lunes, 31 de marzo de 2025

Tema 312 PLAN INTEGRAL DE FORMACIÓN PRIMER CURSO. TESIS 36. LA ESCATOLOGIA (1)

 

Tema 312 Tesis 36. Escatología (1)

 

1La Iglesia, mientras está en este mundo, espera la Parusía, venida del Señor en gloria, finalidad y término de la historia y de la creación;

2el cristiano, a partir de la resurrección de Cristo, confiesa la inmortalidad del alma y la resurrección de la carne, así como la retribución inmediata tras la muerte,

3de modo que Dios será la meta última o novísimo: en cuanto alcanzado cielo, en cuanto perdido infierno, en cuanto discierne es juicio, en cuanto purifica purgatorio.

 

1.         la Parusía

1.1                  Noción de Parusía

1.2                  La Parusía en la fe de la Iglesia

1.3                  Sentido de la Parusía

2.         Resurrección, inmortalidad y retribución inmediata

2.1                  De la retribución en el AT a la resurrección de Cristo y en Cristo

2.2                  Inmortalidad del alma y sentido de la resurrección de la carne

2.3                  La retribución inmediata tras la muerte

3.         Dios como novísimo de la Criatura

3.1                  El cielo

3.2                  El infierno

3.3                  Juicio particular y juicio final

3.4                  El purgatorio

 


CEC 988-1060; Compendio 202-216

 

Benedicto XII, Constitución Benedictus Deus (29.1.1336) DS 1000-1002

 

Congregación   para   la   Doctrina   DE   la   FE,  Carta  Recentiores  episcoporum

(17.5.1979) en Doc. 35


 

1.              LA PARUSÍA

 

1.1                       Noción de Parusía

El término Parusía significa propiamente venida. En el helenismo el término se emplea para referirse: a) al descenso o manifestación de personas divinas en la tierra; b) a las visitas que reyes y príncipes hacen a las ciudades de su imperio. Se trata siempre de una manifestación triunfal, de un despliegue de poder en clima solemne y gozoso.

 

En el AT no se emplea el término en su sentido técnico, aunque  en los profetas sí que encontramos referencias al día de Yahvé, como momento de la actuación definitiva de Dios, que libraría al pueblo de sus enemigos.

1.2                       La Parusía en la fe de la Iglesia

En el NT el término se emplea con frecuencia y con el sentido que tenía en el helenismo, pero referido a Cristo: se designa con él la venida gloriosa de Cristo al final de los tiempos. La Parusía se conecta inmediatamente con el fin del mundo (Mt 24,3.27.37.39) y con el juicio (1Ts 5,23; St 5,7). La venida de Cristo concluye y consuma la historia en cuanto historia de salvación.

 

Expresiones sinónimas son: a) el día del Señor, es la expresión que con mayor frecuencia designa la Parusía; b) epifanía, apocalipsis, manifestación: se refiere indistintamente a la primera aparición histórica de Cristo o a su venida final; los términos apocalipsis y manifestación acentúan la idea de revelación de algo nuevo como elemento específico de la Parusía.

 

La primitiva comunidad cristiana deseaba la Parusía y la consideraba como un hecho inminente. San Pablo en algún momento parece dar a entender que la parusía va a llegar antes de que él muera; en otros textos, en cambio, revela lo no repentino de su llegada, exhortando a la vigilancia. Esta cierta vacilación se puede explicar fácilmente dado que la venida del Señor era algo muy deseado, y ese deseo hacía que se diera más peso a los motivos que había para suponer una venida más o menos pronta del Señor.

 

La comunidad ha expresado en la liturgia, desde el principio, su fe firme en la Parusía: la Eucaristía se celebra como memorial de Cristo «hasta que Él vuelva» (1 Co 11,26).

La fe en la Parusía aparece en los símbolos de fe (Credos) desde sus manife- staciones más antiguas, con la fórmula: ha de venir a juzgar a vivos y muertos. Desde la patrística a nuestros días la reflexión sobre la Parusía pasa a segundo plano. Sólo en dos ocasiones se ha ocupado el magisterio del tema: en el IV Concilio de Letrán (1215) y en el II de Lyon (1274), donde únicamente se repite la afirmación del Credo. A ello contribuyó el progreso de la escatología individual en la Edad Media.

 

En el Vaticano se ha recuperado la importancia de la Parusía para la configuración de la teología y de la fe cristianas. LG 48-49 se ocupan de la índole escatológica de la Iglesia. GS 39 habla del reino presente que se consumará con la venida del Señor.

1.3               Sentido de la Parusía

La Parusía indica que la historia tiene un fin (cronológico) y una finalidad (el triunfo de Cristo). La historia no se destruye, se consuma. Cristo la lleva a plenitud. Las reflexiones en torno a la Parusía como fin de la historia se encuen- dran en un planteamiento de la escatología en clave comunitaria, que ha sido un punto importante de la renovación conciliar, sin negar los aspectos individuales de la escatología.

 

En segundo lugar supone la manifestación del señorío de Cristo, ya actuante en la historia que se consumará en resurrección, juicio y nueva creación que llevan el reino de Cristo a plenitud. Es la pascua de la creación, su paso a su configuración definitiva de total armonía con Cristo.

 

En tercer lugar la Iglesia debe esperar y desear la venida del Señor, ante la continua tentación de “anclarse” a este mundo como si fuera lo definitivo. Esperar la Parusía es creer la victoria de Cristo sobre la injusticia, el sufrimiento, el pecado y la muerte. Esperar implica actuar para transformar este mundo y conducirlo a Cristo. Esta noción de Parusía ayuda a comprender que el Reino de Dios y su desarrollo en este mundo no equivale al mero progreso de la civilización, sino que tiene una dimensión trascendente y gratuita caracterizada por la intervención de Dios en la historia, que se consumará en la Parusía.

 

2.      RESURRECCIÓN DE CRISTO Y RESURRECCIÓN DE LA CARNE

 

2.1               De la retribución en el AT a la resurrección de Cristo y en Cristo

En el AT la retribución posterior a esta vida es una verdad que poco a poco se va revelando: al principio se habla de un sheol o lugar de vida mortecina común a todos. Posteriormente al acentuar la responsabilidad individual, y no sólo comunitaria se plantea el problema de si basta la retribución temporal (Jb y Qo). En un principio se emplea la noción de resurrección como imagen aplicada al conjunto del pueblo (Os 13,14; Ez 37,1-10), para hablar posteriormente de futura resurrección de los muertos (2 M 7,9). En tiempo de Jesucristo los fariseos aceptaban esta enseñanza, que los saduceos negaban (Mt 22,23; Lc 22,27; Jn 11,23-25; Hch 23,6-8).

 

También al final del AT, en el libro de la sabiduría se explica la retribución ultraterrena mediante la inmortalidad del alma, que puede recibir el premio

de Dios. Estos temas de retribución, resurrección, inmortalidad del alma son frecuentes en la literatura inter-testamentaria.

 

Para los cristianos la resurrección se entiende siempre a partir de la Resurrección de Cristo, pues quien cree en Él recibe una vida nueva que no termina con la muerte física (1 Ts 4,13-18). En 1 Co 15,1-38 se parte del hecho incuestionable de la Resurrección de Cristo para concluir que los cristianos resucitarán, y con un cuerpo incorruptible como el de Cristo. Su resurrección ya se nos anticipa en cierto modo en el Bautismo (Rm 6,4-11; Col 2,1-9; 3,1-4; Jn 5,24-25; 11,25- 26), pero no se puede decir que ya haya tenido lugar (2 Tm 2,18).

2.2                       Inmortalidad del alma y sentido de la resurrección de la carne

Forma parte de la fe de la Iglesia, tal como la enseñaron los Concilios de Vienne (DS 902) y V de Letrán (DS 1440-1441) que el hombre está compuesto de cuerpo y de alma inmortal, creada inmediatamente por Dios.

 

Es posible, incluso, conocer por la razón natural la inmortalidad del alma, aunque no siempre se haya producido con claridad. De hecho las nociones del helenismo acerca del alma y su inmortalidad no eran demasiado claras y había una tendencia a considerar el alma como una realidad divina por sí misma; los Padres más antiguos, para negar ese extremo incluso hablaron con poca precisión de una mortalidad natural del alma, cuestión que la Iglesia posteriormente determinó en el sentido indicado en los concilios citados. En el siglo XIII y posteriormente a principios del siglo XVI algunos proponían un alma inmortal, pero separada y única para todo el género humano, con lo cual no se aseguraba la pervivencia personal e individual.

 

Por otra parte, los Padres de la Iglesia tuvieron que defender con fuerza la resurrección de la carne ante el helenismo que la negaba y se limitaba a afirmar una inmortalidad divina para el alma del hombre (de hecho en los siglos II-III para oponerse a los gnósticos se insiste mucho más en la resurrección de la carne que en la inmortalidad del alma). Se trata de una verdad que pasó al símbolo de los apóstoles.

 

Posteriormente la Benedictus Deus de Benedicto XII la enseña, citando 2 Co 5,10 y en LG 48 se pone en relación con el fin del mundo, para evitar ciertas posiciones protestantes que la situaban en el momento mismo de la muerte; la Congregación para la Doctrina de la Fe tuvo que recordar que la resurrección de la carne se dará al final de los tiempos, mientras que la retribución en el alma inmortal es inmediata al juicio particular. Diversos concilios, como el Lateranense IV (DS 801) y el II de Lyon (DS 859) han precisado que se trata de la resurrección de la misma e íntegra carne, lo cual se ha explicado de diversos modos.

 

La resurrección futura de la carne nos recuerda que el aspecto material es parte esencial del hombre, es una realidad buena, y por tanto también el hom- bre recibirá su retribución en su cuerpo. No es fácil explicar la continuidad de ese aspecto material, pues la continuidad del alma inmortal es bastante clara mientras que hay discusiones sobre la materia de la que constarán los cuerpos resucitados. En este problema está de fondo la dificultad de definir el sentido de la identidad de una determinada materia cuando pasa de una sustancia a otra. En cualquier caso se dará una transformación y glorificación de los cuerpos de los bienaventurados, a los que se extenderá la felicidad eterna.

 

2.3               La retribución inmediata

La enseñanza de la Iglesia, tal como hemos mostrados en los dos apartados anteriores ha expuesto claramente que inmediatamente después de la muerte se da el juicio particular del alma. Tanto en el caso de condena como en el de salvación (si fuera preciso después de la purificación debida) el alma recibe ya su retribución.

 

Al final de los tiempos tendrá lugar el juicio universal, que tiene el sentido de manifestar la diversas respuesta de los miembros de la humanidad ante Dios; entonces sucederá la resurrección de los cuerpos, de la que tenemos certeza, aun desconociendo el cuándo y el cómo.

 

Tanto en el caso de los bienaventurados como de los condenados, la retribución se extenderá entonces al hombre completo, alma y cuerpo, para siempre. El juicio particular y la retri- bución del alma pone de manifiesto la responsabilidad personal, mientras que la resurrección de todos el último día y el juicio final pondrán de manifiesto la responsabilidad comunitaria.

 

Frente a la enseñanza de la Iglesia que habla de un estado del alma separada, explicación denominada como escatología intermedia o de doble fase no han faltado autores que han propuesto una resurrección en la muerte, con diversas explicaciones. En ese tipo de teorías, que son incompatibles con la enseñanza de la Iglesia, subyace el rechazo a la noción de un alma separada e inmortal, capaz de purificación, premio o castigo. Como en tantas ocasiones determinados planteamientos filosóficos que rechazan la existencia de un alma espiritual tienen repercusiones negativas en la explicación de la fe, para la que muerte y resurrec- ción del cristiano son momentos distintos y separados.

 

  No es correcto atribuir al pensamiento helénico sin más la noción de pervivencia del alma porque la fe cristiana debió purificar mucho las nociones griegas sobre el alma: no era aceptable ni el carácter divino ni una cierta falta de individualidad, como si se tratara de un alma común.