LAS
MIGRACIONES
Es
un fenómeno que impresiona por sus grandes dimensiones, por los problemas
sociales, económicos, políticos, culturales y religiosos que suscita, y por los
dramáticos desafíos que plantea a las comunidades nacionales y a la comunidad
internacional.
Podemos
decir que estamos ante un fenómeno social que marca época, que requiere una
fuerte y clarividente política de cooperación internacional para afrontarlo
debidamente. Esta política hay que desarrollarla partiendo de una estrecha
colaboración entre los países de procedencia y de destino de los emigrantes; ha
de ir acompañada de adecuadas normativas internacionales capaces de armonizar
los diversos ordenamientos legislativos, con vistas a salvaguardar las
exigencias y los derechos de las personas y de las familias emigrantes, así
como las de las sociedades de destino.
Ningún
país por sí solo puede ser capaz de hacer frente a los problemas migratorios
actuales. Todos podemos ver el sufrimiento, el disgusto y las aspiraciones que
conllevan los flujos migratorios. Como es sabido, es un fenómeno complejo de
gestionar; sin embargo, está comprobado que los trabajadores extranjeros, no
obstante las dificultades inherentes a su integración, contribuyen de manera
significativa con su trabajo al desarrollo económico del país que los acoge,
así como a su país de origen a través de las remesas de dinero. Obviamente, estos
trabajadores no pueden ser considerados como una mercancía o una mera fuerza
laboral. Por tanto no deben ser tratados como cualquier otro factor de
producción. Todo emigrante es una persona humana que, en cuanto tal, posee
derechos fundamentales inalienables que han de ser respetados por todos y en
cualquier situación.
POBREZA
Y PARO
Al
considerar los problemas del desarrollo, se ha de resaltar relación entre pobreza
y desocupación. Los pobres son en muchos casos el resultado de la violación
de la dignidad del trabajo humano, bien porque se limitan sus posibilidades
(desocupación, subocupación), bien porque se devalúan «los derechos que fluyen
del mismo, especialmente el derecho al justo salario, a la seguridad de la
persona del trabajador y de su familia». Por esto, el 1 de mayo de 2000 Juan
Pablo II, con ocasión del Jubileo de los Trabajadores, lanzó un llamamiento
para «una coalición mundial a favor del trabajo decente».
Pero
¿qué significa la palabra «decencia» aplicada al trabajo? Significa un trabajo
que, en cualquier sociedad, sea expresión de la dignidad esencial de todo
hombre o mujer: un trabajo libremente elegido, que asocie efectivamente a los
trabajadores, hombres y mujeres, al desarrollo de su comunidad; un trabajo que,
de este modo, haga que los trabajadores sean respetados, evitando toda
discriminación; un trabajo que permita satisfacer las necesidades de las
familias y escolarizar a los hijos sin que se vean obligados a trabajar; un
trabajo que consienta a los trabajadores organizarse libremente y hacer oír su
voz; un trabajo que deje espacio para reencontrarse adecuadamente con las
propias raíces en el ámbito personal, familiar y espiritual; un trabajo que
asegure una condición digna a los trabajadores que llegan a la jubilación.
LAS
ORGANIZACIONES SINDICALES
En
la reflexión sobre el tema del trabajo, es oportuno hacer un llamamiento a las organizaciones
sindicales de los trabajadores, desde siempre alentadas y sostenidas por la
Iglesia, ante la urgente exigencia de abrirse a las nuevas perspectivas que
surgen en el ámbito laboral. Las organizaciones sindicales están llamadas a
hacerse cargo de los nuevos problemas de nuestra sociedad, superando las
limitaciones propias de los sindicatos de clase.
El
contexto global en el que se desarrolla el trabajo requiere igualmente que las
organizaciones sindicales nacionales, ceñidas sobre todo a la defensa de los
intereses de sus afiliados, vuelvan su mirada también hacia los no afiliados y,
en particular, hacia los trabajadores de los países en vía de desarrollo, donde
tantas veces se violan los derechos sociales. La defensa de estos trabajadores,
promovida también mediante iniciativas apropiadas en favor de los países de
origen, permitirá a las organizaciones sindicales poner de relieve las auténticas
razones éticas y culturales que las han consentido ser, en contextos sociales y
laborales diversos, un factor decisivo para el desarrollo.
Sigue
siendo válida la tradicional enseñanza de la Iglesia, que propone la distinción
de papeles y funciones entre sindicato y política. Esta distinción permitirá a
las organizaciones sindicales encontrar en la sociedad civil el ámbito
más adecuado para su necesaria actuación en defensa y promoción del mundo del
trabajo, sobre todo en favor de los trabajadores explotados y no representados,
cuya amarga condición pasa desapercibida tantas veces ante los ojos distraídos
de la sociedad.
MERCADOS
Y FINANZAS
Además,
se requiere que las finanzas mismas, que han de renovar necesariamente
sus estructuras y modos de funcionamiento tras su mala utilización, que ha
dañado la economía real, vuelvan a ser un instrumento encaminado a producir
mejor riqueza y desarrollo.
Toda
la economía y todas las finanzas, y no sólo algunos de sus sectores, en cuanto
instrumentos, deben ser utilizados de manera ética para crear las condiciones
adecuadas para el desarrollo del hombre y de los pueblos. El sistema financiero
ha de tener como meta el sostenimiento de un verdadero desarrollo.
Los
agentes financieros han de redescubrir el fundamento ético de su actividad para
no abusar de aquellos instrumentos sofisticados con los que se podría
traicionar a los ahorradores. Recta intención, transparencia y búsqueda de los
buenos resultados son compatibles y nunca se deben separar. Si el amor es
inteligente, sabe encontrar también los modos de actuar según una conveniencia
previsible y justa, como muestran de manera significativa muchas experiencias
en el campo del crédito cooperativo.
Tanto
una regulación del sector capaz de salvaguardar a los sujetos más débiles e
impedir escandalosas especulaciones, cuanto la experimentación de nuevas formas
de finanzas destinadas a favorecer proyectos de desarrollo, son experiencias
positivas que se han de profundizar y alentar, reclamando la propia
responsabilidad del ahorrador.
También
la experiencia de la microfinanciación, que hunde sus raíces en la
reflexión y en la actuación de los humanistas civiles —pienso sobre todo en el
origen de los Montes de Piedad—, ha de ser reforzada y actualizada, sobre todo
en los momentos en que los problemas financieros pueden resultar dramáticos
para los sectores más vulnerables de la población, que deben ser protegidos de
la amenaza de la usura y la desesperación. Los más débiles deben ser educados
para defenderse de la usura, así como los pueblos pobres han de ser educados
para beneficiarse realmente del microcrédito, frenando de este modo posibles
formas de explotación en estos dos campos.
EL
CONSUMO
La
interrelación mundial ha hecho surgir un nuevo poder político, el de los consumidores
y sus asociaciones. Es un fenómeno en el que se debe profundizar, pues
contiene elementos positivos que hay que fomentar, como también excesos que se
han de evitar. Es bueno que las personas se den cuenta de que comprar es
siempre un acto moral, y no sólo económico.
El
consumidor tiene una responsabilidad social específica, que se añade a
la responsabilidad social de la empresa. Los consumidores deben ser
constantemente educados para el papel que ejercen diariamente y que pueden
desempeñar respetando los principios morales, sin que disminuya la racionalidad
económica intrínseca en el acto de comprar. También en el campo de las compras,
precisamente en momentos como los que se están viviendo, en los que el poder
adquisitivo puede verse reducido y se deberá consumir con mayor sobriedad, es
necesario abrir otras vías como, por ejemplo, formas de cooperación para las
adquisiciones, como ocurre con las cooperativas de consumo, que existen desde
el s. XIX, gracias también a la iniciativa de los católicos.
Además,
es conveniente favorecer formas nuevas de comercialización de productos
provenientes de áreas deprimidas del planeta para garantizar una retribución
decente a los productores, a condición de que se trate de un mercado
transparente, que los productores reciban no sólo mayores márgenes de ganancia
sino también mayor formación, profesionalidad y tecnología y, finalmente, que
dichas experiencias de economía para el desarrollo no estén condicionadas por
visiones ideológicas partidistas. Es de desear un papel más incisivo de los
consumidores como factor de democracia económica, siempre que ellos mismos no
estén manipulados por asociaciones escasamente representativas.
FAMILIA
DE NACIONES
Ente
el imparable aumento de la interdependencia mundial, y también en presencia de
una recesión de alcance global, se siente mucho la urgencia de la reforma tanto
de la Organización de las Naciones Unidas como de la arquitectura
económica y financiera internacional, para que se dé una concreción real al
concepto de familia de naciones. Y se siente la urgencia de encontrar formas
innovadoras para poner en práctica el principio de la responsabilidad de
proteger y dar también una voz eficaz en las decisiones comunes a las
naciones más pobres.
Esto
aparece necesario precisamente con vistas a un ordenamiento político, jurídico
y económico que incremente y oriente la colaboración internacional hacia el
desarrollo solidario de todos los pueblos. Para gobernar la economía mundial,
para sanear las economías afectadas por la crisis, para prevenir su
empeoramiento y mayores desequilibrios consiguientes, para lograr un oportuno
desarme integral, la seguridad alimenticia y la paz, para garantizar la
salvaguardia del ambiente y regular los flujos migratorios, urge la presencia
de una verdadera Autoridad política mundial, como fue ya esbozada por mi
Predecesor, el Beato Juan XXIII.
Esta
Autoridad deberá estar regulada por el derecho, atenerse de manera concreta a
los principios de subsidiaridad y de solidaridad, estar ordenada a la realización
del bien común, comprometerse en la realización de un auténtico desarrollo
humano integral inspirado en los valores de la caridad en la verdad.
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