Capítulo sexto
ALGUNAS PERSPECTIVAS PASTORALES
ALGUNAS PERSPECTIVAS PASTORALES
199. El diálogo del
camino sinodal llevaron a plantear la necesidad de desarrollar nuevos caminos
pastorales, que procuraré recoger ahora de manera general. Serán las distintas
comunidades quienes deberán elaborar propuestas más prácticas y eficaces, que
tengan en cuenta tanto las enseñanzas de la Iglesia como las necesidades y los
desafíos locales. Sin pretender presentar aquí una pastoral de la familia,
quiero detenerme sólo a recoger algunos de los grandes desafíos pastorales.
200. Los Padres
sinodales insistieron en que las familias cristianas, por la gracia del
sacramento nupcial, son los principales sujetos de la pastoral familiar, sobre
todo aportando «el testimonio gozoso de los cónyuges y de las familias,
iglesias domésticas»[225].
Por ello, remarcaron que «se trata de hacer experimentar que el Evangelio de la
familia es alegría que “llena el corazón y la vida entera”, porque en Cristo
somos “liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del
aislamiento” (Evangelii gaudium, 1).
A la luz de la
parábola del sembrador (cf. Mt 13,3-9), nuestra tarea es
cooperar en la siembra: lo demás es obra de Dios. Tampoco hay que olvidar que
la Iglesia que predica sobre la familia es signo de contradicción»[226],
pero los matrimonios agradecen que los pastores les ofrezcan motivaciones para
una valiente apuesta por un amor fuerte, sólido, duradero, capaz de hacer
frente a todo lo que se le cruce por delante.
La Iglesia quiere llegar a las
familias con humilde comprensión, y su deseo «es acompañar a cada una y a todas
las familias para que puedan descubrir la mejor manera de superar las
dificultades que se encuentran en su camino»[227].
No basta incorporar una genérica preocupación por la familia en los grandes proyectos
pastorales. Para que las familias puedan ser cada vez más sujetos activos de la
pastoral familiar, se requiere «un esfuerzo evangelizador y catequístico
dirigido a la familia»[228],
que la oriente en este sentido.
201. «Esto exige a toda
la Iglesia una conversión misionera: es necesario no quedarse en un anuncio
meramente teórico y desvinculado de los problemas reales de las personas»[229].
La pastoral familiar «debe hacer experimentar que el Evangelio de la familia
responde a las expectativas más profundas de la persona humana: a su dignidad y
a la realización plena en la reciprocidad, en la comunión y en la fecundidad.
No se trata solamente de presentar una normativa, sino de proponer valores,
respondiendo a la necesidad que se constata hoy, incluso en los países más
secularizados, de tales valores»[230].
También «se ha subrayado la necesidad de una evangelización que denuncie con
franqueza los condicionamientos culturales, sociales, políticos y económicos,
como el espacio excesivo concedido a la lógica de mercado, que impiden una
auténtica vida familiar, determinando discriminaciones, pobreza, exclusiones y
violencia.
Para ello, hay que entablar un diálogo y una cooperación con las
estructuras sociales, así como alentar y sostener a los laicos que se comprometen,
como cristianos, en el ámbito cultural y sociopolítico»[231].
202. «La principal
contribución a la pastoral familiar la ofrece la parroquia, que es una familia
de familias, donde se armonizan los aportes de las pequeñas comunidades,
movimientos y asociaciones eclesiales»[232].
Junto con una pastoral específicamente orientada a las familias, se nos plantea
la necesidad de «una formación más adecuada de los presbíteros, los diáconos,
los religiosos y las religiosas, los catequistas y otros agentes pastorales»[233].
En las respuestas a las consultas enviadas a todo el mundo, se ha destacado que
a los ministros ordenados les suele faltar formación adecuada para tratar los
complejos problemas actuales de las familias. En este sentido, también puede
ser útil la experiencia de la larga tradición oriental de los sacerdotes
casados.
203. Los seminaristas
deberían acceder a una formación interdisciplinaria más amplia sobre noviazgo y
matrimonio, y no sólo en cuanto a la doctrina. Además, la formación no siempre
les permite desplegar su mundo psicoafectivo. Algunos llevan sobre sus vidas la
experiencia de su propia familia herida, con ausencia de padres y con
inestabilidad emocional. Habrá que garantizar durante la formación una
maduración para que los futuros ministros posean el equilibrio psíquico que su
tarea les exige.
Los vínculos familiares son fundamentales para fortalecer la
sana autoestima de los seminaristas. Por ello es importante que las familias
acompañen todo el proceso del seminario y del sacerdocio, ya que ayudan a
fortalecerlo de un modo realista. En ese sentido, es saludable la combinación
de algún tiempo de vida en el seminario con otro de vida en parroquias, que
permita tomar mayor contacto con la realidad concreta de las familias.
En
efecto, a lo largo de su vida pastoral el sacerdote se encuentra sobre todo con
familias. «La presencia de los laicos y de las familias, en particular la
presencia femenina, en la formación sacerdotal, favorece el aprecio por la
variedad y complementariedad de las diversas vocaciones en la Iglesia»[234].
204. Las respuestas a
las consultas también expresan con insistencia la necesidad de la formación de
agentes laicos de pastoral familiar con ayuda de psicopedagogos, médicos de
familia, médicos comunitarios, asistentes sociales, abogados de minoridad y
familia, con apertura a recibir los aportes de la psicología, la sociología, la
sexología, e incluso el counseling.
Los profesionales, en especial
quienes tienen experiencia de acompañamiento, ayudan a encarnar las propuestas
pastorales en las situaciones reales y en las inquietudes concretas de las
familias. «Los caminos y cursos de formación destinados específicamente a los
agentes de pastoral podrán hacerles idóneos para inserir el mismo camino de
preparación al matrimonio en la dinámica más amplia de la vida eclesial»[235].
Una buena capacitación pastoral es importante «sobre todo a la vista de las
situaciones particulares de emergencia derivadas de los casos de violencia
doméstica y el abuso sexual»[236].
Todo esto de ninguna manera disminuye, sino que complementa, el valor
fundamental de la dirección espiritual, de los inestimables recursos
espirituales de la Iglesia y de la Reconciliación sacramental.
205. Los Padres
sinodales han dicho de diversas maneras que necesitamos ayudar a los jóvenes a
descubrir el valor y la riqueza del matrimonio[237].
Deben poder percibir el atractivo de una unión plena que eleva y perfecciona la
dimensión social de la existencia, otorga a la sexualidad su mayor sentido, a
la vez que promueve el bien de los hijos y les ofrece el mejor contexto para su
maduración y educación.
206. «La compleja
realidad social y los desafíos que la familia está llamada a afrontar hoy
requieren un compromiso mayor de toda la comunidad cristiana en la preparación
de los prometidos al matrimonio. Es preciso recordar la importancia de las
virtudes. Entre estas, la castidad resulta condición preciosa para el
crecimiento genuino del amor interpersonal.
Respecto a esta necesidad, los
Padres sinodales eran concordes en subrayar la exigencia de una mayor
implicación de toda la comunidad, privilegiando el testimonio de las familias,
además de un arraigo de la preparación al matrimonio en el camino de iniciación
cristiana, haciendo hincapié en el nexo del matrimonio con el bautismo y los
otros sacramentos. Del mismo modo, se puso de relieve la necesidad de programas
específicos para la preparación próxima al matrimonio que sean una auténtica
experiencia de participación en la vida eclesial y profundicen en los diversos
aspectos de la vida familiar»[238].
207. Invito a las
comunidades cristianas a reconocer que acompañar el camino de amor de los
novios es un bien para ellas mismas. Como bien dijeron los Obispos de Italia,
los que se casan son para su comunidad cristiana «un precioso recurso, porque,
empeñándose con sinceridad para crecer en el amor y en el don recíproco, pueden
contribuir a renovar el tejido mismo de todo el cuerpo eclesial: la particular
forma de amistad que ellos viven puede volverse contagiosa, y hacer crecer en
la amistad y en la fraternidad a la comunidad cristiana de la cual forman
parte»[239].
Hay diversas maneras legítimas de organizar la preparación próxima al
matrimonio, y cada Iglesia local discernirá lo que sea mejor, procurando una
formación adecuada que al mismo tiempo no aleje a los jóvenes del sacramento.
No se trata de darles todo el Catecismo ni de saturarlos con demasiados temas.
Porque aquí también vale que «no el mucho saber harta y satisface al alma, sino
el sentir y gustar de las cosas interiormente»[240].
Interesa más la calidad que la cantidad, y hay que dar prioridad —junto con un
renovado anuncio del kerygma— a aquellos contenidos que,
comunicados de manera atractiva y cordial, les ayuden a comprometerse en un
camino de toda la vida «con gran ánimo y liberalidad»[241].
Se trata de una suerte de «iniciación» al sacramento del matrimonio que les
aporte los elementos necesarios para poder recibirlo con las mejores
disposiciones y comenzar con cierta solidez la vida familiar.
208. Conviene encontrar
además las maneras, a través de las familias misioneras, de las propias
familias de los novios y de diversos recursos pastorales, de ofrecer una
preparación remota que haga madurar el amor que se tienen, con un
acompañamiento cercano y testimonial. Suelen ser muy útiles los grupos de
novios y las ofertas de charlas opcionales sobre una variedad de temas que
interesan realmente a los jóvenes.
No obstante, son indispensables algunos
momentos personalizados, porque el principal objetivo es ayudar a cada uno para
que aprenda a amar a esta persona concreta con la que pretende compartir toda
la vida. Aprender a amar a alguien no es algo que se improvisa ni puede ser el
objetivo de un breve curso previo a la celebración del matrimonio.
En realidad,
cada persona se prepara para el matrimonio desde su nacimiento. Todo lo que su
familia le aportó debería permitirle aprender de la propia historia y
capacitarle para un compromiso pleno y definitivo. Probablemente quienes llegan
mejor preparados al casamiento son quienes han aprendido de sus propios padres
lo que es un matrimonio cristiano, donde ambos se han elegido sin condiciones,
y siguen renovando esa decisión. En ese sentido, todas las acciones pastorales
tendientes a ayudar a los matrimonios a crecer en el amor y a vivir el
Evangelio en la familia, son una ayuda inestimable para que sus hijos se
preparen para su futura vida matrimonial.
Tampoco hay que olvidar los valiosos
recursos de la pastoral popular. Para dar un sencillo ejemplo, recuerdo el día
de san Valentín, que en algunos países es mejor aprovechado por los
comerciantes que por la creatividad de los pastores.
209. La preparación de
los que ya formalizaron un noviazgo, cuando la comunidad parroquial logra acompañarlos
con un buen tiempo de anticipación, también debe darles la posibilidad de
reconocer incompatibilidades o riesgos. De este modo se puede llegar a advertir
que no es razonable apostar por esa relación, para no exponerse a un fracaso
previsible que tendrá consecuencias muy dolorosas.
El problema es que el
deslumbramiento inicial lleva a tratar de ocultar o de relativizar muchas
cosas, se evita discrepar, y así sólo se patean las dificultades para adelante.
Los novios deberían ser estimulados y ayudados para que puedan hablar de lo que
cada uno espera de un eventual matrimonio, de su modo de entender lo que es el
amor y el compromiso, de lo que se desea del otro, del tipo de vida en común
que se quisiera proyectar. Estas conversaciones pueden ayudar a ver que en
realidad los puntos de contacto son escasos, y que la mera atracción mutua no
será suficiente para sostener la unión.
Nada es más volátil, precario e
imprevisible que el deseo, y nunca hay que alentar una decisión de contraer
matrimonio si no se han ahondado otras motivaciones que otorguen a ese
compromiso posibilidades reales de estabilidad.
210. En todo caso, si se
reconocen con claridad los puntos débiles del otro, es necesario que haya una
confianza realista en la posibilidad de ayudarle a desarrollar lo mejor de su
persona para contrarrestar el peso de sus fragilidades, con un firme interés en
promoverlo como ser humano. Esto implica aceptar con sólida voluntad la
posibilidad de afrontar algunas renuncias, momentos difíciles y situaciones conflictivas,
y la decisión firme de prepararse para ello.
Se deben detectar las señales de
peligro que podría tener la relación, para encontrar antes del casamiento
recursos que permitan afrontarlas con éxito. Lamentablemente, muchos llegan a
las nupcias sin conocerse. Sólo se han distraído juntos, han hecho experiencias
juntos, pero no han enfrentado el desafío de mostrarse a sí mismos y de
aprender quién es en realidad el otro.
211. Tanto la
preparación próxima como el acompañamiento más prolongado, deben asegurar que
los novios no vean el casamiento como el final del camino, sino que asuman el
matrimonio como una vocación que los lanza hacia adelante, con la firme y
realista decisión de atravesar juntos todas las pruebas y momentos difíciles.
La pastoral prematrimonial y la pastoral matrimonial deben ser ante todo una
pastoral del vínculo, donde se aporten elementos que ayuden tanto a madurar el
amor como a superar los momentos duros. Estos aportes no son únicamente
convicciones doctrinales, ni siquiera pueden reducirse a los preciosos recursos
espirituales que siempre ofrece la Iglesia, sino que también deben ser caminos
prácticos, consejos bien encarnados, tácticas tomadas de la experiencia,
orientaciones psicológicas. Todo esto configura una pedagogía del amor que no
puede ignorar la sensibilidad actual de los jóvenes, en orden a movilizarlos
interiormente.
A su vez, en la preparación de los novios, debe ser posible
indicarles lugares y personas, consultorías o familias disponibles, donde
puedan acudir en busca de ayuda cuando surjan dificultades. Pero nunca hay que
olvidar la propuesta de la Reconciliación sacramental, que permite colocar los
pecados y los errores de la vida pasada, y de la misma relación, bajo el
influjo del perdón misericordioso de Dios y de su fuerza sanadora.
212. La preparación
próxima al matrimonio tiende a concentrarse en las invitaciones, la vestimenta,
la fiesta y los innumerables detalles que consumen tanto el presupuesto como
las energías y la alegría. Los novios llegan agobiados y agotados al
casamiento, en lugar de dedicar las mejores fuerzas a prepararse como pareja
para el gran paso que van a dar juntos.
Esta mentalidad se refleja también en
algunas uniones de hecho que nunca llegan al casamiento porque piensan en
festejos demasiado costosos, en lugar de dar prioridad al amor mutuo y a su
formalización ante los demás. Queridos novios: «Tened la valentía de ser
diferentes, no os dejéis devorar por la sociedad del consumo y de la
apariencia. Lo que importa es el amor que os une, fortalecido y santificado por
la gracia. Vosotros sois capaces de optar por un festejo austero y sencillo,
para colocar el amor por encima de todo». Los agentes de pastoral y la
comunidad entera pueden ayudar a que esta prioridad se convierta en lo normal y
no en la excepción.
213. En la preparación
más inmediata es importante iluminar a los novios para vivir con mucha hondura
la celebración litúrgica, ayudándoles a percibir y vivir el sentido de cada
gesto. Recordemos que un compromiso tan grande como el que expresa el
consentimiento matrimonial, y la unión de los cuerpos que consuma el
matrimonio, cuando se trata de dos bautizados, sólo pueden interpretarse como
signos del amor del Hijo de Dios hecho carne y unido con su Iglesia en alianza
de amor.
En los bautizados, las palabras y los gestos se convierten en un
lenguaje elocuente de la fe. El cuerpo, con los significados que Dios ha
querido infundirle al crearlo «se convierte en el lenguaje de los ministros del
sacramento, conscientes de que en el pacto conyugal se manifiesta y se realiza
el misterio»[242].
214. A veces, los novios
no perciben el peso teológico y espiritual del consentimiento, que ilumina el
significado de todos los gestos posteriores. Hace falta destacar que esas
palabras no pueden ser reducidas al presente; implican una totalidad que
incluye el futuro: «hasta que la muerte los separe». El sentido del
consentimiento muestra que «libertad y fidelidad no se oponen, más bien se
sostienen mutuamente, tanto en las relaciones interpersonales, como en las
sociales.
Efectivamente, pensemos en los daños que producen, en la civilización
de la comunicación global, la inflación de promesas incumplidas [...] El honor
de la palabra dada, la fidelidad a la promesa, no se pueden comprar ni vender.
No se pueden imponer con la fuerza, pero tampoco custodiar sin sacrificio»[243].
215. Los obispos de
Kenia advirtieron que, «demasiado centrados en el día de la boda, los futuros
esposos se olvidan de que están preparándose para un compromiso que dura toda
la vida»[244].
Hay que ayudar a advertir que el sacramento no es sólo un momento que luego
pasa a formar parte del pasado y de los recuerdos, porque ejerce su influencia
sobre toda la vida matrimonial, de manera permanente[245].
El significado procreativo de la sexualidad, el lenguaje del cuerpo, y los
gestos de amor vividos en la historia de un matrimonio, se convierten en una
«ininterrumpida continuidad del lenguaje litúrgico» y «la vida conyugal viene a
ser, en algún sentido, liturgia»[246].
216. También se puede
meditar con las lecturas bíblicas y enriquecer la comprensión de los anillos
que se intercambian, o de otros signos que formen parte del rito. Pero no sería
bueno que se llegue al casamiento sin haber orado juntos, el uno por el otro,
pidiendo ayuda a Dios para ser fieles y generosos, preguntándole juntos a Dios
qué es lo que él espera de ellos, e incluso consagrando su amor ante una imagen
de María.
Quienes los acompañen en la preparación del matrimonio deberían
orientarlos para que sepan vivir esos momentos de oración que pueden hacerles
mucho bien. «La liturgia nupcial es un evento único, que se vive en el contexto
familiar y social de una fiesta.
Jesús inició sus milagros en el banquete de
bodas de Caná: el vino bueno del milagro del Señor, que anima el nacimiento de
una nueva familia, es el vino nuevo de la Alianza de Cristo con los hombres y
mujeres de todos los tiempos [...] Generalmente, el celebrante tiene la
oportunidad de dirigirse a una asamblea compuesta de personas que participan
poco en la vida eclesial o que pertenecen a otra confesión cristiana o
comunidad religiosa. Por lo tanto, se trata de una ocasión imperdible para
anunciar el Evangelio de Cristo»[247].
Notas a pie de página:
[239] Conferencia
Episcopal Italiana. Orientaciones pastorales sobre la preparación al
matrimonio y a la familia (22 octubre 2012), 1.
[242] Juan Pablo
II, Catequesis (27 junio
1984), 4: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española,1 de julio de 1984, p. 3.
[243] Catequesis (21 octubre
2015): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española,
23 de octubre de 2015, p. 16.
[246] Juan Pablo
II, Catequesis (4 julio 1984),
3.6: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 8
de julio de 1984, p. 3.
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