Tema 223. Capítulo 1. Las sombras de un
mundo cerrado (2)
Las pandemias y otros flagelos de la historia (32-36)
Sin dignidad humana en las fronteres (37-41)
La ilusión de la comunicación (42-43)
Agresividad sin pudor (44-46)
Las pandemias y otros flagelos de la historia
32. Es verdad que una
tragedia global como la pandemia de Covid-19 despertó durante un tiempo la
consciencia de ser una comunidad mundial que navega en una misma barca, donde
el mal de uno perjudica a todos. Recordamos que nadie se salva solo, que
únicamente es posible salvarse juntos. Por eso dije que «la tempestad
desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y
superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas,
nuestros proyectos, rutinas y prioridades. […] Con la tempestad, se cayó el
maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre
pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa
bendita pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa
pertenencia de hermanos»[31].
33. El mundo avanzaba de manera implacable hacia una economía que, utilizando los avances tecnológicos, procuraba reducir los “costos humanos”, y algunos pretendían hacernos creer que bastaba la libertad de mercado para que todo estuviera asegurado. Pero el golpe duro e inesperado de esta pandemia fuera de control obligó por la fuerza a volver a pensar en los seres humanos, en todos, más que en el beneficio de algunos.
Hoy podemos reconocer que «nos hemos alimentado con sueños de esplendor y grandeza y hemos terminado comiendo distracción, encierro y soledad; nos hemos empachado de conexiones y hemos perdido el sabor de la fraternidad. Hemos buscado el resultado rápido y seguro y nos vemos abrumados por la impaciencia y la ansiedad. Presos de la virtualidad hemos perdido el gusto y el sabor de la realidad»[32].
El dolor, la incertidumbre, el temor y la conciencia de los propios límites que
despertó la pandemia, hacen resonar el llamado a repensar nuestros estilos de
vida, nuestras relaciones, la organización de nuestras sociedades y sobre todo
el sentido de nuestra existencia.
34. Si todo está
conectado, es difícil pensar que este desastre mundial no tenga relación con
nuestro modo de enfrentar la realidad, pretendiendo ser señores absolutos de la
propia vida y de todo lo que existe. No quiero decir que se trata de una suerte
de castigo divino. Tampoco bastaría afirmar que el daño causado a la naturaleza
termina cobrándose nuestros atropellos. Es la realidad misma que gime y se
rebela. Viene a la mente el célebre verso del poeta Virgilio que evoca las
lágrimas de las cosas o de la historia[33].
35. Pero olvidamos
rápidamente las lecciones de la historia, «maestra de vida»[34].
Pasada la crisis sanitaria, la peor reacción sería la de caer aún más en una
fiebre consumista y en nuevas formas de autopreservación egoísta. Ojalá que al
final ya no estén “los otros”, sino sólo un “nosotros”. Ojalá no se trate de
otro episodio severo de la historia del que no hayamos sido capaces de
aprender. Ojalá no nos olvidemos de los ancianos que murieron por falta de
respiradores, en parte como resultado de sistemas de salud desmantelados año
tras año. Ojalá que tanto dolor no sea inútil, que demos un salto hacia una
forma nueva de vida y descubramos definitivamente que nos necesitamos y nos
debemos los unos a los otros, para que la humanidad renazca con todos los
rostros, todas las manos y todas las voces, más allá de las fronteras que hemos
creado.
36. Si no logramos
recuperar la pasión compartida por una comunidad de pertenencia y de
solidaridad, a la cual destinar tiempo, esfuerzo y bienes, la ilusión global
que nos engaña se caerá ruinosamente y dejará a muchos a merced de la náusea y
el vacío. Además, no se debería ignorar ingenuamente que «la obsesión por un
estilo de vida consumista, sobre todo cuando sólo unos pocos puedan sostenerlo,
sólo podrá provocar violencia y destrucción recíproca»[35].
El “sálvese quien pueda” se traducirá rápidamente en el “todos contra todos”, y
eso será peor que una pandemia.
Sin dignidad humana en las fronteras
37. Tanto desde algunos
regímenes políticos populistas como desde planteamientos económicos liberales,
se sostiene que hay que evitar a toda costa la llegada de personas migrantes.
Al mismo tiempo se argumenta que conviene limitar la ayuda a los países pobres,
de modo que toquen fondo y decidan tomar medidas de austeridad. No se advierte
que, detrás de estas afirmaciones abstractas difíciles de sostener, hay muchas
vidas que se desgarran. Muchos escapan de la guerra, de persecuciones, de
catástrofes naturales. Otros, con todo derecho, «buscan oportunidades para
ellos y para sus familias. Sueñan con un futuro mejor y desean crear las
condiciones para que se haga realidad»[36].
38. Lamentablemente, otros son «atraídos por la cultura occidental, a veces con expectativas poco realistas que los exponen a grandes desilusiones. Traficantes sin escrúpulos, a menudo vinculados a los cárteles de la droga y de las armas, explotan la situación de debilidad de los inmigrantes, que a lo largo de su viaje con demasiada frecuencia experimentan la violencia, la trata de personas, el abuso psicológico y físico, y sufrimientos indescriptibles»[37].
Los que emigran «tienen que separarse de su propio contexto de origen y con
frecuencia viven un desarraigo cultural y religioso. La fractura también
concierne a las comunidades de origen, que pierden a los elementos más
vigorosos y emprendedores, y a las familias, en particular cuando emigra uno de
los padres o ambos, dejando a los hijos en el país de origen»[38].
Por consiguiente, también «hay que reafirmar el derecho a no emigrar, es decir,
a tener las condiciones para permanecer en la propia tierra»[39].
39. Para colmo «en algunos países de llegada, los fenómenos migratorios suscitan alarma y miedo, a menudo fomentados y explotados con fines políticos. Se difunde así una mentalidad xenófoba, de gente cerrada y replegada sobre sí misma».[40]. Los migrantes no son considerados suficientemente dignos para participar en la vida social como cualquier otro, y se olvida que tienen la misma dignidad intrínseca de cualquier persona. Por lo tanto, deben ser «protagonistas de su propio rescate»[41].
Nunca se dirá que no son humanos pero, en la práctica, con las decisiones y el
modo de tratarlos, se expresa que se los considera menos valiosos, menos
importantes, menos humanos. Es inaceptable que los cristianos compartan esta
mentalidad y estas actitudes, haciendo prevalecer a veces ciertas preferencias
políticas por encima de hondas convicciones de la propia fe: la inalienable
dignidad de cada persona humana más allá de su origen, color o religión, y la
ley suprema del amor fraterno.
40. «Las
migraciones constituirán un elemento determinante del futuro del mundo»[42]. Pero
hoy están afectadas por una «pérdida de ese “sentido de la responsabilidad
fraterna”, sobre el que se basa toda sociedad civil»[43]. Europa,
por ejemplo, corre serios riesgos de ir por esa senda. Sin embargo,
«inspirándose en su gran patrimonio cultural y religioso, tiene los instrumentos
necesarios para defender la centralidad de la persona humana y encontrar un
justo equilibrio entre el deber moral de tutelar los derechos de sus
ciudadanos, por una parte, y, por otra, el de garantizar la asistencia y la
acogida de los emigrantes»[44].
41. Comprendo que ante las
personas migrantes algunos tengan dudas y sientan temores. Lo entiendo como
parte del instinto natural de autodefensa. Pero también es verdad que una
persona y un pueblo sólo son fecundos si saben integrar creativamente en su
interior la apertura a los otros. Invito a ir más allá de esas reacciones
primarias, porque «el problema es cuando esas dudas y esos miedos condicionan
nuestra forma de pensar y de actuar hasta el punto de convertirnos en seres
intolerantes, cerrados y quizás, sin darnos cuenta, incluso racistas. El miedo
nos priva así del deseo y de la capacidad de encuentro con el otro»[45].
La ilusión de la comunicación
42. Paradójicamente,
mientras se desarrollan actitudes cerradas e intolerantes que nos clausuran
ante los otros, se acortan o desaparecen las distancias hasta el punto de que
deja de existir el derecho a la intimidad. Todo se convierte en una especie de
espectáculo que puede ser espiado, vigilado, y la vida se expone a un control
constante. En la comunicación digital se quiere mostrar todo y cada individuo
se convierte en objeto de miradas que hurgan, desnudan y divulgan,
frecuentemente de manera anónima. El respeto al otro se hace pedazos y, de esa
manera, al mismo tiempo que lo desplazo, lo ignoro y lo mantengo lejos, sin
pudor alguno puedo invadir su vida hasta el extremo.
43. Por otra parte, los movimientos digitales de odio y destrucción no constituyen —como algunos pretenden hacer creer— una forma adecuada de cuidado grupal, sino meras asociaciones contra un enemigo. En cambio, «los medios de comunicación digitales pueden exponer al riesgo de dependencia, de aislamiento y de progresiva pérdida de contacto con la realidad concreta, obstaculizando el desarrollo de relaciones interpersonales auténticas»[46].
Hacen falta gestos físicos, expresiones del rostro, silencios, lenguaje
corporal, y hasta el perfume, el temblor de las manos, el rubor, la
transpiración, porque todo eso habla y forma parte de la comunicación humana.
Las relaciones digitales, que eximen del laborioso cultivo de una amistad, de una
reciprocidad estable, e incluso de un consenso que madura con el tiempo, tienen
apariencia de sociabilidad. No construyen verdaderamente un “nosotros” sino que
suelen disimular y amplificar el mismo individualismo que se expresa en la
xenofobia y en el desprecio de los débiles. La conexión digital no basta para
tender puentes, no alcanza para unir a la humanidad.
Agresividad sin pudor
44. Al mismo tiempo que
las personas preservan su aislamiento consumista y cómodo, eligen una
vinculación constante y febril. Esto favorece la ebullición de formas insólitas
de agresividad, de insultos, maltratos, descalificaciones, latigazos verbales
hasta destrozar la figura del otro, en un desenfreno que no podría existir en
el contacto cuerpo a cuerpo sin que termináramos destruyéndonos entre todos. La
agresividad social encuentra en los dispositivos móviles y ordenadores un
espacio de ampliación sin igual.
45. Ello ha permitido que
las ideologías pierdan todo pudor. Lo que hasta hace pocos años no podía ser
dicho por alguien sin el riesgo de perder el respeto de todo el mundo, hoy
puede ser expresado con toda crudeza aun por algunas autoridades políticas y
permanecer impune. No cabe ignorar que «en el mundo digital están en juego
ingentes intereses económicos, capaces de realizar formas de control tan
sutiles como invasivas, creando mecanismos de manipulación de las conciencias y
del proceso democrático. El funcionamiento de muchas plataformas a menudo acaba
por favorecer el encuentro entre personas que piensan del mismo modo,
obstaculizando la confrontación entre las diferencias. Estos circuitos cerrados
facilitan la difusión de informaciones y noticias falsas, fomentando prejuicios
y odios»[47].
46. Conviene reconocer que
los fanatismos que llevan a destruir a otros son protagonizados también por
personas religiosas, sin excluir a los cristianos, que «pueden formar parte de redes
de violencia verbal a través de internet y de los diversos foros o espacios de
intercambio digital. Aun en medios católicos se pueden perder los límites, se
suelen naturalizar la difamación y la calumnia, y parece quedar fuera toda
ética y respeto por la fama ajena»[48].
¿Qué se aporta así a la fraternidad que el Padre común nos propone?
Notas a pie de página:
[31] Momento extraordinario de oración en tiempos de epidemia (27
marzo 2020): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española
(3 abril 2020), p. 3.
[32] Homilía durante la Santa Misa, Skopie –
Macedonia del Norte (7 mayo 2019): L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (10 mayo 2019), p. 12.
[33] Cf. Eneida1, 462: «Sunt lacrimae rerum et mentem mortalia
tangunt».
[34] «Historia […] magistra vitae» (Marco Tulio Cicerón, De
Oratore, 2, 36).
[35] Carta enc. Laudato si’ (24 mayo 2015),
204: AAS 107 (2015), 928.
[36] Exhort. ap. postsin. Christus vivit (25 marzo 2019), 91.
[39] Benedicto XVI, Mensaje para la 99.ª Jornada Mundial del Migrante y del
Refugiado (12 octubre 2012): AAS 104
(2012), 908; L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española
(11 noviembre 2012), p. 4.
[40] Exhort. ap. postsin. Christus vivit (25 marzo 2019), 92.
[41] Mensaje para la 106.ª Jornada Mundial del Migrante y del
Refugiado 2020 (13 mayo 2020): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (22 mayo 2020), p. 5.
[42] Discurso al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa
Sede (11 enero 2016): AAS 108 (2016), 124; L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (15 enero 2016), p. 8.
[43] Discurso al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa
Sede (13 enero 2014): AAS 106 (2014), 84; L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (17 enero 2014), p. 7.
[44] Discurso al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa
Sede (11 enero 2016): AAS 108 (2016), 123; L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (15 enero 2016), p. 8.
[45] Mensaje para la 105.ª Jornada Mundial del Migrante y del
Refugiado (27 mayo 2019): L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (31 mayo 2019), p. 6.
[46] Exhort. ap. postsin. Christus vivit (25 marzo 2019), 88.
[48] Exhort. ap. Gaudete et exsultate (19 marzo
2018), 115.