Tema
227. Capítulo 3. Pensar y gestar un mundo abierto (2)
Sociedades abiertas que integran a todos
(97-98)
Comprensiones inadecuadas de un amor
universal (99-100)
Trascender un mundo de socios (101-102)
Libertad, igualdad y fraternidad (103-105)
Amor universal que promueve a las persones
(106-111)
Promover el bien moral (112-113)
Sociedades abiertas que integran a todos
97. Hay periferias que
están cerca de nosotros, en el centro de una ciudad, o en la propia familia.
También hay un aspecto de la apertura universal del amor que no es geográfico sino
existencial. Es la capacidad cotidiana de ampliar mi círculo, de llegar a
aquellos que espontáneamente no siento parte de mi mundo de intereses, aunque
estén cerca de mí. Por otra parte, cada hermana y hermano que sufre, abandonado
o ignorado por mi sociedad es un forastero existencial, aunque haya nacido en
el mismo país. Puede ser un ciudadano con todos los papeles, pero lo hacen
sentir como un extranjero en su propia tierra. El racismo es un virus que muta
fácilmente y en lugar de desaparecer se disimula, pero está siempre al acecho.
98. Quiero recordar a esos “exiliados ocultos” que son tratados como cuerpos extraños en la sociedad[76]. Muchas personas con discapacidad «sienten que existen sin pertenecer y sin participar». Hay todavía mucho «que les impide tener una ciudadanía plena». El objetivo no es sólo cuidarlos, sino «que participen activamente en la comunidad civil y eclesial. Es un camino exigente y también fatigoso, que contribuirá cada vez más a la formación de conciencias capaces de reconocer a cada individuo como una persona única e irrepetible».
Igualmente pienso en «los
ancianos, que, también por su discapacidad, a veces se sienten como una carga».
Sin embargo, todos pueden dar «una contribución singular al bien común a través
de su biografía original». Me permito insistir: «Tengan el valor de dar voz a
quienes son discriminados por su discapacidad, porque desgraciadamente en
algunas naciones, todavía hoy, se duda en reconocerlos como personas de igual
dignidad»[77].
Comprensiones inadecuadas de un amor universal
99. El amor que se
extiende más allá de las fronteras tiene en su base lo que llamamos “amistad
social” en cada ciudad o en cada país. Cuando es genuina, esta amistad social
dentro de una sociedad es una condición de posibilidad de una verdadera
apertura universal. No se trata del falso universalismo de quien necesita
viajar constantemente porque no soporta ni ama a su propio pueblo. Quien mira a
su pueblo con desprecio, establece en su propia sociedad categorías de primera
o de segunda clase, de personas con más o menos dignidad y derechos. De esta
manera niega que haya lugar para todos.
100. Tampoco estoy proponiendo un universalismo autoritario y abstracto, digitado o planificado por algunos y presentado como un supuesto sueño en orden a homogeneizar, dominar y expoliar. Hay un modelo de globalización que «conscientemente apunta a la uniformidad unidimensional y busca eliminar todas las diferencias y tradiciones en una búsqueda superficial de la unidad. […] Si una globalización pretende igualar a todos, como si fuera una esfera, esa globalización destruye la riqueza y la particularidad de cada persona y de cada pueblo»[78].
Ese falso sueño universalista termina quitando al mundo su variado colorido, su
belleza y en definitiva su humanidad. Porque «el futuro no es monocromático,
sino que es posible si nos animamos a mirarlo en la variedad y en la diversidad
de lo que cada uno puede aportar. Cuánto necesita aprender nuestra familia
humana a vivir juntos en armonía y paz sin necesidad de que tengamos que ser
todos igualitos»[79].
Trascender un mundo de socios
101. Retomemos ahora aquella parábola del buen samaritano que todavía tiene mucho para proponernos. Había un hombre herido en el camino. Los personajes que pasaban a su lado no se concentraban en este llamado interior a volverse cercanos, sino en su función, en el lugar social que ellos ocupaban, en una profesión relevante en la sociedad. Se sentían importantes para la sociedad del momento y su urgencia era el rol que les tocaba cumplir. El hombre herido y abandonado en el camino era una molestia para ese proyecto, una interrupción, y a su vez era alguien que no cumplía función alguna. Era un nadie, no pertenecía a una agrupación que se considerara destacable, no tenía función alguna en la construcción de la historia.
Mientras tanto, el samaritano generoso se resistía a estas
clasificaciones cerradas, aunque él mismo quedaba fuera de cualquiera de estas
categorías y era sencillamente un extraño sin un lugar propio en la sociedad.
Así, libre de todo rótulo y estructura, fue capaz de interrumpir su viaje, de
cambiar su proyecto, de estar disponible para abrirse a la sorpresa del hombre
herido que lo necesitaba.
102. ¿Qué reacción podría
provocar hoy esa narración, en un mundo donde aparecen constantemente, y
crecen, grupos sociales que se aferran a una identidad que los separa del
resto? ¿Cómo puede conmover a quienes tienden a organizarse de tal manera que
se impida toda presencia extraña que pueda perturbar esa identidad y esa
organización autoprotectora y autorreferencial? En ese esquema queda excluida
la posibilidad de volverse prójimo, y sólo es posible ser prójimo de quien
permita asegurar los beneficios personales. Así la palabra “prójimo” pierde
todo significado, y únicamente cobra sentido la palabra “socio”, el asociado
por determinados intereses[80].
Libertad, igualdad y fraternidad
103. La fraternidad no es
sólo resultado de condiciones de respeto a las libertades individuales, ni
siquiera de cierta equidad administrada. Si bien son condiciones de posibilidad
no bastan para que ella surja como resultado necesario. La fraternidad tiene
algo positivo que ofrecer a la libertad y a la igualdad. ¿Qué ocurre sin la
fraternidad cultivada conscientemente, sin una voluntad política de fraternidad,
traducida en una educación para la fraternidad, para el diálogo, para el
descubrimiento de la reciprocidad y el enriquecimiento mutuo como valores? Lo
que sucede es que la libertad enflaquece, resultando así más una condición de
soledad, de pura autonomía para pertenecer a alguien o a algo, o sólo para
poseer y disfrutar. Esto no agota en absoluto la riqueza de la libertad que
está orientada sobre todo al amor.
104. Tampoco la igualdad se
logra definiendo en abstracto que “todos los seres humanos son iguales”, sino
que es el resultado del cultivo consciente y pedagógico de la fraternidad. Los
que únicamente son capaces de ser socios crean mundos cerrados. ¿Qué sentido
puede tener en este esquema esa persona que no pertenece al círculo de los
socios y llega soñando con una vida mejor para sí y para su familia?
105. El individualismo no
nos hace más libres, más iguales, más hermanos. La mera suma de los intereses
individuales no es capaz de generar un mundo mejor para toda la humanidad. Ni
siquiera puede preservarnos de tantos males que cada vez se vuelven más
globales. Pero el individualismo radical es el virus más difícil de vencer.
Engaña. Nos hace creer que todo consiste en dar rienda suelta a las propias
ambiciones, como si acumulando ambiciones y seguridades individuales pudiéramos
construir el bien común.
Amor universal que promueve a las personas
106. Hay un reconocimiento
básico, esencial para caminar hacia la amistad social y la fraternidad
universal: percibir cuánto vale un ser humano, cuánto vale una persona, siempre
y en cualquier circunstancia. Si cada uno vale tanto, hay que decir con
claridad y firmeza que «el solo hecho de haber nacido en un lugar con menores
recursos o menor desarrollo no justifica que algunas personas vivan con menor dignidad»[81].
Este es un principio elemental de la vida social que suele ser ignorado de
distintas maneras por quienes sienten que no aporta a su cosmovisión o no sirve
a sus fines.
107. Todo ser humano tiene
derecho a vivir con dignidad y a desarrollarse integralmente, y ese derecho
básico no puede ser negado por ningún país. Lo tiene aunque sea poco eficiente,
aunque haya nacido o crecido con limitaciones. Porque eso no menoscaba su
inmensa dignidad como persona humana, que no se fundamenta en las
circunstancias sino en el valor de su ser. Cuando este principio elemental no
queda a salvo, no hay futuro ni para la fraternidad ni para la sobrevivencia de
la humanidad.
108. Hay sociedades que
acogen parcialmente este principio. Aceptan que haya posibilidades para todos,
pero sostienen que a partir de allí todo depende de cada uno. Desde esa
perspectiva parcial no tendría sentido «invertir para que los
lentos, débiles o menos dotados puedan abrirse camino en la vida»[82].
Invertir a favor de los frágiles puede no ser rentable, puede implicar menor
eficiencia. Exige un Estado presente y activo, e instituciones de la sociedad
civil que vayan más allá de la libertad de los mecanismos eficientistas de
determinados sistemas económicos, políticos o ideológicos, porque realmente se
orientan en primer lugar a las personas y al bien común.
109. Algunos nacen en
familias de buena posición económica, reciben buena educación, crecen bien
alimentados, o poseen naturalmente capacidades destacadas. Ellos seguramente no
necesitarán un Estado activo y sólo reclamarán libertad. Pero evidentemente no
cabe la misma regla para una persona con discapacidad, para alguien que nació
en un hogar extremadamente pobre, para alguien que creció con una educación de
baja calidad y con escasas posibilidades de curar adecuadamente sus
enfermedades. Si la sociedad se rige primariamente por los criterios de la
libertad de mercado y de la eficiencia, no hay lugar para ellos, y la
fraternidad será una expresión romántica más.
110. El hecho es que «una libertad económica sólo declamada, pero donde las condiciones reales impiden que muchos puedan acceder realmente a ella […] se convierte en un discurso contradictorio»[83]. Palabras como libertad, democracia o fraternidad se vacían de sentido. Porque el hecho es que «mientras nuestro sistema económico y social produzca una sola víctima y haya una sola persona descartada, no habrá una fiesta de fraternidad universal»[84].
Una
sociedad humana y fraterna es capaz de preocuparse para garantizar de modo
eficiente y estable que todos sean acompañados en el recorrido de sus vidas, no
sólo para asegurar sus necesidades básicas, sino para que puedan dar lo mejor
de sí, aunque su rendimiento no sea el mejor, aunque vayan lento, aunque su
eficiencia sea poco destacada.
111. La persona humana, con sus derechos inalienables, está naturalmente abierta a los vínculos. En su propia raíz reside el llamado a trascenderse a sí misma en el encuentro con otros. Por eso «es necesario prestar atención para no caer en algunos errores que pueden nacer de una mala comprensión de los derechos humanos y de un paradójico mal uso de los mismos.
Existe hoy, en efecto, la tendencia hacia una
reivindicación siempre más amplia de los derechos individuales —estoy tentado
de decir individualistas—, que esconde una concepción de persona humana
desligada de todo contexto social y antropológico, casi como una “mónada” (monás),
cada vez más insensible. […] Si el derecho de cada uno no está armónicamente
ordenado al bien más grande, termina por concebirse sin limitaciones y,
consecuentemente, se transforma en fuente de conflictos y de violencias»[85].
Promover el bien moral
112. No podemos dejar de decir que el deseo y la búsqueda del bien de los demás y de toda la humanidad implican también procurar una maduración de las personas y de las sociedades en los distintos valores morales que lleven a un desarrollo humano integral. En el Nuevo Testamento se menciona un fruto del Espíritu Santo (cf. Ga 5,22), expresado con la palabra griega agazosúne. Indica el apego a lo bueno, la búsqueda de lo bueno.
Más todavía, es procurar lo excelente, lo mejor para los demás: su maduración, su crecimiento en una vida sana, el cultivo de los valores y no sólo el bienestar material. Hay una expresión latina semejante: bene-volentia, que significa la actitud de querer el bien del otro. Es un fuerte deseo del bien, una inclinación hacia todo lo que sea bueno y excelente, que nos mueve a llenar la vida de los demás de cosas bellas, sublimes, edificantes.
113. En esta línea, vuelvo a destacar con dolor que «ya hemos tenido mucho tiempo de degradación moral, burlándonos de la ética, de la bondad, de la fe, de la honestidad, y llegó la hora de advertir que esa alegre superficialidad nos ha servido de poco. Esa destrucción de todo fundamento de la vida social termina enfrentándonos unos con otros para preservar los propios intereses»[86].
Volvamos a promover el bien, para nosotros mismos y para toda la humanidad, y
así caminaremos juntos hacia un crecimiento genuino e integral. Cada sociedad
necesita asegurar que los valores se transmitan, porque si esto no sucede se
difunde el egoísmo, la violencia, la corrupción en sus diversas formas, la
indiferencia y, en definitiva, una vida cerrada a toda trascendencia y
clausurada en intereses individuales.
Notas a pie de página:
[76] Cf. Ángelus (29
diciembre 2013): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (3 enero 2014), pp. 2-3; Discurso al Cuerpo diplomático acreditado
ante la Santa Sede (12 enero 2015): AAS 107
(2015), 165; L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (16 enero 2015), p. 10.
[77] Mensaje para el Día internacional de las personas con
discapacidad (3 diciembre 2019): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (6 diciembre 2019), pp. 5.12.
[78] Discurso en el Encuentro por la libertad religiosa con la
comunidad hispana y otros inmigrantes, Filadelfia – Estados
Unidos (26 septiembre 2015): AAS 107 (2015), 1050-1051.
[79] Discurso a los jóvenes, Tokio – Japón
(25 noviembre 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española (29 noviembre 2019), p. 15.
[80] En estas consideraciones me dejo inspirar por el pensamiento de Paul
Ricoeur, «Le socius et le prochain», en Histoire et vérité, ed. Le
Seuil, París 1967, 113-127.
[81] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre
2013), 190: AAS 105 (2013), 1100.
[82] Ibíd., 209: AAS 105
(2013), 1107.
[83] Carta enc. Laudato si’ (24 mayo 2015),
129: AAS 107 (2015), 899.
[84] Mensaje para el evento “Economy of Francesco” (1 mayo 2019): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (17 mayo 2019), p. 5.
[85] Discurso al Parlamento europeo,
Estrasburgo (25 noviembre 2014): AAS 106 (2014), 997; L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (28 noviembre 2014), p. 3.
[86] Carta enc. Laudato si’ (24 mayo 2015),
229: AAS 107 (2015), 937.