TERCERA
PARTE
LA PERFECTA CONSAGRACIÓN A JESUCRISTO
MOTIVOS
EN FAVOR DE ESTA DEVOCIÓN (1)
ESTA
DEVOCIÓN NOS CONSAGRA TOTALMENTE AL SERVICIO DE DIOS (135-138)
ESTA
DEVOCIÓN HACE QUE IMITEMOS EL EJEMPLO DE JESUCRISTO (139-143)
ESTA
DEVOCIÓN NOS ALCANZA LA PROTECCIÓN MATERNAL DE MARÍA (144-150)
ESTA
DEVOCIÓN ES UN MEDIO EXCELENTE PARA PROCURAR LA MAYOR GLORIA DE DIOS (151)
CAPÍTULO
II
MOTIVOS
EN FAVOR DE ESTA DEVOCIÓN
1.
ESTA DEVOCIÓN NOS CONSAGRA TOTALMENTE AL SERVICIO DE DIOS
135 Primer motivo que nos
manifiesta la excelencia de la consagración de sí mismo a Jesucristo por manos
de María. No se puede concebir ocupación más noble en este mundo que la de
servir a Dios. El último de los servidores de Dios es más rico, poderoso y noble
que todos los reyes y emperadores si éstos no sirven a Dios. ¿Cuál no será
entonces la riqueza, poder, dignidad del auténtico y perfecto servidor de Dios,
que se consagra enteramente, sin reserva y en cuanto le es posible, a su
servicio? (96) .
Tal viene
a ser, en efecto, el esclavo fiel y amoroso de Jesucristo en María, consagrado
totalmente, por manos de la Santísima Virgen, a ese Rey de reyes, sin
reservarse nada para sí mismo. Ni todo el oro del mundo ni las bellezas del
cielo alcanzan para pagarlo.
136 Las demás congregaciones,
asociaciones y cofradías erigidas en honor de Nuestro Señor y de su Madre
santísima, y que tan grandes bienes producen en la cristiandad, no obligan a
entregarlo todo sin reserva. Prescriben, ciertamente, a sus asociados algunas
prácticas para que cumplan los compromisos adquiridos, pero les dejan libres
las demás acciones y el resto del tiempo. Esta devoción, en cambio, exige
entregar a Jesús y a María todos los pensamientos, palabras, acciones y
sufrimientos y todos los momentos de la vida. De quien ha optado por ella se
podrá, pues, decir, con toda verdad, que cuanto hace –vele o duerma, coma o
beba, realice acciones importantes u ordinarias– pertenece a Jesús y a María
gracias a la consagración que ha hecho, a no ser que la haya retractado
expresamente. ¡Qué consuelo!
137 Además –como ya he dicho (97) – no hay práctica que nos libere más fácilmente
de cierto resabio de amor propio que se desliza imperceptiblemente en las
mejores acciones. Esta gracia insigne la concede Nuestro Señor en
reconocimiento por el acto heroico y desinteresado de entregarle, por las manos
de su santísima Madre, todo el valor de las buenas acciones. Si ya en este
mundo da el céntuplo a los que por su amor dejan los bienes exteriores,
temporales y perecederos (ver Mt 19,29), ¿qué no dará a quienes sacrifican aun
los bienes interiores y espirituales?
138 Jesús, nuestro mejor amigo, se
entregó a nosotros sin reserva, en cuerpo y alma, con sus virtudes, gracias y
méritos. “Me ganó totalmente entregándose todo”, dice San Bernardo. ¿No será,
pues, un deber de justicia y gratitud darle todo lo que podemos? El fue el
primero en mostrarse generoso con nosotros; seámoslo con El –lo exige la
gratitud–, y El se manifestará aún más generoso durante nuestra vida, en la
muerte y por la eternidad: Eres generoso con el generoso (ver Sal 18 [17],26).
2.
ESTA DEVOCIÓN HACE QUE IMITEMOS EL EJEMPLO DE JESUCRISTO
139 Segundo motivo que nos
demuestra que es en sí justo y ventajoso para el cristiano el consagrase totalmente
a la Santísima Virgen mediante esta práctica a fin de pertenecer más
perfectamente a Jesucristo.
Este
buen Maestro no desdeñó encerrarse en el seno de la Santísima Virgen como
prisionero y esclavo de amor, ni de vivir sometido y obediente a Ella durante
treinta años. Ante esto –lo repito– se anonada la razón humana, si reflexiona
seriamente en la conducta de la Sabiduría encarnada, que no quiso –aunque
hubiera podido hacerlo– entregarse directamente a los hombres, sino que
prefirió comunicarse a ellos por medio de la Santísima Virgen; ni quiso venir
al mundo a la edad de varón perfecto, independiente de los demás, sino como
niño pequeño y débil, necesitado de los cuidados y asistencia de su santísima
Madre.
Esta
Sabiduría infinita, inmensamente deseosa de glorificar a Dios, su Padre, y
salvar a los hombres, no encontró medio más perfecto y rápido para realizar sus
anhelos que someterse en todo a la Santísima Virgen, no sólo durante los ocho,
diez o quince primeros años de su vida -como los demás niños-, sino durante
treinta años. Y durante este tiempo de sumisión y dependencia glorificó más al
Padre que si hubiera empleado estos años en hacer milagros, predicar por toda
la tierra y convertir a todos los hombres.
!Que si
no, hubiera hecho esto! ¡Oh! ¡Cuán altamente glorifica a Dios quien, a ejemplo
de Jesucristo, se somete a María!
Teniendo,
pues, ante los ojos ejemplo tan claro y universalmente reconocido, ¿seremos tan
insensatos que esperemos hallar medio más perfecto y rápido para glorificar a
Dios que no sea el someternos a María, a imitación de su Hijo?
140 En prueba de la dependencia en
que debemos vivir respecto a la Santísima Virgen, recuerda cuanto hemos dicho (98) al aducir el ejemplo que el Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo nos ofrecen de dicha dependencia.
El
Padre no dio ni da su Hijo sino por medio de María, no se forma hijos adoptivos
ni comunica sus gracias sino por Ella. Dios Hijo se hizo hombre para todos
solamente por medio de María, no se forma ni nace cada día en las almas sino
por Ella en unión con el Espíritu Santo, ni comunica sus méritos y virtudes
sino por Ella. El Espíritu Santo no formó a Jesucristo sino por María y sólo
por Ella (99) forma a los miembros de su Cuerpo
místico y reparte sus dones y virtudes. Después de tantos y tan apremiantes
ejemplos de la Santísima Trinidad, ¿podremos, acaso –a no ser que estemos
completamente ciegos–, prescindir de María, no consagrarnos ni someternos a
Ella para ir a Dios y sacrificarnos a El?
141 Veamos ahora algunos pasajes de
los Padres, que he seleccionado para probar lo que acabo de afirmar:
“Dos
hijos tiene María: un Hombre-Dios y un hombre-hombre. Del primero es madre
corporal; del segundo, madre espiritual” (100) .
“La
voluntad de Dios es que todo lo tengamos por María. Debemos reconocer que la
esperanza, gracia y dones que tenemos dimanan de Ella” (101)
.
“Ella
distribuye todos los dones y virtudes del Espíritu Santo a quien quiere, cuando
quiere, como quiere y en la medida que Ella quiere” (102)
.
“Dios
lo entregó todo a María, para que lo recibieras por medio de Ella, pues tú eras
indigno de recibirlo directamente de El” (103) .
142 Viendo Dios que somos indignos
de recibir sus gracias inmediatamente de sus manos -dice San Bernardo- las da a
María, para que por Ella recibamos cuanto nos quiere dar. Añadamos que Dios
cifra su gloria en recibir, de manos de María, el tributo de gratitud, respeto
y amor que le debemos por sus beneficios.
Es,
pues, muy justo imitar la conducta de Dios, “para que -añade el mismo San
Bernardo- la gracia vuelva a su autor por el mismo canal por donde vino a
nosotros”.
Esto es
lo que hacemos con nuestra devoción: ofrecemos y consagramos a la Santísima
Virgen cuanto somos y tenemos, a fin de que Nuestro Señor reciba por su
mediación la gloria y el reconocimiento que le debemos, y nos reconocemos
indignos e incapaces de acercarnos por nosotros mismos a su infinita Majestad.
Por ello acudimos a la intercesión de la Santísima Virgen.
143 Esta práctica constituye,
además, un ejercicio de profunda humildad, virtud que Dios prefiere a todas las
otras. Quien se ensalza rebaja a Dios; quien se humilla lo glorifica. Dios se
enfrenta a los arrogantes, pero concede gracia a los humildes (Sant 4,6). Si te
humillas creyéndote indigno de presentarte y acercarte a Él, Dios se abaja y
desciende para venir a ti, complacerse en ti y elevarte, aun a pesar tuyo. Pero
si te acercas a Él atrevidamente, sin mediador, Él se aleja de ti y no podrás
alcanzarlo.
¡Oh!
¡Cuánto ama Él la humildad de corazón! Y a esta humildad precisamente nos
conduce la práctica de esta devoción. Que nos enseña a no acercarnos jamás a
Nuestro Señor por nosotros mismos –por amable y misericordioso que Él sea–,
sino a servirnos siempre de la intercesión de la Santísima Virgen, para
presentarnos ante Dios, hablarle y acercarnos a Él, ofrecerle algo o unirnos y
consagrarnos a Él.
3.
ESTA DEVOCIÓN NOS ALCANZA LA PROTECCIÓN MATERNAL DE MARÍA
1.
María se da a su esclavo
144 Tercer motivo. La Santísima
Virgen es Madre de dulzura y misericordia, y jamás se deja vencer en amor y
generosidad. Viendo que te has entregado totalmente a Ella para honrarla y servirla
y te has despojado de cuanto más amas para adornarla, se entrega también a ti
plenamente y en forma inefable. Hace que te abismes en el piélago de sus
gracias, te adorna con sus méritos, te apoya con su poder, te ilumina con su
luz, te inflama con su amor, te comunica sus virtudes: su humildad, su fe, su
pureza, etc.; se constituye tu fiadora, tu suplemento y tu todo ante Jesús. Por
último, dado que como consagrado perteneces totalmente a María, también Ella te
pertenece en plenitud. De suerte que, en cuanto perfecto servidor e hijo de
María, puedes repetir lo que dijo de sí mismo el evangelista San Juan: El
discípulo la tuvo en su casa (Jn 19,27) (104) como
su único bien.
145 Este comportamiento, observado
con fidelidad, produce en tu alma gran desconfianza, desprecio y aborrecimiento
de ti mismo, y a la vez, inmensa confianza y total entrega en manos de la
Santísima Virgen, tu bondadosa Señora.
Como
consagrado a Ella, no te apoyarás ya en tus propias disposiciones, intenciones,
méritos, virtudes y buenas obras. En efecto, lo has sacrificado todo a
Jesucristo, por medio de esta Madre bondadosa. Por ello, ya no te queda otro
tesoro -y éste ya es tuyo- en donde estén todos tus bienes que María.
Esto te
llevará a acercarte a Nuestro Señor sin temor servil ni escrúpulos y rogarle
con toda confianza, y te hará participar en los sentimientos del piadoso y
sabio abad Ruperto, quien, aludiendo a la victoria de Jacob sobre un ángel (ver
Gén 32,23-33), dirige a la Santísima Virgen estas hermosas palabras: “¡Oh
María, princesa mía y Madre inmaculada del Hombre-Dios, Jesucristo!, deseo
luchar con este Hombre que es el Verbo de Dios, armado no con mis méritos, sino
con los tuyos”.
¡Oh!
¡Qué poderosos y fuertes somos ante Jesucristo cuando estamos armados con los
méritos e intercesión de la digna Madre de Dios, quien -según palabras de San
Agustínvenció amorosamente al Todopoderoso!
2.
María purifica nuestras buenas obras, las embellece y hace aceptables a su Hijo
divino
146 Por esta devoción entregamos a
Nuestro Señor, por manos de su Madre santísima, todas nuestras buenas obras.
Esta bondadosa señora las purifica, embellece, presenta a Jesucristo y hace que
su Hijo las acepte.
1. Las
purifica de toda mancha de egoísmo y del apego aun imperceptible que se desliza
insensiblemente en las mejores acciones. Tan pronto como llegan a sus manos
purísimas y fecundas, esas manos -jamás estériles ni ociosas y que purifican
todo cuanto tocan- limpian en lo que le ofrecemos todo lo que tenga de impuro o
imperfecto.
147 2. Las embellece, adornándolas
con sus méritos y virtudes. Pensemos en un labrador cuya única riqueza fuera
una manzana y que deseara granjearse la simpatía y benevolencia del rey. ¿Qué
haría? - Acudir a la reina y presentarle la manzana para que ella la ofrezca al
soberano. La reina acepta el modesto regalo, coloca la manzana en una grande y
hermosa bandeja de oro y la presenta al rey en nombre del labrador. En esta
forma, la manzana, de suyo indigna de ser presentada al soberano, se convierte
en un obsequio digno de su Majestad gracias a la bandeja de oro y a la persona
que la entrega (105) .
148 3. María presenta esas buenas
obras a Jesucristo, no reserva para sí nada de lo que se le ofrece; todo lo
presenta fielmente a Jesucristo. Si la alabas y glorificas, inmediatamente Ella
alaba y glorifica a Jesús. Si la ensalzas y bendices, Ella –como cuando Santa
Isabel la alabó– entona su cántico: Proclama mi alma la grandeza del Señor (Lc
1,46) (106) .
149 4. Por insignificante y pobre
que sea para Jesucristo, Rey de reyes y Santo de los santos, el don que le
presentas, María hace que El acepte tus buenas obras. Pero quien por su cuenta
y apoyado en su propia destreza y habilidad lleva algo a Jesucristo, debe
recordar que El examina el obsequio, y muchas veces lo rechaza por hallarlo
manchado de egoísmo, lo mismo que en otro tiempo rechazó los sacrificios de los
judíos por estar llenos de voluntad propia (ver Heb 10,5-7).
Pero
si, al presentar algo a Jesús, lo ofreces por las manos puras y virginales de
su Madre amadísima, lo coges por el lado flaco –si me permites la expresión–.
Él no mirará tanto el don que le ofreces cuanto a su bondadosa Madre que se lo
presenta, ni considerará tanto la procedencia del don cuanto a aquella que se
lo ofrece.
Del
mismo modo, María –jamás rechazada y siempre recibida por su Hijo– hace que su
Majestad acepte con agrado cuanto le ofrezcas, grande o pequeño; basta que
María lo presente para que Jesús lo acepte y se complazca en el obsequio. El
gran consejo que San Bernardo daba a aquellos que dirigía a la perfección era
éste: “Si quieres ofrecer algo a Dios, procura presentarlo por las manos
agradabilísimas y dignísimas de María, si no quieres ser rechazado” (107) .
150 ¿No es esto, lo que la misma
naturaleza inspira a los pequeños respecto a los grandes, como hemos visto? (108) ¿Por qué
no habría de enseñarnos la gracia a observar la misma conducta para con Dios,
infinitamente superior a nosotros y ante quien somos menos que átomos? Tanto
más teniendo como tenemos una abogada tan poderosa, que jamás ha sido
desairada; tan inteligente, que conoce todos los secretos para conquistar el
corazón de Dios; tan buena y caritativa, que no rechaza a nadie por pequeño o
malvado que sea.
Más
adelante expondré la historia de Jacob y Rebeca, la figura verdadera de lo que
voy diciendo (109) .
4.
ESTA DEVOCIÓN ES UN MEDIO EXCELENTE PARA PROCURAR LA MAYOR GLORIA DE DIOS
151 Cuarto motivo. Esta devoción,
fielmente practicada, es un medio excelente para enderezar el valor de nuestras
buenas obras para la mayor gloria de Dios. Casi nadie obra con esta noble
finalidad -a pesar de que a ello estemos obligados-, sea porque no sabemos
dónde está la mayor gloria de Dios, sea porque no la buscamos.
Ahora
bien, dado que la Santísima Virgen, a quien cedemos el valor y mérito de
nuestras buenas obras, conoce perfectamente donde está la mayor gloria de Dios
y todo su actuar es procurarla, el perfecto servidor de esta amable Señora, que
se ha consagrado totalmente a Ella como hemos dicho, puede afirmar
resueltamente que el valor de todas sus acciones, pensamientos y palabras se
ordena a la mayor gloria de Dios, a no ser que haya revocado expresamente su
ofrenda.
¿Será
posible hallar algo más consolador para una persona que ama a Dios con amor
puro y desinteresado y aprecia la gloria e intereses de Dios más que los suyos
propios?
Notas a pie de página:
96 Ver LG 36: servir por Cristo y como Cristo es reinar.
97 Ver VD 110.
98 Ver VD 14-39.
99 Ver LG 62; MC 17
100 CONRADO DE SAJONIA.
101 SAN BERNARDO..
102 SAN BERNARDINO..
103 SAN BERNARDO
104 VD 179.
105 Ver SM 37.
106 Ver VD 225.
107 Ver SM 37; VD 142.
108 Ver VD 147.
109 Ver VD 183.212.