miércoles, 23 de octubre de 2024

Tema 301 Plan General de Formación del movimiento CHL (1)

 

LA FORMACIÓN INTEGRAL DE LOS LAICOS CRITERIOS Y LÍNEAS DE ACCIÓN

Este documento se plantea como un referente general, un documento-marco, en cuyos planteamientos, criterios y contenidos pueden inspirarse los proyectos y programas para la formación de los miembros del Movimiento Christifideles Laici, Movimiento para la Nueva Evangelización.

 

I.  Introducción

En diversas ocasiones en nuestro Movimiento, en especial en las asambleas de inicio de curso, se ha puesto de manifiesto la necesidad y urgencia de la formación del laicado, como tarea prioritaria en nuestra Iglesia particular. Hemos de constatar que en la comunidad se advierte una necesidad de formación, cada vez más patente cuanto menor, si no ausente, es el énfasis que se hace en los diversos entes educativos en formación ético – religiosa. Al mismo tiempo, es cada vez más insistente la exhortación que hace la Iglesia a través de sus ministros de la cada vez más acuciante necesidad de la formación integral de los laicos.

 

“En el descubrir y vivir la propia vocación y misión, los fieles laicos han de ser formados para vivir aquella unidad con la que está marcado su mismo ser de miembros de la Iglesia y de ciudadanos de la sociedad humana”.(CFL 59)

 

Al presentar estas líneas y criterios para la formación del laicado, partimos de la concepción del mismo, ya expuesta por el Concilio Vaticano II y la Christifideles Laici de Juan Pablo II, donde se nos pone de manifiesto que la identidad del laicado se fundamenta en la misma raíz de la que brota su dignidad: la nueva vida engendrada por el bautismo. La raíz bautismal, que está en la base de la identidad cristiana, obliga a superar los viejos planteamientos discriminatorios de la condición laical y las concepciones que definían al laico por lo que no es (el que no es clérigo ni religioso). Los laicos no sólo están en la Iglesia, sino que son Iglesia, y son:

 

"los fieles que, en cuanto incorporados a Cristo por el bautismo, integrados en el Pueblo de Dios y hechos partícipes a su modo del oficio sacerdotal, profético y real de Cristo, ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano en la parte que a ellos le corresponde". (Canon 204; Cod. Derecho Canónico)

 

Esta común dignidad bautismal asume en el fiel laico una modalidad que lo distingue, sin separarlo, del presbítero, del religioso y de la religiosa. El Concilio Vaticano II ha señalado esta modalidad en la índole secular: "El carácter secular es propio y peculiar de los laicos". De este modo, el ser y el actuar en el mundo son para los fieles laicos no sólo una realidad antropológica y sociológica, sino también, y específicamente, una realidad teológica y eclesial.

 

Este vivo interés es el reflejo de su valoración a nivel nacional, como puede verse en esta afirmación de la Conferencia Episcopal: "La formación de los laicos es una prioridad de máxima urgencia para toda la Iglesia"; y otra una buena muestra es el encargo que los Obispos hacen a la Comisión Episcopal de Apostolado Seglar, en el documento Cristianos laicos Iglesia en el mundo (CLIM), de elaborar una Guía marco que sea referencia para los procesos formativos de laicos.


 Esta es una Guía marco de formación del movimiento Christifideles Laici. Necesario es, que nosotros basemos en ella nuestra reflexión y sea nuestra referencia para la revisión y actualización de lo que vamos haciendo, así como cauce de comunión para realizar todo lo que nos queda por hacer.

 

Destinatarios del documento son los todos los miembros del Movimiento Christifideles Laici, ya sean miembros laicos de base, sacerdotes y los responsables de Movimiento.

 

La finalidad del documento es aportar a las escuelas de formación, parroquias, grupos apostólicos, … vinculados al Movimiento unos criterios inspiradores de los procesos de formación. Y lograr, por supuesto, en el proceso catequético, un laico adulto, maduro y militante, con

 

“La responsabilidad de confesar la fe católica, acogiendo y proclamando la verdad sobre Cristo, sobre la Iglesia y sobre el hombre, en la obediencia al magisterio de la Iglesia, que la interpreta auténticamente. Por esta razón, cada asociación de laicos debe ser un lugar en el que se anuncia y se propone la fe, y en el que se educa para practicarla en todo su contenido” CFL, 30,4.

 

 

Algunos rasgos de nuestra situación actual

Antes de expresar qué entendemos por formación, sus objetivos, criterios, etapas y contenidos, vamos a presentar algunos rasgos que nos acerquen a la realidad que vive nuestro Movimiento en particular.

 

En primer lugar nos fijamos en algunos rasgos comunes de los hombres y mujeres de nuestro movimiento:

 

·     Profundamente evangelizadores y con ganas de transmitir la vivencia de Xto.-Salvador,

·     Cada vez más carentes de una cultura religiosa ausente en las aulas y en la vida pública,

·     En un entorno que sólo da publicidad a hechos y sucesos parciales que afectan a la mala imagen de la Iglesia, motivados por la incoherencia y/o falta de formación de sus miembros.

 

Junto a estos rasgos comunes, presentamos a continuación algunos propios de nuestra Iglesia particular.

 

·     Algunos laicos de nuestro Movimiento, necesitados aun de hacer suya su identidad, se inhiben, a veces, con escasa capacidad de iniciativa; en parte, por falta de interiorizar su misión y, en parte, porque su inhibición es también fruto de un cierto protagonismo por parte de las entidades oficiales. Esa aparente pasividad encuentra explicación en la carencia de una formación que le ha impedido tomar opciones de fondo. Esta situación, en el contexto de cultura postmoderna y en el conformismo ante la realidad, con falta de un sentido profundo de la razón teológica de sus acciones, le ha llevado a vivir con cierta apatía y desmotivación. El trabajo pastoral lo realiza por impulsos y, a veces, "por libre" y sin ninguna orientación. Reconoce, con todo, que necesita formarse para conocer mejor su vocación y misión en el mundo.

 

·     Esa formación la necesita para conocer y abordar mejor la realidad de su entorno transformándola desde dentro, y aprendiendo así a dar respuesta adecuada a las diferentes situaciones desde los valores del Reino. Por tanto, anda buscando una formación que le ayude a madurar humana y cristianamente en las diferentes circunstancias.

 

·     Al mismo tiempo, descubre que su formación está siendo primordialmente sectorial, o sea en función de un servicio al interior de la comunidad eclesial y/o actividad apostólica, y reclama una formación integral que le permita desarrollar su servicio tanto en la edificación de la comunidad eclesial como en su acción evangelizadora en la sociedad civil. Percibe la dificultad de no poder integrar fe y vida. No siempre se siente capaz de hacer una lectura creyente de la cultura y la sociedad, que le capacite para una participación efectiva en la vida pública.

 

·     En este sentido, se resalta, como especial carencia, la ausencia de la dimensión secular, tanto en su compromiso como en la demanda de una formación específica para este cometido. No podemos olvidar, en modo alguno, que la Iglesia y, por tanto, el laicado tiene una vocación secular. Su misión es evangelizar en medio del mundo.


·     Con respecto a su pertenencia eclesial, el laico cristiano no se siente Iglesia Universal, en muchos casos; y en otros, le falta conciencia de Iglesia particular. Tal vez, porque necesite que se haga más real y viva la dimensión comunitaria de ésta. Lamenta que no existan suficientes cauces operativos para llevar a cabo las responsabilidades laicales que, por otra parte, se le reclaman desde dentro de la Iglesia. Y, sobre todo, le parece que existen bastantes dificultades prácticas para que los laicos sean tomados en cuenta, como miembros activos de las comunidades parroquiales, por una cierta autosuficiencia del clero. Así mismo a la mujer laica, siendo numéricamente la más activa, no siempre se le facilita el acceso a servicios de responsabilidad en la comunidad.

 

·     Así pues, no es de extrañar que el laicado, a veces, descargue fácilmente sus responsabilidades sobre el clero, no asumiendo, así, su corresponsabilidad. Se necesita, por tanto, que los sacerdotes, convenientemente formados para este cometido, acompañen mejor a los laicos en sus procesos de formación y de compromiso laical. Estos procesos deben ser continuos, sistemáticos y coordinados, para que no queden a expensas del último sacerdote que llega. Es preciso crear cauces para que esta formación sea accesible a todos.

 

Concluimos con un breve apunte de esperanza: En nuestro Movimiento, detectamos cómo En nuestro Movimiento, detectamos cómo después del encuentro personal con Cristo que supone el Cursillo de Evangelización, surge un laico disponible, inquieto, comprometido, con deseos de formación, y viviendo a fondo su pertenencia eclesial. Aunque le puede faltar cierta vinculación efectiva y afectiva con el Movimiento.

 

II.  Formación del laico.

1.- Qué entendemos por formación.

 La formación no ha de entenderse como una mera adquisición de saberes, sino como la adquisición progresiva de un modo de ser y de pensar, de sentir y de actuar y de vivir en lo personal y comunitario, profundamente cristiano. Es un proceso que conduce al despliegue de todas las posibilidades (cognoscitivas, afectivas y dinámicas) de la persona, a fin de que responda a la llamada de Dios en el mundo de hoy.

 Esta definición nos lleva a hacer las siguientes precisiones:

 

  ·                El proceso se caracteriza por la dimensión relacional con los otros y con el mundo. Esta capacidad de relacionarse es consustancial a nuestro ser como personas. Por ello, no es posible una auténtica formación si se contempla a las personas fuera de sus circunstancias vitales e históricas, y sin el adecuado acompañamiento.

·     La formación es un proceso de autotransformación, que implica el protagonismo del sujeto y el rechazo del adoctrinamiento, que le permite analizar, enjuiciar y transformar la realidad que le rodea.

·     El cristiano encuentra en Jesucristo, en quien el Padre ha revelado qué es el hombre y qué puede llegar a ser, el centro unificador de su vida.

 

2.- Una formación integral.

 La formación es un proceso continuado de desarrollo integral de la persona, armónico y unitario. Por tanto ha de atender a las siguientes dimensiones:

·     Humano-afectiva: Tendente a lograr una persona reconciliada consigo mismo y con los otros, capaz de aceptarse a sí misma tal cual es y con un fuerte sentido comunitario. Una persona convencida de que convivir es la forma más humana de vivir y de que se llega a ser cuando se es con-los-otros.


·     Espiritual: Que favorezca el crecimiento de la vida interior y la relación intima con el Creador, que trascienda al mero conocimiento racional de lo tangible. La formación ha de fomentar la búsqueda de la unión con Dios a través de la oración en la forma que corresponda al estado de vida laical que corresponda, diferenciada de la propia vocación religiosa u otros estados con diferente grado de compromiso eclesial.

 ·     Cognoscitiva: Ha de facilitársele un conocimiento sólido del Mensaje de salvación que capacite al educando para una percepción crítica de la cultura de su tiempo, y para tomar opciones desde los valores del evangelio. Una formación bíblico-teológica-, que facilite el diálogo fe-cultura.

 

·     Práctica y ética: La formación, para que lo sea, ha de impulsar a la acción en coherencia con la propia fe. El proceso de formación, como proceso que es de conversión, irá regenerando los sentimientos y la conducta, ya que la fe y el Espíritu de Dios generan una sensibilidad nueva, con nuevos criterios y nuevos valores.

 

·     Comunitaria: Una formación en, desde y para la comunidad. Una auténtica formación no tiene sentido si se sitúa al margen de la comunión de fe con la Iglesia, y ha de desarrollar la dimensión comunitaria de la fe y el sentido de pertenencia eclesial.


3.- Que sepa conjugar estos criterios. 

Seguimos lo que el Pontificio Consejo para los Laicos nos propone como criterios a tener en cuenta. A saber:

 

·     Cuanto más comprometido se encuentre el laico en la acción evangelizadora, tanto más le será necesaria una buena formación, para evitar la caída en el activismo.

·     Cuanto más amplias y profundas sean las responsabilidades eclesiales asumidas por el cristiano laico, más atención habrá que prestar al carácter secular de su vocación específica, evitando el riesgo del clericalismo.

·     Cuanto más trabaje pastoralmente en ambientes secularizados, más habrá de brindársele una formación que le mantenga y fortalezca en la fe y la reafirmación de su identidad cristiana, en comunión con la Iglesia.

·     Cuanto más especializado en su trabajo apostólico, más hay que ayudarle a situarse en el proceso global de la evangelización.

·     Cuanto más sencillo sea su origen y su entorno, mayor esmero habrá que poner en facilitarle los instrumentos adecuados para que descubran mejor al Dios que se revela a los sencillos, y su mensaje total.

 

4.- Objetivos.

 4.1.- Objetivo fundamental.

 Formación integral para vivir en la unidad. Este objetivo conduce a la formación de un laico adulto e incidiendo especialmente en el aspecto de militante. Iremos desarrollando, brevemente, cada uno de los términos:

 

Laico : "los fieles que, en cuanto incorporados a Cristo por el bautismo, integrados al Pueblo de Dios y hechos partícipes a su modo del oficio sacerdotal, profético y real de Cristo, ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano en la parte que a ellos les corresponde” (Lumen Gentium 31).

 

Adulto : no en el sentido crono-biológico, sino de un creyente con madurez humana y cristiana, que sepa "dar razón de su esperanza a quien la pidiere" (1Pe 3, 15).


Militante : es decir que ha vivido en un Cursillo de Evangelización la experiencia de la paternidad de Dios y de la centralidad de Jesucristo, hombre/mujer de memoria y esperanza, empeñado/a en la tarea transformadora de la sociedad según el espíritu del evangelio y no menos comprometido en su conversión personal y en la edificación de la Iglesia. Y llega a ser un contemplativo en la acción.

 

4.2.- Objetivos operativos.

 

Para lograr este gran objetivo necesitamos articular unos objetivos más concretos:

 

4.2.1.     - El encuentro con Dios en Jesucristo.

La formación ha de favorecer y propiciar este encuentro, procurando que se descubra el rostro de Dios que Cristo revela; que celebre sacramentalmente este encuentro; que fomente el acercamiento a la Madre, necesario para una adecuada y equilibrada formación y experiencia cristiana; que potencie el encuentro con la Iglesia como sacramento de Cristo; el descubrimiento de los pobres y oprimidos como rostros vivos de Dios en nuestro mundo; el encuentro con uno mismo y la conversión permanente al evangelio; el encuentro con la naturaleza y la historia como transparencia y presencia del Dios cristiano.

 

4.2.2.- La síntesis fe - vida.

             Alcanzar esta unidad entre la fe y la vida en todos los ámbitos es vital para todo           proceso formativo, señalamos algunas dimensiones irrenunciables:

 

·    Lograr la realización de la persona.

El evangelio de Jesús es el criterio para lograr la realización de la persona, realizarse como persona será tener como referente a Jesucristo, Él es para nosotros el criterio último de lo verdaderamente humano. Así mismo la santidad es la meta hacia la que tiende la realización de la persona cristiana y objetivo de su actuación apostólica.

 

·   Animar el compromiso eclesial.

Desde una auténtica eclesiología de Pueblo de Dios, misterio de comunión construir la comunidad es tarea de todos. Esta vivencia se ha de dar en la Iglesia local y desde ella en el conjunto de toda la Iglesia. Desde aquí se les hace una llamada a los fieles laicos a incrementar la conciencia eclesial y a realizar la misión evangelizadora.

 

·   Construir la vida familiar como la primera "experiencia de Iglesia".

Descubrir las dimensiones personalizadoras y socializadoras del amor vivido en el matrimonio y en la familia. "Un tal amor (...) lleva a los esposos a un don libre y mutuo de sí mismos" y "la familia se hace así, cada vez más, una comunidad creyente y evangelizadora" (Gaudium et Spes, 47)

 

·   Promover el compromiso social y político.

La fe ha de impulsar a participar en la construcción de una sociedad nueva, potenciando el compromiso en las instituciones, organizaciones y ambientes en colaboración con otros hombres/mujeres de buena voluntad. Animado en todo ello por la Buena Noticia del Reino de Dios y siendo testigo de ese Reino.

Conlleva una profundización en la Doctrina Social de la Iglesia; con ella no se trata de ofrecer soluciones técnicas, sino de afianzar unos criterios que lleven a realizar este compromiso en coherencia con la fe.