Tema 312 Tesis 36. Escatología (1)
1La Iglesia, mientras está en este mundo, espera
la Parusía, venida del Señor en gloria, finalidad y término de la historia y de la creación;
2el cristiano, a partir de la resurrección de
Cristo, confiesa la inmortalidad del alma y la resurrección de la carne, así como la retribución inmediata
tras la muerte,
3de modo que Dios será la meta última o novísimo:
en cuanto alcanzado cielo, en cuanto perdido infierno, en cuanto discierne es juicio, en cuanto purifica
purgatorio.
1.
la Parusía
1.1
Noción de Parusía
1.2
La Parusía en la fe de la Iglesia
1.3
Sentido de la Parusía
2.
Resurrección, inmortalidad y retribución inmediata
2.1
De la retribución en el AT a la resurrección de Cristo y en Cristo
2.2
Inmortalidad del alma y sentido
de la resurrección de la carne
2.3
La retribución inmediata
tras la muerte
3.
Dios como novísimo de la Criatura
3.1
El cielo
3.2
El infierno
3.3
Juicio particular y juicio final
3.4
El purgatorio
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CEC 988-1060;
Compendio 202-216
Benedicto XII, Constitución Benedictus Deus (29.1.1336) DS 1000-1002
Congregación para la Doctrina
DE
la FE, Carta
Recentiores
episcoporum
(17.5.1979) en Doc. 35
1.
LA PARUSÍA
1.1
Noción de Parusía
El término Parusía significa propiamente venida. En el helenismo el término se emplea para referirse: a) al descenso
o manifestación de personas divinas
en la tierra; b) a las visitas
que reyes y príncipes hacen a las ciudades de su imperio.
Se trata siempre de una
manifestación triunfal, de un despliegue de poder en clima solemne
y gozoso.
En el AT no se emplea el término en su sentido
técnico, aunque en
los profetas sí que encontramos referencias al día de Yahvé, como momento de la actuación definitiva de Dios, que libraría al pueblo de sus enemigos.
1.2
La Parusía en la fe de la Iglesia
En el NT el término se emplea con frecuencia y con el sentido
que tenía en el helenismo, pero referido a Cristo: se designa con él la venida gloriosa
de Cristo al final de los tiempos.
La Parusía se conecta inmediatamente con el fin del mundo
(Mt 24,3.27.37.39) y con el juicio (1Ts 5,23; St 5,7). La venida de Cristo concluye
y consuma la historia en cuanto historia
de salvación.
Expresiones
sinónimas son: a) el día del Señor,
es la expresión que con mayor frecuencia designa la Parusía; b)
epifanía, apocalipsis, manifestación: se refiere indistintamente a la primera
aparición histórica de Cristo o a su venida final; los términos apocalipsis y
manifestación acentúan la idea de revelación de algo nuevo como elemento
específico de la Parusía.
La primitiva comunidad cristiana deseaba la
Parusía y la consideraba como un hecho inminente. San Pablo en algún momento parece dar a
entender que la parusía va a llegar antes de que él muera; en
otros textos, en cambio, revela lo no
repentino de su llegada, exhortando a la vigilancia. Esta cierta vacilación se puede explicar fácilmente dado que la venida del Señor era algo muy deseado, y
ese deseo hacía que se diera más peso a los motivos
que había para suponer una venida más o menos pronta del Señor.
La comunidad ha expresado en la
liturgia, desde el principio, su fe firme en la Parusía: la Eucaristía se celebra como memorial de Cristo «hasta
que Él vuelva» (1 Co 11,26).
La fe en la Parusía aparece en los símbolos
de fe (Credos) desde sus manife- staciones
más antiguas, con la fórmula: ha de venir a juzgar a vivos y muertos. Desde la patrística a nuestros días la reflexión sobre la Parusía pasa a segundo
plano. Sólo en dos ocasiones se ha ocupado el magisterio del tema: en el
IV Concilio de Letrán (1215) y en el
II de Lyon (1274), donde únicamente se repite la afirmación del Credo. A ello contribuyó el
progreso de la escatología individual en la Edad Media.
En el Vaticano se
ha recuperado la importancia de la Parusía para la configuración de la teología y de la
fe cristianas. LG 48-49 se ocupan de
la índole escatológica de la Iglesia. GS 39 habla del reino presente que se consumará con la venida
del Señor.
1.3
Sentido de la Parusía
La Parusía indica
que la historia tiene un fin (cronológico) y una finalidad (el triunfo de Cristo). La historia no se destruye, se consuma. Cristo
la lleva a plenitud. Las reflexiones en torno a la Parusía como
fin de la historia se encuen- dran
en un planteamiento de la escatología en clave comunitaria, que ha sido un punto importante de la renovación
conciliar, sin negar los aspectos individuales
de la escatología.
En segundo lugar supone la manifestación del
señorío de Cristo, ya actuante en la historia que se consumará en resurrección, juicio y nueva
creación que llevan el reino de
Cristo a plenitud. Es la pascua de la creación, su paso a su configuración definitiva de total armonía con Cristo.
En tercer lugar la Iglesia debe esperar y
desear la venida del Señor, ante la continua tentación de “anclarse” a este mundo como si fuera lo definitivo. Esperar
la Parusía es creer la
victoria de Cristo sobre la injusticia, el sufrimiento, el pecado y la muerte. Esperar
implica actuar para transformar este mundo y conducirlo a Cristo. Esta noción de Parusía ayuda a comprender que el Reino de Dios y su desarrollo en este mundo no equivale
al mero progreso
de la civilización, sino que tiene
una dimensión trascendente y gratuita caracterizada por la intervención de Dios en la historia,
que se consumará en la Parusía.
2. RESURRECCIÓN DE CRISTO Y RESURRECCIÓN DE LA CARNE
2.1
De la retribución en el AT a la resurrección de Cristo y en Cristo
En el AT la retribución posterior a esta vida es una verdad que poco a poco se va revelando: al principio se habla de un sheol o lugar de
vida mortecina común a todos.
Posteriormente al acentuar
la responsabilidad individual, y no sólo
comunitaria se plantea el problema de si basta la retribución temporal (Jb y Qo). En un principio se emplea la noción
de resurrección como imagen aplicada al conjunto
del pueblo (Os 13,14; Ez 37,1-10), para hablar posteriormente de futura resurrección de los muertos
(2 M 7,9). En tiempo de Jesucristo los fariseos aceptaban esta enseñanza, que los saduceos
negaban (Mt 22,23;
Lc 22,27; Jn 11,23-25; Hch 23,6-8).
También al final del AT, en el libro de la
sabiduría se explica la retribución ultraterrena mediante la inmortalidad del alma, que puede
recibir el premio
de Dios. Estos temas de retribución, resurrección, inmortalidad
del alma son frecuentes en la literatura inter-testamentaria.
Para los cristianos la resurrección se entiende siempre
a partir de la Resurrección de Cristo, pues quien cree en Él recibe una vida nueva que no termina con la muerte física (1 Ts 4,13-18). En 1 Co
15,1-38 se parte del hecho incuestionable de la Resurrección de Cristo para concluir
que los cristianos resucitarán, y con un cuerpo incorruptible como el de Cristo. Su
resurrección ya se nos anticipa en cierto modo en el Bautismo (Rm 6,4-11; Col 2,1-9; 3,1-4;
Jn 5,24-25; 11,25-
26), pero no se puede decir que ya haya tenido lugar (2 Tm 2,18).
2.2
Inmortalidad del alma y sentido de la resurrección de la carne
Forma parte de la fe de la Iglesia, tal como la enseñaron los
Concilios de Vienne (DS 902) y V de Letrán (DS 1440-1441) que el hombre está compuesto de cuerpo y de alma inmortal,
creada inmediatamente por Dios.
Es posible, incluso, conocer por la razón natural la
inmortalidad del alma, aunque no siempre se haya producido con claridad. De
hecho las nociones del helenismo acerca del alma y su inmortalidad no eran demasiado
claras y había una tendencia
a considerar el alma como una realidad divina por sí misma; los Padres
más antiguos, para negar ese extremo incluso
hablaron con poca precisión de una mortalidad natural
del alma, cuestión
que la Iglesia posteriormente determinó en el sentido indicado en los
concilios citados. En el siglo XIII y posteriormente a principios del siglo XVI algunos proponían
un alma inmortal, pero separada
y única para todo el género humano, con
lo cual no se aseguraba la pervivencia personal e individual.
Por otra parte, los Padres de la Iglesia tuvieron que defender con fuerza la resurrección de la carne ante el helenismo que la negaba y se limitaba a afirmar una inmortalidad divina para el alma del hombre (de hecho en los siglos II-III para oponerse a los gnósticos se insiste mucho
más en la resurrección de la carne que en la inmortalidad del alma). Se trata de una verdad
que pasó al símbolo de los apóstoles.
Posteriormente la Benedictus Deus de Benedicto XII la enseña, citando 2 Co 5,10 y en LG 48 se pone en relación con el fin del
mundo, para evitar ciertas posiciones protestantes que la situaban
en el momento mismo de la muerte;
la Congregación para la Doctrina
de la Fe tuvo que recordar que la resurrección de la carne se dará al final
de los tiempos, mientras que la retribución en el alma inmortal es inmediata al juicio particular. Diversos concilios, como el Lateranense IV (DS 801) y el II de Lyon (DS 859) han precisado que se trata de la resurrección de la misma
e íntegra carne,
lo cual se ha
explicado de diversos modos.
La resurrección futura de la carne nos recuerda que el aspecto
material es parte esencial
del hombre, es una realidad
buena, y por tanto también
el hom- bre recibirá su retribución en su cuerpo.
No es fácil explicar la continuidad de ese
aspecto material, pues la continuidad del alma inmortal es bastante clara mientras que hay discusiones sobre la materia
de la que constarán los cuerpos resucitados.
En este problema está de fondo la dificultad de definir el sentido de la
identidad de una determinada materia
cuando pasa de una sustancia a otra. En
cualquier caso se dará una transformación y glorificación de los cuerpos de los bienaventurados, a los que se extenderá la felicidad eterna.
2.3
La retribución inmediata
La enseñanza de la Iglesia, tal como hemos
mostrados en los dos apartados anteriores ha expuesto claramente que inmediatamente después de
la muerte se da el juicio
particular del alma.
Tanto en el caso de condena como en el de salvación
(si fuera preciso después de la purificación debida) el alma recibe ya su retribución.
Al final de los tiempos tendrá lugar el
juicio universal, que tiene el
sentido de manifestar la diversas respuesta de los miembros de la humanidad ante Dios; entonces sucederá la
resurrección de los cuerpos, de la que tenemos
certeza, aun desconociendo el cuándo y el cómo.
Tanto en el caso de los bienaventurados como de los condenados, la retribución se extenderá entonces
al hombre completo,
alma y cuerpo, para siempre.
El juicio particular y la retri-
bución del alma pone de manifiesto la responsabilidad personal, mientras que la resurrección de todos el último día y el juicio final pondrán de manifiesto la responsabilidad comunitaria.
Frente a la
enseñanza de la Iglesia que habla de un estado del alma separada, explicación denominada como escatología intermedia o de doble fase no han faltado autores
que han propuesto una resurrección en la muerte,
con diversas explicaciones. En ese tipo de teorías,
que son incompatibles con la enseñanza de la Iglesia, subyace el rechazo
a la noción de un alma separada e inmortal,
capaz de purificación, premio o
castigo. Como en tantas ocasiones determinados
planteamientos filosóficos que rechazan la existencia de un alma espiritual tienen
repercusiones negativas en la explicación de la fe, para la que muerte y
resurrec- ción del cristiano son momentos distintos
y separados.
No es correcto
atribuir al pensamiento helénico sin más la noción de pervivencia del alma porque la fe cristiana debió purificar mucho las
nociones griegas sobre el alma: no era aceptable ni el carácter
divino ni una cierta falta de individualidad, como si se tratara de un alma común.