PERTENECEMOS
A JESÚS Y A MARÍA (68-77)
1. JESUCRISTO, FIN ÚLTIMO DEL CULTO A
MARÍA
Porque
El es el único Maestro que debe enseñarnos,
el
único Señor de quien debemos depender,
la
única Cabeza a la que debemos estar unidos,
el
único Modelo a quien debemos asemejarnos,
el
único Médico que debe curarnos,
el
único Pastor que debe apacentarnos,
el
único Camino que debe conducirnos,
la
única Verdad que debemos creer,
la
única Vida que debe vivificarnos
y el único Todo que en todo debe bastarnos.
62 Por tanto, si establecemos la sólida devoción a la Santísima Virgen, es sólo para establecer más perfectamente la de Jesucristo y ofrecer un medio fácil y seguro para encontrar al Señor (52) . Si la devoción a la Santísima Virgen apartase de Jesucristo, habría que rechazarla como ilusión diabólica. Pero - como ya lo he demostrado (53) e insistiré en ello más adelante (54) , sucede todo lo contrario. Esta devoción nos es necesaria para hallar perfectamente a Jesucristo, amarlo con ternura y servirlo con fidelidad.
63 Me dirijo a ti por un momento,
amabilísimo Jesús mío, para quejarme amorosamente ante tu divina Majestad de
que la mayor parte de los cristianos, aun los más instruidos, ignoran la unión
necesaria que existe entre ti y tu Madre santísima. Tú, Señor, estás siempre
con María, y María está siempre contigo y no puede existir sin ti; de lo
contrario, dejaría de ser lo que es. María está de tal manera transformada en
ti por la gracia, que Ella ya no vive ni es nada; sólo tú, Jesús mío, vives y
reinas en Ella más perfectamente que en todos los ángeles y santos.
64 ¿No será, pues, extraño y
lamentable, amable Maestro mío, el ver la ignorancia y oscuridad de todos los
hombres respecto a tu santísima Madre? No hablo tanto de los idólatras y
paganos: no conociéndote a ti, tampoco a Ella la conocen.
Tampoco
hablo de los herejes y cismáticos: separados de ti y de tu Iglesia, no se
preocupan de ser devotos de tu Madre. Hablo, sí, de los católicos, y aun de los
doctores entre los católicos; ellos hacen profesión de enseñar a otros la
verdad, pero no te conocen ni a ti ni a tu Madre santísima sino de manera
especulativa, árida, estéril e indiferente. Estos caballeros hablan sólo rara
vez de tu santísima Madre y del culto que se le debe. Tienen miedo, según
dicen, a que se deslice algún abuso y se te haga injuria al honrarla a Ella
demasiado. Si ven u oyen a algún devoto de María hablar con frecuencia de la
devoción hacia esta Madre amantísima, con acento filial, eficaz y persuasivo,
como de un medio sólido y sin ilusiones, de un camino corto y sin peligros, de
una senda inmaculada y sin imperfecciones y de un secreto maravilloso (55) para encontrarte y amarte debidamente, gritan en
seguida contra él, esgrimiendo mil argumentos falsos para probarle que no hay
que hablar tanto de la Virgen, que hay grandes abusos en esta devoción y es
preciso dedicarse a destruirlos, que es mejor hablar de ti en vez de llevar a
las gentes a la devoción a la Santísima Virgen, a quien ya aman lo suficiente.
Si
alguna vez se les oye hablar de la devoción a tu santísima Madre, no es, sin
embargo, para fundamentarla o inculcarla, sino para destruir sus posibles
abusos. Mientras carecen de piedad y devoción tierna para contigo, porque no la
tienen para con María. Consideran el rosario, el escapulario, la corona (cinco
misterios), como devociones propias de mujercillas y personas ignorantes, que
poco importan para la salvación. De suerte que, si cae en sus manos algún
devoto de la Santísima Virgen que reza el rosario o practica alguna devoción en
su honor, no tardan en cambiarle el espíritu y el corazón, y le aconsejan que,
en lugar del rosario, rece los siete salmos penitenciales, y, en vez de la
devoción a la Santísima Virgen, le exhortan a la devoción a Jesucristo.
¡Jesús
mío amabilísimo! ¿Tienen éstos tu espíritu? ¿Te es grata su conducta? ¿Te
agrada quien, por temor a desagradarte, no se esfuerza por honrar a tu Madre?
¿Es la devoción a tu santísima Madre obstáculo a la tuya? ¿Forma Ella bando
aparte? ¿Es, por ventura, una extraña, que nada tiene que ver contigo? ¿Quien le
agrada a Ella, te desagrada a ti? Consagrarse a Ella y amarla, ¿será separarse
o alejarse de ti?
65 ¡Maestro amabilísimo! Sin
embargo, si cuanto acabo de decir fuera verdad, la mayoría de los sabios -justo
castigo de su soberbia- no se alejarían más que ahora de la devoción a tu
santísima Madre ni mostrarían para con Ella mayor indiferencia de la que ostentan.
¡Guárdame, Señor! ¡Guárdame de sus sentimientos y de su conducta! Dame
participar en los sentimientos de gratitud, estima, respeto y amor que tienes
para con tu santísima Madre, a fin de que pueda amarte y glorificarte tanto más
perfectamente cuanto más te imite y siga de cerca.
66 Y, como si no hubiera dicho
nada en honor de tu santísima Madre, concédeme la gracia de alabarla
dignamente, a pesar de todos sus enemigos -que son los tuyos-, y gritarles a
voz en cuello con todos los santos: “No espere alcanzar misericordia de Dios
quien ofenda a su Madre bendita” (56) .
67 Para alcanzar de tu
misericordia una verdadera devoción hacia tu santísima Madre y difundir esta
devoción por toda la tierra, concédeme amarte ardientemente, y acepta para ello
la súplica inflamada que te dirijo con San Agustín y tus verdaderos amigos.
mi
Padre santo, mi Dios misericordioso,
mi rey
poderoso, mi buen pastor,
mi
único maestro, mi mejor ayuda,
mi
amado hermosísimo, mi pan vivo,
mi
sacerdote por la eternidad,
mi guía
hacia la patria,
mi luz
verdadera, mi dulzura santa,
mi
camino recto, mi Sabiduría preclara,
mi
humilde simplicidad, mi concordia pacífica,
mi
protección total, mi rica heredad,
mi
salvación eterna...
¡Cristo
Jesús, Señor amabilísimo!
¿Por
qué habré deseado durante la vida
algo
fuera de ti, mi Jesús y mi Dios?
¿Dónde
me hallaba cuando no pensaba en ti?
Anhelos
todos de mi corazón,
inflámense
y desbórdense desde ahora
hacia
el Señor Jesús;
corran
que mucho se han retrasado;
apresúrense
hacia la meta,
busquen
al que buscan.
¡Oh
Jesús! ¡Anatema el que no te ama!
¡Rebose
de amargura quien no te quiera!
¡Dulce
Jesús!
¡Que
todo buen corazón dispuesto a la alabanza
te ame,
se deleite en ti,
se
admire ante ti!
¡Dios
de mi corazón!
¡Herencia
mía, Cristo Jesús!
Vive,
Señor, en mi;
enciéndase
en mi pecho
la viva
llama de tu amor,
acrézcase
en incendio;
arda
siempre en el altar de mi corazón,
queme
en mis entrañas,
lo
íntimo de mi alma,
y que
en el día de mi muerte
comparezca
yo del todo perfecto en tu presencia.
Amén (57) .
2.
PERTENECEMOS A JESÚS Y A MARÍA
69 Hay, en este mundo, dos modos
de pertenecer a otro y depender de su autoridad: el simple servicio y la
esclavitud. De donde proceden los apelativos de criado y esclavo.
70 Hay tres clases de esclavitud:
natural, forzada y voluntaria.
72 Nada hay entre los hombres que
te haga pertenecer más a otro que la esclavitud. Nada hay tampoco entre los
cristianos que nos haga pertenecer más completamente a Jesucristo y a su
santísima Madre que la esclavitud aceptada voluntariamente, a ejemplo de
Jesucristo, que por nuestro amor tomó forma de esclavo (Flp 2,7), y de la
Santísima Virgen, que se proclamó servidora y esclava del Señor (Lc 1,38). El
Apóstol se honra de llamarse servidor de Jesucristo (Rom 1,38; ver 1Cor 7,22;
2Tim 2,24). Los cristianos son llamados repetidas veces en la Sagrada Escritura
servidores de Cristo. Palabra que -como hace notar acertadamente un escritor
insigne- equivalía antes a esclavo, porque entonces no se conocían servidores
como los criados de ahora, dado que los señores sólo eran servidos por esclavos
o libertos.
73 Afirmo que debemos pertenecer a
Jesucristo y servirle no sólo como mercenarios, sino como esclavos de amor,
que, por efecto de un intenso amor, se entregan y consagran a su servicio en
calidad de esclavos por el único honor de pertenecerle. Antes del Bautismo
éramos esclavos del diablo. El Bautismo nos transformó en esclavos de
Jesucristo (Ver Rom 6,22). Es necesario, pues, que los cristianos sean esclavos
del diablo o de Jesucristo.
74 Lo que digo en términos
absolutos de Jesucristo, lo digo, proporcionalmente, de la Santísima Virgen.
Habiéndola escogido Jesucristo por compañera inseparable de su vida, muerte,
gloria y poder en el cielo y en la tierra, le otorgó, gratuitamente - respecto
de su Majestad- todos los derechos y privilegios que Él posee por naturaleza:
“Todo lo que conviene a Dios por naturaleza, conviene a María por gracia” (61) , dicen los santos. De suerte que, según ellos,
teniendo los dos el mismo querer y poder, tienen también los mismos servidores
y esclavos.
75 Podemos, pues -conforme al
parecer de los santos y de muchos varones insignes-, llamarnos y hacernos
esclavos de amor de la Santísima Virgen, a fin de serlo más perfectamente de
Jesucristo. La Virgen Santísima es el medio del cual se sirvió el Señor para
venir a nosotros. Es también el medio del cual debemos servirnos para ir a Él.
Pues María no es como las demás creaturas, que, si nos apegamos a ellas, pueden
separarnos de Dios en lugar de acercarnos a El. La tendencia más fuerte de
María es la de unirnos a Jesucristo (62) , su
Hijo, y la más viva tendencia del Hijo es que vayamos a El por medio de su
santísima Madre. Obrar así es honrarlo y agradarle, como sería honrar y agradar
a un rey el hacerse esclavo de la reina para ser mejores súbditos y esclavos
del soberano. Por esto, los Santos Padres y luego San Buenaventura dicen que la
Santísima Virgen es el camino para llegar a Nuestro Señor.
76 Más aún, si –como he dicho– la
Santísima Virgen es la Reina y Soberana del cielo y de la tierra: “Al poder de
Dios todo está sometido, incluida la Virgen; al poder de la Virgen todo está
sometido, incluido Dios”, dicen San Anselmo, San Bernardo, San Bernardino, San
Buenaventura, ¿por qué no ha de tener tantos súbditos y esclavos como creaturas
hay? Y ¿no será razonable que, entre tantos esclavos por fuerza, los haya
también de amor, que escojan libremente a María como Soberana? ¡Pues qué! ¿Han
de tener los hombres y los demonios sus esclavos voluntarios y no los ha de
tener María? ¡Y qué! ¿Un rey se siente honrado de que la reina, su consorte,
tenga esclavos sobre los cuales puede ejercer derechos de vida y muerte –en
efecto, el honor y poder del uno son el honor y poder de la otra–, y el Señor,
como el mejor de los hijos, llevará a mal que María, su Madre santísima, con
quien ha compartido todo su poder, tenga también sus esclavos? ¿Tendrá El menos
respeto y amor para con su Madre que Asuero para con Ester, y Salomón para con
Betsabé? (Est 5,2-8; 1Re 2,19) ¿Quién osará decirlo o siquiera pensarlo?
77 Pero ¿adónde me lleva la pluma?
¿Por qué detenerme a probar lo que es evidente? Si alguno no quiere que nos
llamemos esclavos de la Santísima Virgen, ¿qué más da? ¡Hacerte y llamarte
esclavo de Jesucristo es hacerte y proclamarte esclavo de la Santísima Virgen!
Porque Jesucristo es el fruto y gloria de María.
Todo
esto se realiza de modo perfecto con la devoción de que te voy a hablar.
Notas a pie de página:
51 El mensaje del P. DE MONTFORT es auténticamente cristocéntrico.
Quien quiera convencerse de ello y ver en extenso los fundamentos de su
doctrina mariana puede leer y meditar su libro “El Amor de la Sabiduría Eterna”
(ASE). La devoción mariana aparece allí (Nº 203ss) como el cuarto y más eficaz
medio para alcanzar la Sabiduría, Jesucristo. (ver también las fórmulas de
consagración, vgr. ASE 223). 393
52 Ver MC 25; LG 66.
53 Ver 24.31-33.50.
54 VD 75.83-86.120.152-168...
55 El P. DE MONTFORT gusta mucho del término “secreto” y le da
sentidos diferentes. Es: a) la excelencia y perfección de la Madre de Dios son
un secreto, sólo Dios la conoce perfectamente y sólo El puede comunicar a otros
ese conocimiento; b) el puesto y oficio de María en la obra redentora y su
fuerza para orientar hacia la vida trinitaria el peregrinar del cristiano, son
un secreto, porque no se conocen suficientemente; c) la vida mariana, que él
propone, es un poderoso medio de santidad, un secreto de santidad (ver ASE
203.211; SM 1.20.55; VD 82.119.177.211.220).
57 La oración está entresacada de diferentes obras de SAN AGUSTÍN.
58 “... Nosotros, los cristianos, más que ningún otro debemos
entregarnos y consagrarnos como esclavos al Redentor, Señor nuestro” (Catecismo
del Concilio de Trento, I, c.3, n. 12.
59 Montfort quiere decir que nuestra dependencia de Dios y nuestra
pertenencia a Él son absolutas
60 Ver VD 129.
61 “Los misterios de la gracia que Dios ha realizado en María no se
miden según las leyes ordinarias, sino según la omnipotencia divina” (PÍO XII).
62 VD 129
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