martes, 23 de enero de 2024

TEMA 288. TRATADO DE LA VERDADERA DEVOCIÓN A LA SANTÍSIMA VIRGEN. SEGUNDA PARTE (3). EL CULTO DE MARIA EN LA IGLESIA. PUNTOS (90-119)

 SEGUNDA PARTE (3)

EL CULTO DE MARÍA EN LA IGLESIA

 

DEFORMACIONES DEL CULTO A MARÍA (90-104)

LA VERDADERA DEVOCIÓN A LA SANTÍSIMA VIRGEN (105-119)

 

CAPÍTULO II

 DEFORMACIONES DEL CULTO A MARÍA

 

90 Presupuestas las cinco verdades anteriores, es preciso, ahora más que nunca, hacer una buena elección de la verdadera devoción a la Santísima Virgen. En efecto, hoy más que nunca, nos encontramos con falsas devociones que fácilmente podrían tomarse por verdaderas. El demonio, como falso acuñador de moneda y engañador astuto y experimentado, ha embaucado y hecho caer a muchas almas por medio de falsas devociones a la Santísima Virgen, y cada día utiliza su experiencia diabólica para perder a muchas otras, entreteniéndolas y adormeciéndolas en el pecado so pretexto de algunas oraciones mal recitadas y de algunas prácticas exteriores inspiradas por él.

 Como un falsificador de moneda no falsifica ordinariamente sino el oro y la plata, y muy rara vez los otros metales, porque no valen la pena, así el espíritu maligno no falsifica las otras devociones tanto como las de Jesús y María -la devoción a la sagrada comunión y la devoción a la Santísima Virgen-, porque son, entre las devociones, lo que el oro y la plata entre los metales.

 

91 Es por ello importantísimo: 1. conocer las falsas devociones, para evitarlas, y la verdadera, para abrazarla; 2. conocer cuál es, entre las diferentes formas de devoción verdadera a la Santísima Virgen, la más perfecta, la más agradable a María, la más gloriosa para Dios y la más eficaz para nuestra santificación, a fin de optar por ella.

 

92 Hay, a mi parecer, siete clases de falsos devotos y falsas devociones a la Santísima Virgen, a saber:

1. los devotos críticos;

2. los devotos escrupulosos;

3. los devotos exteriores;

4. los devotos presuntuosos;

5. los devotos inconstantes;

6. los devotos hipócritas;

7. los devotos interesados.

 

1. LOS DEVOTOS CRÍTICOS

 93 Los devotos críticos son, por lo común, sabios orgullosos, engreídos y pagados de sí mismos, que en el fondo tienen alguna devoción a la Santísima Virgen, pero critican casi todas las formas de piedad con que las gentes sencillas honran ingenua y santamente a esta buena Madre sólo porque no se acomodan a su fantasía. Ponen en duda todos los milagros e historias referidas por autores fidedignos o tomadas de las crónicas de las órdenes religiosas que atestiguan la misericordia y el poder de la Santísima Virgen. Se irritan al ver a las gentes sencillas y humildes arrodilladas –para rogar a Dios– ante un altar o imagen de María o en la esquina de una calle (74) .

 Llegan hasta acusarlas de idolatría como si adoraran la madera o la piedra. En cuanto a ellos –así dicen–, ¡no les gustan tales devociones exteriores ni son tan cándidos como para creer a tantos cuentos e historietas como corren acerca de la Santísima Virgen! Si se les recuerdan las admirables alabanzas que los Santos Padres tributan a María, responden que hablaban como oradores, en forma hiperbólica, o dan una falsa explicación de sus palabras.

 Esta clase de falsos devotos y gente orgullosa y mundana es mucho de temer; hace un daño incalculable a la devoción a la Santísima Virgen, alejando de ella definitivamente a los pueblos so pretexto de desterrar abusos.

 

2. LOS DEVOTOS ESCRUPULOSOS

 94 Los devotos escrupulosos son personas que temen deshonrar al Hijo al honrar a la Madre, rebajar al uno al honrar a la otra. No pueden tolerar que se tributen a la Santísima Virgen las justísimas alabanzas que le prodigan los Santos Padres. Toleran penosamente que haya más personas arrodilladas ante un altar de María que delante del Santísimo Sacramento, ¡como si esto fuera contrario a aquello o si los que oran a la Santísima Virgen no orasen a Jesucristo por medio de Ella! No quieren que se hable con tanta frecuencia de la Madre de Dios ni que los fieles acudan a Ella tantas veces.

Oigamos algunas de sus expresiones más frecuentes: “¿De qué sirven tantos rosarios? ¿Tantas congregaciones y devociones exteriores a la Santísima Virgen? ¡Cuánta ignorancia en tales prácticas! ¡Esto es poner en ridículo nuestra religión! ¡Hábleme, más bien, de los devotos de Jesucristo (frecuentemente lo nombran sin descubrirse, lo digo entre paréntesis). ¡Hay que recurrir a Jesucristo: El es nuestro único mediador! Hay que predicar a Jesucristo: ¡esto sí es sólido!” (75) .

 Y lo que dicen es verdad en cierto sentido. Pero la aplicación que hacen de ello para combatir la devoción a la Santísima Virgen es muy peligrosa, es un lazo sutil del espíritu maligno so pretexto de un bien mayor. Porque nunca se honra tanto a Jesucristo como cuando se honra a la Santísima Virgen. Efectivamente, si se la honra, es para honrar más perfectamente a Jesucristo; pues, si vamos a Ella, es para encontrar el camino que nos lleva a la meta, que es Jesucristo.

 

95 La Iglesia, con el Espíritu Santo, bendice primero a la Santísima Virgen y después a Jesucristo: Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre, Jesús. Y esto no porque la Virgen María sea mayor que Jesucristo o igual a El -lo cual sería intolerable herejía-, sino porque para bendecir más perfectamente a Jesucristo hay que bendecir primero a María (76) . Digamos, pues, con todos los verdaderos devotos de la Santísima Virgen y contra sus falsos devotos escrupulosos: María, bendita tú entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús (Lc 1,42).

 

3. LOS DEVOTOS EXTERIORES

 96 Los devotos exteriores son personas que cifran toda su devoción a María en prácticas externas. Sólo gustan de lo exterior de esta devoción, porque carecen de espíritu interior. Rezan muchos rosarios, pero atropelladamente. Oyen muchas misas, pero sin atención. Se inscriben en todas las cofradías marianas, pero sin enmendar su vida, sin vencer sus pasiones, sin imitar las virtudes de la Santísima Virgen. Sólo gustan de lo sensible de la devoción, no buscan lo sólido. De suerte que, si no experimentan algo sensible en sus prácticas piadosas, creen que no hacen nada, se desalientan y lo abandonan todo o lo hacen por rutina.

 El mundo está lleno de esta clase de devotos exteriores. No hay gente que más critique a las personas de oración, que se empeñan en lo interior como lo esencial, aunque sin menospreciar la modestia exterior, que acompaña siempre a la devoción verdadera.

 

4. LOS DEVOTOS PRESUNTUOSOS

 97 Los devotos presuntuosos son pecadores aletargados en sus pasiones o amigos de lo mundano. Bajo el hermoso nombre de cristianos y devotos de la Santísima Virgen esconden el orgullo, la avaricia, la lujuria, la embriaguez, el perjurio, la maledicencia o la injusticia, etc.; duermen pacíficamente en sus costumbres perversas, sin hacerse mucha violencia para corregirse, confiados en que son devotos de la Santísima Virgen; se prometen a sí mismos que Dios les perdonará, que no morirán sin confesión ni se condenarán, porque rezan el rosario, ayunan los sábados, pertenecen a la Cofradía del Santo Rosario, a la del escapulario u otras congregaciones, llevan el hábito o la cadenilla de la Santísima Virgen, etc.(77) .

 Cuando se les dice que su devoción no es sino ilusión diabólica y perniciosa presunción, capaz de llevarlos a la ruina, se resisten a creerlo. Responden que Dios es bondad y misericordia; que no nos ha creado para la perdición; que no hay hombre que no peque; que no morirán sin confesión; que basta un buen “¡Señor, pequé!” (ver 2Sam 12,13) a la hora de la muerte. Y añaden que son devotos de la Santísima Virgen, que llevan el escapulario; que todos los días rezan puntual y humildemente siete padrenuestros y avemarías en su honor y algunas veces el rosario o el oficio de la Santísima Virgen; que ayunan, etc.

 Para confirmar sus palabras y enceguecerse aún más, alegan algunos hechos verdaderos o falsos -poco importa- que han oído o leído, en los que se asegura que personas muertas en pecado mortal y sin confesión, gracias a que durante su vida habían rezado algunas oraciones o ejercitado algunas prácticas de devoción en honor de la Virgen, resucitaron para confesarse, o su alma permaneció milagrosamente en el cuerpo hasta que lograron confesarse, o a la hora de la muerte obtuvieron de Dios, por la misericordia de la Santísima Virgen, el perdón y la salvación. ¡Ellos esperan correr la misma suerte!

 

98 Nada en el cristianismo es tan perjudicial a las gentes como esta presunción diabólica. Porque ¿cómo puede alguien decir con verdad que ama y honra a la Santísima Virgen mientras con sus pecados hiere, traspasa, crucifica y ultraja despiadadamente a Jesucristo, su Hijo? Si María se obligara a salvar por su misericordia a esta clase de personas, ¡autorizaría el pecado y ayudaría a crucificar a su Hijo! Y esto, ¿quién osaría siquiera pensarlo?

 

99 Protesto que abusar así de la devoción a la Santísima Virgen –devoción que, después de la que se tiene a Nuestro Señor en el Santísimo Sacramento, es la más santa y sólida de todas– constituye un horrible sacrilegio: el mayor y menos digno de perdón después de la comunión sacrílega.

 Confieso que para ser verdadero devoto de la Santísima Virgen no es absolutamente necesario que seas tan santo, que llegues a evitar todo pecado, aunque esto sería lo más deseable. Pero es preciso al menos (¡nota bien lo que digo!):

 1. mantenerte sinceramente resuelto a evitar, por lo menos, todo pecado mortal, que ultraja tanto a la Madre como al Hijo;

2. violentarte para evitar el pecado;

3. inscribirte en las cofradías, rezar los cinco o los quince misterios del rosario u otras oraciones, ayunar los sábados, etc.

 

100 Todas estas buenas obras son maravillosamente útiles para lograr la conversión de los pecadores por endurecidos que estén. Y si tú, lector, fueras uno de ellos, aunque ya tuvieras un pie en el abismo..., te las aconsejo, a condición de que las realices con la única intención de alcanzar de Dios –por intercesión de la Santísima Virgen– la gracia de la contrición y el perdón de tus pecados y vencer tus hábitos malos, y no para permanecer tranquilamente en estado de pecado, no obstante los remordimientos de la conciencia, el ejemplo de Jesucristo y de los santos y las máximas del santo Evangelio.

 

5. LOS DEVOTOS INCONSTANTES

101 Los devotos inconstantes son los que honran a la Santísima Virgen a intervalos y como a saltos. Ya fervorosos, ya tibios... En un momento parecen dispuestos a emprenderlo todo por su servicio, poco después ya no son los mismos. Abrazan de momento todas las devociones a la Santísima Virgen y se inscriben en todas sus cofradías, pero luego no cumplen sus normas con fidelidad. Cambian como la luna (BenS 27,12). Y María los coloca debajo de sus pies (ver Ap 12,1), junto a la media luna, porque son volubles e indignos de ser contados entre los servidores de esta Virgen fiel, que se distingue por la fidelidad y la constancia. 

 Más vale no recargarse con tantas oraciones y prácticas devotas y hacer menos, pero con amor y fidelidad, a pesar del mundo, del demonio y de la carne.

 

6. LOS DEVOTOS HIPÓCRITAS

 102 Hay todavía otros falsos devotos de la Santísima Virgen: los devotos hipócritas. Encubren sus pecados y costumbres pecaminosas bajo el manto de la Virgen fiel, a fin de pasar a los ojos de los demás por lo que no son.

 

7. LOS DEVOTOS INTERESADOS

 103 Existen, finalmente, los devotos interesados. Son aquellos que sólo acuden a la Santísima Virgen para ganar algún pleito, evitar un peligro, curar de una enfermedad o por necesidades semejantes, sin las cuales no se acordarían de Ella. Unos y otros son falsos devotos, en nada aceptos a Dios ni a su santísima Madre.

 

104 Pongamos, pues, suma atención, a fin de no pertenecer al número de los devotos críticos, que no creen en nada, pero todo lo critican; de los devotos escrupulosos, que temen ser demasiado devotos a la Santísima Virgen por respeto a Jesucristo; de los devotos exteriores, que hacen consistir toda su devoción en prácticas exteriores; de los devotos presuntuosos, que, bajo el oropel de una falsa devoción a la Santísima Virgen, viven encenagados en el pecado; de los devotos inconstantes, que –por ligereza– cambian sus prácticas de devoción o las abandonan a la menor tentación; de los devotos hipócritas, que entran en las cofradías y visten la librea de la Santísima Virgen para hacerse pasar por santos, y finalmente, de los devotos interesados, que sólo recurren a la Santísima Virgen para librarse de males corporales o alcanzar bienes de este mundo.

 

CAPÍTULO III

 LA VERDADERA DEVOCIÓN A LA SANTÍSIMA VIRGEN

 

105 Después de haber desenmascarado y reprobado las falsas devociones a la Santísima Virgen, conviene presentar en pocas palabras la verdadera. Esta es:

1. interior;

2. tierna;

3. santa;

4. constante;

5. desinteresada (78) .

 

1. DEVOCIÓN INTERIOR

 106 Primero, la verdadera devoción a la Santísima Virgen es interior. Es decir, procede del espíritu y del corazón, de la estima que tienes de Ella, de la alta idea que te has formado de sus grandezas y del amor que le tienes.

 

2. DEVOCIÓN TIERNA

 

107 Segundo, ella es tierna, vale decir, llena de confianza en la Santísima Virgen, como la confianza del niño en su querida madre. Esta devoción hace que recurras a la Santísima Virgen en todas tus necesidades materiales y espirituales con gran sencillez, confianza y ternura, e implores la ayuda de tu bondadosa Madre en todo tiempo, lugar y circunstancia: en las dudas, para que te esclarezca; en los extravíos, para que te convierta al buen camino; en las tentaciones, para que te sostenga; en las debilidades, para que te fortalezca; en las caídas, para que te levante; en los desalientos, para que te reanime; en los escrúpulos, para que te libre de ellos; en las cruces, afanes y contratiempos de la vida, para que te consuele. Finalmente, en todas las dificultades materiales y espirituales, María es tu recurso ordinario, sin temor de importunar a tu bondadosa Madre ni desagradar a Jesucristo.

 

3. DEVOCIÓN SANTA

 108 Tercero, la verdadera devoción a la Santísima Virgen es santa. Es decir, te lleva a evitar el pecado e imitar las virtudes de la Santísima Virgen, y en particular su humildad profunda, su fe viva, su obediencia ciega (79) , su oración continua, su mortificación universal, su pureza divina, su caridad ardiente, su paciencia heroica, su dulzura angelical y su sabiduría divina. Estas son las diez principales virtudes de la santísima Virgen.

 

 4. DEVOCIÓN CONSTANTE

 109 Cuarto, la verdadera devoción a la Santísima Virgen es constante. Te consolida en el bien y hace que no abandones fácilmente las prácticas de devoción. Te anima para que puedas oponerte a lo mundano y sus costumbres y máximas; a lo carnal y sus molestias y pasiones; al diablo y sus tentaciones. De suerte que, si eres verdaderamente devoto de la Santísima Virgen, huirán de ti la veleidad, la melancolía, los escrúpulos y la cobardía. Lo que no quiere decir que no caigas algunas veces ni experimentes cambios en tu devoción sensible. Pero, si caes, te levantarás

tendiendo la mano a tu bondadosa Madre; si pierdes el gusto y la devoción sensibles, no te acongojarás por ello. Porque el justo y fiel devoto de María vive de la fe de Jesús y de María y no de los sentimientos corporales (ver Heb 10,34) (80) .

 

 5. DEVOCIÓN DESINTERESADA

110 Quinto, por último, la verdadera devoción a la Santísima Virgen es desinteresada. Es decir, te inspirará no buscarte a ti mismo, sino sólo a Dios en su santísima Madre. El verdadero devoto de María no sirve a esta augusta Reina por espíritu de lucro o interés ni por su propio bien temporal o eterno, corporal o espiritual, sino únicamente porque Ella merece ser servida y sólo Dios en Ella. Ama a María, pero no precisamente por los favores que recibe o espera recibir de Ella, sino porque Ella es amable. Por eso la ama con la misma fidelidad en los sinsabores y sequedades que en las dulzuras y fervores sensibles. La ama lo mismo en el Calvario que en las bodas de Caná.

 ¡Ah! ¡Cuán agradable y precioso es delante de Dios y de su santísima Madre el devoto de María que no se busca a sí mismo en los servicios que le presta! Pero ¡qué pocos hay así! Para que no sea tan reducido ese número, estoy escribiendo lo que durante tantos años he enseñado en mis misiones pública y privadamente con no escaso fruto.

 

111 Muchas cosas he dicho ya de la Santísima Virgen. Muchas más tengo que decir. E infinitamente más serán las que omita, ya por ignorancia, ya por falta de talento o tiempo. Cuanto digo responde al propósito que tengo de hacer de ti un verdadero devoto de María y un auténtico discípulo de Jesucristo.

 

112 ¡Oh! ¡qué bien pagado quedaría mi esfuerzo si este humilde escrito cae en manos de una persona bien dispuesta, nacida de Dios y de María y no de linaje humano, ni por impulso de la carne ni por deseo de varón (Jn 1,13); le descubre e inspira, por gracia del Espíritu Santo, la excelencia y precio de la verdadera y sólida devoción a la Santísima Virgen que ahora voy a exponerte! ¡Si supiera que mi sangre pecadora serviría para hacer penetrar en tu corazón, lector amigo, las verdades que escribo en honor de mi amada Madre y soberana Señora, de quien soy el último de los hijos y esclavos, con mi sangre, en vez de tinta, trazaría estas líneas, pues abrigo la esperanza de hallar personas generosas que, por su fidelidad a la práctica que voy a enseñarte, resarcirán a mi amada Madre y Señora por los daños que ha sufrido a causa de mi ingratitud e infidelidad!

 

113 Hoy me siento, más que nunca, animado a creer y esperar aquello que tengo profundamente grabado en el corazón y que vengo pidiendo a Dios desde hace muchos años, a saber, que tarde o temprano la Santísima Virgen tenga más hijos, servidores y esclavos de amor (81) que nunca, y que, por este medio, Jesucristo, mi Señor, reine como nunca en los corazones.

 

114 Preveo claramente que muchas bestias rugientes llegan furiosas a destrozar con sus diabólicos dientes este humilde escrito y a aquel de quien el Espíritu Santo se ha servido para redactarlo, o sepultar, al menos, estas líneas en las tinieblas o en el silencio de un cofre a fin de que no sea publicado (82) . Atacarán, incluso, a quienes lo lean y pongan en práctica. Pero ¡qué importa! ¡Tanto mejor! ¡Esta perspectiva me anima y hace esperar un gran éxito, es decir, la formación de un gran escuadrón de aguerridos y valientes soldados de Jesús y de María, de uno y otro sexo, que combatirán al mundo, al demonio y a la naturaleza corrompida en los tiempos –como nunca peligrosos– que van a llegar!

 Entiéndelo, lector (Mt 24,15).

El que pueda con eso, que lo haga (Mt 19,12).

 

CAPÍTULO IV

 DIVERSAS PRÁCTICAS DE DEVOCIÓN A MARÍA

 1. PRÁCTICAS COMUNES

 115 La verdadera devoción a la Santísima Virgen puede expresarse interiormente de diversas maneras. He aquí, en resumen, las principales:

 1. honrarla, como a digna Madre de Dios, con culto de hiperdulía, es decir, estimarla y venerarla más que a todos los otros santos, por ser Ella la obra maestra de la gracia y la primera después de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre;

2. meditar sus virtudes, privilegios y acciones;

3. contemplar sus grandezas;

4. ofrecerle actos de amor, alabanza, acción de gracias;

5. invocarla de corazón;

6. ofrecerse y unirse a Ella;

7. realizar todas las acciones con intención de agradarla;

8. comenzar, continuar y concluir las acciones por Ella, en Ella, con Ella y para Ella, a fin de hacerlas por Jesucristo, en Jesucristo, con Jesucristo y para Jesucristo, nuestra meta definitiva.

 Más adelante explicaremos esta última práctica (83) .

 

116 La verdadera devoción a la Santísima Virgen tiene también varias prácticas exteriores. Estas son las principales:

1. inscribirse en sus cofradías y entrar en las congregaciones marianas;

2. entrar en las órdenes o institutos religiosos fundados para honrarla;

3. publicar sus alabanzas;

4. hacer en su honor limosnas, ayunos y mortificaciones espirituales y corporales.

5. llevar sus libreas, como el santo rosario, el escapulario o la cadenilla;

6. rezar atenta y modestamente el santo rosario, compuesto de quince decenas de avemarías, en honor de los quince principales misterios de Jesucristo, o la tercera parte del rosario, que son cinco decenas, en honor de los cinco misterios gozosos (anunciación, visitación, nacimiento de Jesucristo, purificación y el Niño perdido y hallado en el templo); o de los cinco misterios dolorosos (agonía de Jesús en el huerto, flagelación, coronación de espinas, subida al Calvario con la cruz a cuestas y crucifixión y muerte de Jesús); o de los cinco misterios gloriosos (resurrección de Jesucristo, ascensión del Señor, venida del Espíritu Santo, asunción y coronación de María por las tres personas de la Santísima Trinidad); o una corona de seis o siete decenas en honor de los años que, según se cree, vivió sobre la tierra la Santísima Virgen; o la coronilla de la Santísima Virgen, compuesta de tres padrenuestros y doce avemarías, en honor de su corona de doce estrellas o privilegios; o el oficio de Santa María Virgen, tan universalmente aceptado y rezado en la Iglesia; o el salterio menor de María Santísima, compuesto en honor suyo por San Buenaventura, y que inspira afectos tan tiernos y devotos que no se puede rezar sin conmoverse; o catorce padrenuestros y avemarías en honor de sus catorce alegrías; u otras oraciones, himnos y cánticos de la Iglesia, como la Salve; Madre del Redentor; Salve, Reina de los cielos o Reina de cielos –según los tiempos litúrgicos–; el himno Salve, de mares Estrella; la antífona ¡Oh gloriosa Señora!, el Magnificat, etc., u otras piadosas plegarias de que están llenos los devocionarios;

7. cantar y hacer cantar en su honor cánticos espirituales;

8. hacer en su honor cierto número de genuflexiones o reverencias, diciéndole, por ejemplo, todas las mañanas sesenta o cien veces: Dios te salve, María, Virgen fiel, para alcanzar de Dios, por mediación suya, la fidelidad a la gracia durante todo el día; y por la noche: Dios te salve, María, Madre de misericordia, para implorar de Dios, por medio de Ella, el perdón de los pecados cometidos durante el día;

9. mostrar interés por sus cofradías, adornar sus altares, coronar y embellecer sus imágenes;

10. organizar procesiones y llevar en ellas sus imágenes y llevar una consigo, como arma poderosa contra el demonio;

11. hacer pintar o grabar sus imágenes o su monograma y colocarlas en las iglesias, las casas o los dinteles de las puertas y entrada de las ciudades, de las iglesias o de las casas;

12. consagrarse a Ella en forma especial y solemne.

 

117 Existen muchas formas de verdadera devoción a la Santísima Virgen (84) inspiradas por el Espíritu Santo a las personas santas y que son muy eficaces para la santificación. Pueden leerse, en extenso, en El paraíso abierto a Filagia (85) , compuesto por el R.P. Pablo Barry, S.J., quien ha recopilado en esta obra gran número de devociones practicadas por los santos en honor de la Santísima Virgen. Estas devociones constituyen maravillosos medios de santificación, siempre que se hagan con las debidas disposiciones, es decir:

1. con la buena y recta intención de agradar a Dios sólo, unirse a Jesucristo, nuestra meta final, y edificar al prójimo;

2. con atención, sin distracciones voluntarias;

3. con devoción, sin precipitación ni negligencia;

4. con modestia y compostura corporal respetuosa y edificante

 

2. LA PRÁCTICA MÁS PERFECTA

 118 Después de todo, protesto abiertamente que -aunque he leído todos los libros que tratan de la devoción a la Santísima Virgen (86) y conversado familiarmente con las personas más santas y sabias de estos últimos tiempos- no he logrado conocer ni aprender una práctica de devoción semejante a la que voy a explicar, que te exija más sacrificios por Dios, te libre más de ti mismo y de tu egoísmo, te conserve más firme y fielmente en la gracia y la gracia en ti, te una más perfecta y fácilmente (87) a Jesucristo y sea más gloriosa para Dios, más santificadora para ti mismo y más útil al prójimo.

 

119 Dado que lo esencial de esta devoción consiste en el interior que ella debe formar, no será igualmente comprendida por todos: algunos se detendrán en lo que tiene de exterior, sin pasar de ahí: será el mayor número; otros, en número reducido, penetrarán en lo interior de la misma, pero se quedarán en el primer grado. ¿Quién subirá al segundo? ¿Quién llegará hasta el tercero? ¿Quién, finalmente, permanecerá en él habitualmente? Sólo aquel a quien el Espíritu Santo de Jesucristo revele este secreto y lo conduzca por sí mismo para hacerlo avanzar de virtud en virtud, de gracia en gracia, de luz en luz, hasta transformarlo en Jesucristo y llevarlo a la plenitud de su madurez sobre la tierra y perfección de su gloria en el cielo.

 

Notas a pie de página:

 74 MONTFORT constata y defiende legítimamente estas manifestaciones de la religiosidad popular que son una expresión de la convicción eclesial de la presencia de María en el peregrinar actual del pueblo de Dios.

75 El culto de María jamás de opone al de su Hijo: Ella busca la gloria de Jesús y la realización del proyecto de amor que el Padre le ha encomendado en la salvación de los hombres, mientras coopera siempre con la acción del Espíritu Santo, en disponibilidad absoluta.

76 Ver VD 224-225.

77 La auténtica devoción a María lleva a la conversión y a dejarse transformar por la Palabra de Dios, bajo la fuerza del Espíritu Santo (Lc 11,28); ver LG 56; VD 108. 415

78 Ver LG 67.

79 La colaboración de María a la obra de la salvación fue de absoluta y total disponibilidad y consagración al proyecto de Dios. Ver LG 56; SM 40; VD 81.119.121.122.173-175.177.178.206...

80 Ver VD 214. 421

81 “Hijos, servidores y esclavos de amor”, son una y misma realidad.

82 Todo sucedió a la letra. El manuscrito quedó escondido a partir de la Revolución francesa (1789) hasta 1842 en que el P. RAUTUREAU lo encontró entre los libros de la Casa General de la Compañía de María.

83 Ver VD 257ss.

84 Los Padres del Concilio Vaticano II recuerdan y aprueban las devociones marianas reconocidas por la Iglesia; ver LG 66; MC, Intr.

85 El P. DE MONTFORT recuerda las condiciones con las cuales las prácticas exteriores de devoción a María se hacen santificadoras.

86 Siendo seminarista, el P. DE MONTFORT fue bibliotecario. Tuvo entonces la oportunidad de leer y sacar notas abundantes. Esos apuntes nos han quedado en un grueso Cuaderno de Notas. J.B. BLAIN, amigo del santo, testifica también su sed de lectura mariana.

87 Ver LG 60.66.

lunes, 8 de enero de 2024

TEMA 287. TRATADO DE LA VERDADERA DEVOCIÓN A LA SANTÍSIMA VIRGEN. SEGUNDA PARTE (2). EL CULTO DE MARIA EN LA IGLESIA. PUNTOS 78-89

 

FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS DEL CULTO A MARÍA (2)

 DEBEMOS REVESTIRNOS DEL HOMBRE NUEVO, JESUCRISTO (78-82)

LA ACCIÓN MATERNAL DE MARÍA FACILITA EL ENCUENTRO PERSONAL CON CRISTO (83-86)

LLEVAMOS EL TESORO DE LA GRACIA EN VASIJAS DE ARCILLA (87-89)

 

 3. DEBEMOS REVESTIRNOS DEL HOMBRE NUEVO, JESUCRISTO

 78 Tercera verdad. Nuestras mejores acciones quedan, de ordinario, manchadas e infectadas a causa de las malas inclinaciones que hay en nosotros.

 Cuando se vierte agua limpia y clara en una vasija que huele mal, o vino en una garrafa maleada por otro vino, el agua clara y el buen vino se dañan y toman fácilmente el mal olor. Del mismo modo, cuando Dios vierte en nuestra alma, infectada por el pecado original y actual, sus gracias y rocíos celestiales o el vino delicioso de su amor, sus bienes se deterioran y dañan ordinariamente a causa de la levadura de malas inclinaciones que el pecado ha dejado en nosotros. Y nuestras acciones, aun las inspiradas por las virtudes más sublimes, se resienten de ello (63) .

 Es, por tanto, de suma importancia para alcanzar la perfección –que sólo se adquiere por la unión con Jesucristo (64) – liberarnos de lo malo que hay en nosotros. De lo contrario, Nuestro Señor, que es infinitamente santo y detesta la menor mancha en el alma, nos rechazará de su presencia y no se unirá a nosotros.

 

79 Para vaciarnos de nosotros mismos (65) , debemos, en primer lugar, conocer bien, con la luz del Espíritu Santo, nuestras malas inclinaciones, nuestra incapacidad para todo bien concerniente a la salvación, nuestra debilidad en todo, nuestra continua inconstancia, nuestra indignidad para toda gracia y nuestra iniquidad en todo lugar.

 El pecado de nuestro primer padre nos perjudicó a todos casi totalmente; nos dejó agriados, engreídos e infectados como la levadura agria, levanta e infecta toda la masa en que se la pone. Nuestros pecados actuales, mortales o veniales, aunque estén perdonados, han acrecentado la concupiscencia, debilidad, inconstancia y corrupción naturales y dejado huellas de maldad en nosotros.

 Nuestros cuerpos se hallan tan corrompidos que el Espíritu Santo los llama cuerpos de pecado (Rom 6,6), concebidos en pecado (Sal 51 [50],7), alimentados en el pecado y capaces de todo pecado. Cuerpos sujetos a mil enfermedades, que de día en día se corrompen y no engendran sino corrupción.

 Nuestra alma, unida al cuerpo, se ha hecho tan carnal, que la Biblia la llama carne: Toda carne se había corrompido en su proceder (Gén 6,12) (66) . Tenemos por única herencia el orgullo y la ceguera en el espíritu, el endurecimiento en el corazón, la debilidad y la inconstancia en el alma, la concupiscencia, las pasiones rebeldes y las enfermedades en el cuerpo. Somos, por naturaleza, más soberbios que los pavos reales, más apegados a la tierra que los sapos, más viles que los cerdos, más coléricos que los tigres, más perezosos que las tortugas, más débiles que las cañas y más inconstantes que las veletas.

 En el fondo no tenemos sino la nada y el pecado, y sólo merecemos la ira divina y la condenación eterna (67) .

 

80 Siendo ello así, ¿por qué maravillarnos de que Nuestro Señor haya dicho que quien quiera seguirle debe renunciarse a sí mismo y odiar su propia vida? (Mt 16,24; Mc 8,34-35) ¿Y que el que ama su alma la perderá y quien la odia la salvará? (Jn 12,25). Esta infinita Sabiduría –que no da prescripciones sin motivo– no nos ordena el odio a nosotros mismos sino porque somos extremadamente dignos de odio; nada tan digno de amor como Dios, nada tan digno de odio como nosotros mismos.

 

81 En segundo lugar, para vaciarnos de nosotros mismos debemos morir todos los días a nuestro egoísmo, es decir, renunciar a las operaciones de las potencias del alma y de los sentidos, ver como si no viéramos, oír como si no oyéramos, servirnos de las cosas de este mundo como si no nos sirviéramos de ellas (ver 1Cor 7,30-31). Es lo que San Pablo llama morir cada día (1Cor 15,31). Si el grano de trigo cae en tierra y no muere, queda infecundo (Jn 12,24), se vuelve tierra y no produce buen fruto. Si no morimos a nosotros mismos y si nuestras devociones más santas no nos llevan a esta muerte necesaria y fecunda, no produciremos fruto que valga la pena y nuestras devociones serán inútiles; todas nuestras obras de virtud quedarán manchadas por el egoísmo y la voluntad propia; Dios rechazará los mayores sacrificios y las mejores acciones que ejecutemos; a la hora de la muerte, nos encontraremos con las manos vacías de virtudes y méritos y no tendremos ni una chispa de ese amor puro que sólo se comunica a quienes han muerto a sí mismos, y cuya vida está escondida con Cristo en Dios (Col 3,3).

 

82 En tercer lugar, debemos escoger entre las devociones a la Santísima Virgen la que nos lleva más perfectamente a dicha muerte al egoísmo, por ser la mejor y más santificadora. Porque no hay que creer que es oro todo lo que brilla, ni miel todo lo dulce, ni el camino más fácil y lo que practica la mayoría es lo más eficaz para la salvación. Así como hay secretos naturales para hacer en poco tiempo, con pocos gastos y gran facilidad ciertas operaciones naturales, también hay secretos en el orden de la gracia para realizar en poco tiempo, con dulzura y facilidad, operaciones sobrenaturales: liberarte del egoísmo, llenarte de Dios y hacerte perfecto. La práctica que quiero descubrirte es uno de esos secretos de la gracia ignorado por gran número de cristianos, conocido de pocos devotos, practicado y saboreado por un número aún menor. Expongamos la cuarta verdad –consecuencia de la tercera– antes de abordar dicha práctica (68) .

 

4. LA ACCIÓN MATERNAL DE MARÍA FACILITA EL ENCUENTRO PERSONAL CON CRISTO

 83 Cuarta verdad. Es más perfecto, porque es más humilde, no acercarnos a Dios por nosotros mismos, sino acudir a un mediador. Estando tan corrompida nuestra naturaleza -como acabo de demostrar-, si nos apoyamos en nuestros propios esfuerzos, habilidad y preparación para llegar hasta Dios y agradarle, ciertamente nuestras obras de justificación quedarán manchadas o pesarán muy poco delante de Dios para comprometerlo a unirse a nosotros y escucharnos. Porque no sin razón nos ha dado Dios mediadores (69) ante sí mismo. Vio nuestra indignidad e incapacidad, se apiadó de nosotros, y, para darnos acceso a sus misericordias, nos proveyó de poderosos mediadores ante su grandeza.

Por tanto, despreocuparte de tales mediadores y acercarte directamente a la santidad divina sin recomendación alguna es faltar a la humildad y al respecto debido a un Dios tan excelso y santo, es hacer menos caso de ese Rey de reyes del que harías de un soberano o príncipe de la tierra, a quien no te acercarías sin un amigo que hable por ti (70) .

 

84 Jesucristo es nuestro abogado y mediador de redención ante el Padre. Por Él debemos orar junto con la Iglesia triunfante y militante. Por Él tenemos acceso ante la Majestad divina, y sólo apoyados en Él y revestidos de sus méritos debemos presentarnos ante el Padre, así como el humilde Jacob compareció ante su padre Isaac, para recibir la bendición, cubierto con pieles de cabrito.

 

85 Pero ¿no necesitamos, acaso, un mediador ante el mismo Mediador? ¿Bastará nuestra pureza para unirnos a Él directamente y por nosotros mismos? ¿No es Él, acaso, Dios igual en todo a su Padre, y, por consiguiente, el Santo de los santos, tan digno de respeto como su Padre? Si por amor infinito se hizo nuestro fiador y mediador ante el Padre para aplacarlo y pagarle nuestra deuda, ¿será esto razón para que tengamos menos respeto para con su majestad y santidad?

 Digamos, pues, abiertamente, con San Bernardo, que necesitamos un mediador ante el Mediador mismo y que la excelsa María es la más capaz de cumplir este oficio caritativo. Por Ella vino Jesucristo a nosotros, y por Ella debemos nosotros ir a Él.

 Si tememos ir directamente a Jesucristo-Dios a causa de su infinita grandeza y de nuestra pequeñez o pecados, imploremos con filial osadía la ayuda e intercesión de María, nuestra Madre. Ella es tierna y bondadosa. En Ella no hay nada austero o repulsivo ni excesivamente sublime o deslumbrante. Al verla, vemos nuestra propia naturaleza. No es el sol, que con la viveza de sus rayos podría deslumbrarnos a causa de nuestra debilidad. Es hermosa y apacible como la luna (Cant 6,10), que recibe la luz del sol para acomodarla a la debilidad de nuestra vista.

 María es tan caritativa que no rechaza ninguno de los que imploran su intercesión, por más pecador que sea, pues -como dicen los santos- jamás se ha oído decir que alguien haya acudido confiada y perseverantemente a Ella y haya sido rechazado. Ella es tan poderosa que sus peticiones jamás han sido desoídas. Bástale presentarse ante su Hijo con alguna súplica para que Él la acepte y reciba y se deje siempre vencer amorosamente por los pechos, las entrañas y las súplicas de su Madre queridísima.

 

86 Esta es doctrina sacada de los escritos de San Bernardo y San Buenaventura. Según ellos, para llegar a Dios tenemos que subir tres escalones: el primero, más cercano y adaptado a nuestras posibilidades, es María (71) ; el segundo es Jesucristo y el tercero es Dios Padre. Para llegar a Jesucristo hay que ir a María, nuestra Mediadora de intercesión. Para llegar al Padre hay que ir al Hijo, nuestro Mediador de redención (72) . Este es precisamente el orden que se observa en la forma de devoción de la que hablaré más adelante

 

5. LLEVAMOS EL TESORO DE LA GRACIA EN VASIJAS DE ARCILLA

 

87 Quinta verdad. Es muy difícil, dada nuestra pequeñez y fragilidad, conservar las gracias y tesoros de Dios, porque:

 1. Llevamos este tesoro, más valioso que el cielo y la tierra, en vasijas de arcilla (2Cor 4,7), en un cuerpo corruptible, en un alma débil e inconstante que por nada se turba y abate.

 

88 2. Los demonios, ladrones muy astutos, quieren sorprendernos de improviso para robarnos y desvalijarnos. Espían día y noche el momento favorable para ello. Nos rodean incesantemente para devorarnos (ver 1Pe 5,8) y arrebatarnos en un momento –por un solo pecado– todas las gracias y méritos logrados en muchos años. Su malicia, su pericia, su astucia y número deben hacernos temer infinitamente esta desgracia, ya que personas más llenas de gracia, más ricas en virtudes, más experimentadas y elevadas en santidad que nosotros han sido sorprendidas, robadas y saqueadas lastimosamente. ¡Ah! ¡Cuántos cedros del Líbano y estrellas del firmamento cayeron miserablemente y perdieron en poco tiempo su elevación y claridad!

 Y ¿cuál es la causa? No fue falta de gracia. Que Dios a nadie la niega. Sino ¡falta de humildad! Se consideraron capaces de conservar sus tesoros. Se fiaron de sí mismos y se apoyaron en sus propias fuerzas. Creyeron bastante segura su casa y suficientemente fuertes sus cofres para guardar el precioso tesoro de la gracia, y por este apoyo imperceptible en sí mismos –aunque les parecía que se apoyaban solamente en la gracia de Dios–, el Señor, que es la justicia misma, abandonándolos a sí mismos, permitió que fueran saqueados.

 ¡Ay! Si hubieran conocido la devoción admirable que a continuación voy a exponer, habrían confiado su tesoro a una Virgen fiel y poderosa, y Ella lo habría guardado como si fuera propio, y hasta se habría comprometido a ello en justicia.

 

89 3. Es difícil perseverar en gracia, a causa de la increíble corrupción del mundo. Corrupción tal que es prácticamente imposible que los corazones no se manchen, si no con su lodo, al menos con su polvo (73) . Hasta el punto de que es una especie de milagro el que una persona se conserve en medio de este torrente impetuoso sin ser arrastrado por él, en medio de este mar tempestuoso sin anegarse o ser saqueada por los piratas y corsarios, en medio de esta atmósfera viciada sin contagiarse.

Sólo la Virgen fiel, contra quien nada pudo la serpiente, hace este milagro en favor de aquellos que la sirven lo mejor que pueden.

 

Notas a pie de página:

 63 Ver VD 146.173.213.228; AC 47.

64 VD 120

65 El programa implica seguir a Cristo, con su cruz hasta el anonadamiento; ver Flp 2,7; Mt 7,24.

66 Carne designa frecuentemente en la Biblia al ser humano, en cuanto limitado, débil, imperfecto...

63 Ver VD 146.173.213.228; AC 47.

64 VD 120

65 El programa implica seguir a Cristo, con su cruz hasta el anonadamiento; ver Flp 2,7; Mt 7,24.

66 Carne designa frecuentemente en la Biblia al ser humano, en cuanto limitado, débil, imperfecto...

67 No obstante el Bautismo (Rom 6,4ss) y que constituye una nueva creatura (2Cor 5,17) es claro que “los desequilibrios que fatigan al mundo moderno están conectados con ese otro desequilibrio que hunde sus raíces en el corazón humano” (GS 10).

68 Ver SM 44.

69 “La única mediación del Redentor no excluye, sino que suscita en las creaturas diversa cooperación participada de la única fuente” (LG 62).

70 Leer VD 83-86 a la luz de LG 60 y 62.

71 María “ocupa en la santa Iglesia el lugar más alto después de Cristo y el más cercano a nosotros” (LG 54; ver MC 28). María es de nuestra raza y de nuestra historia; como madre a quien Cristo nos ha encomendado, busca que cada día seamos más semejantes al Hermano mayor.

72 Según Ef 2,18, por Cristo llegamos hasta el Padre, en un mismo Espíritu; ahora bien, María y el Espíritu luchan por la misma causa: Ella es la fidelísima cooperadora del Espíritu Santo (ver MC 25.27).

73 SAN LEÓN MAGNO