NECESIDAD
DE LA INTERACCIÓN DE TODAS POTENCIALIDADES DEL HOMBRE
En
esta línea, el tema del desarrollo humano integral adquiere un alcance aún más
complejo: la correlación entre sus múltiples elementos exige un esfuerzo para
que los diferentes ámbitos del saber humano sean interactivos, con
vistas a la promoción de un verdadero desarrollo de los pueblos.
La
caridad no excluye el saber, más bien lo exige, lo promueve y lo anima desde
dentro. El saber nunca es sólo obra de la inteligencia. Ciertamente, puede
reducirse a cálculo y experimentación, pero si quiere ser sabiduría capaz de
orientar al hombre a la luz de los primeros principios y de su fin último, ha
de ser «sazonado» con la «sal» de la caridad. Sin el saber, el hacer es ciego,
y el saber es estéril sin el amor.
En efecto, «el que está animado de una
verdadera caridad es ingenioso para descubrir las causas de la miseria, para
encontrar los medios de combatirla, para vencerla con intrepidez».
CARIDAD
EN LA VERDAD QUE ILUMINA EL SABER
Al
afrontar los fenómenos que tenemos delante, la caridad en la verdad exige ante
todo conocer y entender, conscientes y respetuosos de la competencia específica
de cada ámbito del saber. La caridad no es una añadidura posterior, casi como
un apéndice al trabajo ya concluido de las diferentes disciplinas, sino que
dialoga con ellas desde el principio.
Las exigencias del amor no contradicen
las de la razón. El saber humano es insuficiente y las conclusiones de las
ciencias no podrán indicar por sí solas la vía hacia el desarrollo integral del
hombre. Siempre hay que lanzarse más allá: lo exige la caridad en la verdad.
Pero ir más allá nunca significa prescindir de las conclusiones de la razón, ni
contradecir sus resultados. No existe la inteligencia y después el amor: existe
el amor rico en inteligencia y la inteligencia llena de amor.
DOCTRINA
SOCIAL AL SERVICIO DEL HOMBRE
Esto
significa que la valoración moral y la investigación científica deben crecer
juntas, y que la caridad ha de animarlas en un conjunto interdisciplinar
armónico, hecho de unidad y distinción. La doctrina social de la Iglesia, que
tiene «una importante dimensión interdisciplinar», puede desempeñar en
esta perspectiva una función de eficacia extraordinaria. Permite a la fe, a la
teología, a la metafísica y a las ciencias encontrar su lugar dentro de una
colaboración al servicio del hombre.
La
doctrina social de la Iglesia ejerce especialmente en esto su dimensión
sapiencial. Pablo VI vio con claridad que una de las causas del subdesarrollo
es una falta de sabiduría, de reflexión, de pensamiento capaz de elaborar una
síntesis orientadora, y que requiere «una clara visión de todos los aspectos
económicos, sociales, culturales y espirituales».
La
excesiva sectorización del saber, el cerrarse de las ciencias humanas a la
metafísica, las dificultades del diálogo entre las ciencias y la teología, no
sólo dañan el desarrollo del saber, sino también el desarrollo de los pueblos,
pues, cuando eso ocurre, se obstaculiza la visión de todo el bien del hombre en
las diferentes dimensiones que lo caracterizan.
Es indispensable «ampliar
nuestro concepto de razón y de su uso» para conseguir ponderar adecuadamente
todos los términos de la cuestión del desarrollo y de la solución de los
problemas socioeconómicos.
NUEVAS
SOLUCIONES
Las
grandes novedades que presenta hoy el cuadro del desarrollo de los pueblos
plantean en muchos casos la exigencia de nuevas soluciones. Éstas han de
buscarse, a la vez, en el respeto de las leyes propias de cada cosa y a la luz
de una visión integral del hombre que refleje los diversos aspectos de la
persona humana, considerada con la mirada purificada por la caridad. Así se
descubrirán singulares convergencias y posibilidades concretas de solución, sin
renunciar a ningún componente fundamental de la vida humana.
DIGNIDAD,
JUSTICIA Y TRABAJO
La
dignidad de la persona y las exigencias de la justicia requieren, sobre todo
hoy, que las opciones económicas no hagan aumentar de manera excesiva y
moralmente inaceptable las desigualdades y que se siga buscando como prioridad
el objetivo del acceso al trabajo por parte de todos, o lo mantengan.
Pensándolo bien, esto es también una exigencia de la «razón económica».
El
aumento sistémico de las desigualdades entre grupos sociales dentro de un mismo
país y entre las poblaciones de los diferentes países, es decir, el aumento
masivo de la pobreza relativa, no sólo tiende a erosionar la cohesión social y,
de este modo, poner en peligro la democracia, sino que tiene también un impacto
negativo en el plano económico por el progresivo desgaste del «capital social»,
es decir, del conjunto de relaciones de confianza, fiabilidad y respeto de las
normas, que son indispensables en toda convivencia civil.
La
ciencia económica nos dice también que una situación de inseguridad estructural
da origen a actitudes antiproductivas y al derroche de recursos humanos, en
cuanto que el trabajador tiende a adaptarse pasivamente a los mecanismos
automáticos, en vez de dar espacio a la creatividad.
También sobre este punto
hay una convergencia entre ciencia económica y valoración moral. Los costes
humanos son siempre también costes económicos y las disfunciones económicas
comportan igualmente costes humanos.
CORTO
PLAZO Y SENTIDO DE LA ECONOMIA
Además,
se ha de recordar que rebajar las culturas a la dimensión tecnológica, aunque
puede favorecer la obtención de beneficios a corto plazo, a la larga obstaculiza
el enriquecimiento mutuo y las dinámicas de colaboración.
Es
importante distinguir entre consideraciones económicas o sociológicas a corto y
largo plazo. Reducir el nivel de tutela de los derechos de los trabajadores y
renunciar a mecanismos de redistribución del rédito con el fin de que el país
adquiera mayor competitividad internacional, impiden consolidar un desarrollo
duradero.
Por
tanto, se han de valorar cuidadosamente las consecuencias que tienen sobre las
personas las tendencias actuales hacia una economía de corto, a veces brevísimo
plazo. Esto exige «una nueva y más profunda reflexión sobre el sentido de la
economía y de sus fines», además de una honda revisión con amplitud de
miras del modelo de desarrollo, para corregir sus disfunciones y desviaciones.
Lo exige, en realidad, el estado de salud ecológica del planeta; lo requiere
sobre todo la crisis cultural y moral del hombre, cuyos síntomas son evidentes
en todas las partes del mundo desde hace tiempo.
EL
PROGRESO DE LOS PUEBLOS UN PROBLEMA ABIERTO
Más
de cuarenta años después de la Populorum progressio, su argumento de
fondo, el progreso, sigue siendo aún un problema abierto, que se ha
hecho más agudo y perentorio por la crisis económico-financiera que se está
produciendo. Aunque algunas zonas del planeta que sufrían la pobreza han
experimentado cambios notables en términos de crecimiento económico y
participación en la producción mundial, otras viven todavía en una situación de
miseria comparable a la que había en tiempos de Pablo VI y, en algún caso,
puede decirse que peor.
La
novedad principal ha sido el estallido de la interdependencia planetaria,
ya comúnmente llamada globalización. Pablo VI lo había previsto parcialmente,
pero es sorprendente el alcance y la impetuosidad de su auge. Surgido en los
países económicamente desarrollados, este proceso ha implicado por su
naturaleza a todas las economías. Ha sido el motor principal para que regiones
enteras superaran el subdesarrollo y es, de por sí, una gran oportunidad.
Sin
embargo, sin la guía de la caridad en la verdad, este impulso planetario puede
contribuir a crear riesgo de daños hasta ahora desconocidos y nuevas divisiones
en la familia humana. Por eso, la caridad y la verdad nos plantean un
compromiso inédito y creativo, ciertamente muy vasto y complejo. Se trata de ensanchar
la razón y hacerla capaz de conocer y orientar estas nuevas e imponentes
dinámicas, animándolas en la perspectiva de esa «civilización del amor», de
la cual Dios ha puesto la semilla en cada pueblo y en cada cultura.
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