Una nueva cultura (215)
El encuentro hecho cultura (216-217)
El gusto de reconocer al otro (218-221)
Recuperar la amabilidad (222-224)
Capítulo 7.
Caminos de reencuentro (225)
Recomenzar desde la verdad (226-227)
La arquitectura y la artesanía de la paz
(228-232)
Una nueva cultura
215. «La vida es el arte
del encuentro, aunque haya tanto desencuentro por la vida»[204].
Reiteradas veces he invitado a desarrollar una cultura del encuentro, que vaya
más allá de las dialécticas que enfrentan. Es un estilo de vida tendiente a
conformar ese poliedro que tiene muchas facetas, muchísimos lados, pero todos
formando una unidad cargada de matices, ya que «el todo es superior a la parte»[205].
El poliedro representa una sociedad donde las diferencias conviven
complementándose, enriqueciéndose e iluminándose recíprocamente, aunque esto
implique discusiones y prevenciones. Porque de todos se puede aprender algo,
nadie es inservible, nadie es prescindible. Esto implica incluir a las
periferias. Quien está en ellas tiene otro punto de vista, ve aspectos de la
realidad que no se reconocen desde los centros de poder donde se toman las
decisiones más definitorias.
El encuentro hecho cultura
216. La palabra “cultura”
indica algo que ha penetrado en el pueblo, en sus convicciones más entrañables
y en su estilo de vida. Si hablamos de una “cultura” en el pueblo, eso es más
que una idea o una abstracción. Incluye las ganas, el entusiasmo y finalmente
una forma de vivir que caracteriza a ese conjunto humano. Entonces, hablar de
“cultura del encuentro” significa que como pueblo nos apasiona intentar
encontrarnos, buscar puntos de contacto, tender puentes, proyectar algo que
incluya a todos. Esto se ha convertido en deseo y en estilo de vida. El sujeto
de esta cultura es el pueblo, no un sector de la sociedad que busca pacificar
al resto con recursos profesionales y mediáticos.
217. La paz social es trabajosa, artesanal. Sería más fácil contener las libertades y las diferencias con un poco de astucia y de recursos. Pero esa paz sería superficial y frágil, no el fruto de una cultura del encuentro que la sostenga. Integrar a los diferentes es mucho más difícil y lento, aunque es la garantía de una paz real y sólida. Esto no se consigue agrupando sólo a los puros, porque «aun las personas que puedan ser cuestionadas por sus errores, tienen algo que aportar que no debe perderse»[206]. Tampoco consiste en una paz que surge acallando las reivindicaciones sociales o evitando que hagan lío, ya que no es «un consenso de escritorio o una efímera paz para una minoría feliz»[207].
Lo que vale es generar procesos de encuentro, procesos
que construyan un pueblo que sabe recoger las diferencias. ¡Armemos a nuestros
hijos con las armas del diálogo! ¡Enseñémosles la buena batalla del encuentro!
El gusto de reconocer al otro
218. Esto implica el hábito de reconocer al otro el derecho de ser él mismo y de ser diferente. A partir de ese reconocimiento hecho cultura se vuelve posible la gestación de un pacto social. Sin ese reconocimiento surgen maneras sutiles de buscar que el otro pierda todo significado, que se vuelva irrelevante, que no se le reconozca algún valor en la sociedad.
Detrás del rechazo de determinadas formas visibles de violencia,
suele esconderse otra violencia más solapada: la de quienes desprecian al
diferente, sobre todo cuando sus reclamos perjudican de algún modo los propios
intereses.
219. Cuando un sector de la sociedad pretende disfrutar de todo lo que ofrece el mundo, como si los pobres no existieran, eso en algún momento tiene sus consecuencias. Ignorar la existencia y los derechos de los otros, tarde o temprano provoca alguna forma de violencia, muchas veces inesperada. Los sueños de la libertad, la igualdad y la fraternidad pueden quedar en el nivel de las meras formalidades, porque no son efectivamente para todos.
Por lo tanto, no se trata solamente de buscar un encuentro entre los que detentan diversas formas de poder económico, político o académico. Un encuentro social real pone en verdadero diálogo las grandes formas culturales que representan a la mayoría de la población.
Con frecuencia las buenas propuestas no son asumidas por los sectores más empobrecidos porque se presentan con un ropaje cultural que no es el de ellos y con el que no pueden sentirse identificados. Por consiguiente, un pacto social realista e inclusivo debe ser también un “pacto cultural”, que respete y asuma las diversas cosmovisiones, culturas o estilos de vida que coexisten en la sociedad.
220. Por ejemplo, los pueblos originarios no están en contra del progreso, si bien tienen una idea de progreso diferente, muchas veces más humanista que la de la cultura moderna de los desarrollados. No es una cultura orientada al beneficio de los que tienen poder, de los que necesitan crear una especie de paraíso eterno en la tierra.
La intolerancia y el desprecio ante las culturas populares indígenas es una verdadera forma de violencia, propia de los “eticistas” sin bondad que viven juzgando a los demás.
Pero ningún cambio auténtico, profundo y estable es
posible si no se realiza a partir de las diversas culturas, principalmente de
los pobres. Un pacto cultural supone renunciar a entender la identidad de un
lugar de manera monolítica, y exige respetar la diversidad ofreciéndole caminos
de promoción y de integración social.
221. Este pacto también
implica aceptar la posibilidad de ceder algo por el bien común. Ninguno podrá
tener toda la verdad ni satisfacer la totalidad de sus deseos, porque esa
pretensión llevaría a querer destruir al otro negándole sus derechos. La
búsqueda de una falsa tolerancia tiene que ceder paso al realismo dialogante,
de quien cree que debe ser fiel a sus principios, pero reconociendo que el otro
también tiene el derecho de tratar de ser fiel a los suyos. Es el auténtico
reconocimiento del otro, que sólo el amor hace posible, y que significa
colocarse en el lugar del otro para descubrir qué hay de auténtico, o al menos
de comprensible, en medio de sus motivaciones e intereses.
Recuperar la amabilidad
222. El individualismo
consumista provoca mucho atropello. Los demás se convierten en meros obstáculos
para la propia tranquilidad placentera. Entonces se los termina tratando como
molestias y la agresividad crece. Esto se acentúa y llega a niveles
exasperantes en épocas de crisis, en situaciones catastróficas, en momentos
difíciles donde sale a plena luz el espíritu del “sálvese quien pueda”. Sin
embargo, todavía es posible optar por el cultivo de la amabilidad. Hay personas
que lo hacen y se convierten en estrellas en medio de la oscuridad.
223. San Pablo mencionaba un fruto del Espíritu Santo con la palabra griega jrestótes (Ga 5,22), que expresa un estado de ánimo que no es áspero, rudo, duro, sino afable, suave, que sostiene y conforta. La persona que tiene esta cualidad ayuda a los demás a que su existencia sea más soportable, sobre todo cuando cargan con el peso de sus problemas, urgencias y angustias.
Es una manera de tratar a otros
que se manifiesta de diversas formas: como amabilidad en el trato, como un
cuidado para no herir con las palabras o gestos, como un intento de aliviar el
peso de los demás. Implica «decir palabras de aliento, que reconfortan, que
fortalecen, que consuelan, que estimulan», en lugar de «palabras que humillan,
que entristecen, que irritan, que desprecian»[208].
224. La amabilidad es una liberación de la crueldad que a veces penetra las relaciones humanas, de la ansiedad que no nos deja pensar en los demás, de la urgencia distraída que ignora que los otros también tienen derecho a ser felices.
Hoy no suele haber ni tiempo ni energías disponibles para detenerse a tratar bien a los demás, a decir “permiso”, “perdón”, “gracias”. Pero de vez en cuando aparece el milagro de una persona amable, que deja a un lado sus ansiedades y urgencias para prestar atención, para regalar una sonrisa, para decir una palabra que estimule, para posibilitar un espacio de escucha en medio de tanta indiferencia.
Este esfuerzo, vivido cada día, es capaz de crear esa convivencia
sana que vence las incomprensiones y previene los conflictos. El cultivo de la
amabilidad no es un detalle menor ni una actitud superficial o burguesa. Puesto
que supone valoración y respeto, cuando se hace cultura en una sociedad
transfigura profundamente el estilo de vida, las relaciones sociales, el modo
de debatir y de confrontar ideas. Facilita la búsqueda de consensos y abre
caminos donde la exasperación destruye todos los puentes.
Capítulo séptimo
CAMINOS DE REENCUENTRO
225. En muchos lugares del
mundo hacen falta caminos de paz que lleven a cicatrizar las heridas, se
necesitan artesanos de paz dispuestos a generar procesos de sanación y de
reencuentro con ingenio y audacia.
Recomenzar desde la verdad
226. Reencuentro no significa volver a un momento anterior a los conflictos. Con el tiempo todos hemos cambiado. El dolor y los enfrentamientos nos han transformado. Además, ya no hay lugar para diplomacias vacías, para disimulos, para dobles discursos, para ocultamientos, para buenos modales que esconden la realidad.
Los que han estado duramente enfrentados conversan desde la verdad, clara y desnuda. Les hace falta aprender a cultivar una memoria penitencial, capaz de asumir el pasado para liberar el futuro de las propias insatisfacciones, confusiones o proyecciones. Sólo desde la verdad histórica de los hechos podrán hacer el esfuerzo perseverante y largo de comprenderse mutuamente y de intentar una nueva síntesis para el bien de todos.
La realidad es que «el proceso de paz es
un compromiso constante en el tiempo. Es un trabajo paciente que busca la
verdad y la justicia, que honra la memoria de las víctimas y que se abre, paso
a paso, a una esperanza común, más fuerte que la venganza»[209].
Como dijeron los Obispos del Congo con respecto a un conflicto que se repite,
«los acuerdos de paz en los papeles nunca serán suficientes. Será necesario ir
más lejos, integrando la exigencia de verdad sobre los orígenes de esta crisis
recurrente. El pueblo tiene el derecho de saber qué pasó»[210].
227. En efecto, «la verdad
es una compañera inseparable de la justicia y de la misericordia. Las tres
juntas son esenciales para construir la paz y, por otra parte, cada una de
ellas impide que las otras sean alteradas. […] La verdad no debe, de hecho,
conducir a la venganza, sino más bien a la reconciliación y al perdón. Verdad
es contar a las familias desgarradas por el dolor lo que ha ocurrido con sus parientes
desaparecidos. Verdad es confesar qué pasó con los menores de edad reclutados
por los actores violentos. Verdad es reconocer el dolor de las mujeres víctimas
de violencia y de abusos. […] Cada violencia cometida contra un ser humano es
una herida en la carne de la humanidad; cada muerte violenta nos disminuye como
personas. […] La violencia engendra violencia, el odio engendra más odio, y la
muerte más muerte. Tenemos que romper esa cadena que se presenta como
ineludible»[211].
La arquitectura y la artesanía de la paz
228. El camino hacia la paz no implica homogeneizar la sociedad, pero sí nos permite trabajar juntos. Puede unir a muchos en pos de búsquedas comunes donde todos ganan. Frente a un determinado objetivo común, se podrán aportar diferentes propuestas técnicas, distintas experiencias, y trabajar por el bien común.
Es necesario tratar de identificar
bien los problemas que atraviesa una sociedad para aceptar que existen
diferentes maneras de mirar las dificultades y de resolverlas. El camino hacia
una mejor convivencia implica siempre reconocer la posibilidad de que el otro
aporte una perspectiva legítima, al menos en parte, algo que pueda ser
rescatado, aun cuando se haya equivocado o haya actuado mal. Porque «nunca se
debe encasillar al otro por lo que pudo decir o hacer, sino que debe ser
considerado por la promesa que lleva dentro de él»[212],
promesa que deja siempre un resquicio de esperanza.
229. Como enseñaron los
Obispos de Sudáfrica, la verdadera reconciliación se alcanza de manera
proactiva, «formando una nueva sociedad basada en el servicio a los demás, más
que en el deseo de dominar; una sociedad basada en compartir con otros lo que
uno posee, más que en la lucha egoísta de cada uno por la mayor riqueza
posible; una sociedad en la que el valor de estar juntos como seres humanos es
definitivamente más importante que cualquier grupo menor, sea este la familia,
la nación, la raza o la cultura»[213].
Los Obispos de Corea del Sur señalaron que una verdadera paz «sólo puede
lograrse cuando luchamos por la justicia a través del diálogo, persiguiendo la
reconciliación y el desarrollo mutuo»[214].
230. El esfuerzo duro por superar lo que nos divide sin perder la identidad de cada uno, supone que en todos permanezca vivo un básico sentimiento de pertenencia. Porque «nuestra sociedad gana cuando cada persona, cada grupo social, se siente verdaderamente de casa.
En una familia, los padres, los abuelos, los hijos son de casa; ninguno está excluido. Si uno tiene una dificultad, incluso grave, aunque se la haya buscado él, los demás acuden en su ayuda, lo apoyan; su dolor es de todos. […] En las familias todos contribuyen al proyecto común, todos trabajan por el bien común, pero sin anular al individuo; al contrario, lo sostienen, lo promueven. Se pelean, pero hay algo que no se mueve: ese lazo familiar. Las peleas de familia son reconciliaciones después. Las alegrías y las penas de cada uno son asumidas por todos. ¡Eso sí es ser familia!
Si pudiéramos lograr
ver al oponente político o al vecino de casa con los mismos ojos que a los
hijos, esposas, esposos, padres o madres, qué bueno sería. ¿Amamos nuestra
sociedad o sigue siendo algo lejano, algo anónimo, que no nos involucra, no nos
mete, no nos compromete?»[215].
231. Muchas veces es muy necesario negociar y así desarrollar cauces concretos para la paz. Pero los procesos efectivos de una paz duradera son ante todo transformaciones artesanales obradas por los pueblos, donde cada ser humano puede ser un fermento eficaz con su estilo de vida cotidiana. Las grandes transformaciones no son fabricadas en escritorios o despachos. Entonces «cada uno juega un papel fundamental en un único proyecto creador, para escribir una nueva página de la historia, una página llena de esperanza, llena de paz, llena de reconciliación»[216].
Hay una “arquitectura” de la paz, donde intervienen las diversas instituciones
de la sociedad, cada una desde su competencia, pero hay también una “artesanía”
de la paz que nos involucra a todos. A partir de diversos procesos de paz que
se desarrollaron en distintos lugares del mundo «hemos aprendido que estos
caminos de pacificación, de primacía de la razón sobre la venganza, de delicada
armonía entre la política y el derecho, no pueden obviar los procesos de la
gente. No se alcanzan con el diseño de marcos normativos y arreglos
institucionales entre grupos políticos o económicos de buena voluntad. […]
Además, siempre es rico incorporar en nuestros procesos de paz la experiencia
de sectores que, en muchas ocasiones, han sido invisibilizados, para que sean
precisamente las comunidades quienes coloreen los procesos de memoria
colectiva»[217].
232. No hay punto final en la construcción de la paz social de un país, sino que es «una tarea que no da tregua y que exige el compromiso de todos. Trabajo que nos pide no decaer en el esfuerzo por construir la unidad de la nación y, a pesar de los obstáculos, diferencias y distintos enfoques sobre la manera de lograr la convivencia pacífica, persistir en la lucha para favorecer la cultura del encuentro, que exige colocar en el centro de toda acción política, social y económica, a la persona humana, su altísima dignidad, y el respeto por el bien común.
Que este esfuerzo nos haga huir de toda tentación de venganza y
búsqueda de intereses sólo particulares y a corto plazo»[218].
Las manifestaciones públicas violentas, de un lado o de otro, no ayudan a
encontrar caminos de salida. Sobre todo porque, como bien han señalado los
Obispos de Colombia, cuando se alientan «movilizaciones ciudadanas no siempre
aparecen claros sus orígenes y objetivos, hay ciertas formas de manipulación
política y se han percibido apropiaciones a favor de intereses particulares»[219].
Notas a pie de página:
[204] Vinicius De Moraes, Samba de la bendición (Samba
da Bênção), en el disco Um encontro no Au bon Gourmet, Río
de Janeiro (2 agosto 1962).
[205] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre
2013), 237: AAS 105 (2013), 1116.
[206] Ibíd., 236: AAS 105
(2013), 1115.
[207] Ibíd., 218: AAS 105
(2013), 1110.
[208] Exhort. ap. postsin. Amoris laetitia (19 marzo 2016),
100: AAS 108 (2016), 351.
[209] Mensaje para la 53.ª Jornada Mundial de la Paz 1 enero
2020 (8 diciembre 2019), 2: L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (13 septiembre 2019), p. 6.
[210] Conferencia Episcopal del Congo, Message au
Peuple de Dieu et aux femmes et aux hommes de bonne volonté (9 mayo
2018).
[211] Discurso en el gran encuentro de oración por la
reconciliación nacional, Villavicencio – Colombia (8
septiembre 2017): AAS 109 (2017), 1063-1064.1066.
[212] Mensaje para la 53.ª Jornada Mundial de la Paz 1 enero
2020 (8 diciembre 2019), 3: L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (13 diciembre 2019), p. 7.
[213] Conferencia de Obispos de Sudáfrica, Pastoral letter on
christian hope in the current crisis (mayo 1986).
[214] Conferencia de Obispos católicos de Corea, Appeal of the
Catholic Church in Korea for Peace on the Korean Peninsula (15 agosto
2017).
[215] Discurso a la sociedad civil, Quito –
Ecuador (7 julio 2015): L’Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española (10 julio 2015), p. 7.
[216] Encuentro interreligioso con los jóvenes,
Maputo – Mozambique (5 septiembre 2019): L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (13 septiembre 2019), p. 3.
[217] Homilía durante la Santa Misa,
Cartagena de Indias – Colombia (10 septiembre 2017): AAS 109
(2017), 1086.
[218] Discurso a las autoridades, el Cuerpo diplomático y algunos
representantes de la sociedad civil, Bogotá – Colombia (7
septiembre 2017): AAS 109 (2017), 1029.
[219] Conferencia Episcopal de Colombia, Por el bien de Colombia:
diálogo, reconciliación y desarrollo integral (26 noviembre 2019), 4.