V. LOS
DESTINATARIOS DE LA EVANGELIZACIÓN
Destino
universal
Las últimas
palabras de Jesús en el Evangelio de Marcos confieren a la evangelización, que
el Señor confía a los Apóstoles, una universalidad sin fronteras: "Id por
todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura".
Los Doce y la
primera generación de cristianos han comprendido bien la lección de este texto
y de otros parecidos; han hecho de ellos su programa de acción. La misma
persecución, al dispersar a los Apóstoles, contribuyó a diseminar la Palabra y
a implantar la Iglesia hasta en las regiones más remotas. La admisión de Pablo
entre los Apóstoles y su carisma de predicador de la venida de Jesucristo a los
paganos —no judíos— subrayó todavía más esta universalidad.
A pesar de los
obstáculos
A lo largo de
veinte siglos de historia, las generaciones cristianas han afrontado
periódicamente diversos obstáculos a esta misión de universalidad. Por una
parte, la tentación de los mismos evangelizadores de estrechar bajo distintos
pretextos su campo de acción misionera. Por otra, las resistencias, muchas
veces humanamente insuperables de aquellos a quienes el evangelizador se dirige.
Sucede todavía hoy en día en algunas partes del mundo, que a los anunciadores
de la palabra de Dios se les priva de sus derechos, son perseguidos,
amenazados, eliminados sólo por el hecho de predicar a Jesucristo y su
Evangelio. Pero abrigamos la confianza de que finalmente, a pesar de estas
pruebas dolorosas, la obra de estos apóstoles no faltará en ninguna región del
mundo.
No obstante
estas adversidades, la Iglesia reaviva siempre su inspiración más profunda, la
que le viene directamente del Maestro: ¡A todo el mundo! ¡A toda criatura!
¡Hasta los confines de la tierra!
Primer anuncio
a los que están lejos
Revelar a
Jesucristo y su Evangelio a los que no los conocen: he ahí el programa
fundamental que la Iglesia, desde la mañana de Pentecostés, ha asumido, como
recibido de su Fundador. Todo el Nuevo Testamento, y de manera especial los Hechos
de los Apóstoles, testimonian el momento privilegiado, y en cierta manera
ejemplar, de este esfuerzo misionero que jalonará después toda la historia de
la Iglesia.
Anuncio al
mundo descristianizado
Aunque este
primer anuncio va dirigido de modo específico a quienes nunca han escuchado la
Buena Nueva de Jesús o a los niños, se está volviendo cada vez más necesario, a
causa de las situaciones de descristianización frecuentes en nuestros días,
para gran número de personas que recibieron el bautismo, pero viven al margen
de toda vida cristiana; para las gentes sencillas que tienen una cierta fe,
pero conocen poco los fundamentos de la misma; para los intelectuales que
sienten necesidad de conocer a Jesucristo bajo una luz distinta de la enseñanza
que recibieron en su infancia, y para otros muchos.
Religiones no
cristianas
Asimismo se
dirige a inmensos sectores de la humanidad que practican religiones no
cristianas. La Iglesia respeta y estima estas religiones no cristianas, por ser
la expresión viviente del alma de vastos grupos humanos. Llevan en sí mismas el
eco de milenios a la búsqueda de Dios; búsqueda incompleta pero hecha
frecuentemente con sinceridad y rectitud de corazón. Poseen un impresionante
patrimonio de textos profundamente religiosos. Han enseñado a generaciones de
personas a orar. Todas están llenas de innumerables "semillas del
Verbo" y constituyen una auténtica "preparación evangélica".
La Iglesia
piensa que estas multitudes tienen derecho a conocer la riqueza del misterio de
Cristo, dentro del cual creemos que toda la humanidad puede encontrar, con
insospechada plenitud, todo lo que busca a tientas acerca de Dios, del hombre y
de su destino, de la vida y de la muerte, de la verdad.
La Iglesia se
siente responsable ante todos los pueblos y no descansará hasta que no haya
puesto de su parte todo lo necesario para proclamar la Buena Nueva de Jesús
Salvador, por eso prepara siempre nuevas generaciones de apóstoles.
Ayuda a la fe
de los fieles
Sin embargo, la
Iglesia no se siente dispensada de prestar una atención igualmente infatigable
hacia aquellos que han recibido la fe y que, a veces desde hace muchas
generaciones permanecen en contacto con el Evangelio. Trata así de profundizar,
consolidar, alimentar, hacer cada vez más madura la fe de aquellos que se
llaman ya fieles o creyentes, a fin de que lo sean cada vez más.
Esta fe está
casi siempre enfrentada al secularismo, es decir, a un ateísmo militante; es
una fe expuesta a pruebas y amenazas, más aún, una fe asediada y combatida.
Corre el riesgo de morir por asfixia o por inanición, si no se la alimenta y
sostiene cada día. Por tanto evangelizar debe ser, con frecuencia, comunicar a
la fe de los fieles este alimento y este apoyo necesarios.
La Iglesia
católica abriga un vivo anhelo de los cristianos que no están en plena comunión
con Ella: mientras prepara con ellos la unidad querida por Cristo, y
precisamente para preparar la unidad en la verdad, tiene conciencia de que
faltaría gravemente a su deber si no diese testimonio, ante ellos, de la plenitud
de la revelación de que es depositaria.
Secularismo
ateo
Una primera
esfera que plantea un desafío a la evangelización es el aumento de la
incredulidad en el mundo moderno. Desde el punto de vista espiritual, este
mundo moderno parece debatirse siempre en lo que un autor contemporáneo ha
llamado "el drama del humanismo ateo".
Por una parte,
hay que constatar en el corazón mismo de este mundo contemporáneo un fenómeno,
que constituye como su marca más característica: el secularismo. Una concepción
del mundo según la cual este último se explica por sí mismo sin que sea
necesario recurrir a Dios; Dios resultaría pues superfluo y hasta un obstáculo.
Dicho secularismo, para reconocer el poder del hombre, acaba por sobrepasar a
Dios e incluso por renegar de El.
Nuevas formas
de ateísmo —un ateísmo antropocéntrico, no ya abstracto y metafísico, sino
pragmático y militante— parecen desprenderse de él. En unión con este
secularismo ateo, se nos propone todos los días, bajo las formas más distintas,
una civilización del consumo, el hedonismo erigido en valor supremo, una
voluntad de poder y de dominio, de discriminaciones de todo género: constituyen
otras tantas inclinaciones inhumanas de este "humanismo".
Por otra parte,
y paradójicamente, en este mismo mundo moderno, no se puede negar la existencia
de valores inicialmente cristianos o evangélicos, al menos bajo forma de vida o
de nostalgia. No sería exagerado hablar de un poderoso y trágico llamamiento a
ser evangelizado.
Los que no
practican
Una segunda
esfera es la de los no practicantes; toda una muchedumbre, hoy día muy
numerosa, de bautizados que, en gran medida, no han renegado formalmente de su
bautismo, pero están totalmente al margen del mismo y no lo viven. El fenómeno
de los no practicantes es muy viejo en la historia del cristianismo y supone
una debilidad natural, una gran incongruencia que nos duele en lo más profundo
de nuestro corazón. Sin embargo, hoy día presenta aspectos nuevos. Se explica
muchas veces por el desarraigo típico de nuestra época. Nace también del hecho
de que los cristianos se aproximan hoy a los no creyentes y reciben
constantemente el influjo de la incredulidad. Por otra parte, los no
practicantes contemporáneos, más que los de otras épocas tratan de explicar y
justificar su posición en nombre de una religión interior, de una autonomía o
de una autenticidad personal.
Ateos y no
creyentes por una parte, no practicantes por otra, oponen a la evangelización
resistencias no pequeñas. Los primeros, la resistencia de un cierto rechazo, la
incapacidad de comprender el nuevo orden de las cosas, el nuevo sentido del
mundo, de la vida, de la historia, que resulta una empresa imposible si no se
parte del Absoluto que es Dios. Los otros, la resistencia de la inercia, la
actitud un poco hostil de alguien que se siente como de casa, que dice saberlo
todo, haber probado todo y ya no cree en nada.
Secularismo
ateo y ausencia de práctica religiosa se encuentran en los adultos y en los
jóvenes, en la élite y en la masa, en las antiguas y en las jóvenes Iglesias.
La acción evangelizadora de la Iglesia, que no puede ignorar estos dos mundos
ni detenerse ante ellos, debe buscar constantemente los medios y el lenguaje
adecuados para proponerles la revelación de Dios y la fe en Jesucristo.
Anuncio a las
muchedumbres
Como Cristo
durante el tiempo de su predicación, como los Doce en la mañana de Pentecostés,
la Iglesia tiene también ante sí una inmensa muchedumbre humana que necesita
del Evangelio y tiene derecho al mismo, pues Dios "quiere que todos los
hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad".
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario