LA PERFECTA CONSAGRACIÓN A JESUCRISTO
PRÁCTICAS PARTICULARES DE ESTA DEVOCIÓN
Recitación del Avemaría y del Rosario
(249-254)
Recitación del “Magnificat” (255)
Menosprecio del mundo (256)
4. Celebración del misterio de la Encarnación
243 Cuarta práctica. Profesarán
singular devoción al gran misterio de la encarnación del Verbo, el 25 de marzo.
Este es, en efecto, el misterio propio de esta devoción, puesto que ha sido
inspirada por el Espíritu Santo: 1o para honrar e imitar la dependencia
inefable que Dios Hijo quiso tener respecto a María para gloria del Padre y
para nuestra salvación. Dependencia que se manifiesta de modo especial en este
misterio, en el que Jesucristo se halla prisionero y esclavo en el seno de la
excelsa María, en donde depende de Ella en todo y para todo; 2o para agradecer
a Dios las gracias incomparables que otorgó a María, y especialmente el haberla
escogido por su dignísima Madre; elección realizada precisamente en este
misterio. Estos son los fines principales de la esclavitud de Jesús en María.
244 Observa que digo
ordinariamente: el esclavo de Jesús en María, la esclavitud de Jesús en María.
En verdad, se puede decir, como muchos lo han hecho hasta ahora: el esclavo de
María, la esclavitud de la Santísima Virgen. Pero creo que es preferible decir:
el esclavo de Jesús en María, como lo aconsejó el Sr. Tronsón (179) , superior general del seminario de San
Sulpicio, renombrado por su rara prudencia y su consumada piedad, a un clérigo
que le consultó sobre este particular. Las razones son éstas:
245 1) Vivimos en un siglo
orgulloso, en el que gran número de sabios engreídos, presumidos y críticos
hallan siempre algo que censurar hasta en las prácticas de piedad mejor
fundadas y más sólidas. Por tanto, a fin de no darles, sin necesidad, ocasión
de crítica, vale más decir: la esclavitud de Jesucristo en María y llamarse
esclavo de Jesucristo que esclavo de María, tomando el nombre de esta devoción
preferiblemente de su fin último, que es Jesucristo, y no de María, que es el
camino y medio para llegar a la meta. Sin embargo, se puede, en verdad, emplear
una u otra expresión, como yo lo hago. Por ejemplo, un hombre que viaja de
Orleáns a Tours, pasando por Amboise, puede muy bien decir que va a Amboise y
que viaja a Tours, con la diferencia, sin embargo, de que Amboise no es más que
el camino para llegar a Tours y que Tours es la meta y término de su viaje.
246 2) El principal misterio que se
honra y celebra en esta devoción es el misterio de la encarnación. En él
Jesucristo se halla presente y encarnado en el seno de María. Por ello es mejor
decir la esclavitud de Jesús en María, de Jesús que reside y reina en María,
según aquella hermosa plegaria de tantas y tan excelentes almas: “¡Oh Jesús,
que vives en María, ven a vivir en nosotros con tu espíritu de santidad!, etc.”
247 3) Esta manera de hablar
manifiesta mejor la unión íntima que hay entre Jesús y María. Ellos se hallan
tan íntimamente unidos, que el uno está totalmente en el otro: Jesús está todo
en María, y María toda en Jesús; o mejor, no vive Ella, sino sólo Jesús en
Ella. Antes separaríamos la luz del sol que a María de Jesús. De suerte que a
Nuestro Señor se le puede llamar Jesús de María, y a la Santísima Virgen, María
de Jesús.
248 El tiempo no me permite
detenerme aquí para explicar las excelencias y grandezas del misterio de Jesús
que vive y reina en María, es decir, de la encarnación del Verbo. Me contentaré
con decir en dos palabras que éste es el primer misterio de Jesucristo, el más
oculto, el más elevado y menos conocido; que en este misterio, Jesús en el seno
de María -al que por ello denominan los santos la sala de los secretos de Dios (180) escogió, de acuerdo con Ella, a todos los
elegidos; que en este misterio realizó ya todos los demás misterios de su vida,
por la aceptación que hizo de ellos: Por eso, al entrar en el mundo, dice él:
“Aquí estoy yo para realizar tu designio...” (Heb 4,16); que este misterio es,
por consiguiente, el compendio de todos los misterios de Cristo y encierra la
voluntad y la gracia de todos ellos; y, por último, que este misterio es el
trono de la misericordia, generosidad y gloria de Dios.
Es el trono de la misericordia divina con nosotros, porque, dado que no podemos acercarnos a Jesús sino por María, no podemos ver a Jesús ni hablarle sino por medio de Ella. Ahora bien, Jesús, que siempre complace a su querida Madre, otorga siempre allí su gracia y misericordia a los pobres pecadores. Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de la gracia... (Heb 4,16).
Es el trono de su generosidad con María, porque mientras Jesús, nuevo Adán, permaneció en María –su verdadero paraíso terrestre–, realizó en él ocultamente tantas maravillas, que ni los ángeles ni los hombres alcanzan a comprenderlas; por ello, los santos llaman a María la magnificencia de Dios (181) , como si Dios sólo fuera magnífico en María (ver Is 33,21).
Es el trono de la gloria que Jesús tributa al Padre, porque en María aplacó Él perfectamente a su Padre, irritado contra los hombres; en Ella reparó perfectamente la gloria que el pecado le había arrebatado; en Ella, por el holocausto que ofreció de su voluntad y de sí mismo, dio al Padre más gloria que la que le habían dado todos los sacrificios de la ley antigua; y, finalmente, en Ella le dio una gloria infinita, que jamás había recibido del hombre.
5.
Recitación del Avemaría y del Rosario
249 Quinta práctica. Tendrán gran devoción a la recitación del avemaría o salutación angélica, cuyo valor, mérito, excelencia y necesidad apenas conocen los cristianos, aun los mas instruidos. Ha sido necesario que la Santísima Virgen se haya aparecido muchas veces a grandes y muy esclarecidos santos –como Santo Domingo, San Juan de Capistrano o el Beato Alano de la Rupe– para manifestarles por si misma el valor del avemaría. Ellos escribieron libros enteros sobre las maravillas y eficacia de esta oración para convertir las almas. Proclamaron a voces y predicaron públicamente que, habiendo comenzado la salvación del mundo por el avemaría, a esta oración está vinculada también la salvación de cada uno en particular; que esta oración hizo que la tierra seca y estéril produjese el fruto de la vida, y que, por tanto, esta oración, bien rezada, hará germinar en nuestras almas la Palabra de Dios y producir el fruto de vida, Jesucristo; que el avemaría es un rocío celestial que riega la tierra, es decir, el alma, para hacerle producir fruto en tiempo oportuno, y que un alma que no es regada por esta oración celestial no produce fruto, sino malezas y espinas y está muy cerca de recibir la maldición.
250 Esto es lo que la Santísima
Virgen reveló al Beato Alano de la Rupe, como se lee en su libro De dignitate
Rosarii y luego en Cartagena: “Sabe, hijo mío, y hazlo conocer a todos, que es
señal probable y próxima de condenación eterna el tener aversión, tibieza y
negligencia a la recitación de la salutación angélica, que trajo la salvación a
todo el mundo”. Palabras tan consoladoras y terribles a la vez, tanto que nos
resistiríamos a creerlas si no las garantizara la santidad de este santo varón
y la de Santo Domingo antes que él, y después, la de muchos grandes personajes,
junto con la experiencia de muchos siglos. Pues siempre se ha observado que los
que llevan la señal de la reprobación -como los herejes, impíos, orgullos y
mundanos- odian y desprecian el avemaría y el rosario.
Los herejes aprenden a rezar el padrenuestro, pero no el avemaría ni el rosario. A éste lo consideran con horror. Antes llevarían consigo una serpiente que una camándula. Asimismo, los orgullosos, aunque católicos, teniendo como tienen las mismas inclinaciones que su padre, Lucifer, desprecian o miran con indiferencia el avemaría y consideran el rosario como devoción de mujercillas, sólo buena para ignorantes y analfabetos. Por el contrario, la experiencia enseña que quienes manifiestan grandes señales de predestinación estiman y rezan con gusto y placer el avemaría, y cuanto más unidos viven a Dios, más aprecian esta oración. La Santísima Virgen lo decía al Beato Alano a continuación de las palabras antes citadas.
251 No sé cómo ni por qué, pero es
real; no tengo mejor secreto para conocer si una persona es de Dios que
observar si gusta de rezar el avemaría y el rosario. Digo “si gusta” porque
puede suceder que una persona esté natural o sobrenaturalmente imposibilitada
de rezarlos, pero siempre los estima y recomienda a otros.
252 Recuerden, almas predestinadas,
esclavas de Jesús en María, que el avemaría es la más hermosa de todas las
oraciones después del padrenuestro (182) . El
avemaría es el más perfecto cumplido que pueden dirigir a María. Es, en efecto,
el saludo que el Altísimo le envió, por medio de un arcángel, para conquistar
su corazón, y fue tan poderoso –dados sus secretos encantos– sobre el corazón
de María, que, no obstante su profunda humildad, Ella dio su consentimiento a
la encarnación del Verbo. Con este saludo debidamente recitado, también ustedes
conquistarán infaliblemente su corazón.
253 El avemaría bien dicha, o sea,
con atención, devoción y modestia, es –según los santos– el enemigo del diablo,
a quien hace huir, y el martillo que lo aplasta. Es la santificación del alma,
la alegría de los ángeles, la melodía de los predestinados, el cántico del
Nuevo Testamento, el gozo de la Santísima Virgen y la gloria de la Santísima
Trinidad (183) .
El avemaría es un rocío celestial que hace fecunda al alma, es un casto y amoroso beso que damos a María, es una rosa encarnada que le presentamos, es una perla preciosa que le ofrecemos, es una copa de ambrosía y néctar divino que le damos. Todas estas comparaciones son de los santos.
254 Les ruego, pues, con
insistencia y por el amor que les profeso en Jesús y María, que no se contenten
con rezar la Coronilla de la Santísima Virgen. Recen también el rosario, y, si
tienen tiempo, los quince misterios todos los días. A la hora de la muerte bendecirán
el día y la hora en que aceptaron mi consejo. Y después de haber sembrado en
las bendiciones de Jesús y de María, cosecharán las bendiciones eternas: A
siembra generosa, cosecha generosa (2Cor 9,6).
6.
Recitación del “Magnificat”
255 Sexta práctica. Recitarán
frecuentemente el Magnificat -a ejemplo de la Beata María d’Oignies y de muchos
otros santos- para agradecer a Dios las gracias que otorgó a la Santísima
Virgen. El Magnificat es el único cántico compuesto por la Santísima Virgen, o
mejor, en Ella por Jesucristo, que hablaba por boca de María. Es el mayor
sacrificio de alabanza que Dios ha recibido en la ley de la gracia. Es el más
humilde y reconocido; a la vez, el más sublime y elevado de todos los cánticos.
En él hay misterios tan grandes y ocultos, que los ángeles los ignoran.
Gersón (184) –tan piadoso como sabio–, después de haber empleado gran parte de su vida en componer tratados tan llenos de erudición y piedad sobre materias tan difíciles, no pudo menos de temblar al emprender, hacia el final de su vida, la explicación del Magnificat, a fin de coronar con ésta todas sus obras. En un volumen infolio, nos refiere muchas y admirables cosas de este hermoso y divino cántico. Entre otras, afirma que la Santísima Virgen lo rezaba con frecuencia, y particularmente en acción de gracias después de la sagrada comunión.
El sabio Benzonio (185) , al explicar el Magnificat, refiere muchos milagros obrados por su virtud, y dice que los diablos tiemblan y huyen cuando oyen estas palabras del Magnificat: El hace proezas con su brazo, dispersa a los soberbios de corazón (Lc 1,51).
7.
Menosprecio del mundo
256 Séptima práctica. Los fieles servidores de María deben poner gran empeño en menospreciar, aborrecer y huir de la corrupción del mundo y servirse de las prácticas de menosprecio de lo mundano que hemos indicado en la primera parte (186) .
179 LUIS TRONSÓN (1622-1700), a quien Montfort consultó al respecto siendo estudiante.
180 SAN AMBROSIO.
181 Ver VD 6.
182 Sobre el Rosario y sus oraciones, ver El Secreto Admirable del
smo. Rosario.
183 Ver SAR 46-48.
184 JUAN GERSÓN (1363-1489).
185 BENZONIO RUTILIO, obispo de Loreto (+ 1613).
186 Esa “primera parte” ha desaparecido.
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