PRÁCTICAS
PARTICULARES E INTERIORES PARA LOS QUE QUIEREN SER PERFECTOS (257)
Obrar
por María o conforme al espíritu de María (258)
Obrar
con María o a imitación de María (260)
Obrar
en María o en íntima unión con Ella (261)
Obrar
para María o al servicio de María (265)
PRÁCTICA DE ESTA DEVOCIÓN EN LA SAGRADA
COMUNIÓN (266-273)
2.
PRÁCTICAS PARTICULARES E INTERIORES PARA LOS QUE QUIEREN SER PERFECTOS
257 Además de las prácticas
exteriores de esta devoción que acabamos de exponer –no hay que omitirlas por
negligencia ni desprecio, en la medida que lo permitan el estado y la condición
de cada uno–, existen también prácticas interiores que tienen gran eficacia
santificadora para aquellos a quienes el Espíritu Santo llama a una elevada
perfección (187) .
Todo se
resume en obrar siempre: por María, con María, en María y para María, a fin de
obrar más perfectamente por Jesucristo, con Jesucristo, en Jesucristo y para
Jesucristo.
187 Ver SM 60; VD 119-226.
1.
Obrar por María o conforme al espíritu de María
258 Hay que realizar las propias
acciones por María, es decir, es preciso obedecer en todo a María, moverse en
todo a impulso del espíritu de María, que es el Santo Espíritu de Dios. Hijos
de Dios son todos y sólo aquellos que se dejan llevar por el Espíritu de Dios
(Rom 8,14). Los que son conducidos por el espíritu de María, son hijos de María
y, por consiguiente, hijos de Dios, como ya hemos demostrado (188) . Y, entre tantos devotos de la Santísima
Virgen, sólo son verdaderos y fieles devotos suyos los que se dejan conducir
por su espíritu.
He
dicho que el espíritu de María es el espíritu de Dios, porque Ella no se
condujo jamás por su propio espíritu, sino por el espíritu de Dios, el cual se
posesionó en tal forma de Ella que llegó a ser su propio espíritu. Por ello,
las palabras de San Ambrosio: “More en cada uno el alma de María, para
engrandecer al Señor; more en cada uno el espíritu de María, para regocijarse
en Dios”.
¡Qué
dichoso quien -a ejemplo del piadoso hermano jesuita Alfonso Rodríguez (189) , muerto en olor de santidad- se halla
totalmente poseído y es conducido por el espíritu de María! ¡Espíritu que es
suave y fuerte, celoso y prudente, humilde e intrépido, puro y fecundo!
259 Para dejarte conducir por el
espíritu de María es preciso que:
1o
antes de obrar –por ejemplo, antes de orar, celebrar la misa o participar en
ella, comulgar, etc.– renuncies a tu propio espíritu, a tus propias luces y
voluntad. Porque las tinieblas de tu propio espíritu y la malicia de tu propia
voluntad y operaciones son tales que, si las sigues, por excelentes que te
parezcan, obstaculizarán al santo espíritu de María;
2o te
entregues al espíritu de María para ser movilizado y conducido por él de la
manera que Ella quiera. Debes abandonarte en sus manos virginales, como la
herramienta en manos del obrero, como el laúd en manos de un tañedor. Tienes
que perderte y abandonarte a Ella como una piedra que se arroja al mar; lo cual
se hace sencillamente y en un momento con una simple mirada del espíritu, un
ligero movimiento de la voluntad o pocas palabras, diciendo, por ejemplo:
“¡Renuncio a mí mismo y me consagro a ti, querida Madre mía!” Y, aun cuando no
sientas ninguna dulzura sensible en este acto de unión, no por ello deja de ser
verdadero; igual que si dijeras -¡no lo permita Dios!- : “Me entrego al
diablo”, con toda sinceridad, aunque lo digas sin inmutarte sensiblemente,
pertenecerías realmente al diablo;
3o
durante la acción y después de ella, renueves de tiempo en tiempo el mismo acto
de ofrecimiento y unión. Y cuanto más lo repitas, más pronto te santificarás y
llegarás a la unión con Jesucristo. Unión que sigue siempre a la unión con
María, dado que el espíritu de María es el espíritu de Jesús.
188 VD 29-30
189 SAN ALFONSO RODRÍGUEZ (1533-1617), canonizado el 15 de enero de
1888 por León XIII. 501
2.
Obrar con María o a imitación de María
260 Hay que realizar las propias
acciones con María, es decir, mirando a María como el modelo acabado de toda
virtud y perfección (190) , formado por el
Espíritu Santo (191) en una pura creatura, para
que lo imites según tus limitadas capacidades (192) .
Es, pues, necesario que en cada acción mires cómo la hizo o la haría la
Santísima Virgen si estuviera en tu lugar.
Para
esto debes examinar y meditar las grandes virtudes que Ella practicó durante
toda su vida, y particularmente (193) : 1o su fe
viva, por la cual creyó sin vacilar en la palabra del ángel y siguió creyendo
fiel y constantemente hasta el pie de la cruz en el Calvario; 2o su humildad
profunda, que la llevó siempre a ocultarse, callarse, someterse en todo y
colocarse en el último lugar; 3o su pureza totalmente divina, que no ha tenido
ni tendrá igual sobre la tierra. Y, finalmente, todas sus demás virtudes.
Recuerda
–te lo repito– que María es el grandioso y único molde de Dios apto para hacer
imágenes vivas de Dios a poca costa y en poco tiempo. Quien halla este molde y
se pierde en él, muy pronto se transformará en Jesucristo, a quien este molde
representa perfectamente (194) .
3.
Obrar en María o en íntima unión con Ella
261 Hay que realizar las propias
acciones en María. Para comprender bien esta práctica es preciso recordar:
1o Que
la Santísima Virgen es el verdadero paraíso terrestre del nuevo Adán. El
antiguo paraíso era solamente una figura de éste (195) .
Hay en este paraíso riquezas, hermosuras, maravillas y dulzuras inexplicables,
dejadas en él por el nuevo Adán, Jesucristo. Allí encontró Él sus complacencias
durante nueve meses, realizó maravillas e hizo alarde de sus riquezas con la
magnificencia de un Dios. Este lugar santísimo fue construido solamente con una
tierra virginal e inmaculada, de la cual fue formado y alimentado el nuevo
Adán, sin ninguna mancha de inmundicia, por obra del Espíritu Santo que en él
habita. En este paraíso terrestre se halla el verdadero árbol de vida, que
produjo a Jesucristo, fruto de vida; allí, el árbol de la ciencia del bien y
del mal, que ha dado la luz al mundo. Hay en este divino lugar árboles
plantados por la mano de Dios, regados por su unción celestial, y que han dado,
y siguen dando día tras día, frutos de exquisito sabor. Hay allí jardines
esmaltados de bellas y diferentes flores de virtud que exhalan un perfume tal,
que embalsama a los mismos ángeles. Hay en este lugar verdes praderas de
esperanza, torres inexpugnables de fortaleza, moradas llenas de encanto y
seguridad, etc.
Sólo el
Espíritu Santo puede dar a conocer la verdad que se oculta bajo estas figuras
de cosas materiales.
Se
respira en este lugar un aire puro e incontaminado de pureza, brilla el día
hermoso y sin noche de la santa humanidad, irradia el sol hermoso y sin sombras
de la divinidad, arde el horno encendido e inextinguible de la caridad –en el
que el hierro se inflama y transforma en oro–, corre tranquilo el río de la
humildad, que brota de la tierra y, dividiéndose en cuatro brazos, riega todo
este delicioso lugar: son las cuatro virtudes cardinales.
262 2o El Espíritu Santo, por boca
de los Santos Padres, llama también a la Santísima Virgen:
1) la
puerta oriental, por donde entra al mundo y sale de él el Sumo Sacerdote,
Jesucristo; por ella entró la primera vez y por ella volverá la segunda;
2) el
santuario de la divinidad, la mansión de la Santísima Trinidad, el trono de
Dios, el altar y templo de Dios, el mundo de Dios. Epítetos y alabanzas muy
verdaderos cuando se refieren a las diferentes maravillas y gracias que el
Altísimo ha realizado en María (ver Ez 44,1-3; Sal 87 [86],1; Is 6,1-4. ¡Qué
riqueza! ¡Qué gloria! ¡Qué delicia! ¡Qué dicha! ¡Poder entrar y permanecer en
María, en quien el Altísimo colocó el trono de su gloria suprema!
263 Pero ¡qué difícil es a
pecadores como nosotros obtener el permiso, capacidad y luz suficientes para
entrar en lugar tan excelso y santo, custodiado ya no por un querubín –como el
antiguo paraíso terrenal–, sino por el mismo Espíritu Santo, que ha tomado
posesión de él y dice: ¡Eres jardín cerrado, hermana y novia mía; eres jardín
cerrado, fuente sellada! (Cant 4,12). ¡María es jardín cerrado! ¡María es
fuente sellada! ¡Los miserables hijos de Adán y Eva, arrojados del paraíso
terrenal, no pueden entrar en este nuevo paraíso sino por una gracia
excepcional del Espíritu Santo que ellos deben merecer (196)
.
264 Después de haber obtenido,
mediante la fidelidad, esta gracia insigne, te es necesario permanecer
encantado en el hermoso interior de María, descansar allí con seguridad y
perderte en él sin reserva, a fin de que en este seno virginal:
1- te
alimentes con la leche de la gracia y misericordia maternal de María;
2- te
liberes de toda turbación, temor y escrúpulo;
3- te
pongas a salvo de todos tus enemigos: demonio, mundo y pecado, que jamás
pudieron entrar en María. Por esto dice Ella misma: Los que obran por mí no pecarán
(BenS 24,30) (197) ; esto es, los que permanecen
espiritualmente en la Santísima Virgen no cometen pecado considerable;
4- te
formes en Jesucristo, y Jesucristo sea formado en ti. Porque el seno de María
-dicen los Padreses la sala de los sacramentos divinos, donde se han formado
Jesucristo y todos los elegidos: Uno por uno, todos han nacido en Ella (Sal 87
[86],5 (198) .
4.
Obrar para María o al servicio de María
265 Finalmente, hay que hacerlo
todo para María. Estando totalmente consagrado a su servicio, es justo que lo
realices todo para María, como lo harían el criado, el siervo y el esclavo
respecto de su patrón. No que la tomes por el fin último de tus servicios –que
lo es únicamente Jesucristo–, sino como el fin próximo, ambiente misterioso y
camino fácil para llegar a El.
Conviene,
pues, que no te quedes ocioso, sino que actúes como el buen siervo y esclavo.
Es decir, que, apoyado en su protección, emprendas y realices grandes empresas
por esta augusta Soberana. En concreto, debes defender sus privilegios cuando
se los disputan; defender su gloria cuando la atacan; atraer, a ser posible, a
todo el mundo a su servicio y a esta verdadera y sólida devoción; hablar y levantar
el grito contra quienes abusan de su devoción para ultrajar a su Hijo y –al
mismo tiempo– establecer en el mundo esta verdadera devoción; y no esperar, en
recompensa de tu humilde servicio, sino el honor de pertenecer a tan noble
Princesa y la dicha de vivir unido, por medio de Ella, a Jesús, su Hijo, con
lazo indisoluble en el tiempo y la eternidad.
¡GLORIA
A JESÚS EN MARÍA!
¡GLORIA
A MARIA EN JESUS!
¡GLORIA
A SOLO DIOS!
CAPÍTULO
VI
PRÁCTICA
DE ESTA DEVOCIÓN EN LA SAGRADA COMUNIÓN
1.
ANTES DE LA COMUNIÓN
266 1. Humíllate profundamente
delante de Dios.
2.
Renuncia a tus malas inclinaciones y a tus disposiciones, por buenas que te las
haga ver el amor propio.
3.
Renueva tu consagración, diciendo: “Soy todo tuyo, ¡oh María!, y cuanto tengo
es tuyo” (199) .
4.
Suplica a esta bondadosa Madre que te preste su corazón para recibir en él a su
Hijo con sus propias disposiciones. Hazle notar cuánto importa a la gloria de
su Hijo que no entre en un corazón tan manchado e inconstante como el tuyo, que
no dejaría de menoscabar su gloria y hasta llegaría a apartarse de El. Pero
que, si Ella quiere venir a morar en ti para recibir a su Hijo, puede hacerlo,
por el dominio que tiene sobre los corazones (200) ,
y que su Hijo será bien recibido por Ella, sin mancha ni peligro de que sea
rechazado: Teniendo a Dios en medio, no vacila (201) .
Dile
con absoluta confianza que todos los bienes que le has dado valen poco para
honrarla. Pero que por la sagrada comunión quieres hacerle el mismo obsequio
que le hizo el Padre eterno; obsequio que la honrará más que si le dieses todos
los bienes del mundo.
Dile,
finalmente, que Jesús, que la ama en forma excepcional, desea todavía
complacerse y descansar en Ella, aunque sea en tu alma, más sucia y pobre que
el establo de Belén en donde Jesús se dignó nacer, porque allí estaba Ella.
Pídele su corazón con estas tiernas palabras: ¡Tú eres mi todo, oh María;
préstame tu corazón! (Ver Sal 4,10) (202) .
2.
EN LA COMUNIÓN
267 Dispuesto ya a recibir a
Jesucristo, después del padrenuestro le dirás tres veces: Señor, no soy digno,
etc.; como si dijeses la primera vez al Padre eterno que no eres digno de
recibir a su Hijo a causa de tus malos pensamientos e ingratitudes para con un
Padre tan bueno; pero que ahí está María, su esclava, que ruega por ti y te da
confianza y esperanza singulares ante su Majestad: Porque tú solo me haces
vivir tranquilo (Sal 4,10).
268 Al Hijo le dirás: Señor, no soy
digno, etc.; que no eres digno de recibirle a causa de tus palabras inútiles y
malas y de tu infidelidad en su servicio, pero que, no obstante, le suplicas
tenga piedad de ti, que le introducirás en la casa de su propia Madre, que es
también tuya, y que no le dejarás partir hasta que venga a habitar en ella: Lo
agarré, y ya no lo soltaré hasta meterlo en la casa de mi madre, en la alcoba
de la que me llevó en sus entrañas (Cant 3,4). Ruégale que se levante y venga
al lugar de su reposo y al arca de su santificación: Levántate, Señor; ven a tu
mansión, ven con el arca de tu poder (Sal 131 [130],8). Dile que no confías lo
más mínimo en tus méritos, ni en tus fuerzas y preparación - como Esaú-, sino
en los de María, tu querida Madre -como el humilde Jacob en los cuidados de
Rebeca-; que, por muy pecador y Esaú que seas, te atreves a acercarte a su
santidad apoyado y adornado con los méritos y virtudes de su santísima Madre (203)
269 Al Espíritu Santo le dirás:
Señor, no soy digno; que no eres digno de recibir la obra maestra de su amor a
causa de la tibieza y maldad de tus acciones y de la resistencia a sus
inspiraciones, pero que toda tu confianza está en María, su fiel Esposa. Dile
con San Bernardo: “Ella es mi suprema confianza y la única razón de mi
esperanza”. Puedes también rogarle que venga a María, su indisoluble Esposa.
Dile que su seno es tan puro y su corazón está tan inflamado como nunca, y que,
si no desciende a tu alma, ni Jesús ni María podrán formarse en ella ni ser en
ella dignamente hospedados.
3.
DESPUÉS DE LA SAGRADA COMUNIÓN
270 Después de la sagrada comunión,
estando recogido interiormente y cerrados los ojos, introducirás a Jesucristo
en el corazón de María. Se lo entregarás a su Madre, quien lo recibirá con
amor, lo tratará como Él lo merece, lo adorará con todo su ser, lo amará
perfectamente, lo abrazará estrechamente y le rendirá en espíritu y verdad
muchos obsequios que desconocemos a causa de nuestras espesas tinieblas.
271 O te mantendrás profundamente
humillado dentro de ti mismo, en presencia de Jesús que mora en María. O
permanecerás como el esclavo a la puerta del palacio del Rey, quien dialoga con
la Reina. Y mientras ellos hablan entre sí, dado que no te necesitan, subirás
en espíritu al cielo e irás por toda la tierra a rogar a las creaturas que den
gracias, adoren y amen a Jesús y a María en nombre tuyo: Vengan, adoremos, etc.
(Sal 94 [93],6).
272 O pedirás tú mismo a Jesús, en
unión con María, la llegada de su reino a la tierra por medio de su santísima
Madre, o la divina Sabiduría, o el amor divino, o el perdón de tus pecados, o
alguna otra gracia, pero siempre por María y en María, diciendo mientras fijas
los ojos en tu miseria: No mires, Señor, mis pecados (ver Sal 51 [50],11), sino
las virtudes y méritos de María. Y, acordándote de tus pecados, añadirás: Es
obra de un enemigo (Mt 13,28). Yo soy mi mayor enemigo, yo cometí esos pecados.
O también: Sálvame del hombre traidor y malvado (Sal 43 [42],1), que soy yo
mismo. O bien: “Jesús mío, conviene que tú crezcas en mi alma y que yo
disminuya” (ver Jn 3,30). María, es necesario que tú crezcas en mi alma y que
yo sea menos que nunca. Crezcan y multiplíquense (Gén 1,28). ¡Oh Jesús! ¡Oh
María! ¡Crezcan en mí! ¡Multiplíquense fuera, en los demás!
273 Hay mil pensamientos más que el
Espíritu Santo sugiere, y te sugerirá también a ti, si eres de verdad hombre
interior, mortificado y fiel a la excelente y sublime devoción que acabo de
enseñarte. Pero acuérdate de que cuanto más permitas a María obrar en tu
comunión, tanto más glorificado será Jesucristo. Y de que tanto más dejas obrar
a María para Jesús, y a Jesús en María, cuanto más profundamente te humilles y
los escuches en paz y silencio, sin inquietarte por ver, gustar o sentir.
Porque el justo vive en todo de la fe, y particularmente en la sagrada
comunión, que es acto de fe: Mi justo vive de su fidelidad (Heb 10,38).
Notas a pie de página:
190 Ver LG 65; Signum Magnum 14-15; MC 37.
191 Ver LG 56.
192 María, tan cercana a Dios y tan próxima a nosotros, nos conforta
para llegar a un encuentro más íntimo con Cristo.
193 Ver VD 108.
194 Ver SM 16-18; VD 219-221.
195 Aplicación espiritual de Gen 2,8; ver VD 6.
196 Ver SM 52, nota.
197 Ver VD 175.
198 Ver VD 32.
199 VD 233.
200 VD 205-206.
201 Asociación de Jn 19,27 y Prov 23,26.
202 Ver VD 205-206
203 Ver VD 205-206