LA FORMACIÓN INTEGRAL DE LOS LAICOS CRITERIOS Y LÍNEAS DE ACCIÓN
Este
documento se plantea como un referente general, un documento-marco, en cuyos
planteamientos, criterios y
contenidos pueden inspirarse los proyectos y programas para la formación de los
miembros del Movimiento
Christifideles Laici, Movimiento para la
Nueva Evangelización.
I. Introducción
En
diversas ocasiones en nuestro Movimiento, en especial en las asambleas de
inicio de curso, se ha puesto de
manifiesto la necesidad y urgencia de la formación del laicado, como tarea
prioritaria en nuestra Iglesia particular.
Hemos de constatar que en la comunidad se advierte una necesidad de formación,
cada vez más patente cuanto menor, si no ausente,
es el énfasis que se hace en los diversos
entes educativos en formación ético – religiosa. Al mismo
tiempo, es cada vez más insistente la exhortación que hace la Iglesia a través de sus ministros de la
cada vez más acuciante necesidad de la formación integral de los laicos.
“En el descubrir y vivir la
propia vocación y misión, los fieles laicos han de ser formados para vivir aquella
unidad con la que está marcado su mismo ser de miembros de la Iglesia y de ciudadanos de la
sociedad humana”.(CFL 59)
Al
presentar estas líneas y criterios para la formación del laicado, partimos de
la concepción del mismo, ya expuesta
por el Concilio Vaticano II y la Christifideles
Laici de Juan Pablo II, donde se nos pone de manifiesto que la identidad
del laicado se fundamenta en la misma raíz de la que brota su dignidad: la nueva
vida engendrada por el bautismo. La raíz bautismal, que está en la base de la
identidad cristiana, obliga a superar
los viejos planteamientos discriminatorios de la condición laical y las
concepciones que definían al laico
por lo que no es (el que no es clérigo ni religioso). Los laicos no sólo están
en la Iglesia, sino que son Iglesia, y son:
"los fieles que,
en cuanto incorporados a Cristo por el bautismo, integrados en el Pueblo de
Dios y hechos partícipes a su modo
del oficio sacerdotal, profético y real de Cristo, ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo
cristiano en la parte que a ellos le corresponde". (Canon 204; Cod.
Derecho Canónico)
Esta
común dignidad bautismal asume en el fiel laico una modalidad que lo distingue,
sin separarlo, del presbítero, del
religioso y de la religiosa. El Concilio Vaticano II ha señalado esta modalidad
en la índole secular: "El carácter secular
es propio y peculiar de los laicos". De este modo, el ser y el actuar en el mundo
son para los fieles laicos no sólo una realidad
antropológica y sociológica, sino también, y específicamente, una realidad teológica y eclesial.
Este vivo interés es el
reflejo de su valoración a nivel nacional, como puede verse en esta afirmación
de la Conferencia Episcopal: "La formación de los laicos es una prioridad de máxima urgencia para
toda la Iglesia"; y otra una
buena muestra es el encargo que los Obispos hacen a la Comisión Episcopal de Apostolado Seglar, en el documento Cristianos laicos Iglesia en el mundo (CLIM), de elaborar una Guía marco que
sea referencia para los procesos
formativos de laicos.
Destinatarios
del documento son los todos los miembros del Movimiento Christifideles Laici,
ya sean miembros laicos de base, sacerdotes y los
responsables de Movimiento.
La
finalidad del documento es aportar a las escuelas de formación, parroquias,
grupos apostólicos, … vinculados al
Movimiento unos criterios inspiradores de los procesos de formación. Y lograr,
por supuesto, en el proceso catequético, un laico adulto, maduro y militante, con
“La responsabilidad de confesar la fe católica, acogiendo y
proclamando la verdad sobre Cristo, sobre
la Iglesia y sobre el hombre, en la obediencia al magisterio de la Iglesia, que
la interpreta auténticamente. Por
esta razón, cada asociación de laicos debe ser un lugar en el que se anuncia y se propone la fe, y en el que se
educa para practicarla en todo su
contenido” CFL, 30,4.
Algunos rasgos de nuestra situación actual
Antes
de expresar qué entendemos por formación, sus objetivos, criterios, etapas y
contenidos, vamos a presentar algunos
rasgos que nos acerquen a la realidad
que vive nuestro
Movimiento en particular.
En primer lugar nos fijamos
en algunos rasgos comunes de los hombres
y mujeres de nuestro movimiento:
· Profundamente evangelizadores y con ganas de transmitir la vivencia de Xto.-Salvador,
· Cada vez más carentes
de una cultura religiosa ausente
en las aulas y en la vida pública,
· En un entorno que sólo da publicidad a hechos y sucesos parciales
que afectan a la mala imagen de la Iglesia,
motivados por la incoherencia y/o falta de formación de sus miembros.
Junto a estos
rasgos comunes, presentamos a continuación algunos
propios de nuestra
Iglesia particular.
· Algunos laicos de
nuestro Movimiento, necesitados aun de hacer suya su identidad, se inhiben, a veces, con escasa capacidad de iniciativa;
en parte, por falta de interiorizar su misión y, en parte, porque su inhibición es también fruto de
un cierto protagonismo por parte de las entidades oficiales. Esa aparente pasividad encuentra
explicación en la carencia de una formación que le ha impedido tomar opciones de fondo. Esta situación, en el contexto
de cultura postmoderna y en el conformismo
ante la realidad, con falta de un sentido profundo de la razón teológica de sus acciones, le ha llevado a vivir con cierta
apatía y desmotivación. El trabajo pastoral lo realiza por impulsos y, a veces, "por libre"
y sin ninguna orientación. Reconoce, con todo, que necesita formarse
para conocer mejor su
vocación y misión en el mundo.
· Esa formación la
necesita para conocer y abordar mejor la realidad de su entorno transformándola desde dentro, y aprendiendo así a dar
respuesta adecuada a las diferentes situaciones desde los valores del Reino. Por tanto, anda
buscando una formación que le ayude a madurar humana y cristianamente en las
diferentes circunstancias.
· Al mismo tiempo,
descubre que su formación está siendo primordialmente sectorial, o sea en función de un servicio al interior de la
comunidad eclesial y/o actividad apostólica, y reclama una formación integral que le permita
desarrollar su servicio tanto en la edificación de la comunidad eclesial como en su acción evangelizadora
en la sociedad civil. Percibe la dificultad de no poder integrar fe y vida. No siempre se siente capaz de hacer una
lectura creyente de la cultura y la sociedad, que le
capacite para una participación efectiva en la
vida pública.
· En
este sentido, se resalta, como especial carencia, la ausencia de la dimensión
secular, tanto en su compromiso como
en la demanda de una formación específica para este cometido. No podemos olvidar, en modo alguno, que la Iglesia
y, por tanto, el laicado tiene una vocación secular. Su misión es evangelizar
en medio del mundo.
· Con respecto a su
pertenencia eclesial, el laico cristiano no se siente Iglesia Universal, en
muchos casos; y en otros, le falta conciencia de Iglesia particular. Tal vez, porque
necesite que se haga más real y viva la dimensión comunitaria
de ésta. Lamenta que no existan suficientes cauces operativos para llevar a cabo las responsabilidades laicales
que, por otra parte, se le reclaman desde dentro de la Iglesia. Y, sobre todo, le parece
que existen bastantes dificultades prácticas para que los laicos sean tomados en cuenta, como miembros activos
de las comunidades parroquiales, por una cierta autosuficiencia del clero. Así mismo a la mujer laica, siendo numéricamente la más activa, no siempre se le facilita el acceso a servicios de responsabilidad en la comunidad.
· Así pues, no es de
extrañar que el laicado, a veces, descargue fácilmente sus responsabilidades sobre el clero, no asumiendo, así, su corresponsabilidad. Se necesita, por tanto, que los sacerdotes, convenientemente formados para
este cometido, acompañen mejor a los laicos en sus procesos de formación y de compromiso laical. Estos procesos
deben ser continuos, sistemáticos y coordinados,
para que no queden a expensas del último sacerdote que llega. Es preciso crear cauces
para que esta formación sea
accesible a todos.
Concluimos
con un breve apunte de esperanza: En nuestro Movimiento, detectamos cómo En
nuestro Movimiento, detectamos cómo después del encuentro personal
con Cristo que supone el Cursillo de Evangelización,
surge un laico disponible, inquieto, comprometido, con deseos de formación, y
viviendo a fondo su pertenencia eclesial.
Aunque le puede faltar cierta vinculación efectiva
y afectiva con el Movimiento.
II. Formación del laico.
1.- Qué entendemos por formación.
· El proceso se
caracteriza por la dimensión relacional con los otros y con el
mundo. Esta capacidad de relacionarse
es consustancial a nuestro ser como personas. Por ello, no es posible una auténtica formación si se
contempla a las personas fuera de sus circunstancias vitales e históricas,
y sin el adecuado acompañamiento.
· La formación
es un proceso de autotransformación, que implica el protagonismo del sujeto y
el rechazo del adoctrinamiento, que
le permite analizar, enjuiciar y transformar la realidad que le rodea.
· El cristiano
encuentra en Jesucristo, en quien el Padre ha revelado qué es el hombre y qué puede llegar
a ser, el centro unificador de su
vida.
2.-
Una formación integral.
· Humano-afectiva: Tendente a lograr una persona reconciliada consigo mismo y con los otros, capaz de aceptarse a sí misma tal cual es y con un fuerte sentido comunitario. Una persona convencida de que convivir es la forma más humana de vivir y de que se llega a ser cuando se es con-los-otros.
· Espiritual: Que favorezca el crecimiento de la vida interior y
la relación intima con el Creador, que trascienda
al mero conocimiento racional de lo tangible. La formación ha de fomentar la
búsqueda de la unión con Dios a
través de la oración en la forma que corresponda al estado de vida laical que corresponda, diferenciada de la propia
vocación religiosa u otros estados con diferente grado de compromiso eclesial.
· Práctica y ética: La formación, para que lo sea, ha de impulsar a la
acción en coherencia con la propia
fe. El proceso de formación, como proceso que es de conversión, irá regenerando
los sentimientos y la conducta, ya
que la fe y el Espíritu de Dios generan una sensibilidad nueva, con nuevos criterios y nuevos valores.
· Comunitaria: Una formación en, desde y para la comunidad. Una
auténtica formación no tiene sentido
si se sitúa al margen de la comunión de fe con la Iglesia, y ha de desarrollar
la dimensión comunitaria de la fe y el sentido de pertenencia eclesial.
3.- Que sepa conjugar
estos criterios.
Seguimos
lo que el Pontificio Consejo para los Laicos nos propone como criterios a tener
en cuenta. A saber:
· Cuanto más comprometido se encuentre el laico en la acción evangelizadora,
tanto más le será necesaria una buena formación, para evitar la
caída en el activismo.
· Cuanto más amplias
y profundas sean las responsabilidades eclesiales asumidas por el cristiano laico, más atención habrá que
prestar al carácter secular de su vocación específica, evitando el riesgo del clericalismo.
· Cuanto más trabaje pastoralmente en ambientes secularizados, más habrá de
brindársele una formación que le
mantenga y fortalezca en la fe y la reafirmación de su identidad cristiana, en comunión
con la Iglesia.
· Cuanto más especializado en su trabajo apostólico, más hay que ayudarle a
situarse en el proceso global de la evangelización.
· Cuanto
más sencillo sea su origen y su entorno,
mayor esmero habrá que poner en facilitarle los instrumentos adecuados para que descubran mejor al Dios que se
revela a los sencillos, y su mensaje total.
4.- Objetivos.
Laico : "los fieles que, en cuanto incorporados a Cristo por el bautismo,
integrados al Pueblo de Dios y hechos partícipes a su modo del
oficio sacerdotal, profético y real de Cristo, ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el
pueblo cristiano en la parte que a ellos les corresponde” (Lumen Gentium 31).
Adulto : no en el sentido crono-biológico, sino de un creyente con madurez humana y cristiana, que sepa "dar razón de su esperanza a quien la pidiere" (1Pe 3, 15).
Militante : es decir
que ha vivido en un Cursillo de Evangelización la experiencia de la paternidad
de Dios y de la centralidad de
Jesucristo, hombre/mujer de memoria y esperanza, empeñado/a en la tarea transformadora de la sociedad
según el espíritu del evangelio
y no menos comprometido en su conversión personal y en la edificación de la Iglesia.
Y llega a ser un contemplativo en la acción.
4.2.- Objetivos
operativos.
Para lograr
este gran objetivo
necesitamos articular unos objetivos más concretos:
4.2.1. - El encuentro con Dios en Jesucristo.
La
formación ha de favorecer y propiciar este encuentro, procurando que se
descubra el rostro de Dios que Cristo revela;
que celebre sacramentalmente este encuentro; que fomente el acercamiento
a la Madre, necesario para una adecuada y equilibrada formación y experiencia cristiana; que potencie el encuentro con
la Iglesia como sacramento de Cristo; el descubrimiento de los pobres y oprimidos como rostros vivos de Dios en nuestro mundo; el encuentro con uno mismo y la conversión permanente al evangelio; el encuentro con la naturaleza y la historia
como transparencia y presencia
del Dios cristiano.
4.2.2.- La síntesis fe - vida.
·
Lograr la realización de la persona.
El evangelio de Jesús es el criterio
para lograr la realización
de la persona, realizarse como persona
será tener como referente a Jesucristo, Él es para nosotros el criterio último de lo verdaderamente
humano. Así mismo la santidad es la meta hacia la que tiende la realización de
la persona cristiana y objetivo de su
actuación apostólica.
·
Animar el compromiso eclesial.
Desde
una auténtica eclesiología de Pueblo de Dios, misterio de comunión construir la
comunidad es tarea de todos. Esta
vivencia se ha de dar en la Iglesia local y desde ella en el conjunto de toda la Iglesia. Desde aquí se les hace una llamada
a los fieles laicos a incrementar la conciencia eclesial y a realizar la misión evangelizadora.
·
Construir la vida familiar como la primera
"experiencia de Iglesia".
Descubrir las dimensiones
personalizadoras y socializadoras del amor vivido en el matrimonio y en la familia. "Un tal amor (...) lleva a los esposos a un don libre y mutuo de sí
mismos"
y "la familia se
hace así, cada vez más, una comunidad
creyente y evangelizadora" (Gaudium
et Spes, 47)
·
Promover el compromiso social y político.
La fe ha de impulsar a participar en la construcción de una sociedad
nueva, potenciando el compromiso en las instituciones, organizaciones y ambientes
en colaboración con otros hombres/mujeres de buena voluntad.
Animado en todo ello por la Buena Noticia del Reino de Dios y siendo
testigo de ese Reino.
Conlleva
una profundización en la Doctrina Social de la Iglesia; con ella no se trata de
ofrecer soluciones técnicas, sino de
afianzar unos criterios que lleven a realizar este compromiso en coherencia con la fe.