lunes, 20 de enero de 2025

Tema 307 PLAN INTEGRAL DE FORMACIÓN PRIMER CURSO. Tesis 17. El Misterio de Dios en la Revelación (2)

 TESIS 17 EL MISTERIO DE DIOS EN LA REVELACIÓN (2)

 Dios se ha revelado en la historia de la salvación como Yahvé, el Dios de la Alianza, y la Encarnación del Verbo nos revela su triple personalidad, pues el Hijo y el Espíritu Santo son los enviados del Padre.

 Tras una primera reflexión no exenta de problemas, Nicea define la consustancialidad del Hijo con el Padre, Constantinopla I la divinidad del Espíritu y Constantinopla II presenta la fórmula dogmática definitiva: Dios es una ousía y tres hypóstasis.

 

1.la revelación del misterio de dios en la Escritura

1.1  el Dios de la Alianza en el Antiguo y Nuevo Testamento

1.2  La Revelación del Hijo

1.3  La Revelación del Espíritu Santo

2.la Primera reflexión Teológica sobre Dios en la iglesia

3.las grandes formulaciones Conciliares

3.1  El concilio de Nicea (325)

3.2  De Nicea a Constantinopla (381)

3.3  La formulación definitiva en Constantinopla II (553) y otros textos

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CEC 198-267; Compendio 36-49

 

Concilio de Nicea, Símbolo (19.6.325) DS 125-126

Conilio de Constantinopla, Símbolo (6.381) DS 150

 

Congregación  para  la  Doctrina  DE  la  FE,  Declaración  Mysterium  Filii  Dei

(21.2.1972) 4-6 en Doc. 10,6-9

iD., Notificación sobre la obra «Jesus Symbol of God» del P.Roger Haight sj (13.12.2004) I-IV en Doc. 104,8-18




(2) continuación

3. LAS GRANDES FORMULACIONES CONCILIARES

 

3.1 El concilio de Nicea (325)

El concilio de Nicea quiere responder a la doctrina de Arrio, quien situaba al Padre en una posición única, y considera al Hijo una mera criatura, superior a todas, creada libremente antes del tiempo, no eterna, dios por participación. Para ello subraya los pasajes de la Escritura que acentúan la unidad de Dios 1 Tm 2,4-5 y donde el Hijo parece creado Col 1,15; Pr 8,22. Al principio no emplea Jn 14,28 en donde se afirma que el Padre es mayor que el Hijo.

 

También se basa en concepciones del platonismo medio, considerando al Hijo un dios mediador  y secundario y tampoco parecen ajenas estas reflexiones a las ideas de Filón de Alejandría sobre el Logos o Verbo como instrumento de Dios para crear. Por otra parte al acentuar los sufrimientos de Cristo, y no considerar su alma humana, los atribuye al Verbo, que por lo tanto debe ser criatura. Es importante notar por ello que para Arrio Cristo no sería ni verdadero Dios ni verdadero hombre, pues carecía de alma humana.

 

Después de las respuestas de su obispo Alejandro de Alejandría, y ante la       gravedad del problema se convoca el Concilio de Nicea, en el que intervienen  especialmente Alejandro de Alejandría, Osio y Constantino. Se añadió a una fórmula de fe anterior (probablemente de Cesarea) una serie de incisos para precisar la divinidad del Hijo: procede de la sustancia del Padre; es Dios verdadero de Dios verdadero; engendrado, no creado; homousion (de la misma sustancia) to Patri.

 

Es la primera definición dogmática de la Iglesia, que tiene que incluir ter- minología no bíblica para expresar con mayor precisión la fe bíblica. El término    homousios provocó los recelos de algunos porque consideraban que destruía la realidad de las personas divinas.De Nicea a Constantinopla (381)

 

3.2 Después del concilio de Nicea, y mezclado con diversas cuestiones políticas de los emperadores, podemos hablar de cuatro grupos: a) Anomeos o arrianos radicales: Aecio, Eunomio. b) Homousianos: Fieles a la fórmula de Nicea, San Atanasio, Osio y los Capadocios. c) Homeusianos: Una cierta vía media: defen- dían la divinidad del Hijo, pero el homousios les parecía casi sabeliano, preferían homoiousios (semejante naturaleza) y empleaban la terminología de tres ousiai o tres hypostasis. d) Partidarios del Homoios kata panta, fórmula todavía más ambi- gua y que hablaba simplemente de un parecido general entre el Padre y el Hijo.

 

La gran aportación de san Atanasio fue subrayar la independencia entre la Trinidad y la creación: es cierto que el Hijo había participado en la creación del mundo, pero su razón de ser no consistía en la mera mediación para la creación y existía desde la eternidad como Hijo. Por otra parte insistió mucho en la necesidad de mantener y explicar el término homousios. Debido a su firmeza en estas cuestiones y a la actividad pro-arriana de varios emperadores debió sufrir numerosos destierros. 


El Sínodo de Alejandría del 362, presidido por él, admitió las diferentes terminologías de una o tres hypostasis, si se explican de manera correcta. También trató de la divinidad y consustancialidad del Espíritu Santo en sus cartas a Serapión de Thmuis; en ellas se plantea la cuestión de que el Espíritu Santo, aunque no haya sido engendrado es también de la naturaleza divina y por ello se le debe aplicar el término homousios respecto al Padre y al Hijo.

 

En occidente san Hilario, partiendo de la fórmula bautismal como confesión de fe escribe el primer gran tratado latino acerca de la Trinidad, usando la termi- nología de persona y naturaleza. Defiende la eternidad de la generación del Hijo  y explica los pasajes bíblicos problemáticos, al tiempo que explica el homousios de modo que los homeusianos pudieran aceptarlo. Insistió en la unidad de la Trinidad, e indica ya el carácter relativo Padre-Hijo. Respecto al Espíritu Santo es más claro en el aspecto salvífico que en el intra-trinitario. San Gregorio de Elvira fue un defensor acérrimo del homousios y criticó la ambigüedad de algunas fórmulas alternativas.

 

San Basilio Magno tuvo que hacer frente a los arrianos radicales, como Eunomio, y a los que no querían reconocer la divinidad del Espíritu Santo (pneumatómacos, seguidores de Macedonio). Para Eunomio lo característico de Dios es que es inengendrado, mientras que todo lo demás tiene un origen, por  ello sólo el Padre es verdadero Dios.

 

En este contexto san Basilio distingue entre los nombres relativos y los comunes en Dios (inengendrado es meramente relativo pues equivale a Padre, mientras que eterno es común, y corresponde al Padre y al Hijo). Así en la misma divinidad se puede hablar de Padre e Hijo, caracterizados por sus propiedades relativas. Establece la terminología trinitaria que se hará defi- nitiva: una ousia y tres hypostasis, con lo que aunaba a los partidarios de homousios (una ousia) y a los de las Tres hypostasis, asegurando una fórmula que respetara la unidad y trinidad en Dios.

 

Respecto del Espíritu Santo es menos claro, pues defiende su divinidad, pero con terminología equivalente, para procurar la unión con los pneumatómacos menos radicales. En su explicación de las propiedades divinas le atribuye al Espíritu la santificación, lo cual es definirle

 

San Gregorio Nacianceno profundizó en las aportaciones de San Basilio, explicando el tema de las propiedades relativas, y caracteriza al Espíritu por la procesión como propiedad intratrinitaria, con lo que se perfila mejor la explicación de San Basilio; defendió sin ninguna ambigüedad la divinidad del Espíritu Santo. Habla con mucha claridad de la unidad en la Trinidad por una esencia única, que se identifica con la Trinidad.

 

Finalmente el emperador Teodosio convocó el Concilio de Constantinopla

(381) para poner fin a la controversia arriana y atajar la herejía de los pneuma- tómacos. Parte del credo de Nicea, y añade nuevas cláusulas. Respecto al Hijo      se precisa que “su reino no tendrá fin” contra Marcelo de Ancira. Este afirmaba que al final de los tiempos el Hijo se disolvería en el Padre, lo cual era un cierto sabelianismo. Sobre el Espíritu Santo se explica su divinidad de modo equivalente, sin emplear el término Dios, conforme a la prudencia de San Basilio. De esta manera, después de “en el Espíritu Santo” se añaden los siguientes incisos:


a)               Señor, que es un título divino; b) dador de vida, otro atributo divino; c) que procede del Padre, para indicar que no es una criatura; d) que con el Padre y el  Hijo recibe una misma adoración y gloria, de manera que el honor que recibe es el propio de Dios. e) Se debe notar que el Concilio de Constantinopla hizo referencia simplemente a que el Espíritu procede del Padre. 


En el ámbito latino, desde el credo del Concilio I de Toledo (DS 188), siguiendo una carta de san León Magno a Toribio de Astorga se precisó que procedía del Padre y del Hijo, lo cual fue ocasión para que varios siglos después el Patriarca Focio acusara a los latinos de haber adulterado la fórmula de fe. 


En realidad el malentendido estaba que en el texto griego el “procede” (ekporeuesthai) indicaba proceder como de un único origen, y en ese sentido se debería decir que procede del Padre mediante el Hijo; en latín, en cambio, el verbo procedere tiene un sentido mucho más amplio, que indica simplemente una dependencia, y en ese caso sí se podía afirmar que el Espíritu Santo dependía del Padre y del Hijo.

 

3.3 La formula definitiva en Constantinopla II (553) y otros textos

La fórmula definitiva la encontramos en el Concilio de Constantinopla II (553); se trató de un concilio fundamentalmente cristológico, pero en su primer canon presenta un resumen de la fe trinitaria: «una sola naturaleza o sustancia (physin etoi ousian) del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, una sola potencia y poder, una Trinidad consustancial (triada omousion), una sola divinidad, adorada en tres hipóstasis o personas (prosopa). Pues hay un solo Dios y Padre del cual provienen todas las cosas, un solo Hijo por medio del cual son hechas todas las cosas, y un solo Espíritu Santo, en el que son todas las cosas».

 

En occidente se dio desde el siglo IV un notable desarrollo teológico sobre cuestiones trinitarias, lo que se plasmó en diversas fórmulas de fe, como los credos de los concilios de Toledo. Fue, con todo, más importante la enseñanza del Concilio de Letrán IV, en el que se precisó más la cuestión de a unidad en la Trinidad (DS 803-806) y las decisiones del Concilio de Lyon II (DS 850) y del Concilio de Florencia (DS 1300-1302) sobre cuestiones referentes al Espíritu Santo y su procesión respecto al Padre y al Hijo. 


En cualquier caso todos estos textos dependen de los grandes concilios trinitarios a los que nos hemos referido en apartados anteriores y simplemente muestran la fe de la Iglesia. Mucho más recientemente se puede citar alguna de las declaraciones de la Congregación para la Doctrina de la Fe indicadas en la bibliografía ante negaciones o deformaciones del Misterio Trinitario en nuestros días.

 

 











martes, 7 de enero de 2025

Tema 306 PLAN INTEGRAL DE FORMACIÓN PRIMER CURSO. Tesis 17. El Misterio de Dios en la Revelación (1)

 

EL MISTERIO DE DIOS EN LA REVELACIÓN (1)

 

Dios se ha revelado en la historia de la salvación como Yahvé, el Dios de la Alianza, y la Encarnación del Verbo nos revela su triple personalidad, pues el Hijo y el Espíritu Santo son los enviados del Padre.

Tras una primera reflexión no exenta de problemas, Nicea define la consustancialidad del Hijo con el Padre, Constantinopla I la divinidad del Espíritu y Constantinopla II presenta la fórmula dogmática definitiva: Dios es una ousía y tres hypóstasis.

 

1.la revelación del misterio de dios en la Escritura

1.1  el Dios de la Alianza en el Antiguo y Nuevo Testamento

1.2  La Revelación del Hijo

1.3  La Revelación del Espíritu Santo

2.la Primera reflexión Teológica sobre Dios en la iglesia

3.las grandes formulaciones Conciliares

3.1  El concilio de Nicea (325)

3.2  De Nicea a Constantinopla (381)

3.3  La formulación definitiva en Constantinopla II (553) y otros textos

 



CEC 198-267; Compendio 36-49

Concilio de Nicea, Símbolo (19.6.325) DS 125-126

Conilio de Constantinopla, Símbolo (6.381) DS 150

 Congregación  para  la  Doctrina  DE  la  FE,  Declaración  Mysterium  Filii  Dei

(21.2.1972) 4-6 en Doc. 10,6-9

iD., Notificación sobre la obra «Jesus Symbol of God» del P.Roger Haight sj (13.12.2004) I-IV en Doc. 104,8-18



1.              LA REVELACIÓN DEL MISTERIO DE DIOS EN LA ESCRITURA

 

1.1                       el Dios de la Alianza en el Antiguo y Nuevo Testamento

La Revelación de Yahvé se produjo de modo progresivo, por las intervenciones de Dios en la historia, y orientadas a la Alianza con su pueblo elegido. Se  puede hablar de un paso de la monolatría (adoración a sólo Dios) a monoteísmo (confesión de que existe un solo Dios). Este Dios es trascendente, pero la      manifestación de su nombre indica que no es una fuerza impersonal. Adonay: Señor; El, Elohim: Nombre genérico de Dios, a veces en plural mayestático; Yahvé: Nombre propio de Dios, revelación fundamental del AT, con la Alianza (Ex 3,14-16), Yo soy el que soy, indica una existencia soberana y eficaz, que posteriormente se enriqueció con la consideración metafísica del Ser.

 

Dios es un ser personal, no una abstracción filosófica, y por ello se le llama el Dios vivo. Dios es creador, y se distingue de todas las criaturas, las trasciende. Esta trascendencia divina se subraya con dos términos: Santidad y espiritualidad.

 

Al mismo tiempo la Biblia presenta a Dios como alguien a quien se conoce. Invita a su reconocimiento y afirma que desde la creación se le puede conocer (Sb 13,1-9). En este sentido los politeístas no tienen excusa, pues pueden conocer a Dios desde la naturaleza y deben adorarlo como Señor único.

 

Dios es omnipotente, y su poder llega hasta el abismo, pero se manifiesta especialmente en la salvación del pueblo. Dios es eterno y fiel, no puede morir y así puede cumplir sus promesas, aunque la noción de eternidad todavía no está muy elaborada filosóficamente. Dios está en todas partes, y trasciende el mundo, aunque se dé una presencia especial en el Templo. 


La omnisciencia de Dios se relaciona con su Sabiduría, que a veces aparece personalizada (Pr 8-9; Si 1,1-10; Sb 7,21-27). Dios es verdadero y fiel porque su promesa es estable y estos atributos se vinculan a la noción de salvación, más que a una elaboración filosófica. La justicia consiste precisamente en que el obrar de Dios se ajusta a lo que debe ser, en el marco de la Alianza. En Dios destacan muy especialmente la bondad y la misericordia, pues cuida paternalmente a su pueblo.

 

La enseñanza del Nuevo Testamento respecto a Dios hunde sus raíces en el Antiguo Testamento, ya que se mantiene y afirma el monoteísmo del Antiguo Testamento. No se sistematizan tampoco los atributos divinos, sino que aparecen a raíz de ciertas intervenciones o en doxologías. A los judíos se les insiste en la Resurrección de Jesús, como confirmación de lo que ha dicho sobre Dios, a los paganos en la unicidad de Dios. La novedad es que Jesús llama a Dios Padre, con lo cual La revelación del Hijo


1.2       La revelación del Hijo 

En el Antiguo Testamento aparecen algunas personificaciones de la actuación de Yahvé: Ángel de Yahvé, Sabiduría, Palabra, como formas de mediación entre Dios y el pueblo. Son meras insinuaciones, no revelaciones del Hijo de Dios con la claridad del Nuevo Testamento.

 

En los Evangelios sinópticos hay una serie de pasajes en los que se habla de Cristo como Hijo de una manera especial (Mt 11,27; 16,13-16; Mc 12,1-12). Por otra parte Jesús habla sobre Dios como su Padre con quien mantiene una relación única y se atribuye en el orden moral y religioso características que sólo convienen a Yahvé: Supremo maestro, legislador, Señor que perdona los pecados, centro de la vida moral y del destino de los hombres.

 

San Pablo al predicar el misterio de la Redención habla del Padre y del Espíritu Santo en sus especiales relaciones con Cristo. Aparecen en San Pablo muchas fórmulas ternarias, sin abandonar por ello el monoteísmo. Hay algunos pasajes en los que se le denomina Dios (Rm 9,5; Tt 2,13-14; Flp 2,6-8), pero con mucha más frecuencia aparece su eficacia redentora que manifiesta así su filiación divina: reconcilia a los hombres con Dios por su sangre; Cristo hace de los hombres una nueva criatura, los convierte en hijos de Dios. En varios lugares se afirma que Cristo preexiste a toda criatura (Col 1,12-15) y su misión al mundo por el Padre (Ga 4,4; Rm 8,3.32).

 

San Juan es el evangelista que enseña de modo más explícito la divinidad y filiación natural de Cristo. El prólogo y el sermón de la cena en muchos lugares afirman su preexistencia con el Padre y su venida desde Él al mundo (el diálogo con Nicodemo de Jn 3 y el discurso eucarístico del Jn 6 presentan a Cristo como el que ha bajado del cielo). En algunos pasajes se presenta como inferior al Padre (especialmente Jn 14,28), mientras que otros subrayan la igualdad, unión y dependencia del Hijo respecto al Padre (Jn 5,17-20; 10,22-30; 14,2-11). Podrían dar pie a un cierto subordinacionismo, si se toman de modo aislado, pero en su conjunto indican que el Hijo procede del Padre, y en ese sentido le está sometido y le es inferior, pero no como si fuera un dios secundario y subordinado.

1.3               La Revelación del Espiritu Santo

En el Antiguo Testamento el primer sentido de la palabra espíritu es viento, y de ahí aliento de vida. Posteriormente se considera un don de Yahvé a su pueblo, en sentido más personal. Los tiempos mesiánicos se caracterizarán por la efusión del espíritu, pero no se presenta

 

En los Sinópticos aparece en los evangelios de la infancia, en el bautismo de Cristo y la transfiguración, y en general en toda la acción de Jesús. Los textos de la blasfemia contra el Espíritu parecen tener un sentido más general, no tanto contra la Persona del Espíritu Santo, cuanto contra el Espíritu divino en general. La promesa del Espíritu Santo como ayuda ante los jueces (Mt 10,20; Mc 13,11; Lc 12,12), leída a la luz de los paralelos de san Juan muestra más la distinción y divinidad del Espíritu, pero el texto más significativo es el mandato misionero de Mt 28,28-30.

 

San Pablo usa espíritu en muchos sentidos, no siempre fáciles de distinguir. Podemos señalar que se habla del bautizado como Templo del Espíritu (el templo es propio de Dios) y se le atribuyen prerrogativas divinas características del Padre y del Hijo, junto con nuestra divinización. El enumerarlo junto con el Padre y el Hijo sugiere su distinción respecto a ellos, así como el atribuirle acciones personales (1 Co 12,4-11; Rm 8,5-17). Por sus relaciones con el Padre y el Hijo aparece distinto, y se le denomina Espíritu de Dios y del Hijo (Ga 4,4-6; 1 Co 6,11).

 

San Juan es el hagiógrafo en el que aparece más claramente la distinción y divinidad del Espíritu. Lo muestra en diversos momentos de la vida pública de Jesús: Testimonio del Bautista, diálogo con Nicodemo o discurso de la fiesta de los Tabernáculos. Sobre todo en textos de la última cena (Jn 14,15-17; 25-26; 15,26; 16,7-15). Es muy significativo el término paráclito, (abogado, consolador) con que le designa. Considera al Espíritu otro paráclito, comparándolo así con Cristo. 


Muchas acciones de Cristo tiene su paralelismo en acciones del Espíritu: ambos dan testimonio y glorifican. Su autoridad se presenta semejante a la del Padre y del Hijo, y lleva a la perfección la obra de Cristo. Su distinción se indica al referirse a Él San Juan con el pronombre masculino en vez del neutro (Jn 14,26; 16.8.13). Es distinto del Padre, al ser enviado por el Padre (Jn 14,26; 15,26 -referido al envío temporal, más que a la procesión eterna-). Se distingue del Hijo al ser otro paráclito, que vendrá cuando se vaya el Hijo, pues es Espíritu del Hijo.

 

2.             LA PRIMERA REFLEXIÓN TEOLÓGICA SOBRE DIOS EN LA IGLESIA

Los testimonios iniciales sobre el misterio trinitario se manifiestan en la vida de la Iglesia, especialmente en la liturgia bautismal (rito, fórmulas, confesiones de fe), en la liturgia eucarística (por la misma forma interna de la plegaria: al Padre, por el Hijo en el Espíritu), en las doxologías (alabanzas al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo-forma coordinada-, alabanzas al Padre, por el Hijo en el Espíritu- forma económica-), y en el testimonio de los mártires. Los Padres nos transmiten formas triádicas, dependientes de Mt 28,19. Desarrollan especialmente la relación Padre-Hijo, ocupándose de la divinidad y pre-existencia del mismo. El Espíritu se muestra en la concepción humana de Jesús, en la profecía y derramado sobre los fieles.

 

Los Padres apologetas tratan de reflexionar sobre la generación del Hijo, comparándola con la generación intelectual del concepto en la mente. Distinguen entre un estado inmanente y otro proferido, con ocasión de la creación, al hablar del Verbo de Dios (la terminología la perfila Teófilo de Antioquía). Aunque subrayan el papel del Verbo como mediador de la creación, el límite de estas reflexiones es que no queda clara a veces la eternidad de la generación del Verbo. En realidad el problema es que si se piensa en el Logos simplemente como un instrumento del Padre para la creación no es fácil reconocer su generación eterna y evitar el subordinacionismo. No hay muchas reflexiones sobre el Espíritu Santo, aunque ya Atenágoras, en el siglo II, lo une al Padre y al Hijo en la vida trinitaria, reflexionando algo en este sentido.

 

La herejía monarquiana negaba la pluralidad de personas en Dios. O bien afirmaban que Cristo era un hombre adoptado (Monarquianismo adopcionista, defendido por Teodoto), o bien que las Tres Personas divinas eran modos de  manifestarse de la única Persona de Dios (Monarquianismo modalista, sabelianismo). Tertuliano se opuso al sabeliano Práxeas, recordándole la regla de la fe, con la unidad y distinción del Padre, Hijo y Espíritu Santo. Para Tertuliano el Hijo y el Espíritu se asocian a la monarquía del Padre, sin que acabe de precisar la unidad e igualdad de las Personas divinas. 


Su modelo es el de un rey que asocia a otros al gobierno del Estado. Emplea el término persona para designar a los Tres, frente a sustancia, que es una y única; de esta manera Tertuliano ofreció una importante aportación terminológica para el latín usado por los cristianos en la teología. Trata la procesión del Hijo en la línea de los Apologetas, y no expresa con claridad su eternidad. Del Espíritu Santo se ocupa menos: afirma que viene del Padre por el Hijo, pero se centra en la acción del Espíritu en la salvación.

 

Orígenes subraya la inmaterialidad divina y eternidad de la generación del Verbo, aunque la vincula mucho a la creación. Como para Orígenes se podría hablar en cierto sentido de una creación eterna (en el mundo de las ideas) es posible continuar vinculando el Verbo a la creación y al mismo tiempo decir que ha sido engendrado desde la eternidad. En algunos pasajes parece subordina cionista, distanciando en exceso al Padre y al Hijo: llega a afirmar que hay más distancia entre el Padre y el Verbo que entre el Verbo y las criaturas. 


En el Hijo se da una cierta complejidad en orden a la creación, y para hablar

en Dios emplea el término hypostasis: así se opone al modalismo y ofrece una terminología que será determinante después.