sábado, 25 de mayo de 2024

TEMA 297. TRATADO DE LA VERDADERA DEVOCIÓN A LA SANTÍSIMA VIRGEN. TERCERA PARTE (9). LA PERFECTA CONSAGRACIÓN A JESUCRISTO. PUNTOS (243-256)


LA PERFECTA CONSAGRACIÓN A JESUCRISTO

 PRÁCTICAS PARTICULARES DE ESTA DEVOCIÓN

 PRACTICAS EXTERIORES (2)

 Celebración del misterio de la Encarnación (243-248)

Recitación del Avemaría y del Rosario (249-254)

Recitación del “Magnificat” (255)

Menosprecio del mundo (256)

 

4. Celebración del misterio de la Encarnación

243 Cuarta práctica. Profesarán singular devoción al gran misterio de la encarnación del Verbo, el 25 de marzo. Este es, en efecto, el misterio propio de esta devoción, puesto que ha sido inspirada por el Espíritu Santo: 1o para honrar e imitar la dependencia inefable que Dios Hijo quiso tener respecto a María para gloria del Padre y para nuestra salvación. Dependencia que se manifiesta de modo especial en este misterio, en el que Jesucristo se halla prisionero y esclavo en el seno de la excelsa María, en donde depende de Ella en todo y para todo; 2o para agradecer a Dios las gracias incomparables que otorgó a María, y especialmente el haberla escogido por su dignísima Madre; elección realizada precisamente en este misterio. Estos son los fines principales de la esclavitud de Jesús en María.

 

244 Observa que digo ordinariamente: el esclavo de Jesús en María, la esclavitud de Jesús en María. En verdad, se puede decir, como muchos lo han hecho hasta ahora: el esclavo de María, la esclavitud de la Santísima Virgen. Pero creo que es preferible decir: el esclavo de Jesús en María, como lo aconsejó el Sr. Tronsón (179) , superior general del seminario de San Sulpicio, renombrado por su rara prudencia y su consumada piedad, a un clérigo que le consultó sobre este particular. Las razones son éstas:

 

245 1) Vivimos en un siglo orgulloso, en el que gran número de sabios engreídos, presumidos y críticos hallan siempre algo que censurar hasta en las prácticas de piedad mejor fundadas y más sólidas. Por tanto, a fin de no darles, sin necesidad, ocasión de crítica, vale más decir: la esclavitud de Jesucristo en María y llamarse esclavo de Jesucristo que esclavo de María, tomando el nombre de esta devoción preferiblemente de su fin último, que es Jesucristo, y no de María, que es el camino y medio para llegar a la meta. Sin embargo, se puede, en verdad, emplear una u otra expresión, como yo lo hago. Por ejemplo, un hombre que viaja de Orleáns a Tours, pasando por Amboise, puede muy bien decir que va a Amboise y que viaja a Tours, con la diferencia, sin embargo, de que Amboise no es más que el camino para llegar a Tours y que Tours es la meta y término de su viaje.

 

246 2) El principal misterio que se honra y celebra en esta devoción es el misterio de la encarnación. En él Jesucristo se halla presente y encarnado en el seno de María. Por ello es mejor decir la esclavitud de Jesús en María, de Jesús que reside y reina en María, según aquella hermosa plegaria de tantas y tan excelentes almas: “¡Oh Jesús, que vives en María, ven a vivir en nosotros con tu espíritu de santidad!, etc.”

 

247 3) Esta manera de hablar manifiesta mejor la unión íntima que hay entre Jesús y María. Ellos se hallan tan íntimamente unidos, que el uno está totalmente en el otro: Jesús está todo en María, y María toda en Jesús; o mejor, no vive Ella, sino sólo Jesús en Ella. Antes separaríamos la luz del sol que a María de Jesús. De suerte que a Nuestro Señor se le puede llamar Jesús de María, y a la Santísima Virgen, María de Jesús.

 

248 El tiempo no me permite detenerme aquí para explicar las excelencias y grandezas del misterio de Jesús que vive y reina en María, es decir, de la encarnación del Verbo. Me contentaré con decir en dos palabras que éste es el primer misterio de Jesucristo, el más oculto, el más elevado y menos conocido; que en este misterio, Jesús en el seno de María -al que por ello denominan los santos la sala de los secretos de Dios (180) escogió, de acuerdo con Ella, a todos los elegidos; que en este misterio realizó ya todos los demás misterios de su vida, por la aceptación que hizo de ellos: Por eso, al entrar en el mundo, dice él: “Aquí estoy yo para realizar tu designio...” (Heb 4,16); que este misterio es, por consiguiente, el compendio de todos los misterios de Cristo y encierra la voluntad y la gracia de todos ellos; y, por último, que este misterio es el trono de la misericordia, generosidad y gloria de Dios.

Es el trono de la misericordia divina con nosotros, porque, dado que no podemos acercarnos a Jesús sino por María, no podemos ver a Jesús ni hablarle sino por medio de Ella. Ahora bien, Jesús, que siempre complace a su querida Madre, otorga siempre allí su gracia y misericordia a los pobres pecadores. Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de la gracia... (Heb 4,16).

Es el trono de su generosidad con María, porque mientras Jesús, nuevo Adán, permaneció en María –su verdadero paraíso terrestre–, realizó en él ocultamente tantas maravillas, que ni los ángeles ni los hombres alcanzan a comprenderlas; por ello, los santos llaman a María la magnificencia de Dios (181) , como si Dios sólo fuera magnífico en María (ver Is 33,21).

Es el trono de la gloria que Jesús tributa al Padre, porque en María aplacó Él perfectamente a su Padre, irritado contra los hombres; en Ella reparó perfectamente la gloria que el pecado le había arrebatado; en Ella, por el holocausto que ofreció de su voluntad y de sí mismo, dio al Padre más gloria que la que le habían dado todos los sacrificios de la ley antigua; y, finalmente, en Ella le dio una gloria infinita, que jamás había recibido del hombre.

 

5. Recitación del Avemaría y del Rosario

249 Quinta práctica. Tendrán gran devoción a la recitación del avemaría o salutación angélica, cuyo valor, mérito, excelencia y necesidad apenas conocen los cristianos, aun los mas instruidos. Ha sido necesario que la Santísima Virgen se haya aparecido muchas veces a grandes y muy esclarecidos santos –como Santo Domingo, San Juan de Capistrano o el Beato Alano de la Rupe– para manifestarles por si misma el valor del avemaría. Ellos escribieron libros enteros sobre las maravillas y eficacia de esta oración para convertir las almas. Proclamaron a voces y predicaron públicamente que, habiendo comenzado la salvación del mundo por el avemaría, a esta oración está vinculada también la salvación de cada uno en particular; que esta oración hizo que la tierra seca y estéril produjese el fruto de la vida, y que, por tanto, esta oración, bien rezada, hará germinar en nuestras almas la Palabra de Dios y producir el fruto de vida, Jesucristo; que el avemaría es un rocío celestial que riega la tierra, es decir, el alma, para hacerle producir fruto en tiempo oportuno, y que un alma que no es regada por esta oración celestial no produce fruto, sino malezas y espinas y está muy cerca de recibir la maldición.

 

250 Esto es lo que la Santísima Virgen reveló al Beato Alano de la Rupe, como se lee en su libro De dignitate Rosarii y luego en Cartagena: “Sabe, hijo mío, y hazlo conocer a todos, que es señal probable y próxima de condenación eterna el tener aversión, tibieza y negligencia a la recitación de la salutación angélica, que trajo la salvación a todo el mundo”. Palabras tan consoladoras y terribles a la vez, tanto que nos resistiríamos a creerlas si no las garantizara la santidad de este santo varón y la de Santo Domingo antes que él, y después, la de muchos grandes personajes, junto con la experiencia de muchos siglos. Pues siempre se ha observado que los que llevan la señal de la reprobación -como los herejes, impíos, orgullos y mundanos- odian y desprecian el avemaría y el rosario.

Los herejes aprenden a rezar el padrenuestro, pero no el avemaría ni el rosario. A éste lo consideran con horror. Antes llevarían consigo una serpiente que una camándula. Asimismo, los orgullosos, aunque católicos, teniendo como tienen las mismas inclinaciones que su padre, Lucifer, desprecian o miran con indiferencia el avemaría y consideran el rosario como devoción de mujercillas, sólo buena para ignorantes y analfabetos. Por el contrario, la experiencia enseña que quienes manifiestan grandes señales de predestinación estiman y rezan con gusto y placer el avemaría, y cuanto más unidos viven a Dios, más aprecian esta oración. La Santísima Virgen lo decía al Beato Alano a continuación de las palabras antes citadas.

 

251 No sé cómo ni por qué, pero es real; no tengo mejor secreto para conocer si una persona es de Dios que observar si gusta de rezar el avemaría y el rosario. Digo “si gusta” porque puede suceder que una persona esté natural o sobrenaturalmente imposibilitada de rezarlos, pero siempre los estima y recomienda a otros.

 

252 Recuerden, almas predestinadas, esclavas de Jesús en María, que el avemaría es la más hermosa de todas las oraciones después del padrenuestro (182) . El avemaría es el más perfecto cumplido que pueden dirigir a María. Es, en efecto, el saludo que el Altísimo le envió, por medio de un arcángel, para conquistar su corazón, y fue tan poderoso –dados sus secretos encantos– sobre el corazón de María, que, no obstante su profunda humildad, Ella dio su consentimiento a la encarnación del Verbo. Con este saludo debidamente recitado, también ustedes conquistarán infaliblemente su corazón.

 

253 El avemaría bien dicha, o sea, con atención, devoción y modestia, es –según los santos– el enemigo del diablo, a quien hace huir, y el martillo que lo aplasta. Es la santificación del alma, la alegría de los ángeles, la melodía de los predestinados, el cántico del Nuevo Testamento, el gozo de la Santísima Virgen y la gloria de la Santísima Trinidad (183) .

El avemaría es un rocío celestial que hace fecunda al alma, es un casto y amoroso beso que damos a María, es una rosa encarnada que le presentamos, es una perla preciosa que le ofrecemos, es una copa de ambrosía y néctar divino que le damos. Todas estas comparaciones son de los santos.

 

254 Les ruego, pues, con insistencia y por el amor que les profeso en Jesús y María, que no se contenten con rezar la Coronilla de la Santísima Virgen. Recen también el rosario, y, si tienen tiempo, los quince misterios todos los días. A la hora de la muerte bendecirán el día y la hora en que aceptaron mi consejo. Y después de haber sembrado en las bendiciones de Jesús y de María, cosecharán las bendiciones eternas: A siembra generosa, cosecha generosa (2Cor 9,6).

 

6. Recitación del “Magnificat”

 

255 Sexta práctica. Recitarán frecuentemente el Magnificat -a ejemplo de la Beata María d’Oignies y de muchos otros santos- para agradecer a Dios las gracias que otorgó a la Santísima Virgen. El Magnificat es el único cántico compuesto por la Santísima Virgen, o mejor, en Ella por Jesucristo, que hablaba por boca de María. Es el mayor sacrificio de alabanza que Dios ha recibido en la ley de la gracia. Es el más humilde y reconocido; a la vez, el más sublime y elevado de todos los cánticos. En él hay misterios tan grandes y ocultos, que los ángeles los ignoran.

Gersón (184) –tan piadoso como sabio–, después de haber empleado gran parte de su vida en componer tratados tan llenos de erudición y piedad sobre materias tan difíciles, no pudo menos de temblar al emprender, hacia el final de su vida, la explicación del Magnificat, a fin de coronar con ésta todas sus obras. En un volumen infolio, nos refiere muchas y admirables cosas de este hermoso y divino cántico. Entre otras, afirma que la Santísima Virgen lo rezaba con frecuencia, y particularmente en acción de gracias después de la sagrada comunión.

El sabio Benzonio (185) , al explicar el Magnificat, refiere muchos milagros obrados por su virtud, y dice que los diablos tiemblan y huyen cuando oyen estas palabras del Magnificat: El hace proezas con su brazo, dispersa a los soberbios de corazón (Lc 1,51).

 

7. Menosprecio del mundo

 

256 Séptima práctica. Los fieles servidores de María deben poner gran empeño en menospreciar, aborrecer y huir de la corrupción del mundo y servirse de las prácticas de menosprecio de lo mundano que hemos indicado en la primera parte (186) .

 

 Notas a pie de página:

179 LUIS TRONSÓN (1622-1700), a quien Montfort consultó al respecto siendo estudiante.

180 SAN AMBROSIO.

181 Ver VD 6.

182 Sobre el Rosario y sus oraciones, ver El Secreto Admirable del smo. Rosario.

183 Ver SAR 46-48.

184 JUAN GERSÓN (1363-1489).

185 BENZONIO RUTILIO, obispo de Loreto (+ 1613).

186 Esa “primera parte” ha desaparecido.

 

viernes, 10 de mayo de 2024

TEMA 296. TRATADO DE LA VERDADERA DEVOCIÓN A LA SANTÍSIMA VIRGEN. TERCERA PARTE (8). LA PERFECTA CONSAGRACIÓN A JESUCRISTO. PUNTOS (226-242))

 

LA PERFECTA CONSAGRACIÓN A JESUCRISTO

 PRÁCTICAS PARTICULARES DE ESTA DEVOCIÓN

 PRACTICAS EXTERIORES (226)

Preparar y hacer la consagración (227)

Rezo de la coronilla (234)

Llevar cadenillas de hierro (236)

 

CAPÍTULO V

 PRÁCTICAS PARTICULARES DE ESTA DEVOCIÓN

 1. PRÁCTICAS EXTERIORES

 226 Aunque lo esencial de esta devoción consiste en lo interior, no por eso carece de prácticas exteriores, que no conviene descuidar: ¡Esto había que practicar y aquello no dejarlo! (Mt 23,23). Ya porque las prácticas exteriores, debidamente ejercitadas, ayudan a las interiores (167) , ya porque recuerdan al hombre –acostumbrado a guiarse por los sentidos– lo que ha hecho o debe hacer, ya porque son a propósito para edificar al prójimo que las ve, cosa que no hacen las prácticas interiores.

Por tanto, que ningún mundano ni crítico autosuficiente nos venga a decir que la verdadera devoción está en el corazón, que hay que evitar las exterioridades, ya que pueden ocultar la vanidad; que no hay que hacer alarde de la propia devoción, etc. Yo les respondo con mi Maestro: Alumbre también la luz de ustedes a los hombres: que vean el bien que hacen y glorifiquen al Padre del cielo (Mt 5,16). Lo cual no significa –como advierte San Gregorio– que debemos realizar nuestras buenas acciones y devociones exteriores para agradar a los hombres y ganarnos sus alabanzas –esto sería vanidad–, sino que, a veces, las realicemos delante de los hombres con el fin de agradar a Dios y glorificarle, sin preocuparnos por los desprecios o las alabanzas de las creaturas (168) .

Voy a proponer, en resumen, algunas prácticas exteriores, llamadas así no porque se hagan sin devoción interior, sino porque tienen algo externo que las distingue de las actitudes puramente interiores.

 

1. Preparar y hacer la consagración

227 Primera práctica. Quienes deseen abrazar esta devoción particular –no erigida aún en cofradía, aunque sería mucho de desear que lo fuera (169) – dedicarán –como he dicho en la primera parte de esta preparación al reinado de Jesucristo– doce días, por lo menos, a vaciarse del espíritu del mundo, contrario al de Jesucristo, y tres semanas en llenarse de Jesucristo por medio de la Santísima Virgen. Para ello podrán seguir este orden:

 

228 Durante la primera semana dedicarán todas sus oraciones y actos de piedad a pedir el conocimiento de sí mismos y la contrición de sus pecados, haciéndolo todo por espíritu de humildad. Podrán meditar, si quieren, lo dicho antes sobre nuestras malas inclinaciones (170) , y no considerarse durante los seis días de esta semana más que como caracoles, babosas, sapos, cerdos, serpientes, cabros; o meditar estos tres pensamientos de San Bernardo: “Piensa en lo que fuiste: un poco de barro; en lo que eres: un poco de estiércol; en lo que serás: pasto de gusano”. Rogarán a Nuestro Señor y al Espíritu Santo que los ilumine, diciendo: ¡Señor, que vea! (Lc 18,41); o: “¡Que yo te conozca!” (171) ; o también: ¡Ven, Espíritu Santo! Y dirán todos los días las letanías del Espíritu Santo y la oración señalada en la primera parte de esta obra. Recurrirán a la Santísima Virgen pidiéndole esta gracia, que debe ser el fundamento de las otras, y para ello dirán todos los días el himno Salve, Estrella del mar y las letanías de la Santísima Virgen.

 

229 Durante la segunda semana se dedicarán en todas sus oraciones y obras del día a conocer a la Santísima Virgen, pidiendo este conocimiento al Espíritu Santo. Podrán leer y meditar lo que al respecto hemos dicho (172) . Y rezarán con esta intención, como en la primera semana, las letanías del Espíritu Santo y el himno Salve, Estrella del mar y, además, el rosario o la tercera parte de él.

 

230 Dedicarán la tercera semana a conocer a Jesucristo. Para ello podrán leer y meditar lo que arriba hemos dicho y rezar la oración de San Agustín que se lee hacia el comienzo de la segunda parte (173). Podrán repetir una y mil veces cada día con el mismo santo: “¡Que yo te conozca, Señor!”, o bien: “¡Señor, sepa yo quién eres tú!” Rezarán, como en las semanas anteriores, las letanías del Espíritu Santo y el himno Salve, Estrella del mar, y añadirán todos los días las letanías del santo Nombre de Jesús.

 

231 Al concluir las tres semanas se confesarán y comulgarán con la intención de entregarse a Jesucristo, en calidad de esclavos de amor, por las manos de María. Y después de la comunión –que procurarán hacer según el método que expondré más tarde (174) – recitarán la fórmula de consagración, que también hallarán más adelante. Es conveniente que la escriban o hagan escribir, si no está impresa, y la firmen ese mismo día.

 

232 Conviene también que paguen en ese día algún tributo a Jesucristo y a su santísima Madre, ya como penitencia por su infidelidad al compromiso bautismal, ya para patentizar su total dependencia de Jesús y de María. Este tributo, naturalmente, dependerá de la devoción y capacidad de cada uno, como –por ejemplo– un ayuno, una mortificación, una limosna o un cirio. Pues, aun cuando sólo dieran, en homenaje, un alfiler, con tal que lo den de todo corazón, sería bastante para Jesús, que sólo atiende a la buena voluntad.

 

233 Al menos en cada aniversario, renovarán dicha consagración, observando las mismas prácticas durante tres semanas. Todos los meses y aun todos los días pueden renovar su entrega con estas pocas palabras: “Soy todo tuyo y cuanto tengo es tuyo, ¡oh mi amable Jesús!, por María, tu Madre santísima” (175) .

 

2. Rezo de la coronilla

 234 Segunda práctica. Rezarán todos los días de su vida -aunque sin considerarlo como obligación- la Coronilla de la Santísima Virgen, compuesta de tres padrenuestros y doce avemarías, para honrar los doce privilegios y grandezas de la Santísima Virgen. Esta práctica es muy antigua y tiene su fundamento en la Sagrada Escritura. San Juan vio una mujer coronada de doce estrellas, vestida del sol y con la luna bajo sus pies (ver Ap 12,1). Esta mujer –según los intérpretes– es María.

 

235 Sería prolijo enumerar las muchas maneras que hay de rezarla bien. El Espíritu Santo se las enseñará a quienes sean más fieles a esta devoción. Para recitarla con mayor sencillez será conveniente empezar así: “Dígnate aceptar mis alabanzas, Virgen Santísima. Dame fuerzas contra tus enemigos”. En seguida rezarás el Credo, un padrenuestro, cuatro avemarías y un gloria; todo ello tres veces. Al fin dirás: Bajo tu amparo...

 

3. Llevar cadenillas de hierro

 236 Tercera práctica. Es muy laudable, glorioso y útil para quienes se consagran como esclavos de Jesús en María llevar, como señal de su esclavitud de amor, alguna cadenilla de hierro bendecida con una fórmula propia que se ofrece más adelante (176) . Estas señales exteriores no son, en verdad, esenciales, y bien pueden suprimirse aun después de haber abrazado esta devoción. Sin embargo, no puedo menos de alabar en gran manera a quienes, una vez sacudidas las cadenas vergonzosas de la esclavitud del demonio –con que el pecado original y tal vez los pecados actuales los tenían atados–, se han sometido voluntariamente a la esclavitud de Jesucristo y se glorían, con San Pablo, de estar encadenados, por Jesucristo (ver Ef 3,1 y Flm 1.9), con cadenas mil veces más gloriosas y preciosas -aunque sean de hierro y sin brillo- que todos los collares de oro de los emperadores.

 

237 En otro tiempo no había nada más infamante que la cruz. Ahora este madero es lo más glorioso del cristianismo. Lo mismo decimos de los hierros de la esclavitud.

 Nada había entre los antiguos más ignominioso, ni lo hay entre los paganos. Pero entre los cristianos no hay nada más ilustre que estas cadenas de Jesucristo, porque ellas nos liberan y preservan de las ataduras infames del pecado y del demonio, nos ponen en libertad y nos ligan a Jesús y a María, no por violencia y a la fuerza, como presidiarios, sino por caridad y amor, como a hijos: Con correas de amor los atraía (Os 11,4) –dice el Señor por la boca de su profeta–. Estas cadenas de amor son, por consiguiente, fuertes como la muerte (Cant 8,6) y en cierto modo, más fuertes aún para quienes sean fieles en llevar hasta la muerte estas gloriosas preseas. Efectivamente, aunque la muerte destruya el cuerpo reduciéndolo a podredumbre, no destruirá las ataduras de esta esclavitud, que –siendo de hierro– no se disuelven fácilmente, y quizás en la resurrección de los cuerpos, en el gran juicio del último día, estas cadenas, que todavía rodearán sus huesos, constituirán parte de su gloria y se transformarán en cadenas de luz y de triunfo. ¡Dichosos, pues, mil veces los esclavos ilustres de Jesús en María, que llevan sus cadenas hasta el sepulcro!

 

238 Estas son las razones para llevar tales cadenillas: 1o Para recordar al cristiano los votos y promesas del Bautismo, la renovación perfecta que hizo de ellos por esta devoción y la estrecha obligación que ha contraído de permanecer fiel a ellos. Dado que el hombre, acostumbrado a gobernarse más por los sentidos que por la fe pura, olvida fácilmente sus obligaciones para con Dios si no tiene algún objeto que se las recuerde, estas cadenillas sirven admirablemente al cristiano para traerle a la memoria las cadenas del pecado y de la esclavitud del demonio –de las cuales lo libró el Bautismo– y de la servidumbre que en el Santo Bautismo prometió a Jesucristo y ratificó por la renovación de sus votos. Y una de las razones que explican por qué tan pocos cristianos piensan en los votos del Santo Bautismo viven un libertinaje propio de paganos –como si a nada se hubieran comprometido con Dios–, es que no llevan ninguna señal exterior que les recuerde todo esto.

 

239 2o Para mostrar que no nos avergonzamos de la esclavitud y servidumbre de Jesucristo y que renunciamos a la esclavitud funesta del mundo, del pecado y del demonio.

3o Para liberarnos y preservarnos de las cadenas del pecado y del infierno. Porque es preciso que llevemos las cadenas de la iniquidad o las del amor y de la salvación (177)

 

240 ¡Hermano carísimo! Rompamos las cadenas de los pecados y de los pecadores, del mundo y de los mundanos, del demonio y de sus secuaces. Arrojemos lejos de nosotros su yugo funesto: ¡Rompamos sus coyundas, sacudamos su yugo! (Sal 2,3). Mete los pies en su cepo –para usar el lenguaje del Espíritu Santo– y ofrece el cuello a su yugo (BenS 6,25). Inclinemos nuestros hombros y tomemos a cuestas la Sabiduría, que es Jesucristo: Arrima el hombro para cargar con ella y no te irrites con sus cadenas (BenS 6,26).

Toma nota de que el Espíritu Santo, antes de pronunciar estas palabras, prepara el alma a fin de que no rechace tan importante consejo, diciendo: Escucha, hijo mío, mi opinión y no rechaces mi consejo (BenS 6,26).

 

241 No lleves a mal, amigo, que me una al Espíritu Santo para darte el mismo consejo: Sus ataduras son una venda saludable (BenS 6,24). Como Jesucristo en la cruz debe atraerlo todo hacia Él (Jn 12,32), de grado o por fuerza, atraerá a los réprobos con las cadenas de sus pecados para encadenarlos, a manera de presidiarios y demonios, a su ira eterna y a su justicia vengadora; mientras atraerá -particularmente en estos últimos tiempos- a los predestinados con las cadenas de amor: Atraeré a todos hacia mí (Jn 12,32); Los atraeré con cadenas de amor (Os 11,4).

 

242 Estos esclavos de amor de Jesucristo o encadenados de Jesucristo (Ef 3,1) pueden llevar sus cadenas al cuello, en los brazos, en la cintura o en los pies. El P. Vicente Caraffa, séptimo superior general de la Compañía de Jesús -que murió en olor de santidad, en el año 1643-, llevaba, en señal de esclavitud, un aro de hierro en cada pie, y decía que su dolor era no poder arrastrar públicamente la cadena. La Madre Inés de Jesús, de quien hablamos antes (178) , llevaba una cadena a la cintura. Otros la han llevado al cuello, como penitencia por los collares de perlas que llevaron en el mundo, y otros, en los brazos, para acordarse, durante el trabajo manual, de que son esclavos de Jesucristo.

 

Notas a pie de página:

167 Ver SAN FRANCISCO DE SALES, Tratados Espirituales.

168 SAN GREGORIO MAGNO, Homilías.

169 A fines del siglo pasado (1899), MONS. DEHAMEL instituía en Ottawa (Canadá), la primera “Cofradía de María, Reina de los Corazones”. San Pío X (1913) daba el título de “Archicofradía” a la filial de Roma. En 1955, la Santa Sede aprobó también la rama de los “Sacerdotes de María”, que en Francia llegó a contar incluso con una floreciente Revista.

170 Ver VD 78-79.

171 SAN AGUSTÍN.

172 Ver VD 16-36; 83-89.

173 Ver VD 61-77.

174 VD 266-273.

175 Fórmula inspirada en SAN BUENAVENTURA.

177 Ver VD 68ss

178 Ver VD 170.