LA PERFECTA CONSAGRACIÓN A JESUCRISTO
Preparar y hacer la consagración (227)
Rezo de la coronilla (234)
Llevar cadenillas de hierro (236)
CAPÍTULO
V
Por tanto, que ningún mundano ni crítico autosuficiente nos venga a decir que la verdadera devoción está en el corazón, que hay que evitar las exterioridades, ya que pueden ocultar la vanidad; que no hay que hacer alarde de la propia devoción, etc. Yo les respondo con mi Maestro: Alumbre también la luz de ustedes a los hombres: que vean el bien que hacen y glorifiquen al Padre del cielo (Mt 5,16). Lo cual no significa –como advierte San Gregorio– que debemos realizar nuestras buenas acciones y devociones exteriores para agradar a los hombres y ganarnos sus alabanzas –esto sería vanidad–, sino que, a veces, las realicemos delante de los hombres con el fin de agradar a Dios y glorificarle, sin preocuparnos por los desprecios o las alabanzas de las creaturas (168) .
Voy a proponer, en resumen, algunas prácticas exteriores, llamadas así no porque se hagan sin devoción interior, sino porque tienen algo externo que las distingue de las actitudes puramente interiores.
1.
Preparar y hacer la consagración
227 Primera práctica. Quienes deseen abrazar esta devoción particular –no erigida aún en cofradía, aunque sería mucho de desear que lo fuera (169) – dedicarán –como he dicho en la primera parte de esta preparación al reinado de Jesucristo– doce días, por lo menos, a vaciarse del espíritu del mundo, contrario al de Jesucristo, y tres semanas en llenarse de Jesucristo por medio de la Santísima Virgen. Para ello podrán seguir este orden:
228 Durante la primera semana
dedicarán todas sus oraciones y actos de piedad a pedir el conocimiento de sí
mismos y la contrición de sus pecados, haciéndolo todo por espíritu de
humildad. Podrán meditar, si quieren, lo dicho antes sobre nuestras malas
inclinaciones (170) , y no considerarse durante
los seis días de esta semana más que como caracoles, babosas, sapos, cerdos,
serpientes, cabros; o meditar estos tres pensamientos de San Bernardo: “Piensa
en lo que fuiste: un poco de barro; en lo que eres: un poco de estiércol; en lo
que serás: pasto de gusano”. Rogarán a Nuestro Señor y al Espíritu Santo que
los ilumine, diciendo: ¡Señor, que vea! (Lc 18,41); o: “¡Que yo te conozca!” (171) ; o también: ¡Ven, Espíritu Santo! Y dirán todos
los días las letanías del Espíritu Santo y la oración señalada en la primera
parte de esta obra. Recurrirán a la Santísima Virgen pidiéndole esta gracia,
que debe ser el fundamento de las otras, y para ello dirán todos los días el
himno Salve, Estrella del mar y las letanías de la Santísima Virgen.
229 Durante la segunda semana se
dedicarán en todas sus oraciones y obras del día a conocer a la Santísima
Virgen, pidiendo este conocimiento al Espíritu Santo. Podrán leer y meditar lo
que al respecto hemos dicho (172) . Y rezarán
con esta intención, como en la primera semana, las letanías del Espíritu Santo
y el himno Salve, Estrella del mar y, además, el rosario o la tercera parte de
él.
230 Dedicarán la tercera semana a
conocer a Jesucristo. Para ello podrán leer y meditar lo que arriba hemos dicho
y rezar la oración de San Agustín que se lee hacia el comienzo de la segunda
parte (173). Podrán repetir una y mil veces cada
día con el mismo santo: “¡Que yo te conozca, Señor!”, o bien: “¡Señor, sepa yo
quién eres tú!” Rezarán, como en las semanas anteriores, las letanías del
Espíritu Santo y el himno Salve, Estrella del mar, y añadirán todos los días
las letanías del santo Nombre de Jesús.
231 Al concluir las tres semanas se
confesarán y comulgarán con la intención de entregarse a Jesucristo, en calidad
de esclavos de amor, por las manos de María. Y después de la comunión –que
procurarán hacer según el método que expondré más tarde (174) – recitarán la fórmula de consagración, que también hallarán
más adelante. Es conveniente que la escriban o hagan escribir, si no está
impresa, y la firmen ese mismo día.
232 Conviene también que paguen en
ese día algún tributo a Jesucristo y a su santísima Madre, ya como penitencia
por su infidelidad al compromiso bautismal, ya para patentizar su total
dependencia de Jesús y de María. Este tributo, naturalmente, dependerá de la
devoción y capacidad de cada uno, como –por ejemplo– un ayuno, una
mortificación, una limosna o un cirio. Pues, aun cuando sólo dieran, en
homenaje, un alfiler, con tal que lo den de todo corazón, sería bastante para
Jesús, que sólo atiende a la buena voluntad.
233 Al menos en cada aniversario,
renovarán dicha consagración, observando las mismas prácticas durante tres
semanas. Todos los meses y aun todos los días pueden renovar su entrega con
estas pocas palabras: “Soy todo tuyo y cuanto tengo es tuyo, ¡oh mi amable
Jesús!, por María, tu Madre santísima” (175) .
2.
Rezo de la coronilla
235 Sería prolijo enumerar las
muchas maneras que hay de rezarla bien. El Espíritu Santo se las enseñará a
quienes sean más fieles a esta devoción. Para recitarla con mayor sencillez
será conveniente empezar así: “Dígnate aceptar mis alabanzas, Virgen Santísima.
Dame fuerzas contra tus enemigos”. En seguida rezarás el Credo, un
padrenuestro, cuatro avemarías y un gloria; todo ello tres veces. Al fin dirás:
Bajo tu amparo...
3.
Llevar cadenillas de hierro
237 En otro tiempo no había nada
más infamante que la cruz. Ahora este madero es lo más glorioso del
cristianismo. Lo mismo decimos de los hierros de la esclavitud.
238 Estas son las razones para
llevar tales cadenillas: 1o Para recordar al cristiano los votos y promesas del
Bautismo, la renovación perfecta que hizo de ellos por esta devoción y la
estrecha obligación que ha contraído de permanecer fiel a ellos. Dado que el
hombre, acostumbrado a gobernarse más por los sentidos que por la fe pura,
olvida fácilmente sus obligaciones para con Dios si no tiene algún objeto que
se las recuerde, estas cadenillas sirven admirablemente al cristiano para
traerle a la memoria las cadenas del pecado y de la esclavitud del demonio –de
las cuales lo libró el Bautismo– y de la servidumbre que en el Santo Bautismo
prometió a Jesucristo y ratificó por la renovación de sus votos. Y una de las
razones que explican por qué tan pocos cristianos piensan en los votos del
Santo Bautismo viven un libertinaje propio de paganos –como si a nada se
hubieran comprometido con Dios–, es que no llevan ninguna señal exterior que
les recuerde todo esto.
239 2o Para mostrar que no nos
avergonzamos de la esclavitud y servidumbre de Jesucristo y que renunciamos a
la esclavitud funesta del mundo, del pecado y del demonio.
3o Para liberarnos y preservarnos de las cadenas del pecado y del infierno. Porque es preciso que llevemos las cadenas de la iniquidad o las del amor y de la salvación (177)
240 ¡Hermano carísimo! Rompamos las
cadenas de los pecados y de los pecadores, del mundo y de los mundanos, del
demonio y de sus secuaces. Arrojemos lejos de nosotros su yugo funesto:
¡Rompamos sus coyundas, sacudamos su yugo! (Sal 2,3). Mete los pies en su cepo
–para usar el lenguaje del Espíritu Santo– y ofrece el cuello a su yugo (BenS
6,25). Inclinemos nuestros hombros y tomemos a cuestas la Sabiduría, que es
Jesucristo: Arrima el hombro para cargar con ella y no te irrites con sus
cadenas (BenS 6,26).
Toma nota de que el Espíritu Santo, antes de pronunciar estas palabras, prepara el alma a fin de que no rechace tan importante consejo, diciendo: Escucha, hijo mío, mi opinión y no rechaces mi consejo (BenS 6,26).
241 No lleves a mal, amigo, que me
una al Espíritu Santo para darte el mismo consejo: Sus ataduras son una venda
saludable (BenS 6,24). Como Jesucristo en la cruz debe atraerlo todo hacia Él
(Jn 12,32), de grado o por fuerza, atraerá a los réprobos con las cadenas de
sus pecados para encadenarlos, a manera de presidiarios y demonios, a su ira
eterna y a su justicia vengadora; mientras atraerá -particularmente en estos
últimos tiempos- a los predestinados con las cadenas de amor: Atraeré a todos
hacia mí (Jn 12,32); Los atraeré con cadenas de amor (Os 11,4).
242 Estos esclavos de amor de
Jesucristo o encadenados de Jesucristo (Ef 3,1) pueden llevar sus cadenas al
cuello, en los brazos, en la cintura o en los pies. El P. Vicente Caraffa,
séptimo superior general de la Compañía de Jesús -que murió en olor de
santidad, en el año 1643-, llevaba, en señal de esclavitud, un aro de hierro en
cada pie, y decía que su dolor era no poder arrastrar públicamente la cadena.
La Madre Inés de Jesús, de quien hablamos antes (178)
, llevaba una cadena a la cintura. Otros la han llevado al cuello, como
penitencia por los collares de perlas que llevaron en el mundo, y otros, en los
brazos, para acordarse, durante el trabajo manual, de que son esclavos de
Jesucristo.
Notas a pie de página:
167 Ver SAN FRANCISCO DE SALES, Tratados Espirituales.
168 SAN GREGORIO MAGNO, Homilías.
169 A fines del siglo pasado (1899), MONS. DEHAMEL instituía en
Ottawa (Canadá), la primera “Cofradía de María, Reina de los Corazones”. San
Pío X (1913) daba el título de “Archicofradía” a la filial de Roma. En 1955, la
Santa Sede aprobó también la rama de los “Sacerdotes de María”, que en Francia
llegó a contar incluso con una floreciente Revista.
170 Ver VD 78-79.
171 SAN AGUSTÍN.
172 Ver VD 16-36; 83-89.
173 Ver VD 61-77.
174 VD 266-273.
175 Fórmula inspirada en SAN BUENAVENTURA.
177 Ver VD 68ss
178 Ver VD 170.