CAPÍTULO TERCERO
RAÍZ HUMANA DE LA CRISIS ECOLÓGICA
101. No nos servirá describir los síntomas, si no reconocemos la raíz
humana de la crisis ecológica. Hay un modo de entender la vida y la acción
humana que se ha desviado y que contradice la realidad hasta dañarla. ¿Por qué no
podemos detenernos a pensarlo? En esta reflexión propongo que nos concentremos
en el paradigma tecnocrático dominante y en el lugar del ser humano y de su
acción en el mundo.
I. La tecnología: creatividad y poder
102. La humanidad ha ingresado en una nueva era en la que el poderío
tecnológico nos pone en una encrucijada. Somos los herederos de dos siglos de
enormes olas de cambio: el motor a vapor, el ferrocarril, el telégrafo, la
electricidad, el automóvil, el avión, las industrias químicas, la medicina
moderna, la informática y, más recientemente, la revolución digital, la
robótica, las biotecnologías y las nanotecnologías.
Es justo alegrarse ante
estos avances, y entusiasmarse frente a las amplias posibilidades que nos abren
estas constantes novedades, porque «la ciencia y la tecnología son un
maravilloso producto de la creatividad humana donada por Dios»[81].
La modificación de la naturaleza con fines útiles es una característica de la
humanidad desde sus inicios, y así la técnica «expresa la tensión del ánimo
humano hacia la superación gradual de ciertos condicionamientos materiales»[82].
La tecnología ha remediado innumerables males que dañaban y limitaban al ser
humano. No podemos dejar de valorar y de agradecer el progreso técnico,
especialmente en la medicina, la ingeniería y las comunicaciones. ¿Y cómo no
reconocer todos los esfuerzos de muchos científicos y técnicos, que han
aportado alternativas para un desarrollo sostenible?
103. La tecnociencia bien orientada no sólo puede producir cosas realmente
valiosas para mejorar la calidad de vida del ser humano, desde objetos
domésticos útiles hasta grandes medios de transporte, puentes, edificios,
lugares públicos.
También es capaz de producir lo bello y de hacer « saltar »
al ser humano inmerso en el mundo material al ámbito de la belleza. ¿Se puede
negar la belleza de un avión, o de algunos rascacielos? Hay preciosas obras
pictóricas y musicales logradas con la utilización de nuevos instrumentos
técnicos. Así, en la intención de belleza del productor técnico y en el
contemplador de tal belleza, se da el salto a una cierta plenitud propiamente
humana.
104. Pero no podemos ignorar que la energía nuclear, la biotecnología, la
informática, el conocimiento de nuestro propio ADN y otras capacidades que
hemos adquirido nos dan un tremendo poder. Mejor dicho, dan a quienes tienen el
conocimiento, y sobre todo el poder económico para utilizarlo, un dominio
impresionante sobre el conjunto de la humanidad y del mundo entero.
Nunca la
humanidad tuvo tanto poder sobre sí misma y nada garantiza que vaya a
utilizarlo bien, sobre todo si se considera el modo como lo está haciendo.
Basta recordar las bombas atómicas lanzadas en pleno siglo XX, como el gran
despliegue tecnológico ostentado por el nazismo, por el comunismo y por otros
regímenes totalitarios al servicio de la matanza de millones de personas, sin
olvidar que hoy la guerra posee un instrumental cada vez más mortífero. ¿En
manos de quiénes está y puede llegar a estar tanto poder? Es tremendamente
riesgoso que resida en una pequeña parte de la humanidad.
105. Se tiende a creer «que todo incremento del poder constituye sin más un
progreso, un aumento de seguridad, de utilidad, de bienestar, de energía vital,
de plenitud de los valores»[83],
como si la realidad, el bien y la verdad brotaran espontáneamente del mismo
poder tecnológico y económico.
El hecho es que «el hombre moderno no está
preparado para utilizar el poder con acierto»[84],
porque el inmenso crecimiento tecnológico no estuvo acompañado de un desarrollo
del ser humano en responsabilidad, valores, conciencia.
Cada época tiende a
desarrollar una escasa autoconciencia de sus propios límites. Por eso es
posible que hoy la humanidad no advierta la seriedad de los desafíos que se
presentan, y «la posibilidad de que el hombre utilice mal el poder crece
constantemente » cuando no está « sometido a norma alguna reguladora de la
libertad, sino únicamente a los supuestos imperativos de la utilidad y de la
seguridad»[85].
El ser humano no es plenamente autónomo. Su libertad se enferma cuando se
entrega a las fuerzas ciegas del inconsciente, de las necesidades inmediatas,
del egoísmo, de la violencia. En ese sentido, está desnudo y expuesto frente a
su propio poder, que sigue creciendo, sin tener los elementos para controlarlo.
Puede disponer de mecanismos superficiales, pero podemos sostener que le falta
una ética sólida, una cultura y una espiritualidad que realmente lo limiten y
lo contengan en una lúcida abnegación.
II. Globalización del paradigma tecnocrático
106. El problema fundamental es otro más profundo todavía: el modo como la
humanidad de hecho ha asumido la tecnología y su desarrollo junto con
un paradigma homogéneo y unidimensional. En él se destaca un concepto del
sujeto que progresivamente, en el proceso lógico-racional, abarca y así posee
el objeto que se halla afuera.
Estee sujeto se despliega en el establecimiento
del método científico con su experimentación, que ya es explícitamente técnica
de posesión, dominio y transformación. Es como si el sujeto se hallara frente a
lo informe totalmente disponible para su manipulación.
La intervención humana
en la naturaleza siempre ha acontecido, pero durante mucho tiempo tuvo la
característica de acompañar, de plegarse a las posibilidades que ofrecen las
cosas mismas. Se trataba de recibir lo que la realidad natural de suyo permite,
como tendiendo la mano.
En cambio ahora lo que interesa es extraer todo lo
posible de las cosas por la imposición de la mano humana, que tiende a ignorar
u olvidar la realidad misma de lo que tiene delante. Por eso, el ser humano y
las cosas han dejado de tenderse amigablemente la mano para pasar a estar
enfrentados.
De aquí se pasa fácilmente a la idea de un crecimiento infinito o
ilimitado, que ha entusiasmado tanto a economistas, financistas y tecnólogos.
Supone la mentira de la disponibilidad infinita de los bienes del planeta, que
lleva a «estrujarlo» hasta el límite y más allá del límite. Es el presupuesto
falso de que «existe una cantidad ilimitada de energía y de recursos
utilizables, que su regeneración inmediata es posible y que los efectos
negativos de las manipulaciones de la naturaleza pueden ser fácilmente
absorbidos»[86].
107. Podemos decir entonces que, en el origen de muchas dificultades del
mundo actual, está ante todo la tendencia, no siempre consciente, a constituir
la metodología y los objetivos de la tecnociencia en un paradigma de
comprensión que condiciona la vida de las personas y el funcionamiento de la
sociedad.
Los efectos de la aplicación de este molde a toda la realidad, humana
y social, se constatan en la degradación del ambiente, pero este es solamente
un signo del reduccionismo que afecta a la vida humana y a la sociedad en todas
sus dimensiones.
Hay que reconocer que los objetos producto de la técnica no
son neutros, porque crean un entramado que termina condicionando los estilos de
vida y orientan las posibilidades sociales en la línea de los intereses de
determinados grupos de poder. Ciertas elecciones, que parecen puramente
instrumentales, en realidad son elecciones acerca de la vida social que se
quiere desarrollar.
108. No puede pensarse que sea posible sostener otro paradigma cultural y servirse
de la técnica como de un mero instrumento, porque hoy el paradigma tecnocrático
se ha vuelto tan dominante que es muy difícil prescindir de sus recursos, y más
difícil todavía es utilizarlos sin ser dominados por su lógica.
Se volvió
contracultural elegir un estilo de vida con objetivos que puedan ser al menos
en parte independientes de la técnica, de sus costos y de su poder globalizador
y masificador.
De hecho, la técnica tiene una inclinación a buscar que nada
quede fuera de su férrea lógica, y «el hombre que posee la técnica sabe que, en
el fondo, esta no se dirige ni a la utilidad ni al bienestar, sino al dominio;
el dominio, en el sentido más extremo de la palabra»[87].
Por eso «intenta controlar tanto los elementos de la naturaleza como los de la
existencia humana»[88].
La capacidad de decisión, la libertad más genuina y el espacio para la
creatividad alternativa de los individuos se ven reducidos.
109. El paradigma tecnocrático también tiende a ejercer su dominio sobre la
economía y la política. La economía asume todo desarrollo tecnológico en
función del rédito, sin prestar atención a eventuales consecuencias negativas
para el ser humano. Las finanzas ahogan a la economía real. No se aprendieron
las lecciones de la crisis financiera mundial y con mucha lentitud se aprenden
las lecciones del deterioro ambiental.
En algunos círculos se sostiene que la
economía actual y la tecnología resolverán todos los problemas ambientales, del
mismo modo que se afirma, con lenguajes no académicos, que los problemas del
hambre y la miseria en el mundo simplemente se resolverán con el crecimiento
del mercado.
No es una cuestión de teorías económicas, que quizás nadie se
atreve hoy a defender, sino de su instalación en el desarrollo fáctico de la
economía. Quienes no lo afirman con palabras lo sostienen con los hechos,
cuando no parece preocuparles una justa dimensión de la producción, una mejor
distribución de la riqueza, un cuidado responsable del ambiente o los derechos
de las generaciones futuras.
Con sus comportamientos expresan que el objetivo
de maximizar los beneficios es suficiente. Pero el mercado por sí mismo no
garantiza el desarrollo humano integral y la inclusión social[89].
Mientras tanto, tenemos un «superdesarrollo derrochador y consumista, que
contrasta de modo inaceptable con situaciones persistentes de miseria
deshumanizadora»[90],
y no se elaboran con suficiente celeridad instituciones económicas y cauces
sociales que permitan a los más pobres acceder de manera regular a los recursos
básicos. No se termina de advertir cuáles son las raíces más profundas de los
actuales desajustes, que tienen que ver con la orientación, los fines, el
sentido y el contexto social del crecimiento tecnológico y económico.
110. La especialización propia de la tecnología implica una gran dificultad
para mirar el conjunto. La fragmentación de los saberes cumple su función a la
hora de lograr aplicaciones concretas, pero suele llevar a perder el sentido de
la totalidad, de las relaciones que existen entre las cosas, del horizonte
amplio, que se vuelve irrelevante.
Esto mismo impide encontrar caminos
adecuados para resolver los problemas más complejos del mundo actual, sobre
todo del ambiente y de los pobres, que no se pueden abordar desde una sola
mirada o desde un solo tipo de intereses.
Una ciencia que pretenda ofrecer
soluciones a los grandes asuntos, necesariamente debería sumar todo lo que ha
generado el conocimiento en las demás áreas del saber, incluyendo la filosofía
y la ética social. Pero este es un hábito difícil de desarrollar hoy.
Por eso
tampoco pueden reconocerse verdaderos horizontes éticos de referencia. La vida
pasa a ser un abandonarse a las circunstancias condicionadas por la técnica,
entendida como el principal recurso para interpretar la existencia. En la
realidad concreta que nos interpela, aparecen diversos síntomas que muestran el
error, como la degradación del ambiente, la angustia, la pérdida del sentido de
la vida y de la convivencia. Así se muestra una vez más que «la realidad es
superior a la idea»[91].
111. La cultura ecológica no se puede reducir a una serie de respuestas
urgentes y parciales a los problemas que van apareciendo en torno a la
degradación del ambiente, al agotamiento de las reservas naturales y a la contaminación.
Debería ser una mirada distinta, un pensamiento, una política, un programa
educativo, un estilo de vida y una espiritualidad que conformen una resistencia
ante el avance del paradigma tecnocrático.
De otro modo, aun las mejores
iniciativas ecologistas pueden terminar encerradas en la misma lógica
globalizada. Buscar sólo un remedio técnico a cada problema ambiental que surja
es aislar cosas que en la realidad están entrelazadas y esconder los verdaderos
y más profundos problemas del sistema mundial.
112. Sin embargo, es posible volver a ampliar la mirada, y la libertad
humana es capaz de limitar la técnica, orientarla y colocarla al servicio de
otro tipo de progreso más sano, más humano, más social, más integral.
La
liberación del paradigma tecnocrático reinante se produce de hecho en algunas
ocasiones. Por ejemplo, cuando comunidades de pequeños productores optan por
sistemas de producción menos contaminantes, sosteniendo un modelo de vida, de
gozo y de convivencia no consumista.
O cuando la técnica se orienta
prioritariamente a resolver los problemas concretos de los demás, con la pasión
de ayudar a otros a vivir con más dignidad y menos sufrimiento. También cuando
la intención creadora de lo bello y su contemplación logran superar el poder
objetivante en una suerte de salvación que acontece en lo bello y en la persona
que lo contempla.
La auténtica humanidad, que invita a una nueva síntesis,
parece habitar en medio de la civilización tecnológica, casi
imperceptiblemente, como la niebla que se filtra bajo la puerta cerrada. ¿Será
una promesa permanente, a pesar de todo, brotando como una empecinada
resistencia de lo auténtico?
113. Por otra parte, la gente ya no parece creer en un futuro feliz, no
confía ciegamente en un mañana mejor a partir de las condiciones actuales del
mundo y de las capacidades técnicas. Toma conciencia de que el avance de la
ciencia y de la técnica no equivale al avance de la humanidad y de la historia,
y vislumbra que son otros los caminos fundamentales para un futuro feliz.
No
obstante, tampoco se imagina renunciando a las posibilidades que ofrece la
tecnología. La humanidad se ha modificado profundamente, y la sumatoria de
constantes novedades consagra una fugacidad que nos arrastra por la superficie,
en una única dirección.
Se hace difícil detenernos para recuperar la
profundidad de la vida.
Si la arquitectura refleja el espíritu de una época,
las megaestructuras y las casas en serie expresan el espíritu de la técnica
globalizada, donde la permanente novedad de los productos se une a un pesado
aburrimiento.
No nos resignemos a ello y no renunciemos a preguntarnos por los
fines y por el sentido de todo. De otro modo, sólo legitimaremos la situación
vigente y necesitaremos más sucedáneos para soportar el vacío.
114. Lo que está ocurriendo nos pone ante la urgencia de avanzar en una
valiente revolución cultural. La ciencia y la tecnología no son neutrales, sino
que pueden implicar desde el comienzo hasta el final de un proceso diversas
intenciones o posibilidades, y pueden configurarse de distintas maneras.
Nadie
pretende volver a la época de las cavernas, pero sí es indispensable aminorar
la marcha para mirar la realidad de otra manera, recoger los avances positivos
y sostenibles, y a la vez recuperar los valores y los grandes fines arrasados
por un desenfreno megalómano.
Notas a pie de página:
[81] Juan Pablo II, Discurso a los representantes de la
ciencia, de la cultura y de los altos estudios en la Universidad de las
Naciones Unidas, Hiroshima (25 febrero 1981), 3: AAS 73 (1981), 422.
[83] Romano Guardini, Das Ende der Neuzeit, Würzburg 19659,
87 (ed. esp.: El ocaso de la Edad Moderna, Madrid 1958,
111-112).