un prójimo de los otros.
82. El problema es que
Jesús destaca, a propósito, que el hombre herido era un judío —habitante de
Judea— mientras quien se detuvo y lo auxilió era un samaritano —habitante de
Samaría—. Este detalle tiene una importancia excepcional para reflexionar sobre
un amor que se abre a todos. Los samaritanos habitaban una región que había
sido contagiada por ritos paganos, y para los judíos esto los volvía impuros,
detestables, peligrosos. De hecho, un antiguo texto judío que menciona a
naciones odiadas, se refiere a Samaría afirmando además que «ni siquiera es una
nación» (Si 50,25), y agrega que es «el pueblo necio que reside en
Siquén» (v. 26).
83. Esto explica por qué
una mujer samaritana, cuando Jesús le pidió de beber, respondió enfáticamente:
«¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana?»
(Jn 4,9). Quienes buscaban acusaciones que pudieran desacreditar a
Jesús, lo más ofensivo que encontraron fue decirle «endemoniado» y «samaritano»
(Jn 8,48). Por lo tanto, este encuentro misericordioso entre un
samaritano y un judío es una potente interpelación, que desmiente toda
manipulación ideológica, para que ampliemos nuestro círculo, para que demos a
nuestra capacidad de amar una dimensión universal capaz de traspasar todos los
prejuicios, todas las barreras históricas o culturales, todos los intereses
mezquinos.
La interpelación del forastero
84. Finalmente, recuerdo
que en otra parte del Evangelio Jesús dice: «Fui forastero y me recibieron» (Mt 25,35).
Jesús podía decir esas palabras porque tenía un corazón abierto que hacía suyos
los dramas de los demás. San Pablo exhortaba: «Alégrense con los que están
alegres y lloren con los que lloran» (Rm 12,15). Cuando el corazón
asume esa actitud, es capaz de identificarse con el otro sin importarle dónde
ha nacido o de dónde viene. Al entrar en esta dinámica, en definitiva
experimenta que los demás son «su propia carne» (Is 58,7).
85. Para los cristianos, las palabras de Jesús tienen también otra dimensión trascendente; implican reconocer al mismo Cristo en cada hermano abandonado o excluido (cf. Mt 25,40.45). En realidad, la fe colma de motivaciones inauditas el reconocimiento del otro, porque quien cree puede llegar a reconocer que Dios ama a cada ser humano con un amor infinito y que «con ello le confiere una dignidad infinita»[61].
A esto se agrega que creemos que Cristo derramó su sangre por todos y cada uno,
por lo cual nadie queda fuera de su amor universal. Y si vamos a la fuente
última, que es la vida íntima de Dios, nos encontramos con una comunidad de
tres Personas, origen y modelo perfecto de toda vida en común. La teología
continúa enriqueciéndose gracias a la reflexión sobre esta gran verdad.
86. A veces me asombra que, con semejantes motivaciones, a la Iglesia le haya llevado tanto tiempo condenar contundentemente la esclavitud y diversas formas de violencia. Hoy, con el desarrollo de la espiritualidad y de la teología, no tenemos excusas. Sin embargo, todavía hay quienes parecen sentirse alentados o al menos autorizados por su fe para sostener diversas formas de nacionalismos cerrados y violentos, actitudes xenófobas, desprecios e incluso maltratos hacia los que son diferentes.
La fe, con el humanismo que encierra, debe mantener vivo un
sentido crítico frente a estas tendencias, y ayudar a reaccionar rápidamente
cuando comienzan a insinuarse. Para ello es importante que la catequesis y la
predicación incluyan de modo más directo y claro el sentido social de la
existencia, la dimensión fraterna de la espiritualidad, la convicción sobre la
inalienable dignidad de cada persona y las motivaciones para amar y acoger a
todos.
Capítulo tercero
PENSAR Y GESTAR UN MUNDO ABIERTO
87. Un ser humano está hecho de tal manera que no se realiza, no se desarrolla ni puede encontrar su plenitud «si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás»[62]. Ni siquiera llega a reconocer a fondo su propia verdad si no es en el encuentro con los otros: «Sólo me comunico realmente conmigo mismo en la medida en que me comunico con el otro»[63]. Esto explica por qué nadie puede experimentar el valor de vivir sin rostros concretos a quienes amar.
Aquí hay un secreto de la verdadera existencia
humana, porque «la vida subsiste donde hay vínculo, comunión, fraternidad; y es
una vida más fuerte que la muerte cuando se construye sobre relaciones
verdaderas y lazos de fidelidad. Por el contrario, no hay vida cuando
pretendemos pertenecer sólo a nosotros mismos y vivir como islas: en estas
actitudes prevalece la muerte»[64].
Más allá
88. Desde la intimidad de
cada corazón, el amor crea vínculos y amplía la existencia cuando saca a la
persona de sí misma hacia el otro[65].
Hechos para el amor, hay en cada uno de nosotros «una ley de éxtasis: salir de
sí mismo para hallar en otro un crecimiento de su ser»[66].
Por ello «en cualquier caso el hombre tiene que llevar a cabo esta empresa:
salir de sí mismo»[67].
89. Pero no puedo reducir mi vida a la relación con un pequeño grupo, ni siquiera a mi propia familia, porque es imposible entenderme sin un tejido más amplio de relaciones: no sólo el actual sino también el que me precede y me fue configurando a lo largo de mi vida. Mi relación con una persona que aprecio no puede ignorar que esa persona no vive sólo por su relación conmigo, ni yo vivo sólo por mi referencia a ella. Nuestra relación, si es sana y verdadera, nos abre a los otros que nos amplían y enriquecen.
El más noble sentido social hoy fácilmente queda anulado detrás
de intimismos egoístas con apariencia de relaciones intensas. En cambio, el
amor que es auténtico, que ayuda a crecer, y las formas más nobles de la
amistad, residen en corazones que se dejan completar. La pareja y el amigo son
para abrir el corazón en círculos, para volvernos capaces de salir de nosotros
mismos hasta acoger a todos. Los grupos cerrados y las parejas
autorreferenciales, que se constituyen en un “nosotros” contra todo el mundo,
suelen ser formas idealizadas de egoísmo y de mera autopreservación.
90. Por algo muchas pequeñas poblaciones que sobrevivían en zonas desérticas desarrollaron una generosa capacidad de acogida ante los peregrinos que pasaban, y acuñaron el sagrado deber de la hospitalidad. Lo vivieron también las comunidades monásticas medievales, como se advierte en la Regla de san Benito. Aunque pudiera desestructurar el orden y el silencio de los monasterios, Benito reclamaba que a los pobres y peregrinos se los tratara «con el máximo cuidado y solicitud»[68].
La hospitalidad es un modo concreto de no privarse de este desafío y de este
don que es el encuentro con la humanidad más allá del propio grupo. Aquellas
personas percibían que todos los valores que podían cultivar debían estar
acompañados por esta capacidad de trascenderse en una apertura a los otros.
El valor único del amor
91. Las personas pueden
desarrollar algunas actitudes que presentan como valores morales: fortaleza,
sobriedad, laboriosidad y otras virtudes. Pero para orientar adecuadamente los
actos de las distintas virtudes morales, es necesario considerar también en qué
medida estos realizan un dinamismo de apertura y unión hacia otras personas.
Ese dinamismo es la caridad que Dios infunde. De otro modo, quizás tendremos
sólo apariencia de virtudes, que serán incapaces de construir la vida en común.
Por ello decía santo Tomás de Aquino —citando a san Agustín— que la templanza
de una persona avara ni siquiera es virtuosa[69].
San Buenaventura, con otras palabras, explicaba que las otras virtudes, sin la
caridad, estrictamente no cumplen los mandamientos «como Dios los entiende»[70].
92. La altura espiritual de una vida humana está marcada por el amor, que es
«el criterio para la decisión definitiva sobre la valoración positiva o
negativa de una vida humana»[71].
Sin embargo, hay creyentes que piensan que su grandeza está en la imposición de
sus ideologías al resto, o en la defensa violenta de la verdad, o en grandes
demostraciones de fortaleza. Todos los creyentes necesitamos reconocer esto: lo
primero es el amor, lo que nunca debe estar en riesgo es el amor, el mayor
peligro es no amar (cf. 1 Co 13,1-13).
93. En un intento de
precisar en qué consiste la experiencia de amar que Dios hace posible con su
gracia, santo Tomás de Aquino la explicaba como un movimiento que centra la
atención en el otro «considerándolo como uno consigo»[72].
La atención afectiva que se presta al otro, provoca una orientación a buscar su
bien gratuitamente. Todo esto parte de un aprecio, de una valoración, que en
definitiva es lo que está detrás de la palabra “caridad”: el ser amado es
“caro” para mí, es decir, «es estimado como de alto valor»[73].
Y «del amor por el cual a uno le es grata la otra persona depende que le dé
algo gratis»[74].
94. El amor implica
entonces algo más que una serie de acciones benéficas. Las acciones brotan de una
unión que inclina más y más hacia el otro considerándolo valioso, digno, grato
y bello, más allá de las apariencias físicas o morales. El amor al otro por ser
quien es, nos mueve a buscar lo mejor para su vida. Sólo en el cultivo de esta
forma de relacionarnos haremos posibles la amistad social que no excluye a
nadie y la fraternidad abierta a todos.
La creciente apertura del amor
95. El amor nos pone
finalmente en tensión hacia la comunión universal. Nadie madura ni alcanza su
plenitud aislándose. Por su propia dinámica, el amor reclama una creciente
apertura, mayor capacidad de acoger a otros, en una aventura nunca acabada que
integra todas las periferias hacia un pleno sentido de pertenencia mutua. Jesús
nos decía: «Todos ustedes son hermanos» (Mt 23,8).
96. Esta necesidad de ir
más allá de los propios límites vale también para las distintas regiones y
países. De hecho, «el número cada vez mayor de interdependencias y de
comunicaciones que se entrecruzan en nuestro planeta hace más palpable la
conciencia de que todas las naciones de la tierra […] comparten un destino
común. En los dinamismos de la historia, a pesar de la diversidad de etnias,
sociedades y culturas, vemos sembrada la vocación de formar una comunidad
compuesta de hermanos que se acogen recíprocamente y se preocupan los unos de
los otros»[75].
Notas a pie de página:
[61] S. Juan Pablo II, Mensaje a los discapacitados, Ángelus en Osnabrück
– Alemania (16 noviembre 1980): L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (23 noviembre 1980), p. 9.
[62] Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el
mundo actual, 24.
[63] Gabriel Marcel, Du refus à l’invocation, ed. NRF, París
1940, 50; cf. Íd., De la negación a la invocación, en Obras
selectas, ed. BAC, Madrid 2004, vol. 2, 41.
[64] Ángelus (10 noviembre 2019): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (15 noviembre 2019), p. 3.
[65] Cf. Sto. Tomás de Aquino, Scriptum super Sententiis, lib.
3, dist. 27, q. 1, a. 1, ad 4: «Dicitur amor extasim facere, et fervere, quia
quod fervet extra se bullit et exhalat» (se dice que el amor produce éxtasis y
efervescencia puesto que lo efervescente bulle fuera de sí y expira).
[66] Karol Wojtyła, Amor y responsabilidad, Madrid 1978, 136.
[67] Karl Rahner, S.J., El año litúrgico, Barcelona 1966,
28. Obra original: Kleines Kirchenjahr. Ein Gang durch den Festkreis,
ed. Herder, Friburgo 1981, 30.
[68] Regula, 53, 15: «Pauperum et peregrinorum maxime susceptioni cura sollicite
exhibeatur».
[69] Cf. Summa Theologiae, II-II, q. 23, art. 7; S.
Agustín, Contra Julianum, 4, 18: PL 44, 748: «De
cuántos placeres se privan los avaros para aumentar sus tesoros o por el temor
de verlos disminuir».
[70] «Secundum acceptionem divinam» (Scriptum super Sententiis,
lib. 3, dist. 27, a. 1, q. 1, concl. 4).
[71] Benedicto XVI, Carta enc. Deus caritas est (25 diciembre
2005), 15: AAS 98 (2006), 230.
[72] Summa Theologiae II-II, q. 27, art. 2, resp.
[73] Ibíd., I-II, q. 26, art. 3, resp.
[74] Ibíd., q. 110, art. 1, resp.
[75] Mensaje para la 47.ª Jornada Mundial de la Paz 1 enero 2014 (8
diciembre 2013), 1: AAS 106 (2014), 22; L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (13 diciembre 2013), p. 8.