II. Diálogo hacia nuevas políticas nacionales y locales
176. No sólo hay ganadores y perdedores entre los países, sino también
dentro de los países pobres, donde deben identificarse diversas
responsabilidades. Por eso, las cuestiones relacionadas con el ambiente y con
el desarrollo económico ya no se pueden plantear sólo desde las diferencias
entre los países, sino que requieren prestar atención a las políticas
nacionales y locales.
177. Ante la posibilidad de una utilización irresponsable de las
capacidades humanas, son funciones impostergables de cada Estado planificar,
coordinar, vigilar y sancionar dentro de su propio territorio.
La sociedad,
¿cómo ordena y custodia su devenir en un contexto de constantes innovaciones
tecnológicas? Un factor que actúa como moderador ejecutivo es el derecho, que
establece las reglas para las conductas admitidas a la luz del bien común.
Los
límites que debe imponer una sociedad sana, madura y soberana se asocian con:
previsión y precaución, regulaciones adecuadas, vigilancia de la aplicación de
las normas, control de la corrupción, acciones de control operativo sobre los
efectos emergentes no deseados de los procesos productivos, e intervención
oportuna ante riesgos inciertos o potenciales.
Hay una creciente jurisprudencia
orientada a disminuir los efectos contaminantes de los emprendimientos
empresariales. Pero el marco político e institucional no existe sólo para
evitar malas prácticas, sino también para alentar las mejores prácticas, para
estimular la creatividad que busca nuevos caminos, para facilitar las
iniciativas personales y colectivas.
178. El drama del inmediatismo político, sostenido también por poblaciones
consumistas, provoca la necesidad de producir crecimiento a corto plazo.
Respondiendo a intereses electorales, los gobiernos no se exponen fácilmente a
irritar a la población con medidas que puedan afectar al nivel de consumo o
poner en riesgo inversiones extranjeras.
La miopía de la construcción de poder
detiene la integración de la agenda ambiental con mirada amplia en la agenda
pública de los gobiernos. Se olvida así que «el tiempo es superior al espacio»[130],que
siempre somos más fecundos cuando nos preocupamos por generar procesos más que
por dominar espacios de poder. La grandeza política se muestra cuando, en
momentos difíciles, se obra por grandes principios y pensando en el bien común
a largo plazo. Al poder político le cuesta mucho asumir este deber en un
proyecto de nación.
179. En algunos lugares, se están desarrollando cooperativas para la
explotación de energías renovables que permiten el autoabastecimiento local e
incluso la venta de excedentes.
Este sencillo ejemplo indica que, mientras el
orden mundial existente se muestra impotente para asumir responsabilidades, la
instancia local puede hacer una diferencia. Pues allí se puede generar una
mayor responsabilidad, un fuerte sentido comunitario, una especial capacidad de
cuidado y una creatividad más generosa, un entrañable amor a la propia tierra,
así como se piensa en lo que se deja a los hijos y a los nietos. Estos valores
tienen un arraigo muy hondo en las poblaciones aborígenes.
Dado que el derecho
a veces se muestra insuficiente debido a la corrupción, se requiere una
decisión política presionada por la población. La sociedad, a través de
organismos no gubernamentales y asociaciones intermedias, debe obligar a los
gobiernos a desarrollar normativas, procedimientos y controles más rigurosos.
Si los ciudadanos no controlan al poder político –nacional, regional y
municipal–, tampoco es posible un control de los daños ambientales. Por otra
parte, las legislaciones de los municipios pueden ser más eficaces si hay
acuerdos entre poblaciones vecinas para sostener las mismas políticas
ambientales.
180. No se puede pensar en recetas uniformes, porque hay problemas y
límites específicos de cada país o región. También es verdad que el realismo
político puede exigir medidas y tecnologías de transición, siempre que estén
acompañadas del diseño y la aceptación de compromisos graduales vinculantes.
Pero en los ámbitos nacionales y locales siempre hay mucho por hacer, como promover
las formas de ahorro de energía. Esto implica favorecer formas de producción
industrial con máxima eficiencia energética y menos cantidad de materia prima,
quitando del mercado los productos que son poco eficaces desde el punto de
vista energético o que son más contaminantes.
También podemos mencionar una
buena gestión del transporte o formas de construcción y de saneamiento de
edificios que reduzcan su consumo energético y su nivel de contaminación.
Por
otra parte, la acción política local puede orientarse a la modificación del
consumo, al desarrollo de una economía de residuos y de reciclaje, a la
protección de especies y a la programación de una agricultura diversificada con
rotación de cultivos.
Es posible alentar el mejoramiento agrícola de regiones
pobres mediante inversiones en infraestructuras rurales, en la organización del
mercado local o nacional, en sistemas de riego, en el desarrollo de técnicas
agrícolas sostenibles. Se pueden facilitar formas de cooperación o de
organización comunitaria que defiendan los intereses de los pequeños
productores y preserven los ecosistemas locales de la depredación. ¡Es tanto lo
que sí se puede hacer!
181. Es indispensable la continuidad, porque no se pueden modificar las
políticas relacionadas con el cambio climático y la protección del ambiente
cada vez que cambia un gobierno. Los resultados requieren mucho tiempo, y
suponen costos inmediatos con efectos que no podrán ser mostrados dentro del
actual período de gobierno.
Por eso, sin la presión de la población y de las
instituciones siempre habrá resistencia a intervenir, más aún cuando haya
urgencias que resolver. Que un político asuma estas responsabilidades con los
costos que implican, no responde a la lógica eficientista e inmediatista de la
economía y de la política actual, pero si se atreve a hacerlo, volverá a
reconocer la dignidad que Dios le ha dado como humano y dejará tras su paso por
esta historia un testimonio de generosa responsabilidad.
Hay que conceder un
lugar preponderante a una sana política, capaz de reformar las instituciones,
coordinarlas y dotarlas de mejores prácticas, que permitan superar presiones e
inercias viciosas. Sin embargo, hay que agregar que los mejores mecanismos
terminan sucumbiendo cuando faltan los grandes fines, los valores, una
comprensión humanista y rica de sentido que otorguen a cada sociedad una
orientación noble y generosa.
III. Diálogo y transparencia en los procesos decisionales
182. La previsión del impacto ambiental de los emprendimientos y proyectos
requiere procesos políticos transparentes y sujetos al diálogo, mientras la
corrupción, que esconde el verdadero impacto ambiental de un proyecto a cambio
de favores, suele llevar a acuerdos espurios que evitan informar y debatir
ampliamente.
183. Un estudio del impacto ambiental no debería ser posterior a la
elaboración de un proyecto productivo o de cualquier política, plan o programa
a desarrollarse. Tiene que insertarse desde el principio y elaborarse de modo
interdisciplinario, transparente e independiente de toda presión económica o
política.
Debe conectarse con el análisis de las condiciones de trabajo y de
los posibles efectos en la salud física y mental de las personas, en la
economía local, en la seguridad. Los resultados económicos podrán así deducirse
de manera más realista, teniendo en cuenta los escenarios posibles y
eventualmente previendo la necesidad de una inversión mayor para resolver
efectos indeseables que puedan ser corregidos.
Siempre es necesario alcanzar
consensos entre los distintos actores sociales, que pueden aportar diferentes
perspectivas, soluciones y alternativas. Pero en la mesa de discusión deben
tener un lugar privilegiado los habitantes locales, quienes se preguntan por lo
que quieren para ellos y para sus hijos, y pueden considerar los fines que
trascienden el interés económico inmediato.
Hay que dejar de pensar en
«intervenciones» sobre el ambiente para dar lugar a políticas pensadas y
discutidas por todas las partes interesadas. La participación requiere que
todos sean adecuadamente informados de los diversos aspectos y de los
diferentes riesgos y posibilidades, y no se reduce a la decisión inicial sobre
un proyecto, sino que implica también acciones de seguimiento o monitorización
constante. Hace falta sinceridad y verdad en las discusiones científicas y
políticas, sin reducirse a considerar qué está permitido o no por la
legislación.
184. Cuando aparecen eventuales riesgos para el ambiente que afecten al
bien común presente y futuro, esta situación exige «que las decisiones se basen
en una comparación entre los riesgos y los beneficios hipotéticos que comporta
cada decisión alternativa posible»[131].
Esto vale sobre todo si un proyecto puede producir un incremento de utilización
de recursos naturales, de emisiones o vertidos, de generación de residuos, o
una modificación significativa en el paisaje, en el hábitat de especies
protegidas o en un espacio público.
Algunos proyectos, no suficientemente
analizados, pueden afectar profundamente la calidad de vida de un lugar debido
a cuestiones tan diversas entre sí como una contaminación acústica no prevista,
la reducción de la amplitud visual, la pérdida de valores culturales, los
efectos del uso de energía nuclear. La cultura consumista, que da prioridad al
corto plazo y al interés privado, puede alentar trámites demasiado rápidos o
consentir el ocultamiento de información.
185. En toda discusión acerca de un emprendimiento, una serie de preguntas
deberían plantearse en orden a discernir si aportará a un verdadero desarrollo
integral: ¿Para qué? ¿Por qué? ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿De qué manera? ¿Para quién?
¿Cuáles son los riesgos? ¿A qué costo? ¿Quién paga los costos y cómo lo hará?
En este examen hay cuestiones que deben tener prioridad.
Por ejemplo, sabemos
que el agua es un recurso escaso e indispensable y es un derecho fundamental
que condiciona el ejercicio de otros derechos humanos. Eso es indudable y supera
todo análisis de impacto ambiental de una región.
186. En la Declaración de Río de 1992, se sostiene que, «cuando haya
peligro de daño grave o irreversible, la falta de certeza científica absoluta
no deberá utilizarse como razón para postergar la adopción de medidas eficaces»[132] que
impidan la degradación del medio ambiente.
Este principio precautorio permite
la protección de los más débiles, que disponen de pocos medios para defenderse
y para aportar pruebas irrefutables. Si la información objetiva lleva a prever
un daño grave e irreversible, aunque no haya una comprobación indiscutible,
cualquier proyecto debería detenerse o modificarse. Así se invierte el peso de
la prueba, ya que en estos casos hay que aportar una demostración objetiva y
contundente de que la actividad propuesta no va a generar daños graves al
ambiente o a quienes lo habitan.
187. Esto no implica oponerse a cualquier innovación tecnológica que
permita mejorar la calidad de vida de una población. Pero en todo caso debe
quedar en pie que la rentabilidad no puede ser el único criterio a tener en
cuenta y que, en el momento en que aparezcan nuevos elementos de juicio a
partir de la evolución de la información, debería haber una nueva evaluación
con participación de todas las partes interesadas.
El resultado de la discusión
podría ser la decisión de no avanzar en un proyecto, pero también podría ser su
modificación o el desarrollo de propuestas alternativas.
188. Hay discusiones sobre cuestiones relacionadas con el ambiente donde es
difícil alcanzar consensos. Una vez más expreso que la Iglesia no pretende
definir las cuestiones científicas ni sustituir a la política, pero invito a un
debate honesto y transparente, para que las necesidades particulares o las
ideologías no afecten al bien común.
Notas a pie de página: