TESIS 18 (2)
FORMULACIÓN DEL MISTERIO TRINITARIO
1Dios, uno en esencia, es Tres Personas: Padre, Hijo y Espíritu. 2El Hijo
eterno procede del Padre por generación y el Espíritu Santo procede
del Padre y el Hijo por espiración, procesiones que instauran
relaciones. 3Designamos
a los Tres Personas divinas que se constituyen y
distinguen por las relaciones. 4Son inseparables en su obrar, pero en la única operación
divina cada una manifiesta lo que le es propio,
sobre todo en las misiones
del Hijo y del Espíritu
Santo.
1. Dios en su
uniDaD De esenCia
2.
ProCesiones y relaCiones en Dios
2.1
Profundizar en el misterio de fe mediante
la analogía
2.2
Procesiones en Dios manteniendo la única sustancia
2.3
La relación en Dios
3.
las Personas DiVinas:
PaDre, hiJo y esPíriTu sanTo
3.1
la noción de persona aplicada a Dios
3.2
La persona del Padre
3.3
La persona del Hijo
3.4
La persona del Espíritu Santo
4.
el aCTuar De Dios y las misiones DiVinas
4.1 unidad de la actuación
de Dios ad extra
4.2
Las misiones divinas
4.3. La inhabitación de las personas
divinas en el alma en gracia
ConCilio
Xi DE TolEDo, Confesión de fe (7.11.675) DS 525-532
ConCilio iV DE lETrán, Constitución Damnamus ergo (30.11.1215)
DS 803- 808
ConCilio DE FlorEnCia,
Bula Laetentur coeli (6.7.1439)
DS 1300-1302
iD., Bula Cantate Domino (4.2.1442) DS 1330-1332 S.Th. I, qq.3-4;10;14;19;22-23;27-43 [27-29;43]
3
LAS PERSONAS DIVINAS: PADRE, HIJO Y ESPÍRITU
SANTO
3.1 noción de persona aplicada a Dios
La tradición cristiana ha empleado durante
siglos el término Persona para designar
al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Sin embargo en la modernidad surgieron una serie de problemas: a) Desde el siglo XIX y la filosofía idealista
se consideraba la persona algo
esencialmente finito, distinto del absoluto divino. b) También, las consideraciones de la persona como centro de
conciencia impedían hablar de tres personas en Dios, por no
establecer tres centros de conciencia. c) Por
otra parte, si la persona es lo individual, no se puede predicar de los Tres,
es indefinible.
Sin embargo existen razones más fuertes a
favor de su empleo en Trinidad, como
el uso continuo por parte de toda la Tradición y el Magisterio, el hecho de que las manifestaciones bíblicas de los
Tres son personales, y que no existe una alternativa real a este término.
Boecio define la persona como rationalis naturae individua substantia:
a) se entiende así que es una
realidad del universo extra-mental, subsistente: ejerce el acto de ser por cuenta
propia; b) se posee a sí misma por el conocimiento y amor, con la consiguiente libertad y conciencia. La concepción moderna
de persona acentúa la referencia a la conciencia y a la
libertad. Son aspectos importantes, pero no pueden hacer olvidar el sustrato ontológico. Para aplicar la persona a Dios se elimina su limitación y su finitud.
En Dios se dan Tres Personas, pero
una sola sustancia, y un solo centro de conciencia.
En realidad la persona como sustancia primera es indefinible, no
se trata de un predicado común a
varios. Más bien es una designación del ente en el que se realiza la naturaleza
racional, no según la forma que es común con otros (naturaleza), ni en la que tiene de propio
(individuación) sino en el poseer la naturaleza común de manera singular, lo cual es común a todos los entes.
La Persona divina se entiende, según Santo Tomás,
como relación subsistente. Hay que recordar que la persona es lo que existe de modo
incomunicable en una naturaleza racional. Si aplicamos esto a Dios hay que decir que la persona divina
se constituye en la naturaleza
divina por la relación, en cuanto la relación
se identifica con la naturaleza divina (el mismo Ser subsistente), es decir,
por la relación en cuanto subsistente, y se distingue
de las otras Personas por la relación
en cuanto relación.
Esto nos resulta
difícil de comprender, porque no tenemos
experiencia de lo que es una pura relación o una relación
subsistente. En los seres creados
que conocemos se trata de sustancias que ulteriormente se relacionan unas con otras, mientras que en
este caso la relación misma es subsistente, y
subsiste en la esencia divina, distinguiéndose una Persona de otra, pero
sin distinguirse ninguna
de ellas de la esencia
divina.
3.2 La persona del Padre
La teología, siguiendo a la Revelación, considera al Padre como el origen y fuente de la Trinidad. Para designarlo emplea los términos Padre,
ingénito y principio.
Algunos, como San Buenaventura, piensan que según nuestro modo
de entender, el Padre se constituye por la innascibilidad, considerada como pro piedad absoluta. Santo Tomás, en cambio, afirma que
el Padre se constituye por la paternidad. Esta explicación tiene la dificultad de que, según nuestro modo de entender,
el Padre debería
ser previo a la generación del Hijo. Sin embargo
la generación establece a la vez al Padre y al Hijo.
La paternidad, en cuanto subsistente constituye al Padre, y en cuanto relación
distingue la Persona del Padre de la del Hijo. Esto no quita importancia a la innascibilidad, que es propiedad
relativa por reducción: no procede de otro.
En relación con el problema
anterior, algunos afirman
que Yahvé en el Antiguo
Testamento es simplemente el Padre, Dios personal y concreto. Sin
embargo, si el Padre es esencialmente
relativo no puede ser conocido sin el Hijo. Habría que decir que Yahvé es el único Dios, personal,
que todavía no ha revelado
su triper sonalidad. Es lógico que el Nuevo
Testamento atribuya a la Primera Persona lo que el Antiguo
Testamento dice de Yahvé, pues esa era la única referencia de los
judíos.
Al mismo tiempo, Cristo se atribuía las prerrogativas incomunicables de Yahvé, con lo cual, se revelaba no tanto
que Yahvé era el Padre, cuanto que era Padre e Hijo.
3.3 La persona del Hijo
La segunda Persona
se nos revela como Hijo unigénito y amado del Padre, constituido por su filiación,
que también se puede entender como amor filial.
Por su procesión también se le designa como Verbo, pues en el
entender divino, común a las Tres Personas, procede como el verbo mental, y por eso
se le considera como la expresión del conocimiento de Dios: el
conocimiento es común a los Tres, pero la dicción
de un Verbo es lo que distingue al Padre del Hijo.
Asimismo se le designa como Imagen del
Padre. Su función en la Trinidad económica (es decir, la Trinidad en la obra de la Salvación) está relacionada con su carácter de Hijo y Verbo en la Trinidad
inmanente (es decir, las Personas divinas en sí mismas).
3.4 La persona del Espíritu
Santo
La Revelación de la Tercera Persona, el
Espíritu Santo, es discreta y oculta, aunque
consta de manera suficiente su divinidad y distinción. En la elaboración teológica se afirma que procede del Padre y del Hijo, porque de otro modo no
se
distinguiría del Hijo, ya que la distinción en Dios se da sólo por la oposición relativa. La formulación propia de la teología
griega señalaba el origen del Espíritu
sólo en el Padre, lo cual es correcto si se entiende como origen último, pero también hay que decir que el Hijo interviene en la procesión
del Espíritu, que es
lo que los latinos querían expresar con el añadido del Filioque; según el modo de plantearlo de los griegos,
al subrayar el origen último en el Padre, se podría decir que el Espíritu procede
del Padre mediante
el Hijo.
El Espíritu Santo procede como el amor mutuo entre Padre e Hijo, aunque
ese amor no es distinto del amor divino
de Dios a sí mismo, solo que ejercido
por el Padre y el Hijo. El Padre y el Hijo son, pues, un solo principio, un solo Spirator, aunque
son duo Spirantes del
Espíritu.
El Espíritu es el amor personificado, de modo análogo
a como el Hijo es la sabiduría personificada: el Espíritu procede
como amor, como término inmanente del amor, que es común a las
Tres Personas, aunque sólo el Espíritu es espirado, y así se distinguen los que lo espiran del Espíritu Espirado.
4
EL ACTUAR DE DIOS Y LAS MISIONES
DIVINAS
4.1 unidad de la actuación
de Dios ad extra
Así como la esencia divina es una, también lo
es la acción de la Trinidad ad extra. Esto no es una mera deducción
especulativa, sino que está atestiguado por
la Tradición.
Se trata de Tres principios distintos entre sí de una acción única e indivisa, pues igual que el ser divino se identifica con las Personas,
también su acción.
De ahí que cada Persona realice la acción común según su realidad personal.
La creación o procesión de las criaturas ad extra es como una prolongación
libre de las procesiones intradivinas, pues la creación
se realiza con entendi miento
y voluntad. Aunque
la sola razón no pueda llegar al misterio trinitario desde las criaturas, sí se encuentra en las mismas un vestigio de la
Trinidad, que permitirá un lenguaje sobre dicho misterio.
Aunque se da esta unidad de
actuación, en la Sagrada Escritura, los símbolos de la fe, la liturgia y
la Tradición aparecen una serie de atributos divinos, obras específicas, etc asignados a una determinada Persona ¿Quiere decir
esto que estas
obras y
atributos son algo propio y distinto de cada Persona? El problema de responder afirmativamente a la cuestión anterior es
que entonces resultaría que las otras
Personas divinas, por ejemplo, no tendrían la potencia, o la sabiduría.
Dado que los conceptos de que nos servimos para conocer a Dios se refieren a los atributos esenciales, que son comunes a las Tres Personas, a la hora de
designar a una
de las Personas no tenemos
más remedio que apropiarlos, es decir, aplicarlos a una Persona
en su singularidad. Los conceptos
que designan la potencia, se caracterizan por indicar la fuente de la creación
y de la vida, y se atribuyen
al Padre,
a causa de la semejanza misteriosa que se da entre esta característica de ser
fuente de vida, que es realmente común a los Tres, y el carácter personal del Padre de ser el principio de las otras Personas.
4.2 Las misiones divinas
La misión es la manifestación de una Persona
divina de manera
distinta en la obra de la Salvación. Supone que la Persona
enviada tiene su origen o procede de quien la envía y una presencia especial de la Persona enviada en aquellos
a los que se envía. Esta presencia se da por el conocimiento y amor
derivado de la gracia. La misión
no supone subordinación del enviado respecto
al que envía, ni cambio local o de otro tipo en el enviado.
La misión visible
del Hijo es la Encarnación. Antes de ser enviado de manera invisible a cada hombre era preciso que
revelara y manifestara el misterio de Dios, pues sin Revelación no hay fe, y sin fe no
hay misión invisible. Este carácter de Revelación de la misión
visible del Hijo explica que fuera Él quien se encarnara, y no otra
Persona divina, aunque, en cuanto a la estructura ontológica de la Encarnación,
cualquier Persona divina, que es relación subsistente, se podría haber
encarnado. La misión del Hijo se continúa en la inhabitación o misión invisible y por la presencia eucarística.
La misión del Espíritu no se limita a su
envío invisible a cada creyente, sino que está precedida por una serie de signos visibles,
que fueron determinantes en la constitución de la
Iglesia: Resurrección de Cristo y Pentecostés; por ello la misión
del Espíritu está íntimamente ligada a la de Cristo. Aunque no se pueda decir que la santificación del creyente venga por una unión de tipo hipostático con el Espíritu,
sí se da por la gracia una especial asimilación con el Espíritu
que se podría llamar unión personal, intencional y afectiva con el mismo.
4.3. La inhabitación de las personas divinas en el alma en gracia
La inhabitación es la presencia y posesión por parte del alma en
gracia de las Personas divinas en su distinción. Se encuadra en el marco de las misiones invisibles y la presencia de las Personas divinas no se produce por cambio
local (pues la distancia es ontológica, no espacial), sino por una nueva relación
por parte
de la criatura.
Para santo Tomás
se trata de una presencia de las Personas
divinas en el alma en cuanto que son objeto
de un conocimiento y amor de tipo místico y sobrenatural, que es realmente una experiencia, y un como
contacto experimental. Se conoce y
ama al mismo Dios, aunque todavía bajo el velo de la fe. Una explicación de este tipo la encontramos en la Mystici Corporis
de Pío XII (DS 3331). La máxima
inhabitación se dará, lógicamente, en la visión beatífica, de manera que la
Trinidad será nuestro
cielo (CEC 260).