III. CONTENIDO
DE LA EVANGELIZACIÓN
Evangelizar es,
ante todo, dar testimonio, de una manera sencilla y directa, de Dios revelado
por Jesucristo mediante el Espíritu Santo. Testimoniar que ha amado al mundo en
su Verbo Encarnado, ha dado a todas las cosas el ser y ha llamado a los hombres
a la vida eterna. Para el hombre el Creador no es un poder anónimo y lejano: es
Padre. "Nosotros somos llamados hijos de Dios, y en verdad lo somos"
y, por tanto, somos hermanos los unos de los otros, en Dios.
Centro del
mensaje: la salvación en Jesucristo
La
evangelización también debe contener siempre —como base, centro y a la vez
culmen de su dinamismo— una clara proclamación de que en Jesucristo, Hijo de
Dios hecho hombre, muerto y resucitado, se ofrece la salvación a todos los
hombres, como don de la gracia y de la misericordia de Dios.
No una salvación
puramente inmanente, a medida de las necesidades materiales o incluso
espirituales que se agotan en el cuadro de la existencia temporal y se
identifican totalmente con los deseos, las esperanzas, los asuntos y las luchas
temporales, sino una salvación que desborda todos estos límites para realizarse
en una comunión con el único Absoluto Dios, salvación trascendente,
escatológica, que comienza ciertamente en esta vida, pero que tiene su
cumplimiento en la eternidad.
Bajo el signo
de la esperanza
La
evangelización no puede por menos de incluir el anuncio profético de un más
allá, vocación profunda y definitiva del hombre, en continuidad y discontinuidad
a la vez con la situación presente: más allá del tiempo y de la historia, más
allá de la realidad de ese mundo, cuya dimensión oculta se manifestará un día;
más allá del hombre mismo, cuyo verdadero destino no se agota en su dimensión
temporal sino que nos será revelado en la vida futura.
La
evangelización comprende además la predicación de la esperanza en las promesas
hechas por Dios mediante la nueva alianza en Jesucristo; la predicación del
amor de Dios para con nosotros y de nuestro amor hacia Dios, la predicación del
amor fraterno para con todos los hombres —capacidad de donación y de perdón, de
renuncia, de ayuda al hermano— que por descender del amor de Dios, es el núcleo
del Evangelio; la predicación del misterio del mal y de la búsqueda activa del
bien.
Predicación,
asimismo, y ésta se hace cada vez más urgente, de la búsqueda del mismo Dios a
través de la oración, sobre todo de adoración y de acción de gracias, y también
a través de la comunión con ese signo visible del encuentro con Dios que es la
Iglesia de Jesucristo; comunión que a su vez se expresa mediante la
participación en esos otros signos de Cristo, viviente y operante en la
Iglesia, que son los sacramentos. Porque la totalidad de la evangelización,
aparte de la predicación del mensaje, consiste en implantar la Iglesia, la cual
no existe sin este respiro de la vida sacramental culminante en la Eucaristía.
Un mensaje que
afecta a toda la vida
La
evangelización no sería completa si no tuviera en cuenta la interpelación
recíproca que en el curso de los tiempos se establece entre el Evangelio y la
vida concreta, personal y social, del hombre. Precisamente por esto la
evangelización lleva consigo un mensaje explícito, adaptado a las diversas
situaciones y constantemente actualizado, sobre los derechos y deberes de toda
persona humana, sobre la vida familiar sin la cual apenas es posible el
progreso personal, sobre la vida comunitaria de la sociedad, sobre la vida
internacional, la paz, la justicia, el desarrollo.
En conexión
necesaria con la promoción humana
Entre
evangelización y promoción humana (desarrollo, liberación) existen
efectivamente lazos muy fuertes. Vínculos de orden antropológico, porque el
hombre que hay que evangelizar no es un ser abstracto, sino un ser sujeto a los
problemas sociales y económicos. Lazos de orden teológico, ya que no se puede
disociar el plan de la creación del plan de la redención que llega hasta
situaciones muy concretas de injusticia, a la que hay que combatir y de
justicia que hay que restaurar. Vínculos de orden eminentemente evangélico como
es el de la caridad: en efecto, ¿cómo proclamar el mandamiento nuevo sin
promover, mediante la justicia y la paz, el verdadero, el auténtico crecimiento
del hombre?
La Iglesia
considera ciertamente importante y urgente la edificación de estructuras más
humanas, más justas, más respetuosas de los derechos de la persona, menos
opresivas y menos avasalladoras; pero es consciente de que aun las mejores
estructuras, los sistemas más idealizados se convierten pronto en inhumanos si
las inclinaciones inhumanas del hombre no son saneadas si no hay una conversión
de corazón y de mente por parte de quienes viven en esas estructuras o las
rigen.
Libertad
religiosa
De esta justa
liberación, vinculada a la evangelización, que trata de lograr estructuras que
salvaguarden la libertad humana, no se puede separar la necesidad de asegurar
todos los derechos fundamentales del hombre, entre los cuales la libertad
religiosa ocupa un puesto de primera importancia. Muchos cristianos, todavía
hoy, precisamente porque son cristianos o católicos, viven sofocados por una
sistemática opresión.
sábado, 5 de mayo de 2012
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