Valores y límites de las visiones liberales (163-169)
El poder internacional (170-175)
Una caridad social y política (176)
La política que se necessita (177-179)
Valores y límites de las visiones liberales
163. La categoría de pueblo, que incorpora una valoración positiva de los lazos comunitarios y culturales, suele ser rechazada por las visiones liberales individualistas, donde la sociedad es considerada una mera suma de intereses que coexisten. Hablan de respeto a las libertades, pero sin la raíz de una narrativa común. En ciertos contextos, es frecuente acusar de populistas a todos los que defiendan los derechos de los más débiles de la sociedad.
Para estas visiones, la
categoría de pueblo es una mitificación de algo que en realidad no existe. Sin
embargo, aquí se crea una polarización innecesaria, ya que ni la idea de pueblo
ni la de prójimo son categorías puramente míticas o románticas que excluyan o
desprecien la organización social, la ciencia y las instituciones de la
sociedad civil[138].
164. La caridad reúne ambas
dimensiones —la mítica y la institucional— puesto que implica una marcha eficaz
de transformación de la historia que exige incorporarlo principalmente todo:
las instituciones, el derecho, la técnica, la experiencia, los aportes
profesionales, el análisis científico, los procedimientos administrativos.
Porque «no hay de hecho vida privada si no es protegida por un orden público,
un hogar cálido no tiene intimidad si no es bajo la tutela de la legalidad, de
un estado de tranquilidad fundado en la ley y en la fuerza y con la condición
de un mínimo de bienestar asegurado por la división del trabajo, los
intercambios comerciales, la justicia social y la ciudadanía política»[139].
165. La verdadera caridad es capaz de incorporar todo esto en su entrega, y si debe expresarse en el encuentro persona a persona, también es capaz de llegar a una hermana o a un hermano lejano e incluso ignorado, a través de los diversos recursos que las instituciones de una sociedad organizada, libre y creativa son capaces de generar. Si vamos al caso, aun el buen samaritano necesitó de la existencia de una posada que le permitiera resolver lo que él solo en ese momento no estaba en condiciones de asegurar.
El amor al prójimo es realista y no desperdicia
nada que sea necesario para una transformación de la historia que beneficie a
los últimos. De otro modo, a veces se tienen ideologías de izquierda o
pensamientos sociales, junto con hábitos individualistas y procedimientos
ineficaces que sólo llegan a unos pocos. Mientras tanto, la multitud de los
abandonados queda a merced de la posible buena voluntad de algunos. Esto hace
ver que es necesario fomentar no únicamente una mística de la fraternidad sino
al mismo tiempo una organización mundial más eficiente para ayudar a resolver
los problemas acuciantes de los abandonados que sufren y mueren en los países
pobres. Esto a su vez implica que no hay una sola salida posible, una única
metodología aceptable, una receta económica que pueda ser aplicada igualmente
por todos, y supone que aun la ciencia más rigurosa pueda proponer caminos
diferentes.
166. Todo esto podría estar colgado de alfileres, si perdemos la capacidad de advertir la necesidad de un cambio en los corazones humanos, en los hábitos y en los estilos de vida. Es lo que ocurre cuando la propaganda política, los medios y los constructores de opinión pública persisten en fomentar una cultura individualista e ingenua ante los intereses económicos desenfrenados y la organización de las sociedades al servicio de los que ya tienen demasiado poder. Por eso, mi crítica al paradigma tecnocrático no significa que sólo intentando controlar sus excesos podremos estar asegurados, porque el mayor peligro no reside en las cosas, en las realidades materiales, en las organizaciones, sino en el modo como las personas las utilizan.
El asunto es la fragilidad humana, la tendencia constante al
egoísmo humano que forma parte de aquello que la tradición cristiana llama
“concupiscencia”: la inclinación del ser humano a encerrarse en la inmanencia
de su propio yo, de su grupo, de sus intereses mezquinos. Esa concupiscencia no
es un defecto de esta época. Existió desde que el hombre es hombre y
simplemente se transforma, adquiere diversas modalidades en cada siglo, y
finalmente utiliza los instrumentos que el momento histórico pone a su
disposición. Pero es posible dominarla con la ayuda de Dios.
167. La tarea educativa, el
desarrollo de hábitos solidarios, la capacidad de pensar la vida humana más
integralmente, la hondura espiritual, hacen falta para dar calidad a las
relaciones humanas, de tal modo que sea la misma sociedad la que reaccione ante
sus inequidades, sus desviaciones, los abusos de los poderes económicos,
tecnológicos, políticos o mediáticos. Hay visiones liberales que ignoran este factor
de la fragilidad humana, e imaginan un mundo que responde a un determinado
orden que por sí solo podría asegurar el futuro y la solución de todos los
problemas.
168. El mercado solo no resuelve todo, aunque otra vez nos quieran hacer creer este dogma de fe neoliberal. Se trata de un pensamiento pobre, repetitivo, que propone siempre las mismas recetas frente a cualquier desafío que se presente. El neoliberalismo se reproduce a sí mismo sin más, acudiendo al mágico “derrame” o “goteo” —sin nombrarlo— como único camino para resolver los problemas sociales. No se advierte que el supuesto derrame no resuelve la inequidad, que es fuente de nuevas formas de violencia que amenazan el tejido social.
Por una parte, es imperiosa una política económica activa orientada a «promover una economía que favorezca la diversidad productiva y la creatividad empresarial»[140], para que sea posible acrecentar los puestos de trabajo en lugar de reducirlos. La especulación financiera con la ganancia fácil como fin fundamental sigue causando estragos. Por otra parte, «sin formas internas de solidaridad y de confianza recíproca, el mercado no puede cumplir plenamente su propia función económica. Hoy, precisamente esta confianza ha fallado»[141]. El fin de la historia no fue tal, y las recetas dogmáticas de la teoría económica imperante mostraron no ser infalibles.
La fragilidad de los sistemas
mundiales frente a las pandemias ha evidenciado que no todo se resuelve con la
libertad de mercado y que, además de rehabilitar una sana política que no esté
sometida al dictado de las finanzas, «tenemos que volver a llevar la dignidad
humana al centro y que sobre ese pilar se construyan las estructuras sociales
alternativas que necesitamos»[142].
169. En ciertas visiones economicistas cerradas y monocromáticas, no parecen tener lugar, por ejemplo, los movimientos populares que aglutinan a desocupados, trabajadores precarios e informales y a tantos otros que no entran fácilmente en los cauces ya establecidos. En realidad, estos gestan variadas formas de economía popular y de producción comunitaria. Hace falta pensar en la participación social, política y económica de tal manera «que incluya a los movimientos populares y anime las estructuras de gobierno locales, nacionales e internacionales con ese torrente de energía moral que surge de la incorporación de los excluidos en la construcción del destino común» y a su vez es bueno promover que «estos movimientos, estas experiencias de solidaridad que crecen desde abajo, desde el subsuelo del planeta, confluyan, estén más coordinadas, se vayan encontrando»[143]. Pero sin traicionar su estilo característico, porque ellos «son sembradores de cambio, promotores de un proceso en el que confluyen millones de acciones grandes y pequeñas encadenadas creativamente, como en una poesía»[144].
En este sentido son “poetas sociales”, que trabajan, proponen, promueven y
liberan a su modo. Con ellos será posible un desarrollo humano integral,
que implica superar «esa idea de las políticas sociales concebidas como una
política hacia los pobres pero nunca con los
pobres, nunca de los pobres y mucho menos inserta en un
proyecto que reunifique a los pueblos»[145]. Aunque
molesten, aunque algunos “pensadores” no sepan cómo clasificarlos, hay que
tener la valentía de reconocer que sin ellos «la democracia se atrofia, se
convierte en un nominalismo, una formalidad, pierde representatividad, se va
desencarnando porque deja afuera al pueblo en su lucha cotidiana por la
dignidad, en la construcción de su destino»[146].
El poder internacional
170. Me permito repetir que
«la crisis financiera de 2007-2008 era la ocasión para el desarrollo de una
nueva economía más atenta a los principios éticos y para una nueva regulación
de la actividad financiera especulativa y de la riqueza ficticia. Pero no hubo
una reacción que llevara a repensar los criterios obsoletos que siguen rigiendo
al mundo»[147].
Es más, parece que las verdaderas estrategias que se desarrollaron
posteriormente en el mundo se orientaron a más individualismo, a más
desintegración, a más libertad para los verdaderos poderosos que siempre
encuentran la manera de salir indemnes.
171. Quisiera insistir en
que «dar a cada uno lo suyo, siguiendo la definición clásica de justicia,
significa que ningún individuo o grupo humano se puede considerar omnipotente,
autorizado a pasar por encima de la dignidad y de los derechos de las otras
personas singulares o de sus agrupaciones sociales. La distribución fáctica del
poder —sea, sobre todo, político, económico, de defensa, tecnológico— entre una
pluralidad de sujetos y la creación de un sistema jurídico de regulación de las
pretensiones e intereses, concreta la limitación del poder. El panorama mundial
hoy nos presenta, sin embargo, muchos falsos derechos, y —a la vez— grandes
sectores indefensos, víctimas más bien de un mal ejercicio del poder»[148].
172. El siglo XXI «es escenario de un debilitamiento de poder de los Estados nacionales, sobre todo porque la dimensión económico-financiera, de características transnacionales, tiende a predominar sobre la política. En este contexto, se vuelve indispensable la maduración de instituciones internacionales más fuertes y eficazmente organizadas, con autoridades designadas equitativamente por acuerdo entre los gobiernos nacionales, y dotadas de poder para sancionar»[149].
Cuando se habla de la posibilidad de alguna forma de autoridad mundial regulada
por el derecho[150] no
necesariamente debe pensarse en una autoridad personal. Sin embargo, al menos
debería incluir la gestación de organizaciones mundiales más eficaces, dotadas
de autoridad para asegurar el bien común mundial, la erradicación del hambre y
la miseria, y la defensa cierta de los derechos humanos elementales.
173. En esta línea, recuerdo que es necesaria una reforma «tanto de la Organización de las Naciones Unidas como de la arquitectura económica y financiera internacional, para que se dé una concreción real al concepto de familia de naciones»[151]. Sin duda esto supone límites jurídicos precisos que eviten que se trate de una autoridad cooptada por unos pocos países, y que a su vez impidan imposiciones culturales o el menoscabo de las libertades básicas de las naciones más débiles a causa de diferencias ideológicas. Porque «la Comunidad Internacional es una comunidad jurídica fundada en la soberanía de cada uno de los Estados miembros, sin vínculos de subordinación que nieguen o limiten su independencia»[152].
Pero «la labor de las Naciones Unidas, a partir de los postulados del Preámbulo
y de los primeros artículos de su Carta Constitucional, puede ser vista como el
desarrollo y la promoción de la soberanía del derecho, sabiendo que la justicia
es requisito indispensable para obtener el ideal de la fraternidad universal.
[…] Hay que asegurar el imperio incontestado del derecho y el infatigable
recurso a la negociación, a los buenos oficios y al arbitraje, como propone
la Carta de las Naciones Unidas, verdadera norma jurídica
fundamental»[153]. Es
necesario evitar que esta Organización sea deslegitimizada, porque sus
problemas o deficiencias pueden ser afrontados y resueltos conjuntamente.
174. Hacen falta valentía y
generosidad en orden a establecer libremente determinados objetivos comunes y
asegurar el cumplimiento en todo el mundo de algunas normas básicas. Para que
esto sea realmente útil, se debe sostener «la exigencia de mantener los
acuerdos suscritos —pacta sunt servanda—»[154],
de manera que se evite «la tentación de apelar al derecho de la fuerza más que
a la fuerza del derecho».[155] Esto
requiere fortalecer «los instrumentos normativos para la solución pacífica de
las controversias de modo que se refuercen su alcance y su obligatoriedad»[156].
Entre estos instrumentos normativos, deben ser favorecidos los acuerdos multilaterales entre
los Estados, porque garantizan mejor que los acuerdos bilaterales el cuidado de
un bien común realmente universal y la protección de los Estados más débiles.
175. Gracias a Dios tantas
agrupaciones y organizaciones de la sociedad civil ayudan a paliar las
debilidades de la Comunidad internacional, su falta de coordinación en
situaciones complejas, su falta de atención frente a derechos humanos
fundamentales y a situaciones muy críticas de algunos grupos. Así adquiere una
expresión concreta el principio de subsidiariedad, que garantiza la
participación y la acción de las comunidades y organizaciones de menor rango,
las que complementan la acción del Estado. Muchas veces desarrollan esfuerzos
admirables pensando en el bien común y algunos de sus miembros llegan a
realizar gestos verdaderamente heroicos que muestran de cuánta belleza todavía
es capaz nuestra humanidad.
Una caridad social y política
176. Para muchos la
política hoy es una mala palabra, y no se puede ignorar que detrás de este
hecho están a menudo los errores, la corrupción, la ineficiencia de algunos
políticos. A esto se añaden las estrategias que buscan debilitarla,
reemplazarla por la economía o dominarla con alguna ideología. Pero, ¿puede
funcionar el mundo sin política? ¿Puede haber un camino eficaz hacia la
fraternidad universal y la paz social sin una buena política?[157]
La política que se necesita
177. Me permito volver a
insistir que «la política no debe someterse a la economía y esta no debe
someterse a los dictámenes y al paradigma eficientista de la tecnocracia»[158].
Aunque haya que rechazar el mal uso del poder, la corrupción, la falta de
respeto a las leyes y la ineficiencia, «no se puede justificar una economía sin
política, que sería incapaz de propiciar otra lógica que rija los diversos
aspectos de la crisis actual»[159].
Al contrario, «necesitamos una política que piense con visión amplia, y que
lleve adelante un replanteo integral, incorporando en un diálogo
interdisciplinario los diversos aspectos de la crisis»[160].
Pienso en «una sana política, capaz de reformar las instituciones, coordinarlas
y dotarlas de mejores prácticas, que permitan superar presiones e inercias
viciosas»[161].
No se puede pedir esto a la economía, ni se puede aceptar que esta asuma el
poder real del Estado.
178. Ante tantas formas
mezquinas e inmediatistas de política, recuerdo que «la grandeza política se
muestra cuando, en momentos difíciles, se obra por grandes principios y
pensando en el bien común a largo plazo. Al poder político le cuesta mucho
asumir este deber en un proyecto de nación»[162] y
más aún en un proyecto común para la humanidad presente y futura. Pensar en los
que vendrán no sirve a los fines electorales, pero es lo que exige una justicia
auténtica, porque, como enseñaron los Obispos de Portugal, la tierra «es un
préstamo que cada generación recibe y debe transmitir a la generación
siguiente»[163].
179. La sociedad mundial tiene serias fallas estructurales que no se resuelven con parches o soluciones rápidas meramente ocasionales. Hay cosas que deben ser cambiadas con replanteos de fondo y transformaciones importantes. Sólo una sana política podría liderarlo, convocando a los más diversos sectores y a los saberes más variados. De esa manera, una economía integrada en un proyecto político, social, cultural y popular que busque el bien común puede «abrir camino a oportunidades diferentes, que no implican detener la creatividad humana y su sueño de progreso, sino orientar esa energía con cauces nuevos»[164].
Notas a pie de página:
[138] Algo semejante puede decirse de la categoría bíblica de “Reino de
Dios”.
[139] Paul Ricoeur, Histoire et vérité, ed. Le Seuil, París
1967, 122.
[140] Carta enc. Laudato si’ (24 mayo 2015),
129: AAS 107 (2015), 899.
[141] Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29 junio
2009), 35: AAS 101 (2009), 670.
[142] Discurso a los participantes en el Encuentro mundial de
Movimientos populares (28 octubre 2014): AAS 106
(2014), 858.
[144] Discurso a los participantes en el Encuentro mundial de
Movimientos populares (5 noviembre 2016): L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (11 noviembre 2016), p. 6.
[147] Carta enc. Laudato si’ (24 mayo 2015),
189: AAS 107 (2015), 922.
[148] Discurso a la Organización de las Naciones Unidas, Nueva York (25
septiembre 2015): AAS 107 (2015), 1037.
[149] Carta enc. Laudato si’ (24 mayo 2015),
175: AAS 107 (2015), 916-917.
[150] Cf. Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29 junio
2009), 67: AAS 101 (2009), 700-701.
[151] Ibíd.: AAS 101 (2009),
700.
[152] Consejo Pontificio Justicia y Paz, Compendio de la doctrina social de la Iglesia,
434.
[153] Discurso a la Organización de las Naciones Unidas,
Nueva York (25 septiembre 2015): AAS 107 (2015), 1037.1041.
[154] Consejo Pontificio Justicia y Paz, Compendio de la doctrina social de la Iglesia,
437.
[155] S. Juan Pablo II, Mensaje para la 37.ª Jornada Mundial de la Paz 1 enero 2004,
5: AAS 96 (2004), 117;L’Osservatore Romano, ed. semanal
en lengua española (19 diciembre 2003), p. 5.
[156] Consejo Pontificio Justicia y Paz, Compendio de la doctrina social de la Iglesia,
439.
[157] Cf. Comisión social de los Obispos de Francia, Declaración Réhabiliter
la politique (17 febrero 1999).
[158] Carta enc. Laudato si’ (24 mayo 2015),
189: AAS 107 (2015), 922.
[159] Ibíd., 196: AAS 107
(2015), 925.
[160] Ibíd., 197: AAS 107 (2015), 925.
[161] Ibíd., 181: AAS 107
(2015), 919.
[162] Ibíd., 178: AAS 107
(2015), 918.
[163] Conferencia Episcopal Portuguesa, Carta pastoral Responsabilidade
solidária pelo bem comum (15 septiembre 2003), 20; cf. Carta
enc. Laudato si’, 159: AAS 107
(2015), 911.
[164] Carta enc. Laudato si’ (24 mayo 2015),
191: AAS 107 (2015), 923.
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