19. El idilio que
manifiesta el Salmo 128 no niega una realidad amarga que marca todas las
Sagradas Escrituras. Es la presencia del dolor, del mal, de la violencia que
rompen la vida de la familia y su íntima comunión de vida y de amor. Por algo
el discurso de Cristo sobre el matrimonio (cf. Mt 19,3-9) está
inserto dentro de una disputa sobre el divorcio.
La Palabra de Dios es
testimonio constante de esta dimensión oscura que se abre ya en los inicios
cuando, con el pecado, la relación de amor y de pureza entre el varón y la
mujer se transforma en un dominio: «Tendrás ansia de tu marido, y él te
dominará» (Gn 3,16).
20. Es un sendero de
sufrimiento y de sangre que atraviesa muchas páginas de la Biblia, a partir de
la violencia fratricida de Caín sobre Abel y de los distintos litigios entre
los hijos y entre las esposas de los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob,
llegando luego a las tragedias que llenan de sangre a la familia de David,
hasta las múltiples dificultades familiares que surcan la narración de Tobías o
la amarga confesión de Job abandonado: «Ha alejado de mí a mis parientes, mis
conocidos me tienen por extraño [...] Hasta mi vida repugna a mi esposa, doy
asco a mis propios hermanos» (Jb 19,13.17).
21. Jesús mismo nace en
una familia modesta que pronto debe huir a una tierra extranjera. Él entra en
la casa de Pedro donde su suegra está enferma (Mc 1,30-31), se deja
involucrar en el drama de la muerte en la casa de Jairo o en el hogar de Lázaro
(cf. Mc5,22-24.35-43); escucha el grito desesperado de la viuda de
Naín ante su hijo muerto (cf. Lc 7,11-15), atiende el clamor
del padre del epiléptico en un pequeño pueblo del campo (cf. Mt 9,9-13; Lc 19,1-10.
Encuentra a publicanos como Mateo o Zaqueo en sus propias casas, y también a
pecadoras, como la mujer que irrumpe en la casa del fariseo (cf. Lc 7,36-50).
Conoce las ansias y las tensiones de las familias incorporándolas en sus
parábolas: desde los hijos que dejan sus casas para intentar alguna aventura
(cf.Lc 15,11-32) hasta los hijos difíciles con comportamientos
inexplicables (cf. Mt 21,28-31) o víctimas de la violencia
(cf. Mc 12,1-9). Y se interesa incluso por las bodas que
corren el riesgo de resultar bochornosas por la ausencia de vino (cf. Jn 2,1-10)
o por falta de asistencia de los invitados (cf. Mt 22,1-10),
así como conoce la pesadilla por la pérdida de una moneda en una familia pobre
(cf. Lc 15,8-10).
22. En este breve
recorrido podemos comprobar que la Palabra de Dios no se muestra como una
secuencia de tesis abstractas, sino como una compañera de viaje también para
las familias que están en crisis o en medio de algún dolor, y les muestra la
meta del camino, cuando Dios «enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá
muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor» (Ap 21,4).
23. Al comienzo del
Salmo 128, el padre es presentado como un trabajador, quien con la obra de sus
manos puede sostener el bienestar físico y la serenidad de su familia: «Comerás
del trabajo de tus manos, serás dichoso, te irá bien» (v. 2).
Que
el trabajo sea una parte fundamental de la dignidad de la vida humana se deduce
de las primeras páginas de la Biblia, cuando se declara que «Dios tomó al
hombre y lo colocó en el jardín de Edén, para que lo guardara y lo cultivara» (Gn 2,15).
Es la representación del trabajador que transforma la materia y aprovecha las
energías de lo creado, dando luz al «pan de vuestros sudores» (Sal 127,2),
además de cultivarse a sí mismo.
24. El trabajo hace
posible al mismo tiempo el desarrollo de la sociedad, el sostenimiento de la
familia y también su estabilidad y su fecundidad: «Que veas la prosperidad de
Jerusalén todos los días de tu vida; que veas a los hijos de tus hijos» (Sal 128,5-6).
En el libro de los Proverbios también se hace presente la tarea de la madre de
familia, cuyo trabajo se describe en todas sus particularidades cotidianas,
atrayendo la alabanza del esposo y de los hijos (cf. 31,10-31). El mismo
Apóstol Pablo se mostraba orgulloso de haber vivido sin ser un peso para los
demás, porque trabajó con sus manos y así se aseguró el sustento (cf. Hch18,3; 1
Co 4,12; 9,12). Tan convencido estaba de la necesidad del trabajo, que
estableció una férrea norma para sus comunidades: «Si alguno no quiere
trabajar, que no coma» (2 Ts 3,10; cf. 1 Ts 4,11).
25. Dicho esto, se
comprende que la desocupación y la precariedad laboral se transformen en
sufrimiento, como se hace notar en el librito de Rut y como recuerda Jesús en
la parábola de los trabajadores sentados, en un ocio forzado, en la plaza del
pueblo (cf.Mt 20,1-16), o cómo él lo experimenta en el mismo hecho
de estar muchas veces rodeado de menesterosos y hambrientos. Es lo que la
sociedad está viviendo trágicamente en muchos países, y esta ausencia de
fuentes de trabajo afecta de diferentes maneras a la serenidad de las familias.
26. Tampoco podemos
olvidar la degeneración que el pecado introduce en la sociedad cuando el ser
humano se comporta como tirano ante la naturaleza, devastándola, usándola de
modo egoísta y hasta brutal. Las consecuencias son al mismo tiempo la
desertificación del suelo (cf. Gn 3,17-19) y los
desequilibrios económicos y sociales, contra los cuales se levanta con claridad
la voz de los profetas, desde Elías (cf. 1 R 21) hasta llegar
a las palabras que el mismo Jesús pronuncia contra la injusticia (cf. Lc 12,13-21;
16,1-31).
27. Cristo ha
introducido como emblema de sus discípulos sobre todo la ley del amor y del don
de sí a los demás (cf. Mt 22,39; Jn13,34), y lo
hizo a través de un principio que un padre o una madre suelen testimoniar en su
propia existencia: «Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus
amigos» (Jn 15,13).
Fruto del amor son también la misericordia y el
perdón. En esta línea, es muy emblemática la escena que muestra a una adúltera
en la explanada del templo de Jerusalén, rodeada de sus acusadores, y luego
sola con Jesús que no la condena y la invita a una vida más digna (cf. Jn 8,1-11).
28. En el horizonte del
amor, central en la experiencia cristiana del matrimonio y de la familia, se
destaca también otra virtud, algo ignorada en estos tiempos de relaciones
frenéticas y superficiales: la ternura. Acudamos al dulce e intenso Salmo 131.
Como se advierte también en otros textos (cf. Ex 4,22; Is 49,15; Sal 27,10),
la unión entre el fiel y su Señor se expresa con rasgos del amor paterno o
materno. Aquí aparece la delicada y tierna intimidad que existe entre la madre
y su niño, un recién nacido que duerme en los brazos de su madre después de
haber sido amamantado. Se trata —como lo expresa la palabra hebrea gamul—
de un niño ya destetado, que se aferra conscientemente a la madre que lo lleva
en su pecho. Es entonces una intimidad consciente y no meramente biológica.
Por
eso el salmista canta: «Tengo mi interior en paz y en silencio, como un niño
destetado en el regazo de su madre» (Sal 131,2). De modo paralelo,
podemos acudir a otra escena, donde el profeta Oseas coloca en boca de Dios
como padre estas palabras conmovedoras: «Cuando Israel era joven, lo amé [...]
Yo enseñe a andar a Efraín, lo alzaba en brazos [...] Con cuerdas humanas, con
correas de amor lo atraía; era para ellos como el que levanta a un niño contra
su mejilla, me inclinaba y le daba de comer» (11,1.3-4).
29. Con esta mirada, hecha de fe y de amor, de gracia y de compromiso, de familia humana y de Trinidad divina, contemplamos la familia que la Palabra de Dios confía en las manos del varón, de la mujer y de los hijos para que conformen una comunión de personas que sea imagen de la unión entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. La actividad generativa y educativa es, a su vez, un reflejo de la obra creadora del Padre. La familia está llamada a compartir la oración cotidiana, la lectura de la Palabra de Dios y la comunión eucarística para hacer crecer el amor y convertirse cada vez más en templo donde habita el Espíritu.
30. Ante cada familia
se presenta el icono de la familia de Nazaret, con su cotidianeidad hecha de
cansancios y hasta de pesadillas, como cuando tuvo que sufrir la incomprensible
violencia de Herodes, experiencia que se repite trágicamente todavía hoy en
tantas familias de prófugos desechados e inermes. Como los magos, las familias
son invitadas a contemplar al Niño y a la Madre, a postrarse y a adorarlo
(cf. Mt 2,11).
Como María, son exhortadas a vivir con coraje y
serenidad sus desafíos familiares, tristes y entusiasmantes, y a custodiar y
meditar en el corazón las maravillas de Dios (cf. Lc 2,19.51).
En el tesoro del corazón de María están también todos los acontecimientos de
cada una de nuestras familias, que ella conserva cuidadosamente. Por eso puede
ayudarnos a interpretarlos para reconocer en la historia familiar el mensaje de
Dios.
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