EL
DESARROLLO DE LA PERSONA
El
tema del desarrollo de los pueblos está íntimamente unido al del desarrollo de
cada hombre. La persona humana tiende por naturaleza a su propio desarrollo,
consciente de su capacidad de decidir libre y responsablemente. Tampoco se
trata de un desarrollo a merced de nuestro capricho, ya que todos sabemos que
somos un don y no el resultado de una autogeneración.
El
desarrollo de la persona se degrada cuando ésta pretende ser la única creadora
de sí misma.
De modo análogo, también el desarrollo de los pueblos se degrada cuando la
humanidad piensa que puede recrearse utilizando los «prodigios» de la
tecnología. Lo mismo ocurre con el desarrollo económico, que se manifiesta
ficticio y dañino cuando se apoya en los «prodigios» de las finanzas para
sostener un crecimiento antinatural y consumista.
Ante
esta pretensión prometeica, hemos de fortalecer el aprecio por una libertad no
arbitraria, sino verdaderamente humanizada por el reconocimiento del bien que
la precede. Para alcanzar este objetivo, es necesario que el hombre entre en sí
mismo para descubrir las normas fundamentales de la ley moral natural que Dios
ha inscrito en su corazón.
EL
PROGRESO TECNOLÓGICO
El
problema del desarrollo en la actualidad está estrechamente unido al progreso
tecnológico y a sus aplicaciones deslumbrantes en campo biológico. La
técnica — conviene subrayarlo — es un hecho profundamente humano, vinculado a
la autonomía y libertad del hombre. En la técnica se manifiesta y confirma el
dominio del espíritu sobre la materia. «Siendo éste [el espíritu] “menos
esclavo de las cosas, puede más fácilmente elevarse a la adoración y a la
contemplación del Creador”».
La
técnica permite dominar la materia, reducir los riesgos, ahorrar esfuerzos,
mejorar las condiciones de vida. Responde a la misma vocación del trabajo
humano: en la técnica, vista como una obra del propio talento, el hombre se
reconoce a sí mismo y realiza su propia humanidad. La técnica es el aspecto
objetivo del actuar humano, cuyo origen y razón de ser está en el elemento
subjetivo: el hombre que trabaja.
Por
eso, la técnica nunca es sólo técnica. Manifiesta quién es el hombre y cuáles
son sus aspiraciones de desarrollo, expresa la tensión del ánimo humano hacia
la superación gradual de ciertos condicionamientos materiales. La técnica,
por lo tanto, se inserta en el mandato de cultivar y custodiar la tierra
(cf. Gn 2,15), que Dios ha confiado al hombre, y se orienta a
reforzar esa alianza entre ser humano y medio ambiente que debe reflejar el
amor creador de Dios.
El
desarrollo tecnológico puede alentar la idea de la autosuficiencia de la
técnica, cuando el hombre se pregunta sólo por el cómo, en vez de
considerar los porqués que lo impulsan a actuar. Por eso, la técnica
tiene un rostro ambiguo. Nacida de la creatividad humana como instrumento de la
libertad de la persona, puede entenderse como elemento de una libertad
absoluta, que desea prescindir de los límites inherentes a las cosas.
La
mentalidad tecnicista hace coincidir la verdad con lo factible. Pero cuando el
único criterio de verdad es la eficiencia y la utilidad, se niega
automáticamente el desarrollo. En efecto, el verdadero desarrollo no consiste
principalmente en hacer. La clave del desarrollo está en una inteligencia capaz
de entender la técnica y de captar el significado plenamente humano del
quehacer del hombre, según el horizonte de sentido de la persona considerada en
la globalidad de su ser. Incluso cuando el hombre opera a través de un satélite
o de un impulso electrónico a distancia, su actuar permanece siempre humano,
expresión de una libertad responsable.
La
técnica atrae fuertemente al hombre, porque lo rescata de las limitaciones
físicas y le amplía el horizonte. Pero la libertad humana es ella misma sólo
cuando responde a esta atracción de la técnica con decisiones que son fruto de
la responsabilidad moral. De ahí la necesidad apremiante de una formación
para un uso ético y responsable de la técnica.
DESARROLLO
DE LOS PUEBLOS Y ETICA
Esta
posible desviación de la mentalidad técnica de su originario cauce humanista se
muestra hoy de manera evidente en la tecnificación del desarrollo y de la paz.
El desarrollo de los pueblos es considerado con frecuencia como un problema de
ingeniería financiera, de apertura de mercados, de bajadas de impuestos, de
inversiones productivas, de reformas institucionales, en definitiva como una
cuestión exclusivamente técnica.
Sin
duda, todos estos ámbitos tienen un papel muy importante, pero deberíamos
preguntarnos por qué las decisiones de tipo técnico han funcionado hasta ahora
sólo en parte. La causa es mucho más profunda. El desarrollo nunca estará plenamente
garantizado plenamente por fuerzas que en gran medida son automáticas e
impersonales, ya provengan de las leyes de mercado o de políticas de carácter
internacional.
El
desarrollo es imposible sin hombres rectos, sin operadores económicos y agentes
políticos que sientan fuertemente en su conciencia la llamada al bien común. Se
necesita tanto la preparación profesional como la coherencia moral. Cuando
predomina la absolutización de la técnica se produce una confusión entre los
fines y los medios, el empresario considera como único criterio de acción el
máximo beneficio en la producción; el político, la consolidación del poder; el
científico, el resultado de sus descubrimientos. Así, bajo esa red de
relaciones económicas, financieras y políticas persisten frecuentemente
incomprensiones, malestar e injusticia; los flujos de conocimientos técnicos
aumentan, pero en beneficio de sus propietarios, mientras que la situación real
de las poblaciones que viven bajo y casi siempre al margen de estos flujos, permanece
inalterada, sin posibilidades reales de emancipación.
LA
PAZ
También
la paz corre a veces el riesgo de ser considerada como un producto de la
técnica, fruto exclusivamente de los acuerdos entre los gobiernos o de
iniciativas tendentes a asegurar ayudas económicas eficaces.
Es
cierto que la construcción de la paz necesita una red constante de
contactos diplomáticos, intercambios económicos y tecnológicos, encuentros
culturales, acuerdos en proyectos comunes, como también que se adopten
compromisos compartidos para alejar las amenazas de tipo bélico o cortar de
raíz las continuas tentaciones terroristas. No obstante, para que esos
esfuerzos produzcan efectos duraderos, es necesario que se sustenten en valores
fundamentados en la verdad de la vida.
Es
decir, es preciso escuchar la voz de las poblaciones interesadas y tener en
cuenta su situación para poder interpretar de manera adecuada sus expectativas.
Todo esto debe estar unido al esfuerzo anónimo de tantas personas que trabajan
decididamente para fomentar el encuentro entre los pueblos y favorecer la
promoción del desarrollo partiendo del amor y de la comprensión recíproca.
Entre estas personas encontramos también fieles cristianos, implicados en la
gran tarea de dar un sentido plenamente humano al desarrollo y la paz.
LOS
MEDIOS DE COMUNICACIÓN
El
desarrollo tecnológico está relacionado con la influencia cada vez mayor de los
medios de comunicación social. Es casi imposible imaginar ya la existencia
de la familia humana sin su presencia. Para bien o para mal, se han introducido
de tal manera en la vida del mundo, que parece realmente absurda la postura de
quienes defienden su neutralidad y, consiguientemente, reivindican su autonomía
con respecto a la moral de las personas.
Muchas
veces, tendencias de este tipo, que enfatizan la naturaleza estrictamente
técnica de estos medios, favorecen de hecho su subordinación a los intereses
económicos, al dominio de los mercados, sin olvidar el deseo de imponer
parámetros culturales en función de proyectos de carácter ideológico y
político.
Dada
la importancia fundamental de los medios de comunicación en determinar los
cambios en el modo de percibir y de conocer la realidad y la persona humana
misma, se hace necesaria una seria reflexión sobre su influjo, especialmente
sobre la dimensión ético-cultural de la globalización y el desarrollo solidario
de los pueblos. Al igual que ocurre con la correcta gestión de la globalización
y el desarrollo, el sentido y la finalidad de los medios de comunicación
debe buscarse en su fundamento antropológico. Esto quiere decir que pueden
ser ocasión de humanización no sólo cuando, gracias al desarrollo
tecnológico, ofrecen mayores posibilidades para la comunicación y la
información, sino sobre todo cuando se organizan y se orientan bajo la luz de
una imagen de la persona y el bien común que refleje sus valores universales.
El
mero hecho de que los medios de comunicación social multipliquen las
posibilidades de interconexión y de circulación de ideas, no favorece la
libertad ni globaliza el desarrollo y la democracia para todos. Para alcanzar
estos objetivos se necesita que los medios de comunicación estén centrados en
la promoción de la dignidad de las personas y de los pueblos, que estén
expresamente animados por la caridad y se pongan al servicio de la verdad, del
bien y de la fraternidad natural y sobrenatural. En efecto, la libertad humana
está intrínsecamente ligada a estos valores superiores. Los medios pueden
ofrecer una valiosa ayuda al aumento de la comunión en la familia humana y al ethos
de la sociedad, cuando se convierten en instrumentos que promueven la
participación universal en la búsqueda común de lo que es justo.
LA
BIOÉTICA
En
la actualidad, la bioética es un campo prioritario y crucial en la lucha
cultural entre el absolutismo de la técnica y la responsabilidad moral, y en el
que está en juego la posibilidad de un desarrollo humano e integral. Éste es un
ámbito muy delicado y decisivo, donde se plantea con toda su fuerza dramática
la cuestión fundamental: si el hombre es un producto de sí mismo o si depende
de Dios.
Los
descubrimientos científicos en este campo y las posibilidades de una
intervención técnica han crecido tanto que parecen imponer la elección entre
estos dos tipos de razón: una razón abierta a la trascendencia o una razón
encerrada en la inmanencia. Estamos ante un reto decisivo. Pero la racionalidad
del quehacer técnico centrada sólo en sí misma se revela como irracional,
porque comporta un rechazo firme del sentido y del valor. Por ello, la cerrazón
a la trascendencia tropieza con la dificultad de pensar cómo es posible que de
la nada haya surgido el ser y de la casualidad la inteligencia. Ante estos
problemas tan dramáticos, razón y fe se ayudan mutuamente. Sólo juntas salvarán
al hombre. Atraída por el puro quehacer técnico, la razón sin la fe se ve
avocada a perderse en la ilusión de su propia omnipotencia. La fe sin la razón
corre el riesgo de alejarse de la vida concreta de las personas.
LA
CUESTIÓN SOCIAL
Pablo
VI había percibido y señalado ya el alcance mundial de la cuestión social.
Siguiendo esta línea, hoy es preciso afirmar que la cuestión social se ha
convertido radicalmente en una cuestión antropológica, en el sentido de que
implica no sólo el modo mismo de concebir, sino también de manipular la vida,
cada día más expuesta por la biotecnología a la intervención del hombre. La
fecundación in vitro, la investigación con embriones, la posibilidad de
la clonación y de la hibridación humana nacen y se promueven en la cultura
actual del desencanto total, que cree haber desvelado cualquier misterio,
puesto que se ha llegado ya a la raíz de la vida. Es aquí donde el absolutismo
de la técnica encuentra su máxima expresión.
En
este tipo de cultura, la conciencia está llamada únicamente a tomar nota de una
mera posibilidad técnica. Pero no han de minimizarse los escenarios
inquietantes para el futuro del hombre, ni los nuevos y potentes instrumentos
que la «cultura de la muerte» tiene a su disposición. A la plaga difusa,
trágica, del aborto, podría añadirse en el futuro, aunque ya subrepticiamente in
nuce, una sistemática planificación eugenésica de los nacimientos. Por otro
lado, se va abriendo paso una mens eutanasica, manifestación no menos
abusiva del dominio sobre la vida, que en ciertas condiciones ya no se
considera digna de ser vivida.
Detrás
de estos escenarios hay planteamientos culturales que niegan la dignidad
humana. A su vez, estas prácticas fomentan una concepción materialista y
mecanicista de la vida humana. ¿Quién puede calcular los efectos negativos
sobre el desarrollo de esta mentalidad? ¿Cómo podemos extrañarnos de la
indiferencia ante tantas situaciones humanas degradantes, si la indiferencia
caracteriza nuestra actitud ante lo que es humano y lo que no lo es?
Sorprende
la selección arbitraria de aquello que hoy se propone como digno de respeto.
Muchos, dispuestos a escandalizarse por cosas secundarias, parecen tolerar
injusticias inauditas. Mientras los pobres del mundo siguen llamando a la
puerta de la opulencia, el mundo rico corre el riesgo de no escuchar ya estos
golpes a su puerta, debido a una conciencia incapaz de reconocer lo humano.
Dios revela el hombre al hombre; la razón y la fe colaboran a la hora de
mostrarle el bien, con tal que lo quiera ver; la ley natural, en la que brilla
la Razón creadora, indica la grandeza del hombre, pero también su miseria,
cuando desconoce el reclamo de la verdad moral.
VIDA
INTERIOR Y ESPÍRITU TECNICISTA
Uno
de los aspectos del actual espíritu tecnicista se puede apreciar en la
propensión a considerar los problemas y los fenómenos que tienen que ver con la
vida interior sólo desde un punto de vista psicológico, e incluso meramente
neurológico. De esta manera, la interioridad del hombre se vacía y el ser
conscientes de la consistencia ontológica del alma humana, con las
profundidades que los Santos han sabido sondear, se pierde progresivamente.
El
problema del desarrollo está estrechamente relacionado con el concepto que
tengamos del alma del hombre, ya que nuestro yo se ve reducido muchas
veces a la psique, y la salud del alma se confunde con el bienestar emotivo.
Estas reducciones tienen su origen en una profunda incomprensión de lo que es
la vida espiritual y llevan a ignorar que el desarrollo del hombre y de los
pueblos depende también de las soluciones que se dan a los problemas de
carácter espiritual.
El
desarrollo debe abarcar, además de un progreso material, uno espiritual, porque el
hombre es «uno en cuerpo y alma»[156],
nacido del amor creador de Dios y destinado a vivir eternamente. El ser humano
se desarrolla cuando crece espiritualmente, cuando su alma se conoce a sí misma
y la verdad que Dios ha impreso germinalmente en ella, cuando dialoga consigo
mismo y con su Creador. Lejos de Dios, el hombre está inquieto y se hace
frágil.
La
alienación social y psicológica, y las numerosas neurosis que caracterizan las
sociedades opulentas, remiten también a este tipo de causas espirituales. Una
sociedad del bienestar, materialmente desarrollada, pero que oprime el alma, no
está en sí misma bien orientada hacia un auténtico desarrollo. Las nuevas
formas de esclavitud, como la droga, y la desesperación en la que caen tantas
personas, tienen una explicación no sólo sociológica o psicológica, sino
esencialmente espiritual. El vacío en que el alma se siente abandonada,
contando incluso con numerosas terapias para el cuerpo y para la psique, hace
sufrir. No hay desarrollo pleno ni un bien común universal sin el bien
espiritual y moral de las personas, consideradas en su totalidad de alma y
cuerpo.
LA
DIMENSIÓN ESPIRITUAL
El
absolutismo de la técnica tiende a producir una incapacidad de percibir todo
aquello que no se explica con la pura materia. Sin embargo, todos los hombres
tienen experiencia de tantos aspectos inmateriales y espirituales de su vida.
Conocer no es sólo un acto material, porque lo conocido esconde siempre algo
que va más allá del dato empírico. Todo conocimiento, hasta el más simple, es
siempre un pequeño prodigio, porque nunca se explica completamente con los
elementos materiales que empleamos.
En
toda verdad hay siempre algo más de lo que cabía esperar, en el amor que
recibimos hay siempre algo que nos sorprende. Jamás deberíamos dejar de
sorprendernos ante estos prodigios. En todo conocimiento y acto de amor, el
alma del hombre experimenta un «más» que se asemeja mucho a un don recibido, a
una altura a la que se nos lleva. También el desarrollo del hombre y de los
pueblos alcanza un nivel parecido, si consideramos la dimensión espiritual
que debe incluir necesariamente el desarrollo para ser auténtico. Para ello se
necesitan unos ojos nuevos y un corazón nuevo, que superen la visión
materialista de los acontecimientos humanos y que vislumbren en el
desarrollo ese «algo más» que la técnica no puede ofrecer. Por este camino se
podrá conseguir aquel desarrollo humano e integral, cuyo criterio orientador se
halla en la fuerza impulsora de la caridad en la verdad.
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