Introducción (271)
El fundamento último (272-276)
La identidad cristiana (277-280)
Religión y violència (281-284)
Llamamiento (285-287)
Oración al Creador
Oración Cristiana ecuménica
Introducción
271. Las distintas
religiones, a partir de la valoración de cada persona humana como criatura
llamada a ser hijo o hija de Dios, ofrecen un aporte valioso para la
construcción de la fraternidad y para la defensa de la justicia en la sociedad.
El diálogo entre personas de distintas religiones no se hace meramente por
diplomacia, amabilidad o tolerancia. Como enseñaron los Obispos de India, «el
objetivo del diálogo es establecer amistad, paz, armonía y compartir valores y
experiencias morales y espirituales en un espíritu de verdad y amor»[259].
El fundamento último
272. Los creyentes pensamos
que, sin una apertura al Padre de todos, no habrá razones sólidas y estables
para el llamado a la fraternidad. Estamos convencidos de que «sólo con esta
conciencia de hijos que no son huérfanos podemos vivir en paz entre nosotros»[260].
Porque «la razón, por sí sola, es capaz de aceptar la igualdad entre los
hombres y de establecer una convivencia cívica entre ellos, pero no consigue
fundar la hermandad»[261].
273. En esta línea, quiero recordar un texto memorable: «Si no existe una verdad trascendente, con cuya obediencia el hombre conquista su plena identidad, tampoco existe ningún principio seguro que garantice relaciones justas entre los hombres: los intereses de clase, grupo o nación, los contraponen inevitablemente unos a otros. Si no se reconoce la verdad trascendente, triunfa la fuerza del poder, y cada uno tiende a utilizar hasta el extremo los medios de que dispone para imponer su propio interés o la propia opinión, sin respetar los derechos de los demás. [...]
La
raíz del totalitarismo moderno hay que verla, por tanto, en la negación de la
dignidad trascendente de la persona humana, imagen visible de Dios invisible y,
precisamente por esto, sujeto natural de derechos que nadie puede violar: ni el
individuo, el grupo, la clase social, ni la nación o el Estado. No puede
hacerlo tampoco la mayoría de un cuerpo social, poniéndose en contra de la
minoría»[262].
274. Desde nuestra experiencia de fe y desde la sabiduría que ha ido amasándose a lo largo de los siglos, aprendiendo también de nuestras muchas debilidades y caídas, los creyentes de las distintas religiones sabemos que hacer presente a Dios es un bien para nuestras sociedades.
Buscar a Dios con corazón sincero, siempre que no lo empañemos con nuestros intereses ideológicos o instrumentales, nos ayuda a reconocernos compañeros de camino, verdaderamente hermanos.
Creemos que
«cuando, en nombre de una ideología, se quiere expulsar a Dios de la sociedad,
se acaba por adorar ídolos, y enseguida el hombre se pierde, su dignidad es
pisoteada, sus derechos violados. Ustedes saben bien a qué atrocidades puede
conducir la privación de la libertad de conciencia y de la libertad religiosa,
y cómo esa herida deja a la humanidad radicalmente empobrecida, privada de
esperanza y de ideales»[263].
275. Cabe reconocer que «entre las causas más importantes de la crisis del mundo moderno están una conciencia humana anestesiada y un alejamiento de los valores religiosos, además del predominio del individualismo y de las filosofías materialistas que divinizan al hombre y ponen los valores mundanos y materiales en el lugar de los principios supremos y trascendentes»[264].
No puede admitirse que en el debate público sólo tengan voz los poderosos y los
científicos. Debe haber un lugar para la reflexión que procede de un trasfondo
religioso que recoge siglos de experiencia y de sabiduría. «Los textos
religiosos clásicos pueden ofrecer un significado para todas las épocas, tienen
una fuerza motivadora», pero de hecho «son despreciados por la cortedad de vista
de los racionalismos»[265].
276. Por estas razones, si bien la Iglesia respeta la autonomía de la política, no relega su propia misión al ámbito de lo privado. Al contrario, no «puede ni debe quedarse al margen» en la construcción de un mundo mejor ni dejar de «despertar las fuerzas espirituales»[266] que fecunden toda la vida en sociedad.
Es verdad que los ministros religiosos no deben hacer política partidaria, propia de los laicos, pero ni siquiera ellos pueden renunciar a la dimensión política de la existencia[267] que implica una constante atención al bien común y la preocupación por el desarrollo humano integral.
La Iglesia «tiene un papel público que no se agota en sus actividades de asistencia y educación» sino que procura «la promoción del hombre y la fraternidad universal»[268]. No pretende disputar poderes terrenos, sino ofrecerse como «un hogar entre los hogares —esto es la Iglesia—, abierto […] para testimoniar al mundo actual la fe, la esperanza y el amor al Señor y a aquellos que Él ama con predilección. Una casa de puertas abiertas.
La Iglesia es una casa con las puertas abiertas,
porque es madre»[269].
Y como María, la Madre de Jesús, «queremos ser una Iglesia que sirve, que sale
de casa, que sale de sus templos, que sale de sus sacristías, para acompañar la
vida, sostener la esperanza, ser signo de unidad […] para tender puentes,
romper muros, sembrar reconciliación»[270].
La identidad cristiana
277. La Iglesia valora la acción de Dios en las demás religiones, y «no rechaza nada de lo que en estas religiones hay de santo y verdadero. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que […] no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres»[271].
Pero los cristianos no podemos esconder que «si la música del Evangelio deja de vibrar en nuestras entrañas, habremos perdido la alegría que brota de la compasión, la ternura que nace de la confianza, la capacidad de reconciliación que encuentra su fuente en sabernos siempre perdonados‒enviados. Si la música del Evangelio deja de sonar en nuestras casas, en nuestras plazas, en los trabajos, en la política y en la economía, habremos apagado la melodía que nos desafiaba a luchar por la dignidad de todo hombre y mujer»[272].
Otros beben de otras fuentes. Para nosotros, ese manantial de dignidad humana y de fraternidad está en el Evangelio de Jesucristo. De él surge «para el pensamiento cristiano y para la acción de la Iglesia el primado que se da a la relación, al encuentro con el misterio sagrado del otro, a la comunión universal con la humanidad entera como vocación de todos»[273].
278. Llamada a encarnarse en todos los rincones, y presente durante siglos en cada lugar de la tierra —eso significa “católica”— la Iglesia puede comprender desde su experiencia de gracia y de pecado, la belleza de la invitación al amor universal. Porque «todo lo que es humano tiene que ver con nosotros. […] Dondequiera que se reúnen los pueblos para establecer los derechos y deberes del hombre, nos sentimos honrados cuando nos permiten sentarnos junto a ellos»[274].
Para muchos cristianos, este camino de fraternidad tiene también una Madre,
llamada María. Ella recibió ante la Cruz esta maternidad universal (cf. Jn 19,26)
y está atenta no sólo a Jesús sino también «al resto de sus descendientes» (Ap 12,17).
Ella, con el poder del Resucitado, quiere parir un mundo nuevo, donde todos
seamos hermanos, donde haya lugar para cada descartado de nuestras sociedades,
donde resplandezcan la justicia y la paz.
279. Los cristianos pedimos que, en los países donde somos minoría, se nos garantice la libertad, así como nosotros la favorecemos para quienes no son cristianos allí donde ellos son minoría. Hay un derecho humano fundamental que no debe ser olvidado en el camino de la fraternidad y de la paz; el de la libertad religiosa para los creyentes de todas las religiones.
Esa libertad proclama que podemos «encontrar
un buen acuerdo entre culturas y religiones diferentes; atestigua que las cosas
que tenemos en común son tantas y tan importantes que es posible encontrar un
modo de convivencia serena, ordenada y pacífica, acogiendo las diferencias y
con la alegría de ser hermanos en cuanto hijos de un único Dios»[275].
280. Al mismo tiempo, pedimos a Dios que afiance la unidad dentro de la Iglesia, unidad que se enriquece con diferencias que se reconcilian por la acción del Espíritu Santo. Porque «fuimos bautizados en un mismo Espíritu para formar un solo cuerpo» (1 Co 12,13) donde cada uno hace su aporte distintivo. Como decía san Agustín: «El oído ve a través del ojo, y el ojo escucha a través del oído»[276].
También urge seguir dando testimonio de un camino de encuentro entre las
distintas confesiones cristianas. No podemos olvidar aquel deseo que expresó
Jesucristo: «Que todos sean uno» (Jn 17,21). Escuchando su llamado
reconocemos con dolor que al proceso de globalización le falta todavía la
contribución profética y espiritual de la unidad entre todos los cristianos. No
obstante, «mientras nos encontramos aún en camino hacia la plena comunión,
tenemos ya el deber de dar testimonio común del amor de Dios a su pueblo
colaborando en nuestro servicio a la humanidad»[277].
Religión y violencia
281. Entre las religiones
es posible un camino de paz. El punto de partida debe ser la mirada de Dios.
Porque «Dios no mira con los ojos, Dios mira con el corazón. Y el amor de Dios
es el mismo para cada persona sea de la religión que sea. Y si es ateo es el
mismo amor. Cuando llegue el último día y exista la luz suficiente sobre la
tierra para poder ver las cosas como son, ¡nos vamos a llevar cada sorpresa!»[278].
282. También «los creyentes necesitamos encontrar espacios para conversar y para actuar juntos por el bien común y la promoción de los más pobres. No se trata de que todos seamos más light o de que escondamos las convicciones propias que nos apasionan para poder encontrarnos con otros que piensan distinto. […] Porque mientras más profunda, sólida y rica es una identidad, más tendrá para enriquecer a los otros con su aporte específico»[279].
Los creyentes nos vemos desafiados a volver a nuestras fuentes para
concentrarnos en lo esencial: la adoración a Dios y el amor al prójimo, de
manera que algunos aspectos de nuestras doctrinas, fuera de su contexto, no
terminen alimentando formas de desprecio, odio, xenofobia, negación del otro.
La verdad es que la violencia no encuentra fundamento en las convicciones
religiosas fundamentales sino en sus deformaciones.
283. El culto a Dios sincero y humilde «no lleva a la discriminación, al odio y la violencia, sino al respeto de la sacralidad de la vida, al respeto de la dignidad y la libertad de los demás, y al compromiso amoroso por todos»[280]. En realidad «el que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor» (1 Jn 4,8).
Por ello «el terrorismo execrable que amenaza la seguridad de las personas, tanto en Oriente como en Occidente, tanto en el Norte como en el Sur, propagando el pánico, el terror y el pesimismo no es a causa de la religión —aun cuando los terroristas la utilizan—, sino de las interpretaciones equivocadas de los textos religiosos, políticas de hambre, pobreza, injusticia, opresión, arrogancia; por esto es necesario interrumpir el apoyo a los movimientos terroristas a través del suministro de dinero, armas, planes o justificaciones y también la cobertura de los medios, y considerar esto como crímenes internacionales que amenazan la seguridad y la paz mundiales. Tal terrorismo debe ser condenado en todas sus formas y manifestaciones»[281].
Las
convicciones religiosas sobre el sentido sagrado de la vida humana nos permiten
«reconocer los valores fundamentales de nuestra humanidad común, los valores en
virtud de los que podemos y debemos colaborar, construir y dialogar, perdonar y
crecer, permitiendo que el conjunto de las voces forme un noble y armónico
canto, en vez del griterío fanático del odio»[282].
284. A veces la violencia fundamentalista, en algunos grupos de cualquier religión, es desatada por la imprudencia de sus líderes. Pero «el mandamiento de la paz está inscrito en lo profundo de las tradiciones religiosas que representamos. […] Los líderes religiosos estamos llamados a ser auténticos “dialogantes”, a trabajar en la construcción de la paz no como intermediarios, sino como auténticos mediadores. Los intermediarios buscan agradar a todas las partes, con el fin de obtener una ganancia para ellos mismos. El mediador, en cambio, es quien no se guarda nada para sí mismo, sino que se entrega generosamente, hasta consumirse, sabiendo que la única ganancia es la de la paz.
Cada uno de nosotros está llamado a ser
un artesano de la paz, uniendo y no dividiendo, extinguiendo el odio y no
conservándolo, abriendo las sendas del diálogo y no levantando nuevos muros»[283].
Llamamiento
285. En aquel encuentro fraterno que recuerdo gozosamente, con el Gran Imán Ahmad Al-Tayyeb «declaramos —firmemente— que las religiones no incitan nunca a la guerra y no instan a sentimientos de odio, hostilidad, extremismo, ni invitan a la violencia o al derramamiento de sangre. Estas desgracias son fruto de la desviación de las enseñanzas religiosas, del uso político de las religiones y también de las interpretaciones de grupos religiosos que han abusado —en algunas fases de la historia— de la influencia del sentimiento religioso en los corazones de los hombres. […]
En efecto, Dios, el Omnipotente,
no necesita ser defendido por nadie y no desea que su nombre sea usado para
aterrorizar a la gente»[284].
Por ello quiero retomar aquí el llamamiento de paz, justicia y fraternidad que
hicimos juntos:
«En el nombre de Dios que ha creado todos los seres humanos iguales en los
derechos, en los deberes y en la dignidad, y los ha llamado a convivir como
hermanos entre ellos, para poblar la tierra y difundir en ella los valores del
bien, la caridad y la paz.
En el nombre de la inocente alma humana que Dios ha prohibido matar,
afirmando que quien mata a una persona es como si hubiese matado a toda la
humanidad y quien salva a una es como si hubiese salvado a la humanidad entera.
En el nombre de los pobres, de los desdichados, de los necesitados y de los
marginados que Dios ha ordenado socorrer como un deber requerido a todos los
hombres y en modo particular a cada hombre acaudalado y acomodado.
En el nombre de los huérfanos, de las viudas, de los refugiados y de los
exiliados de sus casas y de sus pueblos; de todas las víctimas de las guerras,
las persecuciones y las injusticias; de los débiles, de cuantos viven en el
miedo, de los prisioneros de guerra y de los torturados en cualquier parte del
mundo, sin distinción alguna.
En el nombre de los pueblos que han perdido la seguridad, la paz y la
convivencia común, siendo víctimas de la destrucción, de la ruina y de las
guerras.
En nombre de la fraternidad humana que abraza a todos los
hombres, los une y los hace iguales.
En el nombre de esta fraternidad golpeada por las
políticas de integrismo y división y por los sistemas de ganancia insaciable y
las tendencias ideológicas odiosas, que manipulan las acciones y los destinos
de los hombres.
En el nombre de la libertad, que Dios ha dado a todos los seres humanos,
creándolos libres y distinguiéndolos con ella.
En el nombre de la justicia y de la misericordia, fundamentos de la
prosperidad y quicios de la fe.
En el nombre de todas las personas de buena voluntad, presentes en cada
rincón de la tierra.
En el nombre de Dios y de todo esto […] “asumimos” la cultura del diálogo
como camino; la colaboración común como conducta; el conocimiento recíproco
como método y criterio»[285].
***
286. En este espacio de
reflexión sobre la fraternidad universal, me sentí motivado especialmente por
san Francisco de Asís, y también por otros hermanos que no son católicos:
Martin Luther King, Desmond Tutu, el Mahatma Mohandas Gandhi y muchos más. Pero
quiero terminar recordando a otra persona de profunda fe, quien, desde su
intensa experiencia de Dios, hizo un camino de transformación hasta sentirse
hermano de todos. Se trata del beato Carlos de Foucauld.
287. Él fue orientando su
sueño de una entrega total a Dios hacia una identificación con los últimos,
abandonados en lo profundo del desierto africano. En ese contexto expresaba sus
deseos de sentir a cualquier ser humano como un hermano,[286] y
pedía a un amigo: «Ruegue a Dios para que yo sea realmente el hermano de
todos».[287] Quería
ser, en definitiva, «el hermano universal»[288].
Pero sólo identificándose con los últimos llegó a ser hermano de todos. Que
Dios inspire ese sueño en cada uno de nosotros. Amén.
Oración al Creador
Señor y Padre de la humanidad,
que creaste a todos los seres humanos con la misma dignidad,
infunde en nuestros corazones un espíritu fraternal.
Inspíranos un sueño de reencuentro, de diálogo, de justicia y de paz.
Impúlsanos a crear sociedades más sanas
y un mundo más digno,
sin hambre, sin pobreza, sin violencia, sin guerras.
Que nuestro corazón se abra
a todos los pueblos y naciones de la tierra,
para reconocer el bien y la belleza
que sembraste en cada uno,
para estrechar lazos de unidad, de proyectos comunes,
de esperanzas compartidas. Amén.
Oración cristiana ecuménica
Dios nuestro, Trinidad de amor,
desde la fuerza comunitaria de tu intimidad divina
derrama en nosotros el río del amor fraterno.
Danos ese amor que se reflejaba en los gestos de Jesús,
en su familia de Nazaret y en la primera comunidad cristiana.
Concede a los cristianos que vivamos el Evangelio
y podamos reconocer a Cristo en cada ser humano,
para verlo crucificado en las angustias de los abandonados
y olvidados de este mundo
y resucitado en cada hermano que se levanta.
Ven, Espíritu Santo, muéstranos tu hermosura
reflejada en todos los pueblos de la tierra,
para descubrir que todos son importantes,
que todos son necesarios, que son rostros diferentes
de la misma humanidad que amas. Amén.
Dado en Asís, junto a la tumba de san Francisco, el 3 de octubre del año
2020, víspera de la Fiesta del “Poverello”, octavo de mi Pontificado.
Francisco
Notas a pie de página:
[260] Homilía durante la Santa Misa, Domus Sanctae
Marthae (17 mayo 2020).
[261] Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29 junio
2009), 19: AAS 101 (2009), 655.
[262] S. Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus (1 mayo 1991),
44: AAS 83 (1991), 849.
[263] Discurso a los líderes de otras religiones y otras
denominaciones cristianas, Tirana – Albania (21 septiembre
2014): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española
(26 septiembre 2014), p. 9.
[264] Documento sobre la fraternidad humana por la paz mundial y
la convivencia común, Abu Dabi (4 febrero 2019): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (8 febrero 2019), p. 7.
[265] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre
2013), 256: AAS 105 (2013), 1123.
[266] Benedicto XVI, Carta enc. Deus caritas est (25 diciembre
2005), 28: AAS 98 (2006), 240.
[267] «El ser humano es un animal político» (Aristóteles, Política,
1253a 1-3).
[268] Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29 junio
2009), 11: AAS 101 (2009), 648.
[269] Discurso a la Comunidad católica, Rakovski – Bulgaria (6 mayo 2019): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (10 mayo 2019), p. 9.
[270] Homilía durante la Santa Misa, Santiago
de Cuba (22 septiembre 2015): AAS 107 (2015), 1005.
[271] Conc. Ecum. Vat. II, Declaración Nostra aetate, sobre las relaciones de
la Iglesia con las religiones no cristianas, 2.
[272] Discurso en el encuentro ecuménico, Riga
– Letonia (24 septiembre 2018): L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (28 septiembre 2018), p. 13.
[273] Lectio divina en la Pontificia Universidad Lateranense (26
marzo 2019): L’Osservatore Romano (27 marzo 2019), p. 10.
[274] S. Pablo VI, Carta enc. Ecclesiam suam (6 agosto 1964),
44: AAS 56 (1964), 650.
[275] Discurso a las autoridades, Belén –
Palestina (25 mayo 2014): L’Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española (30 mayo 2014), p. 7.
[276] Enarrationes in Psalmos, 130, 6: PL 37, 1707.
[277] Declaración conjunta del Santo Padre Francisco y del
Patriarca Ecuménico Bartolomé I, Jerusalén (25 mayo 2014),
5: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (30
mayo 2014), p. 12.
[278] Del film El Papa Francisco – Un hombre de palabra. La
esperanza es un mensaje universal, de Wim Wenders (2018).
[279] Exhort. ap. postsin. Querida Amazonia (2 febrero 2020),
106.
[280] Homilía durante la Santa Misa, Colombo –
Sri Lanka (14 enero 2015): AAS 107 (2015), 139; L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (16 enero 2015), p. 5.
[281] Documento sobre la fraternidad humana por la paz mundial y
la convivencia común, Abu Dabi (4 febrero 2019):L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (8 febrero 2019), p. 10.
[282] Discurso a las autoridades, Sarajevo –
Bosnia-Herzegovina (6 junio 2015): L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (12 junio 2015), p. 5.
[283] Discurso en el Encuentro Internacional por la Paz
organizado por la Comunidad de San Egidio (30
septiembre 2013): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (4 octubre 2013), p. 3.
[284] Documento sobre la fraternidad humana por la paz mundial y
la convivencia común, Abu Dabi (4 febrero 2019): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (8 febrero 2019), p. 10.
[286] Cf. B. Carlos de Foucauld, Meditación sobre el Padrenuestro (23
enero 1897).
[287] Íd., Carta a Henry de Castries (29 noviembre 1901).
[288] Íd., Carta a Madame de Bondy (7 enero 1902).
Así le llamaba también san Pablo VI, elogiando su compromiso: Carta enc. Populorum progressio (26 marzo
1967), 12: AAS 59 (1967), 263.
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