Tema 322
Spes non confundit
(la Esperanza no defrauda) (2)
BULA DE CONVOCACIÓN
DEL JUBILEO ORDINARIO
DEL AÑO 2025
FRANCISCO
Obispo de Roma
Siervo de los Siervos de Dios
a cuantos lean esta carta la esperanza les colme el corazón
Signos de esperanza
7. Además de alcanzar la esperanza que nos da la gracia de Dios, también estamos llamados a redescubrirla en los signos de los tiempos que el Señor nos ofrece. Como afirma el Concilio Vaticano II, «es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y de la vida futura y sobre la mutua relación de ambas». [4]
Por ello, es necesario poner
atención a todo lo bueno que hay en el mundo para no caer en la tentación de
considernos superados por el mal y la violencia. En este sentido, los signos de
los tiempos, que contienen el anhelo del corazón humano, necesitado de la
presencia salvífica de Dios, requieren ser transformados en signos de
esperanza.
8. Que el primer signo de esperanza se traduzca en paz para el mundo, el cual vuelve a encontrarse sumergido en la tragedia de la guerra. La humanidad, desmemoriada de los dramas del pasado, está sometida a una prueba nueva y difícil cuando ve a muchas poblaciones oprimidas por la brutalidad de la violencia. ¿Qué más les queda a estos pueblos que no hayan sufrido ya? ¿Cómo es posible que su grito desesperado de auxilio no impulse a los responsables de las Naciones a querer poner fin a los numerosos conflictos regionales, conscientes de las consecuencias que puedan derivarse a nivel mundial? ¿Es demasiado soñar que las armas callen y dejen de causar destrucción y muerte?
Dejemos que el
Jubileo nos recuerde que los que «trabajan por la paz» podrán ser «llamados
hijos de Dios» (Mt 5,9). La exigencia de paz nos interpela a todos
y urge que se lleven a cabo proyectos concretos. Que no falte el compromiso de
la diplomacia por construir con valentía y creatividad espacios de negociación
orientados a una paz duradera.
9. Mirar el futuro con esperanza
también equivale a tener una visión de la vida llena de entusiasmo para
compartir con los demás. Sin embargo, debemos constatar con tristeza que en
muchas situaciones falta esta perspectiva. La primera consecuencia de ello es
la pérdida del deseo de transmitir la vida. A causa de los ritmos
frenéticos de la vida, de los temores ante el futuro, de la falta de garantías
laborales y tutelas sociales adecuadas, de modelos sociales cuya agenda está
dictada por la búsqueda de beneficios más que por el cuidado de las relaciones,
se asiste en varios países a una preocupante disminución de la
natalidad. Por el contrario, en otros contextos, «culpar al aumento de la
población y no al consumismo extremo y selectivo de algunos es un modo de no
enfrentar los problemas». [5]
La apertura a la vida con una
maternidad y paternidad responsables es el proyecto que el Creador ha inscrito
en el corazón y en el cuerpo de los hombres y las mujeres, una misión que el
Señor confía a los esposos y a su amor. Es urgente que, además del compromiso
legislativo de los estados, haya un apoyo convencido por parte de las
comunidades creyentes y de la comunidad civil tanto en su conjunto como en cada
uno de sus miembros, porque el deseo de los jóvenes de engendrar nuevos
hijos e hijas, como fruto de la fecundidad de su amor, da una perspectiva
de futuro a toda sociedad y es un motivo de esperanza: porque depende de la
esperanza y produce esperanza.
La comunidad cristiana, por
tanto, no se puede quedar atrás en su apoyo a la necesidad de una
alianza social para la esperanza, que sea inclusiva y no ideológica, y que
trabaje por un porvenir que se caracterice por la sonrisa de muchos niños y
niñas que vendrán a llenar las tantas cunas vacías que ya hay en numerosas
partes del mundo. Pero todos, en realidad, necesitamos recuperar la alegría de
vivir, porque el ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,26),
no puede conformarse con sobrevivir o subsistir mediocremente, amoldándose al
momento presente y dejándose satisfacer solamente por realidades materiales.
Eso nos encierra en el individualismo y corroe la esperanza, generando una
tristeza que se anida en el corazón, volviéndonos desagradables e intolerantes.
10. En el Año jubilar estamos
llamados a ser signos tangibles de esperanza para tantos hermanos y hermanas
que viven en condiciones de penuria. Pienso en los presos que,
privados de la libertad, experimentan cada día —además de la dureza de la
reclusión— el vacío afectivo, las restricciones impuestas y, en bastantes
casos, la falta de respeto. Propongo a los gobiernos del mundo que en el Año
del Jubileo se asuman iniciativas que devuelvan la esperanza; formas de
amnistía o de condonación de la pena orientadas a ayudar a las personas para
que recuperen la confianza en sí mismas y en la sociedad; itinerarios de
reinserción en la comunidad a los que corresponda un compromiso concreto en la
observancia de las leyes.
Es una exhortación antigua, que surge de la Palabra de Dios y permanece con todo su valor sapiencial cuando se convoca a tener actos de clemencia y de liberación que permitan volver a empezar: «Así santificarán el quincuagésimo año, y proclamarán una liberación para todos los habitantes del país» ( Lv 25,10). El profeta Isaías retoma lo establecido por la Ley mosaica: el Señor «me envió a llevar la buena noticia a los pobres, a vendar los corazones heridos, a proclamar la liberación a los cautivos y la libertad a los prisioneros, a proclamar un año de gracia del Señor» ( Is 61,1-2). Estas son las palabras que Jesús hizo suyas al comienzo de su ministerio, declarando que él mismo era el cumplimiento del “año de gracia del Señor” (cf. Lc 4,18-19).
Que en cada rincón de la tierra, los creyentes, especialmente los pastores, se
hagan intérpretes de tales peticiones, formando una sola voz que reclame con
valentía condiciones dignas para los reclusos, respeto de los derechos humanos
y sobre todo la abolición de la pena de muerte, recurso que para la fe
cristiana es inadmisible y aniquila toda esperanza de perdón y de
renovación. [6] Para ofrecer a los presos un signo
concreto de cercanía, deseo abrir yo mismo una Puerta Santa en una cárcel, a
fin de que sea para ellos un símbolo que invita a mirar al futuro con esperanza
y con un renovado compromiso de vida.
11. Que se ofrezcan signos de
esperanza a los enfermos que están en sus casas o en los
hospitales. Que sus sufrimientos puedan ser aliviados con la cercanía de las
personas que los visitan y el afecto que reciben. Las obras de misericordia son
igualmente obras de esperanza, que despiertan en los corazones sentimientos de
gratitud. Que esa gratitud llegue también a todos los agentes
sanitarios que, en condiciones no pocas veces difíciles, ejercitan su misión
con cuidado solícito hacia las personas enfermas y más frágiles.
Que no falte una atención
inclusiva hacia cuantos hallándose en condiciones de vida particularmente
difíciles experimentan la propia debilidad, especialmente a los afectados por
patologías o discapacidades que limitan notablemente la autonomía personal.
Cuidar de ellos es un himno a la dignidad humana, un canto de esperanza que
requiere acciones concertadas por toda la sociedad.
12. También necesitan signos de esperanza aquellos que en sí mismos la representan: los jóvenes. Ellos, lamentablemente, con frecuencia ven que sus sueños se derrumban. No podemos decepcionarlos; en su entusiasmo se fundamenta el porvenir. Es hermoso verlos liberar energías, por ejemplo cuando se entregan con tesón y se comprometen voluntariamente en las situaciones de catástrofe o de inestabilidad social. Sin embargo, resulta triste ver jóvenes sin esperanza. Por otra parte, cuando el futuro se vuelve incierto e impermeable a los sueños; cuando los estudios no ofrecen oportunidades y la falta de trabajo o de una ocupación suficientemente estable amenazan con destruir los deseos, entonces es inevitable que el presente se viva en la melancolía y el aburrimiento.
La
ilusión de las drogas, el riesgo de caer en la delincuencia y la búsqueda de lo
efímero crean en ellos, más que en otros, confusión y oscurecen la belleza y el
sentido de la vida, abatiéndolos en abismos oscuros e induciéndolos a cometer
gestos autodestructivos. Por eso, que el Jubileo sea en la Iglesia una ocasión
para estimularlos. Ocupémonos con ardor renovado de los jóvenes, los
estudiantes, los novios, las nuevas generaciones. ¡Que haya cercanía a los
jóvenes, que son la alegría y la esperanza de la Iglesia y del
mundo!
13. No pueden faltar signos de
esperanza hacia los migrantes, que abandonan su tierra en busca de
una vida mejor para ellos y sus familias. Que sus esperanzas no se vean
frustradas por prejuicios y cerrazones; que la acogida, que abre los brazos a
cada uno en razón de su dignidad, vaya acompañada por la responsabilidad, para
que a nadie se le niegue el derecho a construir un futuro mejor. Que a los
numerosos exiliados, desplazados y refugiados, a quienes los
conflictivos sucesos internacionales obligan a huir para evitar guerras,
violencia y discriminaciones, se les garantice la seguridad, el acceso al
trabajo y a la instrucción, instrumentos necesarios para su inserción en el
nuevo contexto social.
Que la comunidad cristiana esté
siempre dispuesta a defender el derecho de los más débiles. Que generosamente
abra de par en par sus acogedoras puertas, para que a nadie le falte nunca la
esperanza de una vida mejor. Que resuene en nuestros corazones la Palabra del
Señor que, en la parábola del juicio final, dijo: «estaba de paso, y me
alojaron», porque «cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos,
lo hicieron conmigo» (Mt 25,35.40).
[4] Const. past. Gaudium et spes, n. 4.
[5] Carta enc. Laudato si’, n. 50.
[6] Cf. Catecismo de la
Iglesia Católica, n. 2267.