Cristo te salva
118. La segunda verdad es
que Cristo, por amor, se entregó hasta el final para salvarte. Sus brazos
abiertos en la Cruz son el signo más precioso de un amigo capaz de llegar hasta
el extremo:
«Él, que amó a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin»
(Jn 13,1).
San Pablo decía que él vivía confiado en ese amor que lo entregó todo:
«Vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo
por mí» (Ga 2,20).
119. Ese Cristo que nos
salvó en la Cruz de nuestros pecados, con ese mismo poder de su entrega total
sigue salvándonos y rescatándonos hoy. Mira su Cruz, aférrate a Él, déjate
salvar, porque «quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la
tristeza, del vacío interior, del aislamiento»[65].
Y si pecas y te alejas, Él vuelve a levantarte con el poder de su Cruz. Nunca
olvides que «Él perdona setenta veces siete. Nos vuelve a cargar sobre sus
hombros una y otra vez. Nadie podrá quitarnos la dignidad que nos otorga este
amor infinito e inquebrantable. Él nos permite levantar la cabeza y volver a
empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede
devolvernos la alegría»[66].
120. Nosotros «somos
salvados por Jesús, porque nos ama y no puede con su genio. Podemos hacerle las
mil y una, pero nos ama, y nos salva. Porque sólo lo que se ama puede ser
salvado. Solamente lo que se abraza puede ser transformado. El amor del Señor
es más grande que todas nuestras contradicciones, que todas nuestras
fragilidades y que todas nuestras pequeñeces.
Pero es precisamente a través de
nuestras contradicciones, fragilidades y pequeñeces como Él quiere escribir
esta historia de amor. Abrazó al hijo pródigo, abrazó a Pedro después de las
negaciones y nos abraza siempre, siempre, siempre después de nuestras caídas
ayudándonos a levantarnos y ponernos de pie. Porque la verdadera caída
–atención a esto– la verdadera caída, la que es capaz de arruinarnos la
vida es la de permanecer en el piso y no dejarse ayudar»[67].
121. Su perdón y su
salvación no son algo que hemos comprado, o que tengamos que adquirir con
nuestras obras o con nuestros esfuerzos. Él nos perdona y nos libera gratis. Su
entrega en la Cruz es algo tan grande que nosotros no podemos ni debemos
pagarlo, sólo tenemos que recibirlo con inmensa gratitud y con la alegría de
ser tan amados antes de que pudiéramos imaginarlo: «Él nos amó primero» (1 Jn 4,19).
122. Jóvenes amados por el
Señor, ¡cuánto valen ustedes si han sido redimidos por la sangre preciosa de
Cristo! Jóvenes queridos, ustedes «¡no tienen precio! ¡No son piezas de subasta!
Por favor, no se dejen comprar, no se dejen seducir, no se dejen esclavizar por
las colonizaciones ideológicas que nos meten ideas en la cabeza y al final nos
volvemos esclavos, dependientes, fracasados en la vida. Ustedes no tienen
precio: deben repetirlo siempre: no estoy en una subasta, no tengo precio. ¡Soy
libre, soy libre! Enamórense de esta libertad, que es la que ofrece Jesús»[68].
123. Mira los brazos
abiertos de Cristo crucificado, déjate salvar una y otra vez. Y cuando te
acerques a confesar tus pecados, cree firmemente en su misericordia que te
libera de la culpa. Contempla su sangre derramada con tanto cariño y déjate
purificar por ella. Así podrás renacer, una y otra vez.
¡Él vive!
124. Pero hay una tercera
verdad, que es inseparable de la anterior: ¡Él vive! Hay que volver a
recordarlo con frecuencia, porque corremos el riesgo de tomar a Jesucristo sólo
como un buen ejemplo del pasado, como un recuerdo, como alguien que nos salvó
hace dos mil años. Eso no nos serviría de nada, nos dejaría iguales, eso no nos
liberaría.
El que nos llena con su gracia, el que nos libera, el que nos
transforma, el que nos sana y nos consuela es alguien que vive. Es Cristo
resucitado, lleno de vitalidad sobrenatural, vestido de infinita luz. Por eso
decía san Pablo: «Si Cristo no resucitó vana es la fe de ustedes» (1
Co 15,17).
125. Si Él vive, entonces
sí podrá estar presente en tu vida, en cada momento, para llenarlo de luz. Así
no habrá nunca más soledad ni abandono. Aunque todos se vayan Él estará, tal
como lo prometió: «Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28,20).
Él lo llena todo con su presencia invisible, y donde vayas te estará esperando.
Porque Él no sólo vino, sino que viene y seguirá viniendo cada día para
invitarte a caminar hacia un horizonte siempre nuevo.
126. Contempla a Jesús
feliz, desbordante de gozo. Alégrate con tu Amigo que triunfó. Mataron al
santo, al justo, al inocente, pero Él venció. El mal no tiene la última
palabra. En tu vida el mal tampoco tendrá la última palabra, porque tu Amigo
que te ama quiere triunfar en ti. Tu salvador vive.
127. Si Él vive eso es una
garantía de que el bien puede hacerse camino en nuestra vida, y de que nuestros
cansancios servirán para algo. Entonces podemos abandonar los lamentos y mirar
para adelante, porque con Él siempre se puede. Esa es la seguridad que tenemos.
Jesús es el eterno viviente. Aferrados a Él viviremos y atravesaremos todas las
formas de muerte y de violencia que acechan en el camino.
128. Cualquier otra
solución será débil y pasajera. Quizás servirá para algo durante un tiempo, y
de nuevo nos encontraremos desprotegidos, abandonados, a la intemperie. Con Él,
en cambio, el corazón está arraigado en una seguridad básica, que permanece más
allá de todo.
San Pablo dice que él quiere estar unido a Cristo para «conocer
el poder de su resurrección» (Flp 3,10). Es el poder que se
manifestará una y otra vez también en tu existencia, porque Él vino para darte
vida, «y vida en abundancia» (Jn 10,10).
129. Si alcanzas a valorar con el corazón la belleza de este anuncio y te
dejas encontrar por el Señor; si te dejas amar y salvar por Él; si entras en
amistad con Él y empiezas a conversar con Cristo vivo sobre las cosas concretas
de tu vida, esa será la gran experiencia, esa será la experiencia fundamental
que sostendrá tu vida cristiana.
Esa es también la experiencia que podrás
comunicar a otros jóvenes. Porque «no se comienza a ser cristiano por una
decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento,
con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una
orientación decisiva»[69].
El Espíritu da vida
130. En estas tres verdades
–Dios te ama, Cristo es tu salvador, Él vive– aparece el Padre Dios y aparece
Jesús. Donde están el Padre y Jesucristo, también está el Espíritu Santo. Es Él
quien está detrás, es Él quien prepara y abre los corazones para que reciban
ese anuncio, es Él quien mantiene viva esa experiencia de salvación, es Él
quien te ayudará a crecer en esa alegría si lo dejas actuar.
El Espíritu Santo
llena el corazón de Cristo resucitado y desde allí se derrama en tu vida como
un manantial. Y cuando lo recibes, el Espíritu Santo te hace entrar cada vez
más en el corazón de Cristo para que te llenes siempre más de su amor, de su
luz y de su fuerza.
131. Invoca cada día al
Espíritu Santo, para que renueve constantemente en ti la experiencia del gran
anuncio. ¿Por qué no? No te pierdes nada y Él puede cambiar tu vida, puede
iluminarla y darle un rumbo mejor. No te mutila, no te quita nada, sino que te
ayuda a encontrar lo que necesitas de la mejor manera.
¿Necesitas amor? No lo
encontrarás en el desenfreno, usando a los demás, poseyendo a otros o
dominándolos. Lo hallarás de una manera que verdaderamente te hará feliz
¿Buscas intensidad? No la vivirás acumulando objetos, gastando dinero,
corriendo desesperado detrás de cosas de este mundo. Llegará de una forma mucho
más bella y satisfactoria si te dejas impulsar por el Espíritu Santo.
132. ¿Buscas pasión? Como
dice ese bello poema: ¡Enamórate! (o déjate enamorar), porque «nada puede
importar más que encontrar a Dios. Es decir, enamorarse de Él de una manera
definitiva y absoluta. Aquello de lo que te enamoras atrapa tu imaginación, y
acaba por ir dejando su huella en todo. Será lo que decida qué es lo que te
saca de la cama en la mañana, qué haces con tus atardeceres, en qué empleas tus
fines de semana, lo que lees, lo que conoces, lo que rompe tu corazón y lo que
te sobrecoge de alegría y gratitud.
¡Enamórate! ¡Permanece en el amor! Todo
será de otra manera».[70] Este
amor a Dios que toma con pasión toda la vida es posible gracias al Espíritu
Santo, porque «el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el
Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rm 5,5).
133. Él es el manantial de
la mejor juventud. Porque el que confía en el Señor «es como un árbol plantado
al borde de las aguas, que echa sus raíces en la corriente. No temerá cuando
llegue el calor y su follaje estará frondoso» (Jr 17,8). Mientras «los
jóvenes se cansan y se fatigan» (Is 40,30), a los que esperan
confiados en el Señor «Él les renovará las fuerzas, subirán con alas de águila,
correrán sin fatigarse y andarán sin cansarse» (Is 40,31).
Notas a pie de página:
[67] Discurso en la Vigilia con los jóvenes en la XXXIV Jornada
Mundial de la Juventud en Panamá (26 enero 2019): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (1 febrero 2019), p. 13.
2018): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (12 octubre 2018), pp. 6-7.
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