INTRODUCCIÓN
1. Vive Cristo, esperanza
nuestra, y Él es la más hermosa juventud de este mundo. Todo lo que Él toca se
vuelve joven, se hace nuevo, se llena de vida. Entonces, las primeras palabras
que quiero dirigir a cada uno de los jóvenes cristianos son: ¡Él vive y te
quiere vivo!
2. Él está en ti, Él está
contigo y nunca se va. Por más que te alejes, allí está el Resucitado,
llamándote y esperándote para volver a empezar. Cuando te sientas avejentado
por la tristeza, los rencores, los miedos, las dudas o los fracasos, Él estará
allí para devolverte la fuerza y la esperanza.
3. A todos los jóvenes
cristianos les escribo con cariño esta Exhortación apostólica, es decir, una
carta que recuerda algunas convicciones de nuestra fe y que al mismo tiempo
alienta a crecer en la santidad y en el compromiso con la propia vocación.
Pero
puesto que es un hito dentro de un camino sinodal, me dirijo al mismo tiempo a
todo el Pueblo de Dios, a sus pastores y a sus fieles, porque la reflexión
sobre los jóvenes y para los jóvenes nos convoca y nos estimula a todos. Por
consiguiente, en algunos párrafos hablaré directamente a los jóvenes y en otros
ofreceré planteamientos más generales para el discernimiento eclesial.
4. Me he dejado inspirar
por la riqueza de las reflexiones y diálogos del Sínodo del año pasado. No
podré recoger aquí todos los aportes que ustedes podrán leer en el Documento
final, pero he tratado de asumir en la redacción de esta carta las propuestas
que me parecieron más significativas.
De ese modo, mi palabra estará cargada de
miles de voces de creyentes de todo el mundo que hicieron llegar sus opiniones
al Sínodo. Aun los jóvenes no creyentes, que quisieron participar con sus
reflexiones, han propuesto cuestiones que me plantearon nuevas preguntas.
Capítulo primero
¿Qué dice la Palabra de Dios sobre los jóvenes?
5. Rescatemos algunos tesoros de las Sagradas
Escrituras, donde varias veces se habla de los jóvenes y de cómo el Señor sale
a su encuentro.
En el Antiguo Testamento
6. En una época en que
los jóvenes contaban poco, algunos textos muestran que Dios mira con otros
ojos. Por ejemplo, vemos que José era uno de los más pequeños de la familia
(cf. Gn 37,2-3). Sin embargo, Dios le comunicaba cosas grandes
en sueños y superó a todos sus hermanos en importantes tareas cuando tenía unos
veinte años (cf. Gn 37-47).
7. En Gedeón, reconocemos
la sinceridad de los jóvenes, que no acostumbran a edulcorar la realidad.
Cuando se le dijo que el Señor estaba con él, respondió: «Si Yahvé está con
nosotros, ¿por qué nos ocurre todo esto?» (Jc 6,13). Pero Dios no
se molestó por ese reproche y redobló la apuesta por él: «Ve con esa fuerza que
tienes y salvarás a Israel» (Jc 6,14).
8. Samuel era un
jovencito inseguro, pero el Señor se comunicaba con él. Gracias al consejo de
un adulto, abrió su corazón para escuchar el llamado de Dios: «Habla Señor, que
tu siervo escucha» (1 S 3,9-10). Por eso fue un gran
profeta que intervino en momentos importantes de su patria. El rey Saúl también
era un joven cuando el Señor lo llamó a cumplir su misión (cf. 1 S 9,2).
9. El rey David fue
elegido siendo un muchacho. Cuando el profeta Samuel estaba buscando al futuro
rey de Israel, un hombre le presentó como candidatos a sus hijos mayores y más
experimentados. Pero el profeta dijo que el elegido era el jovencito David, que
cuidaba las ovejas (cf. 1 S 16,6-13), porque «el hombre mira
las apariencias, pero Dios mira el corazón» (v. 7). La gloria de la
juventud está en el corazón más que en la fuerza física o en la impresión que
uno provoca en los demás.
10. Salomón, cuando tuvo
que suceder a su padre, se sintió perdido y dijo a Dios: «Soy un joven muchacho
y no sé por dónde empezar y terminar» (1 R 3,7). Sin embargo, la
audacia de la juventud lo movió a pedir a Dios la sabiduría y se entregó a su
misión.
Algo semejante le ocurrió al profeta Jeremías, llamado a despertar a su
pueblo siendo muy joven. En su temor dijo: «¡Ay Señor! Mira que no sé hablar,
porque soy demasiado joven» (Jr 1,6). Pero el Señor le pidió que no
dijera eso (cf. Jr 1,7), y agregó: «No temas delante de ellos,
porque yo estoy contigo para librarte» (Jr 1,8). La entrega del
profeta Jeremías a su misión muestra lo que es posible si se unen la frescura
de la juventud y la fuerza de Dios.
11. Una muchachita judía,
que estaba al servicio del militar extranjero Naamán, intervino con fe para
ayudarlo a curarse de su enfermedad (cf. 2 R 5,2-6). La joven Rut
fue un ejemplo de generosidad al quedarse con su suegra caída en desgracia
(cf. Rt 1,1-18), y también mostró su audacia para salir
adelante en la vida (cf. Rt 4,1-17).
En el Nuevo Testamento
12. Cuenta una parábola de
Jesús (cf. Lc 15,11-32) que el hijo “más joven” quiso irse de
la casa paterna hacia un país lejano (cf. vv. 12-13). Pero sus sueños de
autonomía se convirtieron en libertinaje y desenfreno (cf. v. 13) y probó lo
duro de la soledad y de la pobreza (cf. vv. 14-16). Sin embargo, supo
recapacitar para empezar de nuevo (cf. vv. 17-19) y decidió levantarse (cf. v.
20).
Es propio del corazón joven disponerse al cambio, ser capaz de volver a
levantarse y dejarse enseñar por la vida. ¿Cómo no acompañar al hijo en ese
nuevo intento? Pero el hermano mayor ya tenía el corazón avejentado y se dejó
poseer por la avidez, el egoísmo y la envidia (cf. vv. 28-30). Jesús elogia al
joven pecador que retoma el buen camino más que al que se cree fiel pero no
vive el espíritu del amor y de la misericordia.
13. Jesús, el eternamente
joven, quiere regalarnos un corazón siempre joven. La Palabra de Dios nos pide:
«Eliminen la levadura vieja para ser masa joven» (1 Co 5,7). Al
mismo tiempo nos invita a despojarnos del «hombre viejo» para revestirnos del
hombre «joven» (cf. Col 3,9.10)[1].
Y cuando explica lo que es revestirse de esa juventud «que se va renovando» (v.
10) dice que es tener «entrañas de misericordia, de bondad, humildad,
mansedumbre, paciencia, soportándose unos a otros y perdonándose mutuamente si
alguno tiene queja contra otro» (Col 3,12-13).
Esto significa que
la verdadera juventud es tener un corazón capaz de amar. En cambio, lo que
avejenta el alma es todo lo que nos separa de los demás. Por eso concluye: «Por
encima de todo esto, revístanse del amor, que es el vínculo de la perfección» (Col 3,14).
14. Advirtamos que a Jesús
no le caía bien que las personas adultas miraran despectivamente a los más
jóvenes o los tuvieran a su servicio de manera despótica. Al contrario, Él
pedía: «que el mayor entre ustedes sea como el más joven» (Lc 22,26).
Para Él la edad no establecía privilegios, y que alguien tuviera menos años no
significaba que valiera menos o que tuviera menor dignidad.
15. La Palabra de Dios
dice que a los jóvenes hay que tratarlos «como a hermanos» (1 Tm 5,1),
y recomienda a los padres: «No exasperen a sus hijos, para que no se desanimen»
(Col 3,21). Un joven no puede estar desanimado, lo suyo es soñar
cosas grandes, buscar horizontes amplios, atreverse a más, querer comerse el
mundo, ser capaz de aceptar propuestas desafiantes y desear aportar lo mejor de
sí para construir algo mejor. Por eso insisto a los jóvenes que no se dejen
robar la esperanza, y a cada uno le repito: «que nadie menosprecie tu juventud»
(1 Tm 4,12).
16. Sin embargo, al mismo
tiempo a los jóvenes se les recomienda: «Sean sumisos a los ancianos» (1 P 5,5).
La Biblia siempre invita a un profundo respeto hacia los ancianos, porque
albergan un tesoro de experiencia, han probado los éxitos y los fracasos, las
alegrías y las grandes angustias de la vida, las ilusiones y los desencantos, y
en el silencio de su corazón guardan tantas historias que nos pueden ayudar a
no equivocarnos ni engañarnos por falsos espejismos. La palabra de un anciano
sabio invita a respetar ciertos límites y a saber dominarse a tiempo: «Exhorta
igualmente a los jóvenes para que sepan controlarse en todo» (Tt 2,6).
No hace bien caer en un culto a la juventud, o en una actitud juvenil que
desprecia a los demás por sus años, o porque son de otra época. Jesús decía que
la persona sabia es capaz de sacar del arcón tanto lo nuevo como lo viejo
(cf. Mt 13,52). Un joven sabio se abre al futuro, pero siempre
es capaz de rescatar algo de la experiencia de los otros.
17. En el Evangelio de
Marcos aparece una persona que, cuando Jesús le recuerda los mandamientos,
dice: «Los he cumplido desde mi juventud» (10,20). Ya lo decía el Salmo: «Tú
eres mi esperanza Señor, mi confianza está en ti desde joven […] me instruiste
desde joven y anuncié hasta hoy tus maravillas» (71,5.17).
No hay que
arrepentirse de gastar la juventud siendo buenos, abriendo el corazón al Señor,
viviendo de otra manera. Nada de eso nos quita la juventud, sino que la
fortalece y la renueva: «Tu juventud se renueva como el águila» (Sal 103,5).
Por eso san Agustín se lamentaba: «¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan
nueva! ¡Tarde te amé!»[2].
Pero aquel hombre rico, que había sido fiel a Dios en su juventud, dejó que los
años le quitaran los sueños, y prefirió seguir apegado a sus bienes (cf. Mc 10,22).
18. En cambio, en el
Evangelio de Mateo aparece un joven (cf. Mt 19,20.22) que se
acerca a Jesús para pedir más (cf. v. 20), con ese espíritu abierto de los
jóvenes, que busca nuevos horizontes y grandes desafíos. En realidad su
espíritu no era tan joven, porque ya se había aferrado a las riquezas y a las
comodidades. Él decía de la boca para afuera que quería algo más, pero cuando
Jesús le pidió que fuera generoso y repartiera sus bienes, se dio cuenta de que
era incapaz de desprenderse de lo que tenía. Finalmente, «al oír estas palabras
el joven se retiró entristecido» (v. 22). Había renunciado a su juventud.
19. El Evangelio también
nos habla de unas jóvenes prudentes, que estaban preparadas y atentas, mientras
otras vivían distraídas y adormecidas (cf. Mt 25,1-13). Porque
uno puede pasar su juventud distraído, volando por la superficie de la vida,
adormecido, incapaz de cultivar relaciones profundas y de entrar en lo más
hondo de la vida. De ese modo prepara un futuro pobre, sin substancia. O uno
puede gastar su juventud para cultivar cosas bellas y grandes, y así prepara un
futuro lleno de vida y de riqueza interior.
20. Si has perdido el
vigor interior, los sueños, el entusiasmo, la esperanza y la generosidad, ante
ti se presenta Jesús como se presentó ante el hijo muerto de la viuda, y con
toda su potencia de Resucitado el Señor te exhorta: «Joven, a ti te digo,
¡levántate!» (Lc 7,14).
21. Sin duda hay muchos
otros textos de la Palabra de Dios que pueden iluminarnos acerca de esta etapa
de la vida. Recogeremos algunos de ellos en los próximos capítulos.
Notas a pie de página:
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