Una pastoral popular juvenil
230. Además de la pastoral
habitual que realizan las parroquias y los movimientos, según determinados
esquemas, es muy importante dar lugar a una “pastoral popular juvenil”, que
tiene otro estilo, otros tiempos, otro ritmo, otra metodología. Consiste en una
pastoral más amplia y flexible que estimule, en los distintos lugares donde se
mueven los jóvenes reales, esos liderazgos naturales y esos carismas que el
Espíritu Santo ya ha sembrado entre ellos.
Se trata ante todo de no ponerles
tantos obstáculos, normas, controles y marcos obligatorios a esos jóvenes
creyentes que son líderes naturales en los barrios y en diversos ambientes.
Sólo hay que acompañarlos y estimularlos, confiando un poco más en la
genialidad del Espíritu Santo que actúa como quiere.
231. Hablamos de líderes
realmente “populares”, no elitistas o clausurados en pequeños grupos de
selectos. Para que sean capaces de generar una pastoral popular en el mundo de
los jóvenes hace falta que «aprendan a auscultar el sentir del pueblo, a
constituirse en sus voceros y a trabajar por su promoción»[124].
Cuando hablamos de “pueblo” no debe entenderse las estructuras de la sociedad o
de la Iglesia, sino el conjunto de personas que no caminan como individuos sino
como el entramado de una comunidad de todos y para todos, que no puede dejar
que los más pobres y débiles se queden atrás: «El pueblo desea que todos
participen de los bienes comunes y por eso acepta adaptarse al paso de los
últimos para llegar todos juntos»[125].
Los líderes populares, entonces, son aquellos que tienen la capacidad de
incorporar a todos, incluyendo en la marcha juvenil a los más pobres, débiles,
limitados y heridos. No les tienen asco ni miedo a los jóvenes lastimados y
crucificados.
232. En esta misma línea,
especialmente con los jóvenes que no crecieron en familias o instituciones
cristianas, y están en un camino de lenta maduración, tenemos que estimular el
“bien posible”[126].
Cristo nos advirtió que no pretendamos que todo sea sólo trigo (cf. Mt 13,24-30).
A veces, por pretender una pastoral juvenil aséptica, pura, marcada por ideas
abstractas, alejada del mundo y preservada de toda mancha, convertimos el
Evangelio en una oferta desabrida, incomprensible, lejana, separada de las
culturas juveniles y apta solamente para una élite juvenil
cristiana que se siente diferente, pero que en realidad flota en un aislamiento
sin vida ni fecundidad. Así, con la cizaña que rechazamos, arrancamos o
sofocamos miles de brotes que intentan crecer en medio de los límites.
233. En lugar de
«sofocarlos con un conjunto de reglas que dan una imagen estrecha y moralista
del cristianismo, estamos llamados a invertir en su audacia y a educarlos para
que asuman sus responsabilidades, seguros de que incluso el error, el fracaso y
las crisis son experiencias que pueden fortalecer su humanidad»[127].
234. En el Sínodo se
exhortó a construir una pastoral juvenil capaz de crear espacios inclusivos,
donde haya lugar para todo tipo de jóvenes y donde se manifieste realmente que
somos una Iglesia de puertas abiertas.
Ni siquiera hace falta que alguien asuma
completamente todas las enseñanzas de la Iglesia para que pueda participar de
algunos de nuestros espacios para jóvenes. Basta una actitud abierta para todos
los que tengan el deseo y la disposición de dejarse encontrar por la verdad
revelada por Dios.
Algunas propuestas pastorales pueden suponer un camino ya
recorrido en la fe, pero necesitamos una pastoral popular juvenil que abra
puertas y ofrezca espacio a todos y a cada uno con sus dudas, sus traumas, sus
problemas y su búsqueda de identidad, sus errores, su historia, sus
experiencias del pecado y todas sus dificultades.
235. Debe haber lugar
también para «todos aquellos que tienen otras visiones de la vida, profesan
otros credos o se declaran ajenos al horizonte religioso. Todos los jóvenes,
sin exclusión, están en el corazón de Dios y, por lo tanto, en el corazón de la
Iglesia.
Reconocemos con franqueza que no siempre esta afirmación que resuena
en nuestros labios encuentra una expresión real en nuestra acción pastoral: con
frecuencia nos quedamos encerrados en nuestros ambientes, donde su voz no
llega, o nos dedicamos a actividades menos exigentes y más gratificantes,
sofocando esa sana inquietud pastoral que nos hace salir de nuestras supuestas
seguridades.
Y eso que el Evangelio nos pide ser audaces y queremos serlo, sin
presunción y sin hacer proselitismo, dando testimonio del amor del Señor y
tendiendo la mano a todos los jóvenes del mundo»[128].
236. La pastoral juvenil,
cuando deja de ser elitista y acepta ser “popular”, es un proceso lento,
respetuoso, paciente, esperanzado, incansable, compasivo. En el Sínodo se
propuso el ejemplo de los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,13-35),
que también puede ser un modelo de lo que ocurre en la pastoral juvenil:
237. «Jesús camina con los
dos discípulos que no han comprendido el sentido de lo sucedido y se están
alejando de Jerusalén y de la comunidad. Para estar en su compañía, recorre el
camino con ellos. Los interroga y se dispone a una paciente escucha de su
versión de los hechos para ayudarles a reconocer lo que están
viviendo. Después, con afecto y energía, les anuncia la Palabra, guiándolos
a interpretar a la luz de las Escrituras los acontecimientos
que han vivido.
Acepta la invitación a quedarse con ellos al atardecer: entra
en su noche. En la escucha, su corazón se reconforta y su mente se ilumina, al
partir el pan se abren sus ojos. Ellos mismos eligen emprender
sin demora el camino en dirección opuesta, para volver a la comunidad y
compartir la experiencia del encuentro con Jesús resucitado»[129].
238. Las diversas
manifestaciones de piedad popular, especialmente las peregrinaciones, atraen a
gente joven que no suele insertarse fácilmente en las estructuras eclesiales, y
son una expresión concreta de la confianza en Dios. Estas formas de búsqueda de
Dios, presentes particularmente en los jóvenes más pobres, pero también en los
demás sectores de la sociedad, no deben ser despreciadas sino alentadas y
estimuladas. Porque la piedad popular «es una manera legítima de vivir la fe»[130] y
es «expresión de la acción misionera espontánea del Pueblo de Dios»[131].
Siempre misioneros
239. Quiero recordar que no
hace falta recorrer un largo camino para que los jóvenes sean misioneros. Aun
los más débiles, limitados y heridos pueden serlo a su manera, porque siempre
hay que permitir que el bien se comunique, aunque conviva con muchas fragilidades.
Un joven que va a una peregrinación a pedirle ayuda a la Virgen, e invita a un
amigo o compañero para que lo acompañe, con ese simple gesto está realizando
una valiosa acción misionera. Junto con la pastoral popular juvenil hay,
inseparablemente, una misión popular, incontrolable, que rompe todos los
esquemas eclesiásticos. Acompañémosla, alentémosla, pero no pretendamos
regularla demasiado.
240. Si sabemos escuchar lo
que nos está diciendo el Espíritu, no podemos ignorar que la pastoral juvenil
debe ser siempre una pastoral misionera. Los jóvenes se enriquecen mucho cuando
vencen la timidez y se atreven a visitar hogares, y de ese modo toman contacto
con la vida de la gente, aprenden a mirar más allá de su familia y de su grupo,
comienzan a entender la vida de una manera más amplia.
Al mismo tiempo, su fe y
su sentido de pertenencia a la Iglesia se fortalecen. Las misiones juveniles,
que suelen organizarse en las vacaciones luego de un período de preparación,
pueden provocar una renovación de la experiencia de fe e incluso serios
planteos vocacionales.
241. Pero los jóvenes son
capaces de crear nuevas formas de misión, en los ámbitos más diversos. Por
ejemplo, ya que se mueven tan bien en las redes sociales, hay que convocarlos
para que las llenen de Dios, de fraternidad, de compromiso.
El acompañamiento de los adultos
242. Los jóvenes necesitan
ser respetados en su libertad, pero también necesitan ser acompañados. La
familia debería ser el primer espacio de acompañamiento. La pastoral juvenil
propone un proyecto de vida desde Cristo: la construcción de una casa, de un
hogar edificado sobre roca (cf. Mt 7,24-25).
Ese hogar, ese
proyecto, para la mayoría de ellos se concretará en el matrimonio y en la
caridad conyugal. Por ello es necesario que la pastoral juvenil y la pastoral
familiar tengan una continuidad natural, trabajando de manera coordinada e
integrada para poder acompañar adecuadamente el proceso vocacional.
243. La comunidad tiene un
rol muy importante en el acompañamiento de los jóvenes, y es la comunidad
entera la que debe sentirse responsable de acogerlos, motivarlos, alentarlos y
estimularlos. Esto implica que se mire a los jóvenes con comprensión,
valoración y afecto, y no que se los juzgue permanentemente o se les exija una
perfección que no responde a su edad.
244. En el Sínodo «muchos
han hecho notar la carencia de personas expertas y dedicadas al acompañamiento.
Creer en el valor teológico y pastoral de la escucha implica una reflexión para
renovar las formas con las que se ejerce habitualmente el ministerio
presbiteral y revisar sus prioridades. Además, el Sínodo reconoce la necesidad
de preparar consagrados y laicos, hombres y mujeres, que estén cualificados
para el acompañamiento de los jóvenes. El carisma de la escucha que el Espíritu
Santo suscita en las comunidades también podría recibir una forma de
reconocimiento institucional para el servicio eclesial»[132].
245. Además hay que
acompañar especialmente a los jóvenes que se perfilan como líderes, para que
puedan formarse y capacitarse. Los jóvenes que se reunieron antes del Sínodo
pidieron que se desarrollen «programas de liderazgo juvenil para la formación y
continuo desarrollo de jóvenes líderes. Algunas mujeres jóvenes sienten que
hacen falta mayores ejemplos de liderazgo femenino dentro de la Iglesia y
desean contribuir con sus dones intelectuales y profesionales a la Iglesia.
También creemos que los seminaristas, los religiosos y las religiosas deberían
tener una mayor capacidad para acompañar a los jóvenes líderes»[133].
246. Los mismos jóvenes nos
describieron cuáles son las características que ellos esperan encontrar en un
acompañante, y lo expresaron con mucha claridad: «Las cualidades de dicho
mentor incluyen: que sea un auténtico cristiano comprometido con la Iglesia y
con el mundo; que busque constantemente la santidad; que comprenda sin juzgar;
que sepa escuchar activamente las necesidades de los jóvenes y pueda
responderles con gentileza; que sea muy bondadoso, y consciente de sí mismo;
que reconozca sus límites y que conozca la alegría y el sufrimiento que todo
camino espiritual conlleva.
Una característica especialmente importante en un
mentor, es el reconocimiento de su propia humanidad. Que son seres humanos que
cometen errores: personas imperfectas, que se reconocen pecadores perdonados.
Algunas veces, los mentores son puestos sobre un pedestal, y por ello cuando
caen provocan un impacto devastador en la capacidad de los jóvenes para
involucrarse en la Iglesia.
Los mentores no deberían llevar a los jóvenes a ser
seguidores pasivos, sino más bien a caminar a su lado, dejándoles ser los
protagonistas de su propio camino. Deben respetar la libertad que el joven
tiene en su proceso de discernimiento y ofrecerles herramientas para que lo
hagan bien. Un mentor debe confiar sinceramente en la capacidad que tiene cada
joven de poder participar en la vida de la Iglesia. Por ello, un mentor debe
simplemente plantar la semilla de la fe en los jóvenes, sin querer ver
inmediatamente los frutos del trabajo del Espíritu Santo.
Este papel no debería
ser exclusivo de los sacerdotes y de la vida consagrada, sino que los laicos
deberían poder igualmente ejercerlo. Por último, todos estos mentores deberían
beneficiarse de una buena formación permanente»[134].
247. Sin duda las
instituciones educativas de la Iglesia son un ámbito comunitario de
acompañamiento que permite orientar a muchos jóvenes, sobre todo cuando «tratan
de acoger a todos los jóvenes, independientemente de sus opciones religiosas,
proveniencia cultural y situación personal, familiar o social. De este modo la
Iglesia da una aportación fundamental a la educación integral de los jóvenes en
las partes más diversas del mundo»[135].
Reducirían indebidamente su función si establecieran criterios rígidos para el
ingreso de estudiantes o para su permanencia en ellas, porque privarían a
muchos jóvenes de un acompañamiento que les ayudaría a enriquecer su vida.
Notas a pie de página:
[133] Documento de la Reunión pre-sinodal para la preparación de
la XV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos (24
marzo 2018), 12.