165. El amor siempre da
vida. Por eso, el amor conyugal «no se agota dentro de la pareja [...] Los
cónyuges, a la vez que se dan entre sí, dan más allá de sí mismos la realidad
del hijo, reflejo viviente de su amor, signo permanente de la unidad conyugal y
síntesis viva e inseparable del padre y de la madre»[176].
166. La familia es el
ámbito no sólo de la generación sino de la acogida de la vida que llega como
regalo de Dios. Cada nueva vida «nos permite descubrir la dimensión más
gratuita del amor, que jamás deja de sorprendernos. Es la belleza de ser amados
antes: los hijos son amados antes de que lleguen»[177].
Esto nos refleja el primado del amor de Dios que siempre toma la iniciativa,
porque los hijos «son amados antes de haber hecho algo para merecerlo»[178].
Sin embargo, «numerosos niños desde el inicio son rechazados, abandonados, les roban su infancia y su futuro. Alguno se atreve a decir, casi para justificarse, que fue un error hacer que vinieran al mundo. ¡Esto es vergonzoso! [...] ¿Qué hacemos con las solemnes declaraciones de los derechos humanos o de los derechos del niño, si luego castigamos a los niños por los errores de los adultos?»[179].
Si un niño llega al mundo en circunstancias no deseadas, los padres, u otros miembros de la familia, deben hacer todo lo posible por aceptarlo como don de Dios y por asumir la responsabilidad de acogerlo con apertura y cariño. Porque «cuando se trata de los niños que vienen al mundo, ningún sacrificio de los adultos será considerado demasiado costoso o demasiado grande, con tal de evitar que un niño piense que es un error, que no vale nada y que ha sido abandonado a las heridas de la vida y a la prepotencia de los hombres»[180].
El don de un nuevo hijo, que el Señor confía a papá y mamá, comienza con la acogida, prosigue con la custodia a lo largo de la vida terrena y tiene como destino final el gozo de la vida eterna. Una mirada serena hacia el cumplimiento último de la persona humana, hará a los padres todavía más conscientes del precioso don que les ha sido confiado. En efecto, a ellos les ha concedido Dios elegir el nombre con el que él llamará cada uno de sus hijos por toda la eternidad[181].
Sin embargo, «numerosos niños desde el inicio son rechazados, abandonados, les roban su infancia y su futuro. Alguno se atreve a decir, casi para justificarse, que fue un error hacer que vinieran al mundo. ¡Esto es vergonzoso! [...] ¿Qué hacemos con las solemnes declaraciones de los derechos humanos o de los derechos del niño, si luego castigamos a los niños por los errores de los adultos?»[179].
Si un niño llega al mundo en circunstancias no deseadas, los padres, u otros miembros de la familia, deben hacer todo lo posible por aceptarlo como don de Dios y por asumir la responsabilidad de acogerlo con apertura y cariño. Porque «cuando se trata de los niños que vienen al mundo, ningún sacrificio de los adultos será considerado demasiado costoso o demasiado grande, con tal de evitar que un niño piense que es un error, que no vale nada y que ha sido abandonado a las heridas de la vida y a la prepotencia de los hombres»[180].
El don de un nuevo hijo, que el Señor confía a papá y mamá, comienza con la acogida, prosigue con la custodia a lo largo de la vida terrena y tiene como destino final el gozo de la vida eterna. Una mirada serena hacia el cumplimiento último de la persona humana, hará a los padres todavía más conscientes del precioso don que les ha sido confiado. En efecto, a ellos les ha concedido Dios elegir el nombre con el que él llamará cada uno de sus hijos por toda la eternidad[181].
167. Las familias
numerosas son una alegría para la Iglesia. En ellas, el amor expresa su
fecundidad generosa. Esto no implica olvidar una sana advertencia de san Juan
Pablo II, cuando explicaba que la paternidad responsable no es «procreación
ilimitada o falta de conciencia de lo que implica educar a los hijos, sino más
bien la facultad que los esposos tienen de usar su libertad inviolable de modo
sabio y responsable, teniendo en cuenta tanto las realidades sociales y
demográficas, como su propia situación y sus deseos legítimos»[182].
168. El embarazo es una
época difícil, pero también es un tiempo maravilloso. La madre acompaña a Dios
para que se produzca el milagro de una nueva vida. La maternidad surge de una
«particular potencialidad del organismo femenino, que con peculiaridad creadora
sirve a la concepción y a la generación del ser humano»[183].
Cada mujer participa del «misterio de la creación, que se renueva en la generación humana»[184]. Es como dice el Salmo: «Tú me has tejido en el seno materno» (139,13). Cada niño que se forma dentro de su madre es un proyecto eterno del Padre Dios y de su amor eterno: «Antes de formarte en el vientre, te escogí; antes de que salieras del seno materno, te consagré» (Jr 1,5). Cada niño está en el corazón de Dios desde siempre, y en el momento en que es concebido se cumple el sueño eterno del Creador. Pensemos cuánto vale ese embrión desde el instante en que es concebido. Hay que mirarlo con esos ojos de amor del Padre, que mira más allá de toda apariencia.
Cada mujer participa del «misterio de la creación, que se renueva en la generación humana»[184]. Es como dice el Salmo: «Tú me has tejido en el seno materno» (139,13). Cada niño que se forma dentro de su madre es un proyecto eterno del Padre Dios y de su amor eterno: «Antes de formarte en el vientre, te escogí; antes de que salieras del seno materno, te consagré» (Jr 1,5). Cada niño está en el corazón de Dios desde siempre, y en el momento en que es concebido se cumple el sueño eterno del Creador. Pensemos cuánto vale ese embrión desde el instante en que es concebido. Hay que mirarlo con esos ojos de amor del Padre, que mira más allá de toda apariencia.
169. La mujer embarazada
puede participar de ese proyecto de Dios soñando a su hijo: «Toda mamá y todo
papá soñó a su hijo durante nueve meses [...] No es posible una familia sin
soñar. Cuando en una familia se pierde la capacidad de soñar los chicos no
crecen, el amor no crece, la vida se debilita y se apaga»[185].
Dentro de ese sueño, para un matrimonio cristiano, aparece necesariamente el
bautismo. Los padres lo preparan con su oración, entregando su hijo a Jesús ya
antes de su nacimiento.
170. Con los avances de
las ciencias hoy se puede saber de antemano qué color de cabellos tendrá el
niño y qué enfermedades podrá sufrir en el futuro, porque todas las
características somáticas de esa persona están inscritas en su código genético
ya en el estado embrionario. Pero sólo el Padre que lo creó lo conoce en
plenitud. Sólo él conoce lo más valioso, lo más importante, porque él sabe
quién es ese niño, cuál es su identidad más honda.
La madre que lo lleva en su seno necesita pedir luz a Dios para poder conocer en profundidad a su propio hijo y para esperarlo tal cual es. Algunos padres sienten que su niño no llega en el mejor momento. Les hace falta pedirle al Señor que los sane y los fortalezca para aceptar plenamente a ese hijo, para que puedan esperarlo de corazón. Es importante que ese niño se sienta esperado.
Él no es un complemento o una solución para una inquietud personal. Es un ser humano, con un valor inmenso, y no puede ser usado para el propio beneficio. Entonces, no es importante si esa nueva vida te servirá o no, si tiene características que te agradan o no, si responde o no a tus proyectos y a tus sueños. Porque «los hijos son un don. Cada uno es único e irrepetible [...] Se ama a un hijo porque es hijo, no porque es hermoso o porque es de una o de otra manera; no, porque es hijo. No porque piensa como yo o encarna mis deseos. Un hijo es un hijo»[186].
El amor de los padres es instrumento del amor del Padre Dios que espera con ternura el nacimiento de todo niño, lo acepta sin condiciones y lo acoge gratuitamente.
La madre que lo lleva en su seno necesita pedir luz a Dios para poder conocer en profundidad a su propio hijo y para esperarlo tal cual es. Algunos padres sienten que su niño no llega en el mejor momento. Les hace falta pedirle al Señor que los sane y los fortalezca para aceptar plenamente a ese hijo, para que puedan esperarlo de corazón. Es importante que ese niño se sienta esperado.
Él no es un complemento o una solución para una inquietud personal. Es un ser humano, con un valor inmenso, y no puede ser usado para el propio beneficio. Entonces, no es importante si esa nueva vida te servirá o no, si tiene características que te agradan o no, si responde o no a tus proyectos y a tus sueños. Porque «los hijos son un don. Cada uno es único e irrepetible [...] Se ama a un hijo porque es hijo, no porque es hermoso o porque es de una o de otra manera; no, porque es hijo. No porque piensa como yo o encarna mis deseos. Un hijo es un hijo»[186].
El amor de los padres es instrumento del amor del Padre Dios que espera con ternura el nacimiento de todo niño, lo acepta sin condiciones y lo acoge gratuitamente.
171. A cada mujer
embarazada quiero pedirle con afecto: Cuida tu alegría, que nada te quite el
gozo interior de la maternidad. Ese niño merece tu alegría. No permitas que los
miedos, las preocupaciones, los comentarios ajenos o los problemas apaguen esa
felicidad de ser instrumento de Dios para traer una nueva vida al mundo.
Ocúpate de lo que haya que hacer o preparar, pero sin obsesionarte, y alaba como María: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su sierva» (Lc 1,46-48). Vive ese sereno entusiasmo en medio de tus molestias, y ruega al Señor que cuide tu alegría para que puedas transmitirla a tu niño.
Ocúpate de lo que haya que hacer o preparar, pero sin obsesionarte, y alaba como María: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su sierva» (Lc 1,46-48). Vive ese sereno entusiasmo en medio de tus molestias, y ruega al Señor que cuide tu alegría para que puedas transmitirla a tu niño.
172. «Los niños, apenas
nacidos, comienzan a recibir como don, junto a la comida y los cuidados, la
confirmación de las cualidades espirituales del amor. Los actos de amor pasan a
través del don del nombre personal, el lenguaje compartido, las intenciones de
las miradas, las iluminaciones de las sonrisas.
Aprenden así que la belleza del vínculo entre los seres humanos apunta a nuestra alma, busca nuestra libertad, acepta la diversidad del otro, lo reconoce y lo respeta como interlocutor [...] y esto es amor, que trae una chispa del amor de Dios»[187]. Todo niño tiene derecho a recibir el amor de una madre y de un padre, ambos necesarios para su maduración íntegra y armoniosa. Como dijeron los Obispos de Australia, ambos «contribuyen, cada uno de una manera distinta, a la crianza de un niño. Respetar la dignidad de un niño significa afirmar su necesidad y derecho natural a una madre y a un padre»[188].
No se trata sólo del amor del padre y de la madre por separado, sino también del amor entre ellos, percibido como fuente de la propia existencia, como nido que acoge y como fundamento de la familia. De otro modo, el hijo parece reducirse a una posesión caprichosa. Ambos, varón y mujer, padre y madre, son «cooperadores del amor de Dios Creador y en cierta manera sus intérpretes»[189]. Muestran a sus hijos el rostro materno y el rostro paterno del Señor. Además, ellos juntos enseñan el valor de la reciprocidad, del encuentro entre diferentes, donde cada uno aporta su propia identidad y sabe también recibir del otro. Si por alguna razón inevitable falta uno de los dos, es importante buscar algún modo de compensarlo, para favorecer la adecuada maduración del hijo.
Aprenden así que la belleza del vínculo entre los seres humanos apunta a nuestra alma, busca nuestra libertad, acepta la diversidad del otro, lo reconoce y lo respeta como interlocutor [...] y esto es amor, que trae una chispa del amor de Dios»[187]. Todo niño tiene derecho a recibir el amor de una madre y de un padre, ambos necesarios para su maduración íntegra y armoniosa. Como dijeron los Obispos de Australia, ambos «contribuyen, cada uno de una manera distinta, a la crianza de un niño. Respetar la dignidad de un niño significa afirmar su necesidad y derecho natural a una madre y a un padre»[188].
No se trata sólo del amor del padre y de la madre por separado, sino también del amor entre ellos, percibido como fuente de la propia existencia, como nido que acoge y como fundamento de la familia. De otro modo, el hijo parece reducirse a una posesión caprichosa. Ambos, varón y mujer, padre y madre, son «cooperadores del amor de Dios Creador y en cierta manera sus intérpretes»[189]. Muestran a sus hijos el rostro materno y el rostro paterno del Señor. Además, ellos juntos enseñan el valor de la reciprocidad, del encuentro entre diferentes, donde cada uno aporta su propia identidad y sabe también recibir del otro. Si por alguna razón inevitable falta uno de los dos, es importante buscar algún modo de compensarlo, para favorecer la adecuada maduración del hijo.
173. El sentimiento de
orfandad que viven hoy muchos niños y jóvenes es más profundo de lo que
pensamos. Hoy reconocemos como muy legítimo, e incluso deseable, que las
mujeres quieran estudiar, trabajar, desarrollar sus capacidades y tener
objetivos personales. Pero, al mismo tiempo, no podemos ignorar la necesidad
que tienen los niños de la presencia materna, especialmente en los primeros
meses de vida.
La realidad es que «la mujer está ante el hombre como madre, sujeto de la nueva vida humana que se concibe y se desarrolla en ella, y de ella nace al mundo»[190]. El debilitamiento de la presencia materna con sus cualidades femeninas es un riesgo grave para nuestra tierra. Valoro el feminismo cuando no pretende la uniformidad ni la negación de la maternidad. Porque la grandeza de la mujer implica todos los derechos que emanan de su inalienable dignidad humana, pero también de su genio femenino, indispensable para la sociedad[191].
Sus capacidades específicamente femeninas —en particular la maternidad— le otorgan también deberes, porque su ser mujer implica también una misión peculiar en esta tierra, que la sociedad necesita proteger y preservar para bien de todos.
La realidad es que «la mujer está ante el hombre como madre, sujeto de la nueva vida humana que se concibe y se desarrolla en ella, y de ella nace al mundo»[190]. El debilitamiento de la presencia materna con sus cualidades femeninas es un riesgo grave para nuestra tierra. Valoro el feminismo cuando no pretende la uniformidad ni la negación de la maternidad. Porque la grandeza de la mujer implica todos los derechos que emanan de su inalienable dignidad humana, pero también de su genio femenino, indispensable para la sociedad[191].
Sus capacidades específicamente femeninas —en particular la maternidad— le otorgan también deberes, porque su ser mujer implica también una misión peculiar en esta tierra, que la sociedad necesita proteger y preservar para bien de todos.
174. De hecho, «las madres son el antídoto más fuerte ante la difusión del individualismo egoísta [...] Son ellas quienes testimonian la belleza de la vida»[192]. Sin duda, «una sociedad sin madres sería una sociedad inhumana, porque las madres saben testimoniar siempre, incluso en los peores momentos, la ternura, la entrega, la fuerza moral.
Las madres transmiten a menudo también el sentido más profundo de la práctica religiosa: en las primeras oraciones, en los primeros gestos de devoción que aprende un niño[...] Sin las madres, no sólo no habría nuevos fieles, sino que la fe perdería buena parte de su calor sencillo y profundo. [...] Queridísimas mamás, gracias, gracias por lo que sois en la familia y por lo que dais a la Iglesia y al mundo»[193].
175. La madre, que
ampara al niño con su ternura y su compasión, le ayuda a despertar la
confianza, a experimentar que el mundo es un lugar bueno que lo recibe, y esto
permite desarrollar una autoestima que favorece la capacidad de intimidad y la
empatía. La figura paterna, por otra parte, ayuda a percibir los límites de la
realidad, y se caracteriza más por la orientación, por la salida hacia el mundo
más amplio y desafiante, por la invitación al esfuerzo y a la lucha.
Un padre con una clara y feliz identidad masculina, que a su vez combine en su trato con la mujer el afecto y la protección, es tan necesario como los cuidados maternos. Hay roles y tareas flexibles, que se adaptan a las circunstancias concretas de cada familia, pero la presencia clara y bien definida de las dos figuras, femenina y masculina, crea el ámbito más adecuado para la maduración del niño.
Un padre con una clara y feliz identidad masculina, que a su vez combine en su trato con la mujer el afecto y la protección, es tan necesario como los cuidados maternos. Hay roles y tareas flexibles, que se adaptan a las circunstancias concretas de cada familia, pero la presencia clara y bien definida de las dos figuras, femenina y masculina, crea el ámbito más adecuado para la maduración del niño.
176. Se dice que nuestra
sociedad es una «sociedad sin padres». En la cultura occidental, la figura del
padre estaría simbólicamente ausente, desviada, desvanecida. Aun la virilidad
pareciera cuestionada.
Se ha producido una comprensible confusión, porque «en un primer momento esto se percibió como una liberación: liberación del padre-patrón, del padre como representante de la ley que se impone desde fuera, del padre como censor de la felicidad de los hijos y obstáculo a la emancipación y autonomía de los jóvenes. A veces, en el pasado, en algunas casas, reinaba el autoritarismo, en ciertos casos nada menos que el maltrato»[194]. Pero, «como sucede con frecuencia, se pasa de un extremo a otro.
El problema de nuestros días no parece ser ya tanto la presencia entrometida del padre, sino más bien su ausencia, el hecho de no estar presente. El padre está algunas veces tan concentrado en sí mismo y en su trabajo, y a veces en sus propias realizaciones individuales, que olvida incluso a la familia. Y deja solos a los pequeños y a los jóvenes»[195]. La presencia paterna, y por tanto su autoridad, se ve afectada también por el tiempo cada vez mayor que se dedica a los medios de comunicación y a la tecnología de la distracción.
Hoy, además, la autoridad está puesta bajo sospecha y los adultos son crudamente cuestionados. Ellos mismos abandonan las certezas y por eso no dan orientaciones seguras y bien fundadas a sus hijos. No es sano que se intercambien los roles entre padres e hijos, lo cual daña el adecuado proceso de maduración que los niños necesitan recorrer y les niega un amor orientador que les ayude a madurar[196].
Se ha producido una comprensible confusión, porque «en un primer momento esto se percibió como una liberación: liberación del padre-patrón, del padre como representante de la ley que se impone desde fuera, del padre como censor de la felicidad de los hijos y obstáculo a la emancipación y autonomía de los jóvenes. A veces, en el pasado, en algunas casas, reinaba el autoritarismo, en ciertos casos nada menos que el maltrato»[194]. Pero, «como sucede con frecuencia, se pasa de un extremo a otro.
El problema de nuestros días no parece ser ya tanto la presencia entrometida del padre, sino más bien su ausencia, el hecho de no estar presente. El padre está algunas veces tan concentrado en sí mismo y en su trabajo, y a veces en sus propias realizaciones individuales, que olvida incluso a la familia. Y deja solos a los pequeños y a los jóvenes»[195]. La presencia paterna, y por tanto su autoridad, se ve afectada también por el tiempo cada vez mayor que se dedica a los medios de comunicación y a la tecnología de la distracción.
Hoy, además, la autoridad está puesta bajo sospecha y los adultos son crudamente cuestionados. Ellos mismos abandonan las certezas y por eso no dan orientaciones seguras y bien fundadas a sus hijos. No es sano que se intercambien los roles entre padres e hijos, lo cual daña el adecuado proceso de maduración que los niños necesitan recorrer y les niega un amor orientador que les ayude a madurar[196].
177. Dios pone al padre
en la familia para que, con las características valiosas de su masculinidad,
«sea cercano a la esposa, para compartir todo, alegrías y dolores, cansancios y
esperanzas. Y que sea cercano a los hijos en su crecimiento: cuando juegan y
cuando tienen ocupaciones, cuando están despreocupados y cuando están
angustiados, cuando se expresan y cuando son taciturnos, cuando se lanzan y
cuando tienen miedo, cuando dan un paso equivocado y cuando vuelven a encontrar
el camino; padre presente, siempre.
Decir presente no es lo mismo que decir controlador. Porque los padres demasiado controladores anulan a los hijos»[197]. Algunos padres se sienten inútiles o innecesarios, pero la verdad es que «los hijos necesitan encontrar un padre que los espera cuando regresan de sus fracasos. Harán de todo por no admitirlo, para no hacerlo ver, pero lo necesitan»[198]. No es bueno que los niños se queden sin padres y así dejen de ser niños antes de tiempo.
Decir presente no es lo mismo que decir controlador. Porque los padres demasiado controladores anulan a los hijos»[197]. Algunos padres se sienten inútiles o innecesarios, pero la verdad es que «los hijos necesitan encontrar un padre que los espera cuando regresan de sus fracasos. Harán de todo por no admitirlo, para no hacerlo ver, pero lo necesitan»[198]. No es bueno que los niños se queden sin padres y así dejen de ser niños antes de tiempo.
178. Muchas parejas de
esposos no pueden tener hijos. Sabemos lo mucho que se sufre por ello. Por otro
lado, sabemos también que «el matrimonio no ha sido instituido solamente para
la procreación [...] Por ello, aunque la prole, tan deseada, muchas veces
falte, el matrimonio, como amistad y comunión de la vida toda, sigue existiendo
y conserva su valor e indisolubilidad»[199].
Además, «la maternidad no es una realidad exclusivamente biológica, sino que se
expresa de diversas maneras»[200].
179. La adopción es un
camino para realizar la maternidad y la paternidad de una manera muy generosa,
y quiero alentar a quienes no pueden tener hijos a que sean magnánimos y abran
su amor matrimonial para recibir a quienes están privados de un adecuado
contexto familiar. Nunca se arrepentirán de haber sido generosos. Adoptar es el
acto de amor de regalar una familia a quien no la tiene. Es importante insistir
en que la legislación pueda facilitar los trámites de adopción, sobre todo en
los casos de hijos no deseados, en orden a prevenir el aborto o el abandono.
Los que asumen el desafío de adoptar y acogen a una persona de manera
incondicional y gratuita, se convierten en mediaciones de ese amor de Dios que
dice: «Aunque tu madre te olvidase, yo jamás te olvidaría» (Is 49,15).
180. «La opción de la
adopción y de la acogida expresa una fecundidad particular de la experiencia
conyugal, no sólo en los casos de esposos con problemas de fertilidad [...]
Frente a situaciones en las que el hijo es querido a cualquier precio, como un
derecho a la propia autoafirmación, la adopción y la acogida, entendidas
correctamente, muestran un aspecto importante del ser padres y del ser hijos,
en cuanto ayudan a reconocer que los hijos, tanto naturales como adoptados o
acogidos, son otros sujetos en sí mismos y que hace falta recibirlos, amarlos,
hacerse cargo de ellos y no sólo traerlos al mundo.
El interés superior del niño debe primar en los procesos de adopción y acogida»[201]. Por otra parte, «se debe frenar el tráfico de niños entre países y continentes mediante oportunas medidas legislativas y el control estatal»[202].
El interés superior del niño debe primar en los procesos de adopción y acogida»[201]. Por otra parte, «se debe frenar el tráfico de niños entre países y continentes mediante oportunas medidas legislativas y el control estatal»[202].
181. Conviene también
recordar que la procreación o la adopción no son las únicas maneras de vivir la
fecundidad del amor. Aun la familia con muchos hijos está llamada a dejar su
huella en la sociedad donde está inserta, para desarrollar otras formas de
fecundidad que son como la prolongación del amor que la sustenta. No olviden
las familias cristianas que «la fe no nos aleja del mundo, sino que nos
introduce más profundamente en él [...] Cada uno de nosotros tiene un papel
especial que desempeñar en la preparación de la venida del Reino de Dios»[203].
La familia no debe pensar a sí misma como un recinto llamado a protegerse de la sociedad. No se queda a la espera, sino que sale de sí en la búsqueda solidaria. Así se convierte en un nexo de integración de la persona con la sociedad y en un punto de unión entre lo público y lo privado. Los matrimonios necesitan adquirir una clara y convencida conciencia sobre sus deberes sociales. Cuando esto sucede, el afecto que los une no disminuye, sino que se llena de nueva luz, como lo expresan los siguientes versos:
La familia no debe pensar a sí misma como un recinto llamado a protegerse de la sociedad. No se queda a la espera, sino que sale de sí en la búsqueda solidaria. Así se convierte en un nexo de integración de la persona con la sociedad y en un punto de unión entre lo público y lo privado. Los matrimonios necesitan adquirir una clara y convencida conciencia sobre sus deberes sociales. Cuando esto sucede, el afecto que los une no disminuye, sino que se llena de nueva luz, como lo expresan los siguientes versos:
«Tus manos son mi caricia
mis acordes cotidianos
te quiero porque tus manos
trabajan por la justicia.
Si te quiero es porque sos
mi amor mi cómplice y todo
y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos».[204]
mis acordes cotidianos
te quiero porque tus manos
trabajan por la justicia.
Si te quiero es porque sos
mi amor mi cómplice y todo
y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos».[204]
182. Ninguna familia
puede ser fecunda si se concibe como demasiado diferente o «separada». Para
evitar este riesgo, recordemos que la familia de Jesús, llena de gracia y de
sabiduría, no era vista como una familia «rara», como un hogar extraño y
alejado del pueblo. Por eso mismo a la gente le costaba reconocer la sabiduría
de Jesús y decía: «¿De dónde saca todo eso? [...] ¿No es este el carpintero, el
hijo de María?» (Mc 6,2-3). «¿No es el hijo del carpintero?» (Mc 6,2-3).
«¿No es este el hijo del carpintero?» (Mt 13,55). Esto confirma que
era una familia sencilla, cercana a todos, integrada con normalidad en el
pueblo.
Jesús tampoco creció en una relación cerrada y absorbente con María y con José, sino que se movía gustosamente en la familia ampliada, que incluía a los parientes y amigos. Eso explica que, cuando volvían de Jerusalén, sus padres aceptaban que el niño de doce años se perdiera en la caravana un día entero, escuchando las narraciones y compartiendo las preocupaciones de todos: «Creyendo que estaba en la caravana, anduvieron el camino de un día» (Lc 2,44). Sin embargo a veces sucede que algunas familias cristianas, por el lenguaje que usan, por el modo de decir las cosas, por el estilo de su trato, por la repetición constante de dos o tres temas, son vistas como lejanas, como separadas de la sociedad, y hasta sus propios parientes se sienten despreciados o juzgados por ellas.
Jesús tampoco creció en una relación cerrada y absorbente con María y con José, sino que se movía gustosamente en la familia ampliada, que incluía a los parientes y amigos. Eso explica que, cuando volvían de Jerusalén, sus padres aceptaban que el niño de doce años se perdiera en la caravana un día entero, escuchando las narraciones y compartiendo las preocupaciones de todos: «Creyendo que estaba en la caravana, anduvieron el camino de un día» (Lc 2,44). Sin embargo a veces sucede que algunas familias cristianas, por el lenguaje que usan, por el modo de decir las cosas, por el estilo de su trato, por la repetición constante de dos o tres temas, son vistas como lejanas, como separadas de la sociedad, y hasta sus propios parientes se sienten despreciados o juzgados por ellas.
183. Un matrimonio que
experimente la fuerza del amor, sabe que ese amor está llamado a sanar las
heridas de los abandonados, a instaurar la cultura del encuentro, a luchar por
la justicia. Dios ha confiado a la familia el proyecto de hacer «doméstico» el
mundo[205],
para que todos lleguen a sentir a cada ser humano como un hermano: «Una mirada
atenta a la vida cotidiana de los hombres y mujeres de hoy muestra
inmediatamente la necesidad que hay por todos lados de una robusta inyección de
espíritu familiar [...]
No sólo la organización de la vida común se topa cada vez más con una burocracia del todo extraña a las uniones humanas fundamentales, sino, incluso, las costumbres sociales y políticas muestran a menudo signos de degradación»[206]. En cambio, las familias abiertas y solidarias hacen espacio a los pobres, son capaces de tejer una amistad con quienes lo están pasando peor que ellas. Si realmente les importa el Evangelio, no pueden olvidar lo que dice Jesús: «Que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40). En definitiva, viven lo que se nos pide con tanta elocuencia en este texto: «Cuando des una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos. Porque si luego ellos te invitan a ti, esa será tu recompensa. Cuando des un banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos, y serás dichoso» (Lc 14,12-14). ¡Serás dichoso! He aquí el secreto de una familia feliz.
No sólo la organización de la vida común se topa cada vez más con una burocracia del todo extraña a las uniones humanas fundamentales, sino, incluso, las costumbres sociales y políticas muestran a menudo signos de degradación»[206]. En cambio, las familias abiertas y solidarias hacen espacio a los pobres, son capaces de tejer una amistad con quienes lo están pasando peor que ellas. Si realmente les importa el Evangelio, no pueden olvidar lo que dice Jesús: «Que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40). En definitiva, viven lo que se nos pide con tanta elocuencia en este texto: «Cuando des una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos. Porque si luego ellos te invitan a ti, esa será tu recompensa. Cuando des un banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos, y serás dichoso» (Lc 14,12-14). ¡Serás dichoso! He aquí el secreto de una familia feliz.
184. Con el testimonio,
y también con la palabra, las familias hablan de Jesús a los demás, transmiten
la fe, despiertan el deseo de Dios, y muestran la belleza del Evangelio y del
estilo de vida que nos propone. Así, los matrimonios cristianos pintan el gris
del espacio público llenándolo del color de la fraternidad, de la sensibilidad
social, de la defensa de los frágiles, de la fe luminosa, de la esperanza
activa. Su fecundidad se amplía y se traduce en miles de maneras de hacer
presente el amor de Dios en la sociedad.
185. En esta línea es conveniente
tomar muy en serio un texto bíblico que suele ser interpretado fuera de su
contexto, o de una manera muy general, con lo cual se puede descuidar su
sentido más inmediato y directo, que es marcadamente social. Se trata de1 Co 11,17-34,
donde san Pablo enfrenta una situación vergonzosa de la comunidad. Allí,
algunas personas acomodadas tendían a discriminar a los pobres, y esto se
producía incluso en el ágape que acompañaba a la celebración de la Eucaristía.
Mientras los ricos gustaban sus manjares, los pobres se quedaban mirando y sin
tener qué comer: Así, «uno pasa hambre, el otro está borracho. ¿No tenéis casas
donde comer y beber? ¿O tenéis en tan poco a la Iglesia de Dios que humilláis a
los pobres?» (vv. 21-22).
186. La Eucaristía
reclama la integración en un único cuerpo eclesial. Quien se acerca al Cuerpo y
a la Sangre de Cristo no puede al mismo tiempo ofender este mismo Cuerpo
provocando escandalosas divisiones y discriminaciones entre sus miembros. Se
trata, pues, de «discernir» el Cuerpo del Señor, de reconocerlo con fe y
caridad, tanto en los signos sacramentales como en la comunidad, de otro modo,
se come y se bebe la propia condenación (cf. v. 11, 29).
Este texto bíblico es una seria advertencia para las familias que se encierran en su propia comodidad y se aíslan, pero más particularmente para las familias que permanecen indiferentes ante el sufrimiento de las familias pobres y más necesitadas.
La celebración eucarística se convierte así en un constante llamado para «que cada cual se examine» (v. 28) en orden a abrir las puertas de la propia familia a una mayor comunión con los descartables de la sociedad, y, entonces sí, recibir el Sacramento del amor eucarístico que nos hace un sólo cuerpo. No hay que olvidar que «la “mística” del Sacramento tiene un carácter social»[207].
Cuando quienes comulgan se resisten a dejarse impulsar en un compromiso con los pobres y sufrientes, o consienten distintas formas de división, de desprecio y de inequidad, la Eucaristía es recibida indignamente. En cambio, las familias que se alimentan de la Eucaristía con adecuada disposición refuerzan su deseo de fraternidad, su sentido social y su compromiso con los necesitados.
Notas a pie de página:
Este texto bíblico es una seria advertencia para las familias que se encierran en su propia comodidad y se aíslan, pero más particularmente para las familias que permanecen indiferentes ante el sufrimiento de las familias pobres y más necesitadas.
La celebración eucarística se convierte así en un constante llamado para «que cada cual se examine» (v. 28) en orden a abrir las puertas de la propia familia a una mayor comunión con los descartables de la sociedad, y, entonces sí, recibir el Sacramento del amor eucarístico que nos hace un sólo cuerpo. No hay que olvidar que «la “mística” del Sacramento tiene un carácter social»[207].
Cuando quienes comulgan se resisten a dejarse impulsar en un compromiso con los pobres y sufrientes, o consienten distintas formas de división, de desprecio y de inequidad, la Eucaristía es recibida indignamente. En cambio, las familias que se alimentan de la Eucaristía con adecuada disposición refuerzan su deseo de fraternidad, su sentido social y su compromiso con los necesitados.
Notas a pie de página:
[177] Catequesis (11 febrero
2015): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española,
13 de febrero de 2015, p. 12.
[179] Catequesis (8 abril 2015): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española, 10 de abril de 2015, p.
16.
[181] Cf. Conc. Ecum.
Vat II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en
el mundo actual, 51: «Sea claro a todos que la vida de los hombres y la tarea
de transmitirla no se limita a este mundo sólo y no se puede medir ni entender
sólo por él, sino que mira siempre al destino eterno de los hombres».
[182] Juan Pablo
II, Carta a la Secretaria
General de la Conferencia internacional de la Organización de Naciones Unidas
sobre la población y el desarrollo (18 marzo
1994): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 8
de abril de 1994, p. 11.
[183] Id., Catequesis (12 marzo
1980), 3: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española, 16 de marzo de 1980, p. 3.
[186] Catequesis (11 febrero
2015): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española,
13 de febrero de 2015, p. 12.
[187] Catequesis (14 octubre
2015): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española,
16 de octubre de 2015, p. 12.
[188] Conferencia de
Obispos Católicos de Australia, Carta past. Don’t Mess with Marriage(24
noviembre 2015), 13.
[190] Juan Pablo
II, Catequesis (12 marzo
1980), 2: L’Osservatore Romano,ed. semanal en lengua española, 16
de marzo de 1980, p. 3.
[192] Catequesis (7 enero 2015): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española, 9 de enero de 2015, p. 16.
[194] Catequesis (28 enero
2015): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española,
30 de enero de 2015, p. 16.
[197] Catequesis (4 febrero
2015): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 6
de febrero de 2015, p. 16.
[200] V Conferencia
General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Documento de Aparecida (29
junio 2007), 457.
[205] Cf. Catequesis (16 septiembre
2015): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española,
18 de septiembre de 2015, p. 6.
[206] Catequesis (7 octubre
2015): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 9
de octubre de 2015, p. 2.