Jóvenes santos
49. El corazón de la
Iglesia también está lleno de jóvenes santos, que entregaron su vida por
Cristo, muchos de ellos hasta el martirio. Ellos fueron preciosos reflejos de
Cristo joven que brillan para estimularnos y para sacarnos de la modorra. El
Sínodo destacó que «muchos jóvenes santos han hecho brillar los rasgos de la
edad juvenil en toda su belleza y en su época fueron verdaderos profetas de
cambio; su ejemplo muestra de qué son capaces los jóvenes cuando se abren al
encuentro con Cristo»[20].
50. «A través de la
santidad de los jóvenes la Iglesia puede renovar su ardor espiritual y su vigor
apostólico. El bálsamo de la santidad generada por la vida buena de tantos
jóvenes puede curar las heridas de la Iglesia y del mundo, devolviéndonos a
aquella plenitud del amor al que desde siempre hemos sido llamados: los jóvenes
santos nos animan a volver a nuestro amor primero (cf. Ap 2,4)»[21].
Hay santos que no conocieron la vida adulta, y nos dejaron el testimonio de
otra forma de vivir la juventud. Recordemos al menos a
algunos de ellos, de distintos momentos de la historia, que vivieron la
santidad cada uno a su modo.
51. En el siglo III, san
Sebastián era un joven capitán de la guardia pretoriana. Cuentan que hablaba de
Cristo por todas partes y trataba de convertir a sus compañeros, hasta que le
ordenaron renunciar a su fe. Como no aceptó, lanzaron sobre él una lluvia de
flechas, pero sobrevivió y siguió anunciando a Cristo sin miedo. Finalmente lo
azotaron hasta matarlo.
52. San Francisco de Asís,
siendo muy joven y lleno de sueños, escuchó el llamado de Jesús a ser pobre
como Él y a restaurar la Iglesia con su testimonio. Renunció a todo con alegría
y es el santo de la fraternidad universal, el hermano de todos, que alababa al
Señor por sus creaturas. Murió en 1226.
53. Santa Juana de Arco
nació en 1412. Era una joven campesina que, a pesar de su corta edad, luchó
para defender a Francia de los invasores. Incomprendida por su aspecto y por su
forma de vivir la fe, murió en la hoguera.
54. El beato Andrés Phû
Yên era un joven vietnamita del siglo XVII. Era catequista y ayudaba a los
misioneros. Fue hecho prisionero por su fe, y debido a que no quiso renunciar a
ella fue asesinado. Murió diciendo: “Jesús”.
55. En ese mismo siglo,
santa Catalina Tekakwitha, una joven laica nativa de América del Norte, sufrió
una persecución por su fe y huyó caminando más de 300 kilómetros a través de
bosques espesos. Se consagró a Dios y murió diciendo: “¡Jesús, te amo!”.
56. Santo Domingo Savio le
ofrecía a María todos sus sufrimientos. Cuando san Juan Bosco le enseñó que la
santidad supone estar siempre alegres, abrió su corazón a una alegría
contagiosa. Procuraba estar cerca de sus compañeros más marginados y enfermos.
Murió en 1857 a los catorce años, diciendo: “¡Qué maravilla estoy viendo!”.
57. Santa Teresa del Niño
Jesús nació en 1873. A los 15 años, atravesando muchas dificultades, logró
ingresar a un convento carmelita. Vivió el caminito de la confianza total en el
amor del Señor y se propuso alimentar con su oración el fuego del amor que
mueve a la Iglesia.
58. El beato Ceferino
Namuncurá era un joven argentino, hijo de un destacado cacique de los pueblos
originarios. Llegó a ser seminarista salesiano, lleno de deseos de volver a su
tribu para llevar a Jesucristo. Murió en 1905.
59. El beato Isidoro
Bakanja era un laico del Congo que daba testimonio de su fe. Fue torturado
durante largo tiempo por haber propuesto el cristianismo a otros jóvenes. Murió
perdonando a su verdugo en 1909.
60. El beato Pier Giorgio
Frassati, que murió en 1925, «era un joven de una alegría contagiosa, una
alegría que superaba también tantas dificultades de su vida»[22].
Decía que él intentaba retribuir el amor de Jesús que recibía en la comunión,
visitando y ayudando a los pobres.
61. El beato Marcel Callo
era un joven francés que murió en 1945. En Austria fue encerrado en un campo de
concentración donde confortaba en la fe a sus compañeros de cautiverio, en
medio de duros trabajos.
62. La joven beata Chiara
Badano, que murió en 1990, «experimentó cómo el dolor puede ser transfigurado
por el amor […]. La clave de su paz y alegría era la plena confianza en el
Señor y la aceptación de la enfermedad como misteriosa expresión de su voluntad
para su bien y el de los demás»[23].
63. Que ellos y también
muchos jóvenes que quizás desde el silencio y el anonimato vivieron a fondo el
Evangelio, intercedan por la Iglesia, para que esté llena de jóvenes alegres,
valientes y entregados que regalen al mundo nuevos testimonios de santidad.
Notas a pie de página:
[22] S. Juan Pablo II, Discurso a los jóvenes en Turín (13
abril 1980), 4: Insegnamenti 3,1 (1980), 905.
[23] Benedicto XVI, Mensaje para la XXVII Jornada Mundial de la Juventud (15
marzo 2012): AAS 104 (2012), 359.