Desde el punto de
vista económico, eso significaba su participación activa y en condiciones de
igualdad en el proceso económico internacional; desde el punto de vista social,
su evolución hacia sociedades solidarias y con buen nivel de formación; desde
el punto de vista político, la consolidación de regímenes democráticos capaces
de asegurar libertad y paz.
Después de tantos
años, al ver con preocupación el desarrollo y la perspectiva de las crisis que
se suceden en estos tiempos, reconocemos que estaba fundada la preocupación de
la Iglesia por la capacidad del hombre meramente tecnológico para fijar
objetivos realistas y poder gestionar constante y adecuadamente los
instrumentos disponibles.
La ganancia es útil
si, como medio, se orienta a un fin que le dé un sentido, tanto en el modo de
adquirirla como de utilizarla. El objetivo exclusivo del beneficio, cuando es
obtenido mal y sin el bien común como fin último, corre el riesgo de destruir
riqueza y crear pobreza.
El desarrollo
económico que Pablo VI deseaba era el que produjera un crecimiento real,
extensible a todos y concretamente sostenible. Es verdad que el desarrollo ha
sido y sigue siendo un factor positivo que ha sacado de la miseria a miles de
millones de personas y que, últimamente, ha dado a muchos países la posibilidad
de participar efectivamente en la política internacional. Sin embargo, se ha de
reconocer que el desarrollo económico mismo ha estado, y lo está aún, aquejado
por desviaciones y problemas dramáticos, que la crisis actual ha puesto
todavía más de manifiesto.
Ésta nos pone
improrrogablemente ante decisiones que afectan cada vez más al destino mismo
del hombre, el cual, por lo demás, no puede prescindir de su naturaleza. Las
fuerzas técnicas que se mueven, las interrelaciones planetarias, los efectos
perniciosos sobre la economía real de una actividad financiera mal utilizada y
en buena parte especulativa, los imponentes flujos migratorios, frecuentemente
provocados y después no gestionados adecuadamente, o la explotación sin reglas
de los recursos de la tierra, nos induce hoy a reflexionar sobre las medidas
necesarias para solucionar problemas que no sólo son nuevos sino también, y
sobre todo, que tienen un efecto decisivo para el bien presente y futuro de la
humanidad.
Los aspectos de la crisis y sus soluciones,
así como la posibilidad de un futuro nuevo desarrollo, están cada vez más
interrelacionados, se implican recíprocamente, requieren nuevos esfuerzos de
comprensión unitaria y una nueva síntesis humanista. Nos preocupa
justamente la complejidad y gravedad de la situación económica actual, pero
hemos de asumir con realismo, confianza y esperanza las nuevas
responsabilidades que nos reclama la situación de un mundo que necesita una
profunda renovación cultural y el redescubrimiento de valores de fondo sobre
los cuales construir un futuro mejor.
La crisis nos obliga a
revisar nuestro camino, a darnos nuevas reglas y a encontrar nuevas formas de
compromiso, a apoyarnos en las experiencias positivas y a rechazar las
negativas. De este modo, la crisis se convierte en ocasión de discernir y
proyectar de un modo nuevo. Conviene afrontar las dificultades del presente
en esta clave, de manera confiada más que resignada.
LA RIQUEZA Y SU
DISTRIBUCIÓN
Como ya señaló Juan
Pablo II, la línea de demarcación entre países ricos y pobres ahora no es tan
neta como en tiempos de la Populorum progressio. La riqueza
mundial crece en términos absolutos, pero aumentan también las desigualdades.
En los países ricos, nuevas categorías sociales se empobrecen y nacen nuevas
pobrezas. En las zonas más pobres, algunos grupos gozan de un tipo de
superdesarrollo derrochador y consumista, que contrasta de modo inaceptable con
situaciones persistentes de miseria deshumanizadora. Se sigue produciendo «el
escándalo de las disparidades hirientes».
Lamentablemente, hay
corrupción e ilegalidad tanto en el comportamiento de sujetos económicos y
políticos de los países ricos, nuevos y antiguos, como en los países pobres. La
falta de respeto de los derechos humanos de los trabajadores es provocada a
veces por grandes empresas multinacionales y también por grupos de producción
local.
Las ayudas
internacionales se han desviado con frecuencia de su finalidad por
irresponsabilidades tanto en los donantes como en los beneficiarios. Podemos
encontrar la misma articulación de responsabilidades también en el ámbito de
las causas inmateriales o culturales del desarrollo y el subdesarrollo.
Hay formas excesivas
de protección de los conocimientos por parte de los países ricos, a través de
un empleo demasiado rígido del derecho a la propiedad intelectual,
especialmente en el campo sanitario. Al mismo tiempo, en algunos países pobres
perduran modelos culturales y normas sociales de comportamiento que frenan el
proceso de desarrollo.
DESARROLLO INTEGRAL
No basta
progresar sólo desde el punto de vista económico y tecnológico. El desarrollo necesita ser ante todo auténtico e
integral. El salir del atraso económico, algo en sí mismo positivo, no
soluciona la problemática compleja de la promoción del hombre, ni en los países
protagonistas de estos adelantos, ni en los países económicamente ya
desarrollados, ni en los que todavía son pobres, los cuales pueden sufrir,
además de antiguas formas de explotación, las consecuencias negativas que se
derivan de un crecimiento marcado por desviaciones y desequilibrios.
Tras el derrumbe de
los sistemas económicos y políticos de los países comunistas de Europa Oriental
y el fin de los llamados «bloques contrapuestos», hubiera sido necesario un
replanteamiento total del desarrollo.
En nuestra época, el nuevo
contexto económico-comercial y financiero internacional, caracterizado también
por una creciente movilidad de los capitales financieros y los medios de
producción materiales e inmateriales ha modificado el poder político y el papel
preponderante de los estados.
EL MERCADO Y LA
PROTECCION SOCIAL
El mercado, al hacerse
global, ha estimulado, sobre todo en países ricos, la búsqueda de áreas en las
que emplazar la producción a bajo coste con el fin de reducir los precios de
muchos bienes, aumentar el poder de adquisición y acelerar por tanto el índice
de crecimiento, centrado en un mayor consumo en el propio mercado interior.
Consecuentemente, el mercado ha estimulado nuevas formas de competencia entre
los estados con el fin de atraer centros productivos de empresas extranjeras,
adoptando diversas medidas, como una fiscalidad favorable y la falta de
reglamentación del mundo del trabajo.
Estos procesos han
llevado a la reducción de la red de seguridad social a cambio de la
búsqueda de mayores ventajas competitivas en el mercado global, con grave
peligro para los derechos de los trabajadores, para los derechos fundamentales
del hombre y para la solidaridad en las tradicionales formas del Estado social.
Los sistemas de seguridad social pueden perder la capacidad de cumplir su
tarea, tanto en los países pobres, como en los emergentes, e incluso en los ya
desarrollados desde hace tiempo.
En este punto, las
políticas de balance, con los recortes al gasto social, con frecuencia
promovidos también por las instituciones financieras internacionales, pueden
dejar a los ciudadanos impotentes ante riesgos antiguos y nuevos; dicha
impotencia aumenta por la falta de protección eficaz por parte de las
asociaciones de los trabajadores.
DESREGULACIÓN LABORAL
El conjunto de los
cambios sociales y económicos hace que las organizaciones sindicales
tengan mayores dificultades para desarrollar su tarea de representación de los
intereses de los trabajadores, también porque los gobiernos, por razones de
utilidad económica, limitan a menudo las libertades sindicales o la capacidad
de negociación de los sindicatos mismos. Las redes de solidaridad tradicionales
se ven obligadas a superar mayores obstáculos.
Por tanto, la
invitación de la doctrina social de la Iglesia, empezando por la Rerum novarum a dar vida a asociaciones de
trabajadores para defender sus propios derechos ha de ser respetada, hoy más
que ayer, dando ante todo una respuesta pronta y de altas miras a la urgencia
de establecer nuevas sinergias en el ámbito internacional y local.
La movilidad
laboral, asociada a la desregulación generalizada, ha sido un fenómeno
importante, no exento de aspectos positivos porque estimula la producción de
nueva riqueza y el intercambio entre culturas diferentes. Sin embargo, cuando
la incertidumbre sobre las condiciones de trabajo a causa de la movilidad y la
desregulación se hace endémica, surgen formas de inestabilidad psicológica, de
dificultad para crear Caminos propios coherentes en la vida, incluido el del
matrimonio. Como consecuencia, se producen situaciones de deterioro humano y de
desperdicio social.
CRISIS Y PARO
Respecto a lo que
sucedía en la sociedad industrial del pasado, el paro provoca hoy nuevas formas
de irrelevancia económica, y la actual crisis sólo puede empeorar dicha
situación. El estar sin trabajo durante mucho tiempo, o la dependencia
prolongada de la asistencia pública o privada, mina la libertad y la
creatividad de la persona y sus relaciones familiares y sociales, con graves
daños en el plano psicológico y espiritual.
EL CAPITAL MÁS
PRECIADO ES EL HOMBRE
Quisiera recordar a
todos, en especial a los gobernantes que se ocupan en dar un aspecto renovado
al orden económico y social del mundo, que el primer capital que se ha de
salvaguardar y valorar es el hombre, la persona en su integridad: «Pues el
hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida económico-social».