Capítulo sexto
DIÁLOGO Y AMISTAD SOCIAL
Introducción (198)
El diálogo social hacia una nueva cultura
(199-202)
Construir en común (203-205)
El fundamento de los consensos (206-210)
El consenso y la verdad (211-214)
198. Acercarse, expresarse,
escucharse, mirarse, conocerse, tratar de comprenderse, buscar puntos de contacto,
todo eso se resume en el verbo “dialogar”. Para encontrarnos y ayudarnos
mutuamente necesitamos dialogar. No hace falta decir para qué sirve el diálogo.
Me basta pensar qué sería el mundo sin ese diálogo paciente de tantas personas
generosas que han mantenido unidas a familias y a comunidades. El diálogo
persistente y corajudo no es noticia como los desencuentros y los conflictos,
pero ayuda discretamente al mundo a vivir mejor, mucho más de lo que podamos
darnos cuenta.
El diálogo social hacia una nueva cultura
199. Algunos tratan de huir
de la realidad refugiándose en mundos privados, y otros la enfrentan con
violencia destructiva, pero «entre la indiferencia egoísta y la protesta
violenta, siempre hay una opción posible: el diálogo. El diálogo entre las
generaciones, el diálogo en el pueblo, porque todos somos pueblo, la capacidad
de dar y recibir, permaneciendo abiertos a la verdad. Un país crece cuando sus
diversas riquezas culturales dialogan de manera constructiva: la cultura
popular, la universitaria, la juvenil, la artística, la tecnológica, la cultura
económica, la cultura de la familia y de los medios de comunicación»[196].
200. Se suele confundir el
diálogo con algo muy diferente: un febril intercambio de opiniones en las
redes sociales, muchas veces orientado por información mediática no siempre
confiable. Son sólo monólogos que proceden paralelos, quizás imponiéndose a la
atención de los demás por sus tonos altos o agresivos. Pero los monólogos no
comprometen a nadie, hasta el punto de que sus contenidos frecuentemente son
oportunistas y contradictorios.
201. La resonante difusión
de hechos y reclamos en los medios, en realidad suele cerrar las posibilidades
del diálogo, porque permite que cada uno mantenga intocables y sin matices sus
ideas, intereses y opciones con la excusa de los errores ajenos. Prima la
costumbre de descalificar rápidamente al adversario, aplicándole epítetos
humillantes, en lugar de enfrentar un diálogo abierto y respetuoso, donde se
busque alcanzar una síntesis superadora. Lo peor es que este lenguaje, habitual
en el contexto mediático de una campaña política, se ha generalizado de tal
manera que todos lo utilizan cotidianamente. El debate frecuentemente es
manoseado por determinados intereses que tienen mayor poder, procurando
deshonestamente inclinar la opinión pública a su favor. No me refiero solamente
al gobierno de turno, ya que este poder manipulador puede ser económico,
político, mediático, religioso o de cualquier género. A veces se lo justifica o
excusa cuando su dinámica responde a los propios intereses económicos o
ideológicos, pero tarde o temprano se vuelve en contra de esos mismos
intereses.
202. La falta de diálogo
implica que ninguno, en los distintos sectores, está preocupado por el bien
común, sino por la adquisición de los beneficios que otorga el poder, o en el
mejor de los casos, por imponer su forma de pensar. Así las conversaciones se
convertirán en meras negociaciones para que cada uno pueda rasguñar todo el
poder y los mayores beneficios posibles, no en una búsqueda conjunta que genere
bien común. Los héroes del futuro serán los que sepan romper esa lógica
enfermiza y decidan sostener con respeto una palabra cargada de verdad, más
allá de las conveniencias personales. Dios quiera que esos héroes se estén
gestando silenciosamente en el corazón de nuestra sociedad.
Construir en común
203. El auténtico diálogo
social supone la capacidad de respetar el punto de vista del otro aceptando la
posibilidad de que encierre algunas convicciones o intereses legítimos. Desde
su identidad, el otro tiene algo para aportar, y es deseable que profundice y
exponga su propia posición para que el debate público sea más completo todavía.
Es cierto que cuando una persona o un grupo es coherente con lo que piensa,
adhiere firmemente a valores y convicciones, y desarrolla un pensamiento, eso
de un modo o de otro beneficiará a la sociedad. Pero esto sólo ocurre realmente
en la medida en que dicho desarrollo se realice en diálogo y apertura a los
otros. Porque «en un verdadero espíritu de diálogo se alimenta la capacidad de
comprender el sentido de lo que el otro dice y hace, aunque uno no pueda
asumirlo como una convicción propia. Así se vuelve posible ser sinceros, no
disimular lo que creemos, sin dejar de conversar, de buscar puntos de contacto,
y sobre todo de trabajar y luchar juntos»[197].
La discusión pública, si verdaderamente da espacio a todos y no manipula ni
esconde información, es un permanente estímulo que permite alcanzar más
adecuadamente la verdad, o al menos expresarla mejor. Impide que los diversos
sectores se instalen cómodos y autosuficientes en su modo de ver las cosas y en
sus intereses limitados. Pensemos que «las diferencias son creativas, crean
tensión y en la resolución de una tensión está el progreso de la humanidad»[198].
204. Hoy existe la convicción de que, además de los desarrollos científicos
especializados, es necesaria la comunicación entre disciplinas, puesto que la
realidad es una, aunque pueda ser abordada desde distintas perspectivas y con
diferentes metodologías. No se debe soslayar el riesgo de que un avance
científico sea considerado el único abordaje posible para comprender algún
aspecto de la vida, de la sociedad y del mundo. En cambio, un investigador que
avanza con eficiencia en su análisis, e igualmente está dispuesto a reconocer otras
dimensiones de la realidad que él investiga, gracias al trabajo de otras
ciencias y saberes, se abre a conocer la realidad de manera más íntegra y
plena.
205. En este mundo
globalizado «los medios de comunicación pueden ayudar a que nos sintamos
más cercanos los unos de los otros, a que percibamos un renovado sentido de
unidad de la familia humana que nos impulse a la solidaridad y al compromiso
serio por una vida más digna para todos. […] Pueden ayudarnos en esta tarea,
especialmente hoy, cuando las redes de la comunicación humana han alcanzado
niveles de desarrollo inauditos. En particular, internet puede ofrecer mayores
posibilidades de encuentro y de solidaridad entre todos; y esto es algo bueno,
es un don de Dios»[199]. Pero
es necesario verificar constantemente que las actuales formas de comunicación
nos orienten efectivamente al encuentro generoso, a la búsqueda sincera de la
verdad íntegra, al servicio, a la cercanía con los últimos, a la tarea de
construir el bien común. Al mismo tiempo, como enseñaron los Obispos de
Australia, «no podemos aceptar un mundo digital diseñado para explotar nuestra
debilidad y sacar afuera lo peor de la gente»[200].
El fundamento de los consensos
206. El relativismo no es
la solución. Envuelto detrás de una supuesta tolerancia, termina facilitando
que los valores morales sean interpretados por los poderosos según las
conveniencias del momento. Si en definitiva «no hay verdades objetivas ni
principios sólidos, fuera de la satisfacción de los propios proyectos y de las
necesidades inmediatas […] no podemos pensar que los proyectos políticos o la
fuerza de la ley serán suficientes. […] Cuando es la cultura la que se corrompe
y ya no se reconoce alguna verdad objetiva o unos principios universalmente
válidos, las leyes sólo se entenderán como imposiciones arbitrarias y como
obstáculos a evitar»[201].
207. ¿Es posible prestar
atención a la verdad, buscar la verdad que responde a nuestra realidad más
honda? ¿Qué es la ley sin la convicción alcanzada tras un largo camino de
reflexión y de sabiduría, de que cada ser humano es sagrado e inviolable? Para
que una sociedad tenga futuro es necesario que haya asumido un sentido respeto
hacia la verdad de la dignidad humana, a la que nos sometemos. Entonces no se
evitará matar a alguien sólo para evitar el escarnio social y el peso de la
ley, sino por convicción. Es una verdad irrenunciable que reconocemos con la
razón y aceptamos con la conciencia. Una sociedad es noble y respetable también
por su cultivo de la búsqueda de la verdad y por su apego a las verdades más
fundamentales.
208. Hay que acostumbrarse
a desenmascarar las diversas maneras de manoseo, desfiguración y ocultamiento
de la verdad en los ámbitos públicos y privados. Lo que llamamos “verdad” no es
sólo la difusión de hechos que realiza el periodismo. Es ante todo la búsqueda
de los fundamentos más sólidos que están detrás de nuestras opciones y también
de nuestras leyes. Esto supone aceptar que la inteligencia humana puede ir más
allá de las conveniencias del momento y captar algunas verdades que no cambian,
que eran verdad antes de nosotros y lo serán siempre. Indagando la naturaleza
humana, la razón descubre valores que son universales, porque derivan de ella.
209. De otro modo, ¿no
podría suceder quizás que los derechos humanos fundamentales, hoy considerados
infranqueables, sean negados por los poderosos de turno, luego de haber logrado
el “consenso” de una población adormecida y amedrentada? Tampoco sería
suficiente un mero consenso entre los distintos pueblos, igualmente
manipulable. Ya tenemos pruebas de sobra de todo el bien que somos capaces de
realizar, pero, al mismo tiempo, tenemos que reconocer la capacidad
de destrucción que hay en nosotros. El individualismo indiferente y despiadado
en el que hemos caído, ¿no es también resultado de la pereza para buscar los valores
más altos, que vayan más allá de las necesidades circunstanciales? Al
relativismo se suma el riesgo de que el poderoso o el más hábil termine
imponiendo una supuesta verdad. En cambio, «ante las normas morales que
prohíben el mal intrínseco no hay privilegios ni excepciones para nadie. No hay
ninguna diferencia entre ser el dueño del mundo o el último de los miserables
de la tierra: ante las exigencias morales somos todos absolutamente iguales»[202].
210. Lo que nos ocurre hoy,
y nos arrastra en una lógica perversa y vacía, es que hay una asimilación de la
ética y de la política a la física. No existen el bien y el mal en sí, sino
solamente un cálculo de ventajas y desventajas. El desplazamiento de la razón
moral trae como consecuencia que el derecho no puede referirse a una concepción
fundamental de justicia, sino que se convierte en el espejo de las ideas
dominantes. Entramos aquí en una degradación: ir “nivelando hacia abajo” por
medio de un consenso superficial y negociador. Así, en definitiva, la lógica de
la fuerza triunfa.
El consenso y la verdad
211. En una sociedad
pluralista, el diálogo es el camino más adecuado para llegar a reconocer
aquello que debe ser siempre afirmado y respetado, y que está más allá del
consenso circunstancial. Hablamos de un diálogo que necesita ser enriquecido e
iluminado por razones, por argumentos racionales, por variedad de perspectivas,
por aportes de diversos saberes y puntos de vista, y que no excluye la
convicción de que es posible llegar a algunas verdades elementales que deben y
deberán ser siempre sostenidas. Aceptar que hay algunos valores permanentes,
aunque no siempre sea fácil reconocerlos, otorga solidez y estabilidad a una
ética social. Aun cuando los hayamos reconocido y asumido gracias al diálogo y
al consenso, vemos que esos valores básicos están más allá de todo consenso,
los reconocemos como valores trascendentes a nuestros contextos y nunca
negociables. Podrá crecer nuestra comprensión de su significado y alcance —y en
ese sentido el consenso es algo dinámico—, pero en sí mismos son apreciados
como estables por su sentido intrínseco.
212. Si algo es siempre
conveniente para el buen funcionamiento de la sociedad, ¿no es porque detrás de
eso hay una verdad permanente, que la inteligencia puede captar? En la realidad
misma del ser humano y de la sociedad, en su naturaleza íntima, hay una serie
de estructuras básicas que sostienen su desarrollo y su supervivencia. De allí
se derivan determinadas exigencias que pueden ser descubiertas gracias al
diálogo, si bien no son estrictamente fabricadas por el consenso. El hecho de
que ciertas normas sean indispensables para la misma vida social es un indicio
externo de que son algo bueno en sí mismo. Por consiguiente, no es necesario
contraponer la conveniencia social, el consenso y la realidad de una verdad
objetiva. Estas tres pueden unirse armoniosamente cuando, a través del diálogo,
las personas se atreven a llegar hasta el fondo de una cuestión.
213. Si hay que respetar en
toda situación la dignidad ajena, es porque nosotros no inventamos o suponemos
la dignidad de los demás, sino porque hay efectivamente en ellos un valor que
supera las cosas materiales y las circunstancias, y que exige que se les trate
de otra manera. Que todo ser humano posee una dignidad inalienable es una
verdad que responde a la naturaleza humana más allá de cualquier cambio
cultural. Por eso el ser humano tiene la misma dignidad inviolable en cualquier
época de la historia y nadie puede sentirse autorizado por las circunstancias a
negar esta convicción o a no obrar en consecuencia. La inteligencia puede
entonces escrutar en la realidad de las cosas, a través de la reflexión, de la
experiencia y del diálogo, para reconocer en esa realidad que la trasciende la
base de ciertas exigencias morales universales.
214. A los agnósticos, este
fundamento podrá parecerles suficiente para otorgar una firme y estable validez
universal a los principios éticos básicos y no negociables, que pueda impedir
nuevas catástrofes. Para los creyentes, esa naturaleza humana, fuente de
principios éticos, ha sido creada por Dios, quien, en definitiva, otorga un
fundamento sólido a esos principios[203].
Esto no establece un fijismo ético ni da lugar a la imposición de algún sistema
moral, puesto que los principios morales elementales y universalmente válidos
pueden dar lugar a diversas normativas prácticas. Por eso deja siempre un lugar
para el diálogo.
Notas a pie de página:
[196] Discurso en el encuentro con la clase dirigente,
Río de Janeiro – Brasil (27 julio 2013): AAS 105 (2013),
683-684.
[197] Exhort. ap. postsin. Querida Amazonia (2 febrero 2020),
108.
[198] Del film El Papa Francisco – Un hombre de palabra. La
esperanza es un mensaje universal, de Wim Wenders (2018).
[199] Mensaje para la 48.ª Jornada Mundial de las Comunicaciones
Sociales (24 enero 2014): AAS 106
(2014), 113; L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (24 enero 2014), p. 3.
[200] Conferencia de Obispos católicos de Australia – Departamento de
Justicia social, Making it real: genuine human encounter in our digital
world (noviembre 2019), 5.
[201] Carta enc. Laudato si’ (24 mayo 2015),
123: AAS 107 (2015), 896.
[202] S. Juan Pablo II, Carta enc. Veritatis splendor (6 agosto 1993),
96: AAS 85 (1993), 1209.
[203] Los cristianos creemos, además, que Dios nos ofrece su gracia para
que sea posible actuar como hermanos.