La vocación
248. Es verdad que la
palabra “vocación” puede entenderse en un sentido amplio, como llamado de Dios.
Incluye el llamado a la vida, el llamado a la amistad con Él, el llamado a la
santidad, etc. Esto es valioso, porque sitúa toda nuestra vida de cara al Dios
que nos ama, y nos permite entender que nada es fruto de un caos sin sentido,
sino que todo puede integrarse en un camino de respuesta al Señor, que tiene un
precioso plan para nosotros.
249. En la
Exhortación Gaudete et exsultate quise
detenerme en la vocación de todos a crecer para la gloria de Dios, y me propuse
«hacer resonar una vez más el llamado a la santidad, procurando encarnarlo en
el contexto actual, con sus riesgos, desafíos y oportunidades»[136].
El Concilio Vaticano II nos ayudó a renovar la consciencia de este llamado
dirigido a cada uno: «Todos los fieles, cristianos, de cualquier condición y
estado, fortalecidos con tantos y tan poderosos medios de salvación, son
llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella
santidad con la que es perfecto el mismo Padre»[137].
Su llamado a la amistad con Él
250. Lo fundamental es
discernir y descubrir que lo que quiere Jesús de cada joven es ante todo su
amistad. Ese es el discernimiento fundamental. En el diálogo del Señor
resucitado con su amigo Simón Pedro la gran pregunta era: «Simón, hijo de Juan,
¿me amas?» (Jn 21,16). Es decir: ¿Me quieres como amigo? La misión
que recibe Pedro de cuidar a sus ovejas y corderos estará siempre en conexión
con este amor gratuito, con este amor de amistad.
251. Y si fuera necesario
un ejemplo contrario, recordemos el encuentro-desencuentro del Señor con el
joven rico, que nos dice claramente que lo que este joven no percibió fue la
mirada amorosa del Señor (cf. Mc 10,21). Se fue entristecido,
después de haber seguido un buen impulso, porque no pudo sacar la vista de las
muchas cosas que poseía (cf. Mt 19,22).
Él se perdió la
oportunidad de lo que seguramente podría haber sido una gran amistad. Y
nosotros nos quedamos sin saber lo que podría haber sido para nosotros, lo que
podría haber hecho para la humanidad, ese joven único al que Jesús miró con
amor y le tendió la mano.
252. Porque «la vida que Jesús
nos regala es una historia de amor, una historia de vida que
quiere mezclarse con la nuestra y echar raíces en la tierra de cada uno. Esa
vida no es una salvación colgada “en la nube” esperando ser descargada, ni una
“aplicación” nueva a descubrir o un ejercicio mental fruto de técnicas de
autosuperación. Tampoco la vida que Dios nos ofrece es un “tutorial” con el que
aprender la última novedad.
La salvación que Dios nos regala es una
invitación a formar parte de una historia de amor que se entreteje con
nuestras historias; que vive y quiere nacer entre nosotros para que demos fruto
allí donde estemos, como estemos y con quien estemos. Allí viene el Señor a
plantar y a plantarse»[138].
Tu ser para los demás
253. Quisiera detenerme
ahora en la vocación entendida en el sentido preciso del llamado al servicio
misionero de los demás. Somos llamados por el Señor a participar en su obra
creadora, prestando nuestro aporte al bien común a partir de las capacidades
que recibimos.
254. Esta vocación
misionera tiene que ver con nuestro servicio a los demás. Porque nuestra vida
en la tierra alcanza su plenitud cuando se convierte en ofrenda. Recuerdo que
«la misión en el corazón del pueblo no es una parte de mi vida, o un adorno que
me puedo quitar; no es un apéndice o un momento más de la existencia. Es algo
que yo no puedo arrancar de mi ser si no quiero destruirme. Yo soy una misión
en esta tierra, y para eso estoy en este mundo»[139].
Por consiguiente, hay que pensar que: toda pastoral es vocacional, toda
formación es vocacional y toda espiritualidad es vocacional.
255. Tu vocación no
consiste sólo en los trabajos que tengas que hacer, aunque se expresa en ellos.
Es algo más, es un camino que orientará muchos esfuerzos y muchas acciones en
una dirección de servicio. Por eso, en el discernimiento de una vocación es
importante ver si uno reconoce en sí mismo las capacidades necesarias para ese
servicio específico a la sociedad.
256. Esto da un valor muy
grande a esas tareas, ya que dejan de ser una suma de acciones que uno realiza
para ganar dinero, para estar ocupado o para complacer a otros. Todo eso
constituye una vocación porque somos llamados, hay algo más que una mera
elección pragmática nuestra. Es en definitiva reconocer para qué estoy hecho,
para qué paso por esta tierra, cuál es el proyecto del Señor para mi vida.
Él
no me indicará todos los lugares, los tiempos y los detalles, que yo elegiré
prudentemente, pero sí hay una orientación de mi vida que Él debe indicarme
porque es mi Creador, mi alfarero, y necesito escuchar su voz para dejarme
moldear y llevar por Él. Entonces sí seré lo que debo ser, y seré también fiel
a mi propia realidad.
257. Para cumplir la propia
vocación es necesario desarrollarse, hacer brotar y crecer todo lo que uno es.
No se trata de inventarse, de crearse a sí mismo de la nada, sino de
descubrirse a uno mismo a la luz de Dios y hacer florecer el propio ser: «En
los designios de Dios, cada hombre está llamado a promover su propio progreso,
porque la vida de todo hombre es una vocación»[140].
Tu vocación te orienta a sacar afuera lo mejor de ti para la gloria de Dios y
para el bien de los demás. El asunto no es sólo hacer cosas, sino hacerlas con
un sentido, con una orientación. Al respecto, san Alberto Hurtado decía a los
jóvenes que hay que tomarse muy en serio el rumbo: «En un barco al piloto que
se descuida se le despide sin remisión, porque juega con algo demasiado
sagrado.
Y en la vida ¿cuidamos de nuestro rumbo? ¿Cuál es tu rumbo? Si fuera
necesario detenerse aún más en esta idea, yo ruego a cada uno de ustedes que le
dé la máxima importancia, porque acertar en esto es sencillamente acertar;
fallar en esto es simplemente fallar»[141].
258. Este “ser para los
demás” en la vida de cada joven, normalmente está relacionado con dos
cuestiones básicas: la formación de una nueva familia y el trabajo. Las
diversas encuestas que se han hecho a los jóvenes confirman una y otra vez que
estos son los dos grandes temas que los preocupan e ilusionan. Ambos deben ser
objeto de un especial discernimiento. Detengámonos brevemente en ellos.
El amor y la familia
259. Los jóvenes sienten
con fuerza el llamado al amor, y sueñan encontrar la persona adecuada con quien
formar una familia y construir una vida juntos. Sin duda es una vocación que
Dios mismo propone a través de los sentimientos, los deseos, los sueños. Sobre
este tema me detuve ampliamente en la Exhortación Amoris laetitia e invito a todos
los jóvenes a leer especialmente los capítulos 4 y 5.
260. Me gusta pensar que
«dos cristianos que se casan han reconocido en su historia de amor la llamada
del Señor, la vocación a formar de dos, hombre y mujer, una sola carne, una
sola vida. Y el Sacramento del matrimonio envuelve este amor con la gracia de
Dios, lo enraíza en Dios mismo. Con este don, con la certeza de esta llamada,
se puede partir seguros, no se tiene miedo de nada, se puede afrontar todo,
¡juntos!»[142].
261. En este contexto,
recuerdo que Dios nos creó sexuados. Él mismo «creó la sexualidad, que es un
regalo maravilloso para sus creaturas»[143]. Dentro
de la vocación al matrimonio hay que reconocer y agradecer que «la sexualidad,
el sexo, son un don de Dios. Nada de tabúes. Son un don de Dios, un don que el
Señor nos da. Tienen dos propósitos: amarse y generar vida. Es una pasión, es
el amor apasionado. El verdadero amor es apasionado. El amor entre un hombre y
una mujer, cuando es apasionado, te lleva a dar la vida para siempre. Siempre.
Y a darla con cuerpo y alma»[144].
262. El Sínodo resaltó que
«la familia sigue siendo el principal punto de referencia para los jóvenes. Los
hijos aprecian el amor y el cuidado de los padres, dan importancia a los
vínculos familiares y esperan lograr a su vez formar una familia. Sin duda el
aumento de separaciones, divorcios, segundas uniones y familias monoparentales
puede causar en los jóvenes grandes sufrimientos y crisis de identidad.
A veces
deben hacerse cargo de responsabilidades desproporcionadas para su edad, que
les obligan a ser adultos antes de tiempo. Los abuelos con frecuencia son una
ayuda decisiva en el afecto y la educación religiosa: con su sabiduría son un
eslabón decisivo en la relación entre generaciones»[145].
263. Es verdad que estas
dificultades que sufren en su familia de origen llevan a muchos jóvenes a
preguntarse si vale la pena formar una nueva familia, ser fieles, ser
generosos. Quiero decirles que sí, que vale la pena apostar por la familia y
que en ella encontrarán los mejores estímulos para madurar y las más bellas
alegrías para compartir. No dejen que les roben el amor en serio. No dejen que
los engañen esos que les proponen una vida de desenfreno individualista que
finalmente lleva al aislamiento y a la peor soledad.
264. Hoy reina una cultura
de lo provisorio que es una ilusión. Creer que nada puede ser definitivo es un
engaño y una mentira. Muchas veces «hay quien dice que hoy el matrimonio está
“pasado de moda” [...]. En la cultura de lo provisional, de lo relativo, muchos
predican que lo importante es “disfrutar” el momento, que no vale la pena comprometerse
para toda la vida, hacer opciones definitivas […].
Yo, en cambio, les pido que
sean revolucionarios, les pido que vayan contracorriente; sí, en esto les pido
que se rebelen contra esta cultura de lo provisional, que, en el fondo, cree
que ustedes no son capaces de asumir responsabilidades, cree que ustedes no son
capaces de amar verdaderamente»[146].
Yo sí tengo confianza en ustedes, y por eso los aliento a optar por el
matrimonio.
265. Es necesario
prepararse para el matrimonio, y esto requiere educarse a sí mismo, desarrollar
las mejores virtudes, sobre todo el amor, la paciencia, la capacidad de diálogo
y de servicio. También implica educar la propia sexualidad, para que sea cada
vez menos un instrumento para usar a los demás y cada vez más una capacidad de
entregarse plenamente a una persona, de manera exclusiva y generosa.
266. Los Obispos de
Colombia nos enseñaron que «Cristo sabe que los esposos no son perfectos y que
necesitan superar su debilidad e inconstancia para que su amor pueda crecer y
durar. Por eso, concede a los cónyuges su gracia que es, a la vez, luz y fuerza
que les permite ir realizando su proyecto de vida matrimonial de acuerdo con el
plan de Dios»[147].
267. Para aquellos que no
son llamados al matrimonio o a la vida consagrada, hay que recordar siempre que
la primera vocación y la más importante es la vocación bautismal. Los solteros,
incluso si no son intencionales, pueden convertirse en testimonio particular de
dicha vocación en su propio camino de crecimiento personal.
Notas a pie de página:
[138] Discurso en la Vigilia con los jóvenes en la XXXIV Jornada
Mundial de la Juventud en Panamá (26 enero 2019): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (1 febrero 2019), p. 12.
[141] Meditación de Semana Santa para jóvenes, escrita a bordo de un
barco de carga, regresando de Estados Unidos, 1946, en
:https://www.padrealbertohurtado.cl/escritos-2/.
[144] Audiencia a los jóvenes de la diócesis de Grenoble-Vienne (17
septiembre 2018): L’Osservatore Romano (19 septiembre 2018),
p. 8.
[146] Encuentro con los voluntarios de la XXVIII Jornada Mundial
de la Juventud en Río de Janeiro (28 julio 2013):Insegnamenti,
1,2 (2013), 125.