En amistad con Cristo
150. Por más que vivas y
experimentes no llegarás al fondo de la juventud, no conocerás la verdadera
plenitud de ser joven, si no encuentras cada día al gran amigo, si no vives en
amistad con Jesús.
151. La amistad es un
regalo de la vida y un don de Dios. A través de los amigos el Señor nos va
puliendo y nos va madurando. Al mismo tiempo, los amigos fieles, que están a
nuestro lado en los momentos duros, son un reflejo del cariño del Señor, de su
consuelo y de su presencia amable. Tener amigos nos enseña a abrirnos, a
comprender, a cuidar a otros, a salir de nuestra comodidad y del aislamiento, a
compartir la vida. Por eso «un amigo fiel no tiene precio» (Si 6,15).
152. La amistad no es una relación
fugaz o pasajera, sino estable, firme, fiel, que madura con el paso del tiempo.
Es una relación de afecto que nos hace sentir unidos, y al mismo tiempo es un
amor generoso, que nos lleva a buscar el bien del amigo. Aunque los amigos
pueden ser muy diferentes entre sí, siempre hay algunas cosas en común que los
llevan a sentirse cercanos, y hay una intimidad que se comparte con sinceridad
y confianza.
153. Es tan importante la
amistad que Jesús mismo se presenta como amigo: «Ya no los llamo siervos, los
llamo amigos» (Jn 15,15). Por la gracia que Él nos regala, somos
elevados de tal manera que somos realmente amigos suyos. Con el mismo amor que
Él derrama en nosotros podemos amarlo, llevando su amor a los demás, con la
esperanza de que también ellos encontrarán su puesto en la comunidad de amistad
fundada por Jesucristo[80].
Y si bien Él ya está plenamente feliz resucitado, es posible ser generosos con
Él, ayudándole a construir su Reino en este mundo, siendo sus instrumentos para
llevar su mensaje y su luz y, sobre todo, su amor a los demás (cf. Jn 15,16).
Los discípulos escucharon el llamado de Jesús a la amistad con Él. Fue una
invitación que no los forzó, sino que se propuso delicadamente a su libertad:
«Vengan y vean» les dijo, y «ellos fueron, vieron donde vivía y se quedaron con
Él aquel día» (Jn 1,39). Después de ese encuentro, íntimo e
inesperado, dejaron todo y se fueron con Él.
154. La amistad con Jesús
es inquebrantable. Él nunca se va, aunque a veces parece que hace silencio.
Cuando lo necesitamos se deja encontrar por nosotros (cf. Jr 29,14)
y está a nuestro lado por donde vayamos (cf. Jos 1,9). Porque
Él jamás rompe una alianza. A nosotros nos pide que no lo abandonemos:
«Permanezcan unidos a mí» (Jn 15,4). Pero si nos alejamos, «Él
permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo» (2 Tm 2,13).
155. Con el amigo hablamos,
compartimos las cosas más secretas. Con Jesús también conversamos. La oración
es un desafío y una aventura. ¡Y qué aventura! Permite que lo conozcamos cada
vez mejor, entremos en su espesura y crezcamos en una unión siempre más fuerte.
La oración nos permite contarle todo lo que nos pasa y quedarnos confiados en
sus brazos, y al mismo tiempo nos regala instantes de preciosa intimidad y
afecto, donde Jesús derrama en nosotros su propia vida. Rezando «le abrimos la
jugada» a Él, le damos lugar «para que Él pueda actuar y pueda entrar y pueda
vencer»[81].
156. Así es posible llegar a experimentar una unidad constante con Él, que
supera todo lo que podamos vivir con otras personas: «Ya no vivo yo, es Cristo
quien vive en mí» (Ga 2,20). No prives a tu juventud de esta
amistad. Podrás sentirlo a tu lado no sólo cuando ores. Reconocerás que camina
contigo en todo momento. Intenta descubrirlo y vivirás la bella experiencia de
saberte siempre acompañado.
Es lo que vivieron los discípulos de Emaús cuando,
mientras caminaban y conversaban desorientados, Jesús se hizo presente y
«caminaba con ellos» (Lc 24,15). Un santo decía que «el
cristianismo no es un conjunto de verdades que hay que creer, de leyes que hay
que cumplir, de prohibiciones. Así resulta muy repugnante.
El cristianismo es
una Persona que me amó tanto que reclama mi amor. El cristianismo es Cristo»[82].
157. Jesús puede unir a
todos los jóvenes de la Iglesia en un único sueño, «un sueño grande y un sueño
capaz de cobijar a todos. Ese sueño por el que Jesús dio la vida en la cruz y
el Espíritu Santo se desparramó y tatuó a fuego el día de Pentecostés en el
corazón de cada hombre y cada mujer, en el corazón de cada uno […]. Lo tatuó a
la espera de que encuentre espacio para crecer y para desarrollarse.
Un sueño,
un sueño llamado Jesús sembrado por el Padre, Dios como Él –como el Padre–,
enviado por el Padre con la confianza que crecerá y vivirá en cada corazón. Un
sueño concreto, que es una persona, que corre por nuestras venas, estremece el
corazón y lo hace bailar»[83].
El crecimiento y la maduración
158. Muchos jóvenes se
preocupan por su cuerpo, procurando el desarrollo de la fuerza física o de la
apariencia. Otros se inquietan por desarrollar sus capacidades y conocimientos,
y así se sienten más seguros. Algunos apuntan más alto, tratan de comprometerse
más y buscan un desarrollo espiritual.
San Juan decía: «Les escribo jóvenes
porque son fuertes, porque conservan la Palabra de Dios» (1 Jn 2,14).
Buscar al Señor, guardar su Palabra, tratar de responderle con la propia vida,
crecer en las virtudes, eso hace fuertes los corazones de los jóvenes. Para eso
hay que mantener la conexión con Jesús, estar en línea con Él, ya que no
crecerás en la felicidad y en la santidad sólo con tus fuerzas y tu mente.
Así
como te preocupa no perder la conexión a Internet, cuida que esté activa tu
conexión con el Señor, y eso significa no cortar el diálogo, escucharlo,
contarle tus cosas, y cuando no sepas con claridad qué tendrías que hacer,
preguntarle: «Jesús, ¿qué harías tú en mi lugar?»[84].
159. Espero que puedas
valorarte tanto a ti mismo, tomarte tan en serio, que busques tu crecimiento espiritual.
Además de los entusiasmos propios de la juventud, también está la belleza de
buscar «la justicia, la fe, el amor, la paz» (2 Tm 2,22). Esto no
significa perder la espontaneidad, la frescura, el entusiasmo, la ternura.
Porque hacerse adulto no implica abandonar los mejores valores de esta etapa de
la vida. De otro modo, el Señor podrá reprocharte un día: «De ti recuerdo tu
cariño juvenil, el amor de tu noviazgo, cuando tú me seguías por el desierto» (Jr 2,2).
160. Al contrario, incluso
un adulto debe madurar sin perder los valores de la juventud. Porque en
realidad cada etapa de la vida es una gracia permanente, encierra un valor que
no debe pasar. Una juventud bien vivida permanece como experiencia interior, y
en la vida adulta es asumida, es profundizada y sigue dando frutos.
Si es
propio del joven sentirse atraído por lo infinito que se abre y que comienza,[85] un
riesgo de la vida adulta, con sus seguridades y comodidades, es acotar cada vez
más ese horizonte y perder ese valor propio de los años jóvenes.
Pero debería
suceder lo contrario: madurar, crecer y organizar la propia vida sin perder esa
atracción, esa apertura amplia, esa fascinación por una realidad que siempre es
más. En cada momento de la vida podremos renovar y acrecentar la juventud.
Cuando comencé mi ministerio como Papa, el Señor me amplió los horizontes y me
regaló una renovada juventud.
Lo mismo puede ocurrirle a un matrimonio de
muchos años, o a un monje en su monasterio. Hay cosas que necesitan “asentarse”
con los años, pero esa maduración puede convivir con un fuego que se renueva,
con un corazón siempre joven.
161. Crecer es conservar y
alimentar las cosas más preciosas que te regala la juventud, pero al mismo
tiempo es estar abierto a purificar lo que no es bueno y a recibir nuevos dones
de Dios que te llama a desarrollar lo que vale. A veces, los complejos de inferioridad
pueden llevarte a no querer ver tus defectos y debilidades, y de ese modo
puedes cerrarte al crecimiento y a la maduración.
Mejor déjate amar por Dios,
que te ama así como eres, que te valora y respeta, pero también te ofrece más y
más: más de su amistad, más fervor en la oración, más hambre de su Palabra, más
deseos de recibir a Cristo en la Eucaristía, más ganas de vivir su Evangelio,
más fortaleza interior, más paz y alegría espiritual.
162. Pero te recuerdo que
no serás santo y pleno copiando a otros. Ni siquiera imitar a los santos
significa copiar su forma de ser y de vivir la santidad: «Hay testimonios que
son útiles para estimularnos y motivarnos, pero no para que tratemos de
copiarlos, porque eso hasta podría alejarnos del camino único y diferente que
el Señor tiene para nosotros»[86].
Tú tienes que descubrir quién eres y desarrollar tu forma propia de ser santo,
más allá de lo que digan y opinen los demás. Llegar a ser santo es llegar a ser
más plenamente tú mismo, a ser ese que Dios quiso soñar y crear, no una
fotocopia. Tu vida debe ser un estímulo profético, que impulse a otros, que
deje una marca en este mundo, esa marca única que sólo tú podrás dejar. En
cambio, si copias, privarás a esta tierra, y también al cielo, de eso que nadie
más que tú podrá ofrecer. Recuerdo que san Juan de la Cruz, en su Cántico
Espiritual, escribía que cada uno tenía que aprovechar sus consejos
espirituales «según su modo»[87],
porque el mismo Dios ha querido manifestar su gracia «a unos en una manera y a
otros en otra»[88].
Sendas de fraternidad
163. Tu desarrollo
espiritual se expresa ante todo creciendo en el amor fraterno, generoso,
misericordioso. Lo decía san Pablo: «Que el Señor los haga progresar y
sobreabundar en el amor de unos con otros, y en el amor para con todos» (1
Ts 3,12). Ojalá vivas cada vez más ese “éxtasis” que es salir de ti
mismo para buscar el bien de los demás, hasta dar la vida.
164. Cuando un encuentro
con Dios se llama “éxtasis”, es porque nos saca de nosotros mismos y nos eleva,
cautivados por el amor y la belleza de Dios. Pero también podemos ser sacados
de nosotros mismos para reconocer la belleza oculta en cada ser humano, su
dignidad, su grandeza como imagen de Dios e hijo del Padre.
El Espíritu Santo
quiere impulsarnos para que salgamos de nosotros mismos, abracemos a los demás
con el amor y busquemos su bien. Por lo tanto, siempre es mejor vivir la fe
juntos y expresar nuestro amor en una vida comunitaria, compartiendo con otros
jóvenes nuestro afecto, nuestro tiempo, nuestra fe y nuestras inquietudes. La
Iglesia ofrece muchos espacios diversos para vivir la fe en comunidad, porque
todo es más fácil juntos.
165. Las heridas recibidas
pueden llevarte a la tentación del aislamiento, a replegarte sobre ti mismo, a
acumular rencores, pero nunca dejes de escuchar el llamado de Dios al perdón.
Como bien enseñaron los Obispos de Ruanda, «la reconciliación con el otro pide
ante todo descubrir en él el esplendor de la imagen de Dios […]. En esta
óptica, es vital distinguir al pecador de su pecado y de su ofensa, para llegar
a la verdadera reconciliación. Esto significa que odies el mal que el otro te
inflige, pero que continúes amándolo porque reconoces su debilidad y ves la
imagen de Dios en él»[89].
166. A veces toda la
energía, los sueños y el entusiasmo de la juventud se debilitan por la
tentación de encerrarnos en nosotros mismos, en nuestros problemas,
sentimientos heridos, lamentos y comodidades. No dejes que eso te ocurra,
porque te volverás viejo por dentro, y antes de tiempo. Cada edad tiene su
hermosura, y a la juventud no pueden faltarle la utopía comunitaria, la
capacidad de soñar unidos, los grandes horizontes que miramos juntos.
167. Dios ama la alegría de
los jóvenes y los invita especialmente a esa alegría que se vive en comunión
fraterna, a ese gozo superior del que sabe compartir, porque «hay más alegría
en dar que en recibir» (Hch 20,35) y «Dios ama al que da con
alegría» (2 Co 9,7).
El amor fraterno multiplica
nuestra capacidad de gozo, ya que nos vuelve capaces de gozar con el bien de
los otros: «Alégrense con los que están alegres» (Rm 12,15). Que la
espontaneidad y el impulso de tu juventud se conviertan cada día más en la
espontaneidad del amor fraterno, en la frescura para reaccionar siempre con
perdón, con generosidad, con ganas de construir comunidad. Un proverbio
africano dice: «Si quieres andar rápido, camina solo. Si quieres llegar lejos,
camina con los otros». No nos dejemos robar la fraternidad.
Notas a pie de página:
[81] Discurso a los voluntarios de la XXXIV Jornada Mundial de
la Juventud en Panamá (27 enero 2019): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (1 febrero 2019), p. 17.
[83] Discurso en la ceremonia de apertura de la XXXIV Jornada
Mundial de la Juventud en Panamá (24 enero 2019): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (25 enero 2019), p. 6.
[84] Cf. Encuentro con los jóvenes en el Santuario Nacional de
Maipú, Santiago de Chile (17 enero 2018): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (19 enero 2018), p. 11.
[89] Conferencia Episcopal de Ruanda, Carta de los Obispos
católicos a los fieles durante el año especial de la reconciliación en Ruanda, Kigali
(18 enero 2018), 17.
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