El horizonte universal (146-150)
Desde la propia región (151-153)
Capítulo 5. Un corazón abierto (154)
Populismos y liberalismes (155)
Popular o populista (156-162)
El horizonte universal
146. Hay narcisismos localistas que no son un sano amor al propio pueblo y a su cultura. Esconden un espíritu cerrado que, por cierta inseguridad y temor al otro, prefiere crear murallas defensivas para preservarse a sí mismo. Pero no es posible ser sanamente local sin una sincera y amable apertura a lo universal, sin dejarse interpelar por lo que sucede en otras partes, sin dejarse enriquecer por otras culturas o sin solidarizarse con los dramas de los demás pueblos.
Ese localismo
se clausura obsesivamente en unas pocas ideas, costumbres y seguridades,
incapaz de admiración frente a la multitud de posibilidades y de belleza que
ofrece el mundo entero, y carente de una solidaridad auténtica y generosa. Así,
la vida local ya no es auténticamente receptiva, ya no se deja completar por el
otro; por lo tanto, se limita en sus posibilidades de desarrollo, se vuelve
estática y se enferma. Porque en realidad toda cultura sana es abierta y
acogedora por naturaleza, de tal modo que «una cultura sin valores universales
no es una verdadera cultura»[127].
147. Reconozcamos que una persona, mientras menos amplitud tenga en su mente y en su corazón, menos podrá interpretar la realidad cercana donde está inmersa. Sin la relación y el contraste con quien es diferente, es difícil percibirse clara y completamente a sí mismo y a la propia tierra, ya que las demás culturas no son enemigos de los que hay que preservarse, sino que son reflejos distintos de la riqueza inagotable de la vida humana.
Mirándose a sí mismo con el punto de referencia
del otro, de lo diverso, cada uno puede reconocer mejor las peculiaridades de
su persona y de su cultura: sus riquezas, sus posibilidades y sus límites. La
experiencia que se realiza en un lugar debe ser desarrollada “en contraste” y
“en sintonía” con las experiencias de otros que viven en contextos culturales
diferentes[128].
148. En realidad, una sana apertura nunca atenta contra la identidad. Porque al enriquecerse con elementos de otros lugares, una cultura viva no realiza una copia o una mera repetición, sino que integra las novedades “a su modo”. Esto provoca el nacimiento de una nueva síntesis que finalmente beneficia a todos, ya que la cultura donde se originan estos aportes termina siendo retroalimentada.
Por ello exhorté a los
pueblos originarios a cuidar sus propias raíces y sus culturas ancestrales,
pero quise aclarar que no era «mi intención proponer un indigenismo
completamente cerrado, ahistórico, estático, que se niegue a toda forma de
mestizaje», ya que «la propia identidad cultural se arraiga y se enriquece en
el diálogo con los diferentes y la auténtica preservación no es un aislamiento
empobrecedor»[129].
El mundo crece y se llena de nueva belleza gracias a sucesivas síntesis que se
producen entre culturas abiertas, fuera de toda imposición cultural.
149. Para estimular una
sana relación entre el amor a la patria y la inserción cordial en la humanidad
entera, es bueno recordar que la sociedad mundial no es el resultado de la suma
de los distintos países, sino que es la misma comunión que existe entre ellos,
es la inclusión mutua que es anterior al surgimiento de todo grupo particular.
En ese entrelazamiento de la comunión universal se integra cada grupo humano y
allí encuentra su belleza. Entonces, cada persona que nace en un contexto
determinado se sabe perteneciente a una familia más grande sin la que no es
posible comprenderse en plenitud.
150. Este enfoque, en
definitiva, reclama la aceptación gozosa de que ningún pueblo, cultura o
persona puede obtener todo de sí. Los otros son constitutivamente necesarios
para la construcción de una vida plena. La conciencia del límite o de la
parcialidad, lejos de ser una amenaza, se vuelve la clave desde la que soñar y
elaborar un proyecto común. Porque «el hombre es el ser fronterizo que no tiene
ninguna frontera»[130].
Desde la propia región
151. Gracias al intercambio
regional, desde el cual los países más débiles se abren al mundo entero, es
posible que la universalidad no diluya las particularidades. Una adecuada y
auténtica apertura al mundo supone la capacidad de abrirse al vecino, en una
familia de naciones. La integración cultural, económica y política con los
pueblos cercanos debería estar acompañada por un proceso educativo que promueva
el valor del amor al vecino, primer ejercicio indispensable para lograr una
sana integración universal.
152. En algunos barrios populares, todavía se vive el espíritu del “vecindario”, donde cada uno siente espontáneamente el deber de acompañar y ayudar al vecino. En estos lugares que conservan esos valores comunitarios, se viven las relaciones de cercanía con notas de gratuidad, solidaridad y reciprocidad, a partir del sentido de un “nosotros” barrial[131].
Ojalá pudiera vivirse esto también entre países cercanos, que sean capaces de
construir una vecindad cordial entre sus pueblos. Pero las visiones
individualistas se traducen en las relaciones entre países. El riesgo de vivir
cuidándonos unos de otros, viendo a los demás como competidores o enemigos
peligrosos, se traslada a la relación con los pueblos de la región. Quizás
fuimos educados en ese miedo y en esa desconfianza.
153. Hay países poderosos y
grandes empresas que sacan rédito de este aislamiento y prefieren negociar con
cada país por separado. Por el contrario, para los países pequeños o pobres se
abre la posibilidad de alcanzar acuerdos regionales con sus vecinos que les
permitan negociar en bloque y evitar convertirse en segmentos marginales y
dependientes de los grandes poderes. Hoy ningún Estado nacional aislado está en
condiciones de asegurar el bien común de su propia población.
Capítulo quinto
LA MEJOR POLÍTCA
154. Para hacer posible el
desarrollo de una comunidad mundial, capaz de realizar la fraternidad a partir
de pueblos y naciones que vivan la amistad social, hace falta la mejor política
puesta al servicio del verdadero bien común. En cambio, desgraciadamente, la
política hoy con frecuencia suele asumir formas que dificultan la marcha hacia
un mundo distinto.
Populismos y liberalismos
155. El desprecio de los
débiles puede esconderse en formas populistas, que los utilizan demagógicamente
para sus fines, o en formas liberales al servicio de los intereses económicos
de los poderosos. En ambos casos se advierte la dificultad para pensar un mundo
abierto que tenga lugar para todos, que incorpore a los más débiles y que
respete las diversas culturas.
Popular o populista
156. En los últimos años la
expresión “populismo” o “populista” ha invadido los medios de comunicación y el
lenguaje en general. Así pierde el valor que podría contener y se convierte en
una de las polaridades de la sociedad dividida. Esto llegó al punto de pretender
clasificar a todas las personas, agrupaciones, sociedades y gobiernos a partir
de una división binaria: “populista” o “no populista”. Ya no es posible que
alguien opine sobre cualquier tema sin que intenten clasificarlo en uno de esos
dos polos, a veces para desacreditarlo injustamente o para enaltecerlo en
exceso.
157. La pretensión de instalar el populismo como clave de lectura de la realidad social, tiene otra debilidad: que ignora la legitimidad de la noción de pueblo. El intento por hacer desaparecer del lenguaje esta categoría podría llevar a eliminar la misma palabra “democracia” —es decir: el “gobierno del pueblo”—. No obstante, si no se quiere afirmar que la sociedad es más que la mera suma de los individuos, se necesita la palabra “pueblo”. La realidad es que hay fenómenos sociales que articulan a las mayorías, que existen megatendencias y búsquedas comunitarias. También que se puede pensar en objetivos comunes, más allá de las diferencias, para conformar un proyecto común.
Finalmente, que es muy difícil proyectar algo
grande a largo plazo si no se logra que eso se convierta en un sueño colectivo.
Todo esto se encuentra expresado en el sustantivo “pueblo” y en el adjetivo
“popular”. Si no se incluyen —junto con una sólida crítica a la demagogia— se
estaría renunciando a un aspecto fundamental de la realidad social.
158. Porque existe un
malentendido: «Pueblo no es una categoría lógica, ni una categoría mística, si
lo entendemos en el sentido de que todo lo que hace el pueblo es bueno, o en el
sentido de que el pueblo sea una categoría angelical. Es una categoría mítica
[…] Cuando explicas lo que es un pueblo utilizas categorías lógicas porque
tienes que explicarlo: cierto, hacen falta. Pero así no explicas el sentido de
pertenencia a un pueblo. La palabra pueblo tiene algo más que no se puede
explicar de manera lógica. Ser parte de un pueblo es formar parte de una
identidad común, hecha de lazos sociales y culturales. Y esto no es algo
automático, sino todo lo contrario: es un proceso lento, difícil… hacia un
proyecto común»[132].
159. Hay líderes populares
capaces de interpretar el sentir de un pueblo, su dinámica cultural y las
grandes tendencias de una sociedad. El servicio que prestan, aglutinando y
conduciendo, puede ser la base para un proyecto duradero de transformación y
crecimiento, que implica también la capacidad de ceder lugar a otros en pos del
bien común. Pero deriva en insano populismo cuando se convierte en la habilidad
de alguien para cautivar en orden a instrumentalizar políticamente la cultura
del pueblo, con cualquier signo ideológico, al servicio de su proyecto personal
y de su perpetuación en el poder. Otras veces busca sumar popularidad
exacerbando las inclinaciones más bajas y egoístas de algunos sectores de la
población. Esto se agrava cuando se convierte, con formas groseras o sutiles,
en un avasallamiento de las instituciones y de la legalidad.
160. Los grupos populistas
cerrados desfiguran la palabra “pueblo”, puesto que en realidad no hablan de un
verdadero pueblo. En efecto, la categoría de “pueblo” es abierta. Un pueblo
vivo, dinámico y con futuro es el que está abierto permanentemente a nuevas
síntesis incorporando al diferente. No lo hace negándose a sí mismo, pero sí
con la disposición a ser movilizado, cuestionado, ampliado, enriquecido por
otros, y de ese modo puede evolucionar.
161. Otra expresión de la
degradación de un liderazgo popular es el inmediatismo. Se responde a
exigencias populares en orden a garantizarse votos o aprobación, pero sin
avanzar en una tarea ardua y constante que genere a las personas los recursos
para su propio desarrollo, para que puedan sostener su vida con su esfuerzo y
su creatividad. En esta línea dije claramente que «estoy lejos de proponer un
populismo irresponsable»[133].
Por una parte, la superación de la inequidad supone el desarrollo económico,
aprovechando las posibilidades de cada región y asegurando así una equidad
sustentable[134].
Por otra parte, «los planes asistenciales, que atienden ciertas urgencias, sólo
deberían pensarse como respuestas pasajeras»[135].
162. El gran tema es el trabajo. Lo verdaderamente popular —porque promueve el bien del pueblo— es asegurar a todos la posibilidad de hacer brotar las semillas que Dios ha puesto en cada uno, sus capacidades, su iniciativa, sus fuerzas. Esa es la mejor ayuda para un pobre, el mejor camino hacia una existencia digna. Por ello insisto en que «ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre una solución provisoria para resolver urgencias. El gran objetivo debería ser siempre permitirles una vida digna a través del trabajo»[136]. Por más que cambien los mecanismos de producción, la política no puede renunciar al objetivo de lograr que la organización de una sociedad asegure a cada persona alguna manera de aportar sus capacidades y su esfuerzo.
Porque «no
existe peor pobreza que aquella que priva del trabajo y de la dignidad del
trabajo»[137].
En una sociedad realmente desarrollada el trabajo es una dimensión
irrenunciable de la vida social, ya que no sólo es un modo de ganarse el pan,
sino también un cauce para el crecimiento personal, para establecer relaciones
sanas, para expresarse a sí mismo, para compartir dones, para sentirse
corresponsable en el perfeccionamiento del mundo, y en definitiva para vivir
como pueblo.
Notas a pie de página:
[127] S. Juan Pablo II, Discurso a los representantes del mundo de la cultura
argentina, Buenos Aires – Argentina (12 abril 1987),
4: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (10
mayo 1987), p. 20.
[128] Cf. Íd., Discurso a los cardenales (21
diciembre 1984), 4: AAS 76 (1984), 506; L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (30 diciembre 1984), p. 3.
[129] Exhort. ap. postsin. Querida Amazonia (2 febrero 2020),
37.
[130] Georg Simmel, «Puente y puerta», en El individuo y la
libertad. Ensayos de crítica de la cultura, ed. Península, Barcelona
2001, 34. Obra original: Brücke und Tür. Essays des
Philosophen zur Geschichte, Religion, Kunst und Gesellschaft, ed. Michael
Landmann, Köhler-Verlag, Stuttgart 1957, 6.
[131] Cf. Jaime Hoyos-Vásquez, S.J., «Lógica de las relaciones sociales.
Reflexión onto-lógica», en Revista Universitas Philosophica, 15-16,
Bogotá (diciembre 1990 - junio 1991), 95-106.
[132] Antonio Spadaro, S.J., Las huellas de un pastor. Una conversación
con el Papa Francisco, en: Jorge Mario Bergoglio – Papa Francisco, En
tus ojos está mi palabra. Homilías y discursos de Buenos Aires (1999-2013),
Publicaciones Claretianas, Madrid 2017, 24-25; cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre
2013), 220-221: AAS 105 (2013), 1110-1111.
[133] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre
2013), 204: AAS 105 (2013), 1106.
[134] Cf. Ibíd.: AAS 105 (2013),
1105-1106.
[135] Ibíd., 202: AAS 105 (2013),
1105.
[136] Carta enc. Laudato si’ (24 mayo 2015),
128: AAS 107 (2015), 898.
[137] Discurso al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa
Sede (12 enero 2015): AAS 107 (2015),
165; L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (16
enero 2015), p. 10; cf. Discurso a los participantes en el
Encuentro mundial de Movimientos populares (28 octubre
2014): AAS 106 (2014), 851-859.