A la búsqueda
de los medios adecuados
Este problema
de cómo evangelizar es siempre actual, porque las maneras de evangelizar
cambian según las diversas circunstancias de tiempo, lugar, cultura; por eso
plantean casi un desafío a nuestra capacidad de descubrir y adaptar. A
nosotros, Pastores de la Iglesia, incumbe especialmente el deber de descubrir
con audacia y prudencia, conservando la fidelidad al contenido, las formas más
adecuadas y eficaces de comunicar el mensaje evangélico a los hombres de
nuestro tiempo. Entre ellas tienen una importancia fundamental las siguientes:
El testimonio
de vida
Para la Iglesia
el primer medio de evangelización consiste en un testimonio de vida
auténticamente cristiana, entregada a Dios en una comunión que nada debe
interrumpir y a la vez consagrada igualmente al prójimo con un celo sin
límites. "El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan
testimonio que a los que enseñan, o si escuchan a los que enseñan, es porque
dan testimonio". Será sobre todo mediante su conducta, mediante su vida,
como la Iglesia evangelizará al mundo, es decir, mediante un testimonio vivido
de fidelidad a Jesucristo, de pobreza y desapego de los bienes materiales, de
libertad frente a los poderes del mundo, en una palabra de santidad.
Una predicación
viva
No es superfluo
subrayar a continuación la importancia y necesidad de la predicación:
"Pero ¿cómo invocarán a Aquel en quien no han creído? Y, ¿cómo creerán sin
haber oído de El? Y ¿cómo oirán si nadie les predica?... Luego, la fe viene de
la audición, y la audición, por la palabra de Cristo". Esta ley enunciada
un día por San Pablo conserva hoy todo su vigor. Sí, es siempre indispensable
la predicación, la proclamación verbal de un mensaje. La palabra permanece
siempre actual, sobre todo cuando va acompañada del poder de Dios. Por esto
conserva también su actualidad el axioma de San Pablo: "la fe viene de la
audición", es decir, es la Palabra oída la que invita a creer.
Liturgia de la
Palabra
Sería un error
no ver en la homilía un instrumento válido y muy apto para la evangelización.
Cierto que hay que conocer y poner en práctica las exigencias y posibilidades
de la homilía para que ésta adquiera toda su eficacia pastoral. Pero sobre todo
hay que estar convencido de ello y entregarse a la tarea con amor. Esta
predicación, inserida de manera singular en la celebración eucarística, de la
que recibe una fuerza y vigor particular, tiene ciertamente un puesto especial
en la evangelización, en la medida en que expresa la fe profunda del ministro
sagrado que predica y está impregnada de amor.
La catequesis
A propósito de
la evangelización, un medio que no se puede descuidar es la enseñanza
catequética. La inteligencia, sobre todo tratándose de niños y adolescentes,
necesita aprender mediante una enseñanza religiosa sistemática los datos
fundamentales, el contenido vivo de la verdad que Dios ha querido transmitirnos
y que la Iglesia ha procurado expresar de manera cada vez más perfecta a lo
largo de la historia.
Se viene
observando que las condiciones actuales hacen cada día más urgente la enseñanza
catequética bajo la modalidad de un catecumenado para un gran número de jóvenes
y adultos que, tocados por la gracia, descubren poco a poco la figura de Cristo
y sienten la necesidad de entregarse a El.
Utilización de
los medios de comunicación social
En nuestro
siglo influenciado por los medios de comunicación social, el primer anuncio, la
catequesis o el ulterior ahondamiento de la fe, no pueden prescindir de esos
medios, como hemos dicho antes. En ellos encuentra una versión moderna y eficaz
del "púlpito". Gracias a ellos puede hablar a las masas.
Sin embargo, el
empleo de los medios de comunicación social en la evangelización supone casi un
desafío: el mensaje evangélico deberá, sí, llegar, a través de ellos, a las
muchedumbres, pero con capacidad para penetrar en las conciencias, para posarse
en el corazón de cada hombre en particular, con todo lo que éste tiene de
singular y personal, y con capacidad para suscitar en favor suyo una adhesión y
un compromiso verdaderamente personal.
Contacto
personal indispensable
Por estos
motivos, además de la proclamación que podríamos llamar colectiva del
Evangelio, conserva toda su validez e importancia esa otra transmisión de
persona a persona. El Señor la ha practicado frecuentemente —como lo prueban,
por ejemplo, las conversaciones con Nicodemos, Zaqueo, la Samaritana, Simón el
fariseo— y lo mismo han hecho los Apóstoles. En el fondo, ¿hay otra forma de comunicar
el Evangelio que no sea la de transmitir a otro la propia experiencia de fe? La
urgencia de comunicar la Buena Nueva a las masas de hombres no debería hacer
olvidar esa forma de anunciar mediante la cual se llega a la conciencia
personal del hombre y se deja en ella el influjo de una palabra verdaderamente
extraordinaria que recibe de otro hombre.
La función de
los sacramentos
Sin embargo,
nunca se insistirá bastante en el hecho de que la evangelización no se agota
con la predicación y la enseñanza de una doctrina. Porque aquella debe conducir
a la vida: a la vida natural a la que da un sentido nuevo gracias a las
perspectivas evangélicas que le abre; a la vida sobrenatural, que no es una
negación, sino purificación y elevación de la vida natural. Esta vida
sobrenatural encuentra su expresión viva en los siete sacramentos y en la
admirable fecundidad de gracia y santidad que contienen.
La
evangelización despliega de este modo toda su riqueza cuando realiza la unión
más íntima, o mejor, una intercomunicación jamás interrumpida, entre la Palabra
y los sacramentos. La finalidad de la evangelización es precisamente la de
educar en la fe, de tal manera, que conduzca a cada cristiano a vivir —y no a
recibir de modo pasivo o apático— los sacramentos como verdaderos sacramentos
de la fe.
Piedad popular
Tanto en las
regiones donde la Iglesia está establecida desde hace siglos, como en aquellas
donde se está implantando, se descubren en el pueblo expresiones particulares
de búsqueda de Dios y de la fe. Consideradas durante largo tiempo como menos
puras, y a veces despreciadas, estas expresiones constituyen hoy el objeto de
un nuevo descubrimiento casi generalizado.
La religiosidad popular, hay que
confesarlo, tiene ciertamente sus límites. Está expuesta frecuentemente a
muchas deformaciones de la religión, es decir, a las supersticiones. Se queda
frecuentemente a un nivel de manifestaciones culturales, sin llegar a una
verdadera adhesión de fe. Pero cuando está bien orientada, sobre todo mediante
una pedagogía de evangelización, contiene muchos valores. Refleja una sed de
Dios que solamente los pobres y sencillos pueden conocer.
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