viernes, 28 de septiembre de 2012

TEMA 61. ENCUENTRO DE LAS FAMILIAS. Viernes 1 de junio. Encuentro con la población. Plaza del Duomo / Concierto en el Teatro-Opera de la Scala



ENCUENTRO CON LA POBLACIÓN
DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Plaza del Duomo, Milán 
Viernes 1 de junio de 2012

Os saludo cordialmente a todos… ¡Gracias por vuestra calurosa acogida!
Mi primer encuentro con los milaneses se realiza en esta plaza del Duomo, corazón de Milán, donde surge el imponente monumento símbolo de la ciudad. Con su selva de agujas invita a mirar hacia lo alto, a Dios….

Dirijo un saludo particular a los representantes de las familias —provenientes de todo el mundo— que participan en el VII Encuentro mundial. Dirijo un afectuoso recuerdo a cuantos tienen necesidad de ayuda y de consuelo, y se encuentran afligidos por varias preocupaciones: a las personas solas o en dificultad, a los desempleados, a los enfermos, a los encarcelados, a cuantos no tienen una casa o lo indispensable para vivir una vida digna. Que a ninguno de estos hermanos y hermanas nuestros les falte el interés solidario y constante de la colectividad….

El VII Encuentro mundial de las familias me ofrece la grata ocasión de visitar vuestra ciudad y renovar los vínculos estrechos y constantes que unen a la comunidad ambrosiana con la Iglesia de Roma y con el Sucesor de Pedro. Como es sabido, san Ambrosio provenía de una familia romana y mantuvo siempre vivo su vínculo con la Ciudad Eterna y con la Iglesia de Roma, manifestando y elogiando el primado del Obispo que la preside. En Pedro —afirma— «está el fundamento de la Iglesia y el magisterio de la disciplina» (De virginitate, 16, 105); y también en la conocida declaración: «Donde está Pedro, allí está la Iglesia» (Explanatio Psalmi 40, 30, 5). La prudencia pastoral y el magisterio de Ambrosio sobre la ortodoxia de la fe y sobre la vida cristiana dejarán una huella indeleble en la Iglesia universal y, en particular, marcarán a la Iglesia de Milán, que nunca ha dejado de cultivar su memoria y de conservar su espíritu. La Iglesia ambrosiana, custodiando las prerrogativas de su rito y las expresiones propias de la única fe, está llamada a vivir en plenitud la catolicidad de la Iglesia una, testimoniarla y contribuir a enriquecerla.





El profundo sentido eclesial y el sincero afecto de comunión con el Sucesor de Pedro forman parte de la riqueza y de la identidad de vuestra Iglesia a lo largo de todo su camino, y se manifiestan de modo luminoso en las figuras de los grandes pastores que la han gobernado. En primer lugar san Carlos Borromeo: hijo de vuestra tierra. Él fue, como dijo el siervo de Dios Pablo VI, «un forjador de la conciencia y de las costumbres del pueblo» (Discurso a los milaneses, 18 de marzo de 1968); y lo fue sobre todo con la aplicación amplia, tenaz y rigurosa de las reformas tridentinas, con la creación de instituciones renovadoras, comenzando por los seminarios, y con su ilimitada caridad pastoral arraigada en una profunda unión con Dios, acompañada de una ejemplar austeridad de vida….

Queridos amigos, vuestra historia es riquísima en cultura y en fe. Esta riqueza ha impregnado el arte, la música, la literatura, la cultura, la industria, la política, el deporte, las iniciativas de solidaridad de Milán y de toda la archidiócesis. Os toca ahora a vosotros, herederos de un glorioso pasado y de un patrimonio espiritual de inestimable valor, comprometeros para transmitir a las generaciones futuras la antorcha de una tradición tan luminosa. Vosotros sabéis bien cuán urgente es introducir en el actual contexto cultural la levadura evangélica. La fe en Jesucristo, muerto y resucitado por nosotros, vivo entre nosotros, debe animar todo el tejido de la vida, personal y comunitaria, pública y privada, para que permita un «bienestar» estable y auténtico, a partir de la familia, que es preciso redescubrir como patrimonio principal de la humanidad, coeficiente y signo de una verdadera y estable cultura a favor del hombre.

La identidad singular de Milán no debe aislarla ni separarla, encerrándola en sí misma. Al contrario, conservando la savia de sus raíces y los rasgos característicos de su historia, está llamada a mirar al futuro con esperanza, cultivando un vínculo íntimo y propulsor con la vida de toda Italia y de Europa. Con la clara distinción de papeles y de finalidades, la Milán positivamente «laica» y la Milán de la fe están llamadas a concurrir al bien común.
Queridos hermanos y hermanas, ¡gracias de nuevo por vuestra acogida! Os encomiendo a la protección de la Virgen María, que desde la más alta aguja de la catedral vela maternalmente día y noche sobre esta ciudad. A todos vosotros, que estrecho en un gran abrazo, imparto mi afectuosa bendición.  Gracias.






CONCIERTO EN HONOR DEL SANTO PADRE 
Y DE LAS DELEGACIONES OFICIALES 
DEL ENCUENTRO MUNDIAL DE LAS FAMILIAS
DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Teatro de la Scala de Milán
Viernes 1 de junio de 2012

Queridas delegaciones del VII Encuentro mundial de las familias:

En este lugar histórico, ante todo quiero recordar un hecho: era el 11 de mayo de 1946 y Arturo Toscanini levantó la batuta para dirigir un concierto memorable en la Scala reconstruida después de los horrores de la guerra…. Por eso, para mí es un honor estar aquí con todos vosotros y haber vivido, con este espléndido concierto, un momento de elevación del espíritu…

Beethoven, aun siguiendo sustancialmente las formas y el lenguaje tradicional de la Sinfonía clásica, hace percibir algo nuevo…. ya desde la amplitud sin precedentes de todos los movimientos de la obra…. que introducen el tema principal del Himno a la alegría. Es una visión ideal de humanidad que Beethoven dibuja con su música: «La alegría activa en la fraternidad y en el amor recíproco, bajo la mirada paterna de Dios» (Luigi Della Croce). No es una alegría propiamente cristiana la que Beethoven canta, pero es la alegría de la convivencia fraterna de los pueblos, de la victoria sobre el egoísmo, y es el deseo de que el camino de la humanidad esté marcado por el amor, como una invitación que dirige a todos más allá de cualquier barrera y convicción.

Sobre este concierto, que debía ser una fiesta jubilosa con ocasión de este encuentro de personas provenientes de casi todas las naciones del mundo, se cierne la sombra del seísmo que ha producido gran sufrimiento a numerosos habitantes de nuestro país. Las palabras tomadas del Himno a la alegría de Schiller suenan como vacías para nosotros, más aún, no parecen verdaderas. De hecho, no experimentamos las chispas divinas del Elisio. No estamos ebrios de fuego, sino más bien paralizados por el dolor ante una destrucción tan grande e incomprensible que ha costado vidas humanas, que ha dejado a muchos sin casa y sin hogar. Incluso nos parece discutible la hipótesis de que sobre el cielo estrellado debe de habitar un buen padre. ¿El buen padre está sólo sobre el cielo estrellado? ¿Su bondad no llega hasta nosotros? Nosotros buscamos un Dios que no truena a lo lejos, sino que entra en nuestra vida y en nuestro sufrimiento.

En esta hora quisiéramos referir las palabras de Beethoven, «Amigos, no estos tonos...», precisamente a las de Schiller. No estos tonos. No necesitamos un discurso irreal de un Dios lejano y de una fraternidad que no compromete. 




Estamos en busca del Dios cercano. Buscamos una fraternidad que, en medio de los sufrimientos, sostiene al otro y así ayuda a seguir adelante. Después de este concierto muchos irán a la adoración eucarística, al Dios que se ha metido en nuestros sufrimientos y sigue haciéndolo. Al Dios que sufre con nosotros y por nosotros, y así ha capacitado a los hombres y las mujeres para compartir el sufrimiento de los demás y para transformarlo en amor. Precisamente a eso nos sentimos llamados por este concierto.

Así pues, gracias, una vez más, a la orquesta y al coro del teatro en la Scala, a los solistas y a todos los que han hecho posible este evento. Gracias al maestro Daniel Barenboim también porque con la elección de la Novena Sinfonía de Beethoven nos permite lanzar con la música un mensaje que afirme el valor fundamental de la solidaridad, de la fraternidad y de la paz. Y me parece que este mensaje también es valioso para la familia, porque es en la familia donde se experimenta por primera vez que la persona humana no ha sido creada para vivir encerrada en sí misma, sino en relación con los demás; es en la familia donde se comprende cómo la propia realización no se logra poniéndose en el centro, guiados por el egoísmo, sino entregándose; es en la familia donde se comienza a encender en el corazón la luz de la paz para que ilumine nuestro mundo. Y gracias a todos vosotros por el momento que hemos vivido juntos. ¡Gracias de corazón!