El discernimiento
278. Sobre el
discernimiento en general ya me detuve en la Exhortación apostólica Gaudete et exsultate. Permítanme retomar
algunas de esas reflexiones aplicándolas al discernimiento de la propia
vocación en el mundo.
279. Recuerdo que todos,
pero «especialmente los jóvenes, están expuestos a un zapping constante.
Es posible navegar en dos o tres pantallas simultáneamente e interactuar al
mismo tiempo en diferentes escenarios virtuales. Sin la sabiduría del
discernimiento podemos convertirnos fácilmente en marionetas a merced de las
tendencias del momento»[152].
Y «esto resulta especialmente importante cuando aparece una novedad en la
propia vida, y entonces hay que discernir si es el vino nuevo que viene de Dios
o es una novedad engañosa del espíritu del mundo o del espíritu del diablo»[153].
280. Este discernimiento,
«aunque incluya la razón y la prudencia, las supera, porque se trata de
entrever el misterio del proyecto único e irrepetible que Dios tiene para cada
uno […]. Está en juego el sentido de mi vida ante el Padre que me conoce y me
ama, el verdadero para qué de mi existencia que nadie conoce mejor que Él»[154].
281. En este marco se sitúa
la formación de la conciencia, que permite que el discernimiento crezca en
hondura y en fidelidad a Dios: «Formar la conciencia es camino de
toda una vida, en el que se aprende a nutrir los sentimientos propios de
Jesucristo, asumiendo los criterios de sus decisiones y las intenciones de su
manera de obrar (cf. Flp 2,5)»[155].
282. Esta formación implica
dejarse transformar por Cristo y al mismo tiempo «una práctica habitual del
bien, valorada en el examen de conciencia: un ejercicio en el que no se trata
sólo de identificar los pecados, sino también de reconocer la obra de Dios en
la propia experiencia cotidiana, en los acontecimientos de la historia y de las
culturas de las que formamos parte, en el testimonio de tantos hombres y
mujeres que nos han precedido o que nos acompañan con su sabiduría. Todo ello
ayuda a crecer en la virtud de la prudencia, articulando la orientación global
de la existencia con elecciones concretas, con la conciencia serena de los
propios dones y límites»[156].
Cómo discernir tu vocación
283. Una expresión del
discernimiento es el empeño por reconocer la propia vocación. Es una tarea que
requiere espacios de soledad y silencio, porque se trata de una decisión muy
personal que otros no pueden tomar por uno: «Si bien el Señor nos habla de
modos muy variados en medio de nuestro trabajo, a través de los demás, y en
todo momento, no es posible prescindir del silencio de la oración detenida para
percibir mejor ese lenguaje, para interpretar el significado real de las inspiraciones
que creímos recibir, para calmar las ansiedades y recomponer el conjunto de la
propia existencia a la luz de Dios»[157].
284. Este silencio no es
una forma de aislamiento, porque «hay que recordar que el discernimiento orante
requiere partir de una disposición a escuchar: al Señor, a los demás, a la
realidad misma que siempre nos desafía de maneras nuevas. Sólo quien está
dispuesto a escuchar tiene la libertad para renunciar a su propio punto de
vista parcial o insuficiente […]. Así está realmente disponible para acoger un
llamado que rompe sus seguridades pero que lo lleva a una vida mejor, porque no
basta que todo vaya bien, que todo esté tranquilo. Dios puede estar ofreciendo
algo más, y en nuestra distracción cómoda no lo reconocemos»[158].
285. Cuando se trata de
discernir la propia vocación, es necesario hacerse varias preguntas. No hay que
empezar preguntándose dónde se podría ganar más dinero, o dónde se podría
obtener más fama y prestigio social, pero tampoco conviene comenzar
preguntándose qué tareas le darían más placer a uno. Para no equivocarse hay
que empezar desde otro lugar, y preguntarse: ¿me conozco a mí mismo, más allá
de las apariencias o de mis sensaciones?, ¿conozco lo que alegra o entristece
mi corazón?, ¿cuáles son mis fortalezas y mis debilidades? Inmediatamente
siguen otras preguntas: ¿cómo puedo servir mejor y ser más útil al mundo y a la
Iglesia?, ¿cuál es mi lugar en esta tierra?, ¿qué podría ofrecer yo a la
sociedad? Luego siguen otras muy realistas: ¿tengo las capacidades necesarias
para prestar ese servicio?, o ¿podría adquirirlas y desarrollarlas?
286. Estas preguntas tienen
que situarse no tanto en relación con uno mismo y sus inclinaciones, sino con
los otros, frente a ellos, de manera que el discernimiento plantee la propia
vida en referencia a los demás. Por eso quiero recordar cuál es la gran
pregunta: «Muchas veces, en la vida, perdemos tiempo preguntándonos: “Pero, ¿quién soy
yo?”. Y tú puedes preguntarte quién eres y pasar toda una vida buscando quién
eres. Pero pregúntate: “¿Para quién soy yo?”»[159].
Eres para Dios, sin duda. Pero Él quiso que seas también para los demás, y puso
en ti muchas cualidades, inclinaciones, dones y carismas que no son para ti,
sino para otros.
El llamado del Amigo
287. Para discernir la
propia vocación, hay que reconocer que esa vocación es el llamado de un amigo:
Jesús. A los amigos, si se les regala algo, se les regala lo mejor. Y eso mejor
no necesariamente es lo más caro o difícil de conseguir, sino lo que uno sabe
que al otro lo alegrará. Un amigo percibe esto con tanta claridad que puede
visualizar en su imaginación la sonrisa de su amigo cuando abra su regalo. Este
discernimiento de amistad es el que propongo a los jóvenes como modelo si
buscan encontrar cuál es la voluntad de Dios para sus vidas.
288. Quiero que sepan que
cuando el Señor piensa en cada uno, en lo que desearía regalarle, piensa en él
como su amigo personal. Y si tiene planeado regalarte una gracia, un carisma
que te hará vivir tu vida a pleno y transformarte en una persona útil para los
demás, en alguien que deje una huella en la historia, será seguramente algo que
te alegrará en lo más íntimo y te entusiasmará más que ninguna otra cosa en
este mundo. No porque lo que te vaya a dar sea un carisma extraordinario o
raro, sino porque será justo a tu medida, a la medida de tu vida entera.
289. El regalo de la
vocación será sin duda un regalo exigente. Los regalos de Dios son interactivos
y para gozarlos hay que poner mucho en juego, hay que arriesgar. Pero no será
la exigencia de un deber impuesto por otro desde afuera, sino algo que te
estimulará a crecer y a optar para que ese regalo madure y se convierta en don
para los demás. Cuando el Señor suscita una vocación no sólo piensa en lo que
eres sino en todo lo que junto a Él y a los demás podrás llegar a ser.
290. La potencia de la vida
y la fuerza de la propia personalidad se alimentan mutuamente en el interior de
cada joven y lo impulsan a ir más allá de todo límite. La inexperiencia permite
que esto fluya, aunque bien pronto se transforma en experiencia, muchas veces
dolorosa. Es importante poner en contacto este deseo de «lo infinito del
comienzo todavía no puesto a prueba»[160] con
la amistad incondicional que nos ofrece Jesús. Antes de toda ley y de todo
deber, lo que Jesús nos propone para elegir es un seguimiento como el de los
amigos que se siguen y se buscan y se encuentran por pura amistad. Todo lo
demás viene después, y hasta los fracasos de la vida podrán ser una inestimable
experiencia de esa amistad que nunca se rompe.
Escucha y acompañamiento
291. Hay sacerdotes,
religiosos, religiosas, laicos, profesionales, e incluso jóvenes capacitados,
que pueden acompañar a los jóvenes en su discernimiento vocacional. Cuando nos
toca ayudar a otro a discernir el camino de su vida, lo primero es escuchar. Y
esta escucha supone tres sensibilidades o atenciones distintas y complementarias:
292. La primera
sensibilidad o atención es a la persona. Se trata de
escuchar al otro que se nos está dando él mismo en sus palabras. El signo de
esta escucha es el tiempo que le dedico al otro. No es cuestión de cantidad
sino de que el otro sienta que mi tiempo es suyo: el que él necesita para
expresarme lo que quiera. Él debe sentir que lo escucho incondicionalmente, sin
ofenderme, sin escandalizarme, sin molestarme, sin cansarme. Esta escucha es la
que el Señor ejercita cuando se pone a caminar al lado de los discípulos de
Emaús y los acompaña largo rato por un camino que iba en dirección opuesta a la
dirección correcta (cf. Lc 24,13-35). Cuando Jesús hace ademán
de seguir adelante porque ellos han llegado a su casa, ahí comprenden que les
había regalado su tiempo, y entonces le regalan el suyo, brindándole hospedaje.
Esta escucha atenta y desinteresada indica el valor que tiene la otra persona
para nosotros, más allá de sus ideas y de sus elecciones de vida.
293. La segunda
sensibilidad o atención es discernidora. Se trata de
pescar el punto justo en el que se discierne la gracia o la tentación. Porque a
veces las cosas que se nos cruzan por la imaginación son sólo tentaciones que
nos apartan de nuestro verdadero camino. Aquí necesito preguntarme qué me está
diciendo exactamente esa persona, qué me quiere decir, qué desea que comprenda
de lo que le pasa. Son preguntas que ayudan a entender dónde se encadenan los
argumentos que mueven al otro y a sentir el peso y el ritmo de sus afectos influenciados
por esta lógica. Esta escucha se orienta a discernir las palabras salvadoras
del buen Espíritu, que nos propone la verdad del Señor, pero también las
trampas del mal espíritu –sus falacias y sus seducciones–. Hay que tener la
valentía, el cariño y la delicadeza necesarios para ayudar al otro a reconocer
la verdad y los engaños o excusas.
294. La tercera
sensibilidad o atención se inclina a escuchar los impulsos que
el otro experimenta “hacia adelante”. Es la escucha profunda de “hacia dónde
quiere ir verdaderamente el otro”. Más allá de lo que siente y piensa en el
presente y de lo que ha hecho en el pasado, la atención se orienta hacia lo que
quisiera ser. A veces esto implica que la persona no mire tanto lo que le
gusta, sus deseos superficiales, sino lo que más agrada al Señor, su proyecto
para la propia vida que se expresa en una inclinación del corazón, más allá de
la cáscara de los gustos y sentimientos. Esta escucha es atención a la
intención última, que es la que en definitiva decide la vida, porque existe
Alguien como Jesús que entiende y valora esta intención última del corazón. Por
eso Él está siempre dispuesto a ayudar a cada uno para que la reconozca, y para
ello le basta que alguien le diga: “¡Señor, sálvame! ¡Ten misericordia de mí!”.
295. Entonces sí el
discernimiento se convierte en un instrumento de lucha para seguir mejor al
Señor[161].
De ese modo, el deseo de reconocer la propia vocación adquiere una intensidad
suprema, una calidad diferente y un nivel superior, que responde mucho mejor a
la dignidad de la propia vida. Porque en definitiva un buen discernimiento es
un camino de libertad que hace aflorar eso único de cada persona, eso que es
tan suyo, tan personal, que sólo Dios lo conoce. Los otros no pueden ni
comprender plenamente ni prever desde afuera cómo se desarrollará.
296. Por lo tanto, cuando
uno escucha a otro de esta manera, en algún momento tiene que desaparecer para
dejar que él siga ese camino que ha descubierto. Es desaparecer como desaparece
el Señor de la vista de sus discípulos y los deja solos con el ardor del
corazón que se convierte en impulso irresistible de ponerse en camino
(cf. Lc 24,31-33). De regreso a la comunidad, los discípulos
de Emaús recibirán la confirmación de que verdaderamente ha resucitado el Señor
(cf. Lc 24,34).
297. Ya que «el tiempo es
superior al espacio»[162],
hay que suscitar y acompañar procesos, no imponer trayectos. Y son procesos de
personas que siempre son únicas y libres. Por eso es difícil armar recetarios,
aun cuando todos los signos sean positivos, ya que «se trata de someter los
mismos factores positivos a un cuidadoso discernimiento, para que no se aíslen
el uno del otro ni estén en contraste entre sí, absolutizándose y oponiéndose
recíprocamente. Lo mismo puede decirse de los factores negativos: no hay que
rechazarlos en bloque y sin distinción, porque en cada uno de ellos puede
esconderse algún valor, que espera ser descubierto y reconducido a su plena verdad»[163].
298. Pero para acompañar a
otros en este camino, primero necesitas tener el hábito de recorrerlo tú mismo.
María lo hizo, afrontando sus preguntas y sus propias dificultades cuando era
muy joven. Que ella renueve tu juventud con la fuerza de su plegaria y te
acompañe siempre con su presencia de Madre.
* * *
Y al final... un deseo
299. Queridos jóvenes, seré
feliz viéndolos correr más rápido que los lentos y temerosos. Corran «atraídos
por ese Rostro tan amado, que adoramos en la Sagrada Eucaristía y reconocemos
en la carne del hermano sufriente. El Espíritu Santo los empuje en esta carrera
hacia adelante. La Iglesia necesita su entusiasmo, sus intuiciones, su fe. ¡Nos
hacen falta! Y cuando lleguen donde nosotros todavía no hemos llegado, tengan
paciencia para esperarnos»[164].
Loreto, junto al Santuario de la Santa Casa, 25 de marzo, Solemnidad de la
Anunciación del Señor, del año 2019, séptimo de pontificado
Francisco
Notas a pie de página:
[159] Discurso en la Vigilia de oración en preparación para la
XXXIV Jornada Mundial de la Juventud, Basílica de Santa
María la Mayor (8 abril 2017): AAS 109 (2017), 447.
[163] S. Juan Pablo II, Exhort. ap. postsin. Pastores dabo vobis (25 marzo
1992), 10: AAS 84 (1992), 672.
[164] Encuentro y oración con jóvenes italianos en el Circo
Máximo de Roma (11 agosto 2018): L’Osservatore
Romano (13-14 agosto 2018), p. 6.
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